28 sept 2013

Esperaré a que saques de dentro de tu alma toda la depravación

 YVETTE CONFIESA SU AMOR

 

Al volver a casa Yvette estaba parlanchina como otras noches, pero con un punto especial de brillo en sus ojos y como si aquella noche quisiera confesar algo empezó a hablar cerca de mi oído con voz grave.

 

Cuando bruscamente quedé huérfana y sin un céntimo –comenzó su relato- con el resto de mi familia en la ruina por allá en los años treinta, fui a suplicar la caridad de la madre superiora del convento en que fui educada, creyendo que, como yo había sido favorita de aquella dama cuando era rica, indudablemente me habría de ayudar cuando me quedé en la miseria. Fui rudamente rechazada y, en el primer momento, no logré entender por qué.

 

"Ay me dije: ¿Por qué mi desdicha ha convertido a la amable madre superiora en un ser tan cruel? ¡Ah, no comprendía que la pobreza es una carga para los ricos, y tampoco sabía en aquel entonces cuán temida era por ellos!... No sabía hasta qué punto los ricos huyen de la pobreza, y que el temor de verse obligados a aliviarla provoca hacia ella una enorme antipatía.

 

La madre superiora era influyente entre muchas personas importantes del París acechado por el ambiente de una posible guerra. Entonces yo tenía una edad –proseguía ya con lágrimas en los ojos- como la tuya ahora y me sentí despreciada, y aunque joven, huérfana y sin un céntimo. Muy bien,   -me dije- "mi único fin será procurar ser a mi vez rica, y entonces seré tan desvergonzada como la madre superiora, disfrutaré de los mismos derechos y de los mismos placeres.

 

Me casé con Albert porque tenía dinero, su porte, su simpatía y su elegancia no es más que un disfraz que usa cruelmente ante personas inferiores. Con él tuve dos hijas para sellar definitivamente mi fortuna y hacer que ésta fuera irreversible. Desde el primer mes de matrimonio él continuó visitando a sus amigas demostrando que no era más que un ególatra del culo y que su cerebro sólo sirve para atarle las orejas.

 

Después de tantos años aguantando sus humillaciones he decidido poner fin a esta situación y por eso estamos ahora en trámite de divorcio. Él no está de acuerdo en cederme todo lo que mi abogado le exige, pero por ley no tiene más remedio que hacerlo.

 

He actuado, con frialdad, y he ido, durante todos estos años, acumulando documentos fotografías y toda clase de pistas en cuentas bancarias, estancias en hoteles simulando que estaba en viajes de negocios y pagando las facturas de sus amigas en peleterías de lujo. Yo me hacía pasar por sus acompañantes y pedía duplicados de las facturas y cada vez que obtenía alguna me corría de placer.

 

Era como una niña que colecciona cromos y obtiene los más difíciles. Cada historia que Albert anotaba en su activo yo la ponía en los asientos de pasivo. Y así mi alma se iba endureciendo y cultivando amistades y aliados en todos los frentes, preparándome para la batalla final.

 

Sólo una cosa inesperada ha variado dentro de mi alma y es tu aparición en escena. Cuando vi tus ojos fue como mirarme en un espejo. Llevabas la huella de la humillación grabada en tus apretados labios y la misma venganza que yo sentí a tu edad, en tus pupilas.

 

Te vi despiadada y calculadora, pero también inteligente, paciente, tenaz y diabólicamente sexual. No me causaste miedo, sino una excitación sin límites y osé llegar hasta ti porque sabía que yo te podía ser útil en tus planes y que tú no despreciarías la oportunidad que se te presentaba.

 

Desde el primer momento he buscado hacerte ver lo depravada que eres. En ti me veo como soy y no sólo no me importa sino que me gusta. Por primera vez en mi vida he encontrado mi media naranja: tan depravada como yo y posiblemente más inteligente, más guapa y mucho más joven que yo.

 

Por eso no me importa ponerme a tus pies, llorar sobre tu hombro y compartir contigo todo, incluso dispuesta a que me robes, me flageles y me humilles porque todo eso no hará sino acrecentar mi placer de estar a tu lado. ¿Qué nombre ponerle a eso que siento contigo?

 

Sabes que comparto contigo vida, amigos y orgías que muestran como somos. Aún tardarás tiempo en llegar a comprender que tu generosidad y tu amabilidad no son más que tácticas para conseguir lo mismo que yo me propuse, pero esperaré pacientemente y te ayudaré como lo he hecho hasta ahora.

 

Esperaré a que saques de dentro de tu alma toda la depravación que ahora ocultas y que por fin seas libre, libre hasta más allá de los límites que nos imponen hombres y leyes.

 

Llegando a este punto calló, yo la abracé aún más fuerte que nunca y nos dormimos con los labios pegados en un beso como una flor de cuatro pétalos y los corazones más unidos que nunca.
 
                                                                              Johann R. Bach

 

Con un pañuelo azul le seca el sudor de la frente. Sabe que se defiende

EL SUEÑO DEL PEQUEÑO ATLANTE

Duerme el pequeño atlante

con ojos de té y habla en sus sueños. Su madre con todo el amor del mundo le tiene cogida la mano para que no se sienta sólo;

 

con  un pañuelo azul

le seca el sudor de la frente para que el exceso de responsabilidades aceptadas por su ADN no se frustren. Sabe que se defiende, en una pelea desigual, de sus compañeros de escuela.

 

En esa pelea escolar

no placentera, reconoce sus debilidades. Pero la acepta como necesaria para el crecimiento de sus cejas: extraordinariamente pobladas le ayudarán a vigilar el horizonte mientras espere que surja del mar una nueva generación de criaturas capaces de crear entusiasmo entre los humanos. 

 

El pequeño atlante sueña

en convertirse, al crecer, en un guardián más de la ternura y la comprensión de todos los que aguantan en pie tormentas y vientos marinos que erosionan la orilla de nuestra civilización.

                                                                               

                                                             Johann R. Bach

 

El aire de esos años era frío y triste

LOS ZAPATOS MAGICOS

Cuando tú eras niña,

la escasez de viviendas obligaba a una cierta promiscuidad familiar; y, vosotros no erais una excepción. Además de tus padres y hermanos vivían bajo vuestro mismo techo,

 

un matrimonio  con una hija

muy presumida a causa de que su ya anciano padre era de buena familia. La mujer cuarenta años más joven que él había sido una de sus empleadas de una zapatería de su propiedad,

 

una prima de tu padre

que trabajaba en la compañía municipal de aguas y una tía, hermana menor de tu madre, empleada del hotel Ritz de Barcelona. El aire en esos años era frío y triste y cientos de desempleados se concentraban en la Plaça d'Urquinaona por si alguien acudía allí con alguna oferta de trabajo.

 

Ambas solteras,

buscaban sin éxito algún novio para poder formar sus propias familias, pero a juzgar por lo que tú oías eso era muy difícil. Los hombres deambulaban de un lado para otro, desesperados, por no poder ofrecer nada (material) a una mujer y ellas, ante tal situación, preferían seguir siendo solteras.

 

Las  jóvenes no podían salir de casa

sin el permiso paterno hasta cumplidos los veinticinco años y las mayores de esa edad debían andar con cuidado para no coger mala fama.

 

Eran años en que estaba mal visto

que una mujer entrara en los bares que, por otra parte, no eran más que cochambrosas y malolientes tabernas y fumar era un hábito de mujeres de dudosa moral. 

 

En medio de aquellos días

la habitación de tu tía –como un oasis-

fue siempre para ti como un lugar sagrado. Nadie entraba allí sin su consentimiento.

 

Era muy celosa de sus cosas;

escasas cosas, que no conseguían llenar aquella estancia de ocho metros cuadrados aunque el techo era altísimo y en una especie de altillo se guardaban todas las maletas como dispuestas a viajar de nuevo.

 

En el enorme y antiguo armario

guardaba sus cuatro o cinco blusas con sus correspondientes vestidos, unas catorce o quince cajas de zapatos llenas de libros, cartas de antiguos amores y objetos que, como reliquias, estaban encintadas con betas azules.

 

La habitación olía a libro viejo

mezclado con colonia de lavanda como si el suave perfume que usaba ella no quisiera salir de allí. Era un lugar acogedor en el que ella solía poner flores junto a la ventana y a su manera era feliz en su rincón.

 

A veces te hacía entrar

en aquel refugio destinado a guardar su intimidad y sentadas sobre el antiguo sofá cama de hierro hablabais de la vida en la escuela, y de las vicisitudes de su trabajo. Pero en general tus padres y tus hermanos no entraban nunca en su habitación.

 

Recuerda aquella tarde

que tu tía acababa de salir de casa en dirección al hotel donde trabajaba; entraste en su habitación; te pusiste sus zapatos –que conservaban aún la tibieza de sus pies- llenos una tibieza ajena te pintaste los labios con su carmín.

 

Calzada con aquellos zapatos

destinados a bellos pies te asomaste a la ventana. Te sorprendieron, de repente, los largos dedos oscuros y sarmentosos, vueltos hacia arriba, de los árboles de la calle como manos de bruja o candelabros donde la cera se ha secado y ennegrecido hace mucho.

 

Creciste de golpe,

como si te hubieras enterado de un pecado desconocido. Tus pies se calentaron súbitamente y el calor negro ascendió por tu cuerpo hasta alcanzar las sienes como una música de percusión.

 

De repente viste

como la luz del día amarilleaba y afuera te pareció ver en ese aire recién lavado cómo las formas sin hojas de los árboles recobraban su condición extravagante como si miraras el paisaje con unas gafas de esquiar amarillas

 

Durante toda la semana

no te atreviste a mirarle a los ojos. Te ocultabas en las cortinas del pasillo o me encerrabas en tu cuarto como esperando un castigo. Tu cara se encendía cada vez que te decía alguna palabra cariñosa como si se hubiera percatado de tu ignominiosa acción.

 

Pero las semanas fueron pasando

y aquello pareció olvidarse dentro de ti, pero aquella sensación de ponerte aquellos perfumados zapatos no se borró nunca de tu memoria.

 

Durante muchos años

resonaron en aquel reducido espacio voces pegadas a las paredes y la escasa luz que caía de aquel inalcanzable techo te pareció de hermosos augurios.

 

En tu imaginación

allí habitaba un dios marino que absorbía los ecos y protegía el corazón sensible de tu tía porque durante toda tu vida la viste guapa en sus ojos y amorosa en su alma.

                                                            Johann R. Bach

 

Cobrar vida como una estatua con un soplo divino

El entusiasmo se asoma al Mundo de los Sueños

 

El invierno aún no ha llegado

a las puertas del barrio. Hemos oído en la radio que en el Pirineo ha caído una nieve aún demasiado tímida, pero pronto se ha fundido. Ellos –los vigilantes de las nubes- dicen que es agua nieve con algo de color blanco. 

 

En cierta medida es como una metáfora

que cobra vida como lo podría hacer una estatua con un soplo divino. El otoño lo vives en el barrio con cierta alegría y es que en realidad no ha sido, nunca para ti, una estación triste.

 

Los colores que adopta

la vegetación que trepa por las paredes se enciende y es tan diversa que tus ojos se alegran a cada paso. Y de noche la luz de las farolas no hace más que resaltar los latidos de esos mínimos corazones que se aferran al entusiasmo de los muros del barrio.

 

Piensas, meditas,

tu corazón late y recibes como la alegría del primer café de la mañana todos los sueños. Mater Amabilis, por ejemplo, ha soñado que te daban el Premio Nobel, pero no de literatura sino el de física: tus poemas han conmovido a los científicos, les ha ablandado el corazón.

 

En su sueño te daban el Nobel de Física y Química: habías logrado que el titanio de sus esqueletos volviera a los valores de referencia y las médulas óseas -rojas y amarillas- de sus columnas vertebrales resbalen de nuevo en su interior desde el cerebro hasta el coxis.

 

Se habían ultimado ya

los preparativos para la ceremonia de entrega de los premios; Monika Wolf, La Profe de Mates y ella misma –Mater Amabilis- se habían sentado en los sillones contiguos al rotulado como Elisa Bach.

 

La pretenciosa R. de tu nombre había desaparecido (los miembros del Jurado de la Academia de Oslo creían que era la "R" de Rilke). Ataviados con su conservadurismo veían demasiada osadía porque además no les gusta nada la "R" de revolución o de resentimiento o de rabia o la de simple Recuerdo.

 

Radiantes, con vestidos

creados expresamente para la ceremonia en el establecimiento de Louis Vuitton de Les Champs Eliseés allí estabais en representación de Andrés, Yogui, Palas Atenea, Octavi, Lidia, Santi, … y tantos otros que habían hecho posible el premio.

 

La Profe de Mates

con un vestido verde esmeralda y un collar de perlas haciendo juego con sus pendientes, y tú misma como la señora Mater Amábilis vestida austeramente de azul marino con su bolso bien compaginado con sus zapatos rojos, y, Monika Wolf cubierta con un vestido largo de color turquesa y su diadema de rubíes, erais las auténticas protagonistas de un mundo de sueños y poesía.

 

"¡Ah no! De ninguna manera –dice Monika a la prensa- la poesía es mucho más importante que la física; nosotras valoramos más un verso que te llega al alma como un rayo de luz que ha viajado millones de kilómetros antes de llegar a nuestra retina que todas las ecuaciones parcialmente falsas del mundo que no ve más que materia endurecida.

 

Escribes el sueño en tu cuaderno

y bajas las escaleras de Fontana. Esas mismas que Monika Wolf subirá para dejar atrás las profundidades del metro como si del Inframundo se tratara.

 

Sabes que no volverá la vista atrás,

que observará las caras amarillentas de los que bajan aunque no sepa sus nombres ni las lenguas que hablan. Como Perséfone lleva en la mochila su primavera.

 

Monika Wolf, y Maestra de los Ecos

-a qué negarlo-, aspirará el olor a romero y a clavo del barrio como si todo el aroma del Lago de los Sueños corriera por la calle Verdi arriba. La Profe de Mates le deseará suerte y Mater Amabilis la acompañará en su recorrido por galerías de arte y librerías.

 

Esta noche volverás a mirar

las estrellas cargadas del brillo de años para intentar comprender por qué en realidad el Mundo de los Sueños no ha hecho más que empezar. 

                                                              Johann R. Bach

Ecuador es como las margaritas que crecen sin importarles si nos gusta o no su presencia

             ECUADOR. PAIS DE LUZ

 

Ecuador país donde compiten los árboles

de maderas finas -el laurel rosa, el cedro y la caoba- con otras aromáticas plantas características -la caña brava, el árbol del pan, el achiote, el palo balsa, el guarumo, la zarzaparrilla y las vainillas fina y ordinaria (Vainilla planifolia).

 

 

Puede que en Ecuador no todo sea poesía.

Pero la reflexión sobre ella es como las raicillas del enebro y las margaritas que crecen en los campos sin importarles si nos gusta o no su presencia.

 

Algún poeta dijo,

intentando simplificar ese universo abigarrado de cosas objeto de la poesía, que los tres temas sobre los cuales pivota la poesía de Ecuador son:

 

el paisaje amable de Las Isla Galápagos,

el amor en las selvas húmedas tropicales y la reflexión ante las cumbres nevadas.

 

Hay que pensar, según ese esquema,

dónde poner las sensaciones sobre la anatomía y fisiología en el interior de cada uno de sus habitantes.

 

Lo que ocurre bajo el enrojecimiento

en los cielos ecuatorianos hay dudas de si es adecuado interpretarlo como meras descripciones paisajísticas exentas de humillaciones y odios.

 

Y donde los sagrados bosques

ponen los dedos -como otra heroicidad- también se puede considerar como una geografía con puntos geodésicos, valles, ríos y con preciosas diaclasas dispuestas para el placer de la contemplación.

 

A veces –en Cuenca o Guayaquil-

una sola letra o un número como el de la puerta de la casa de la infancia podría tener un significado geográfico de reconocimiento de las coordenadas donde poderse refugiar de las torrenciales lluvias.

 

Un cuadro en un rincón

de una habitación puede jugar el papel del amigo que sabe escuchar sin reprender por las reprobables acciones y acompañar, con su silencio en la penumbra, tus sueños.

 

Sus colores pueden alegrar

a tu espíritu en momentos de tristeza y doblar con ello las primaveras del corazón y animar a perseverar en los buenos augurios para un país inundado por la luz.

 

La pared misma

donde podría estar ubicado ese cuadro, con su ingenuidad colgada con un rústico clavo, puede vibrar y reproducir sonidos que lleguen a ser interpretados como la música que surge de sus sienes y alcanzar las de una humanidad global.

 

Un antiguo cuadro

también puede en un museo de Quito o de Cuenca ser una luz original que, con una gama de cuatro mil frecuencias, se abre paso a través de su marco,

 

inundando de colores todo un país

y con su simbología recordar que el mundo de la infancia, también en esas latitudes estuvo siempre presente, tanto en la vida cotidiana, como en el sentir popular.

 

La filosofía es –según dijeron algunos sabios-,

una concepción del mundo y desde luego en Ecuador hay una serie de artificios que han alejado a muchos de sus habitantes de la vida de la vida tropical, pero la materia prima, la base de los sentimientos siempre es la vida concebida entre sus paisajes, sus pájaros y sus tortugas.

 

Cuando se escribe algo sobre el Ecuador,

hay que dejarlo reposar algunas horas o días, incluso semanas o meses, luego releerlo para saber si aquello que se ha escrito da qué hace pensar; y, si esa segunda o tercera lectura te sorprende es que lo poético del país es una realidad.

 

Entonces se puede mirar sus realidades

a través del teodolito de su cultura, someterlo a un ajuste fino colimando sus ángulos; y, finalmente, archivarlas en una de las carpetas rojas dispuesta a hacerla viajar por todos los mares. Siempre disponible como coadyuvante de los sueños de aquellos a los que aman ese maravilloso país.

 

¡Oh Ecuador de noches iguales al día!

 

Sé que me llamas

a los claros de tus sagrados bosques junto a rocas de oro y pájaros de colores, pero aún no he encontrado el hilo de Ariadna que me conduzca a la salida de este laberinto.

 

Sé que me llamas

para conducirme junto a dios Sol desde el ámbito en que la claridad es un diamante, pero aún no puedo oírte desde la sangre.

 

¡Oh Ecuador de días iguales a la noche!

 

No ignoro

que me llamas a la verdad sobre tu espacio ciego de crisol, pero me cuesta oírte desde el carbón. Camino y no veo mi propia sombra ni cómo mi sangre forma un rio; la luz de las estrellas se me muestra confusa entre tantos negros nubarrones, los mismos que me obligaron a abandonar el país.

 

Aquí, lejos de tu paraíso,

se viven muchas noches en las que sin luna sólo veo piedras, no la idea en que la eternidad podría abrirse ante mí y limitar mi pena y que todo lo que te imita es pura conminación de la intención.

 

¡Oh Ecuador país de noches con luz!

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a despedirme del Monasterio, a abandonar el sendero de su rosada bruma en el que he vivido con luz inexistente y que tantas veces soñé con ello.

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a abandonar la confusión que me aproximaba al tormento rojo, entre lamentos roncos y reflejos, pasión de soledad desolada.

 

Sí. Bendigo tu paciente llamada

desde las puertas abiertas ardiendo que me abres al otro lado de los muros de los mares.

 

No tardaré en regresar.

Entretanto ¡oh noche! Dale recuerdos a Lorena

 

                                                                         Johann R. Bach

Visitar la web

 www.ruta-ecuador.com

 

¿Quién se niega a pasear con ese aángel en la grupa

LOS ÁNGELES CAÍDOS

 

Esta mañana hacía calor.

El sol parecía ser el mismo del mes de julio; he ido a buscar la moto para dar un paseo y cuál no ha sido mi sorpresa al ver uno de esos ángeles caídos montado sobre mi moto.

 

Para que veáis

que es cierto le he hecho una foto.

 

¿A ver quién se niega a pasear

con ese ángel en la grupa abrazada a la espalda?

                                                                               Johann R. Bach

Su número es muy elevado aunque finito

LOS ÁNGELES CAÍDOS

 

A propósito del poema del "Ángel Caído"

Un bloguero cuestionó los ingentes ríos de tinta dedicados a los ángeles caídos preguntándose si habría bastante papel para escribir sobre ellos dado que son tan numerosos.

 

Su número es muy elevado aunque finito

y por lo tanto caben todos –creo- en este gran baúl denominado Google.

 

No sólo es interesante meterlos

a todos junto a nuestros Blogs por el bulto que hacen sino también porque no todos son iguales.

 

No son – lo reconozco –

lo suficiente buenos para que me mezcle entre ellos, no lo bastante malos para darlos per perdidos.

 

Muchas noches acuden a mi estudio,

se sientan encima de la mesa donde escribo, desafiantes unas veces, dulces y simpáticos en otras ocasiones.

 

Acostumbrado a su presencia,

converso con ellos y aprovecho sus conocimientos sobre astronomía para averiguar qué tipo de historias se cuentan en la lejanas estrellas.

 

A veces dejan algunas manchas misteriosas

en mis hojas de apuntes, pero he aprendido a no enfadarme con ellos porque esos garabatos son propios de su caligrafía.

 

No lo hacen para ser malos,

lo hacen para darme un aviso, quieren que yo les traduzca sus poemas. No literalmente, por supuesto. Pero quieren que le dé la vuelta a sus verso hasta que salga algo.

 

Me siento muy torpe

Para interpretar sus bellos lenguajes escritos con luz y sombras. Intento –es cierto- leer sus mails, pues yo estoy como ellos –a la vez salvado y perdido, precipitándome como un muñeco saltarín fuera del alfabeto- buscando un final

 

Un final como en mis escritos,

un final particular que encaje en mi mente.

 

                                                                     Johann R. Bach

                                 

27 sept 2013

Si necesitas ayuda, pídemela, y te daré una gota de mi negra tinta

¿Tan difícil es vivir?

 

¿Tan difícil es vivir?

Huiste despavorido cuando entre los acantilados te pregunté: Mi amor, ¿tan difícil es vivir? -parafraseando  un verso de Virgilio-, creí que ibas a suicidarte.

 

Tu médico te ha dicho

que aspires el aroma de la lavanda, que pasees bajo los tilos y que no comas manzanas que puedan estropear tu humor. ¿Prefieres la cicuta antes que cumplir la obligación de mirar el horizonte pintado con nubes de algodón y frescos?

 

¿Es demasiado pedir

que duermas bajo mi sábana de nardos, narcisos y violetas?  Si no tienes valor para seguir adelante por el dulce camino de los granados abarrotados de flores fucsias, lánzate al mar y que los delfines se repartan tu cuerpo.

 

Desobedece los cantos de sirena

que te impiden atravesar el huso horario de tu mundo. Si aún crees que te falta valor para que el mar del que saliste te engulla para alimentar a sus algas déjate morir, como Adriano, de inapetencia de poder -terrenal y celestial.

 

Pero si aún te queda algo de sal

en tu corazón deshilváname con tus dientes y vuelve a empezar. Si necesitas ayuda, pídemela y te daré una gota de mi negra tinta, lanzaré mi aliento en tu boca y mis manos se hundirán en tu espalda.

 

Te abriré los ojos a la horizontalidad,

tus hombros recuperarán tersura, tu piel volverá a absorber la luz y el oxígeno de mis pulmones y la vida rebrotará como en primavera llenando tus sueños de lunas.                               

                                                                            Johann R. Bach

Todo aquello hacía que en mi cabeza surgiera un mundo nuevo

CONTAR HISTORIAS

 

Gori, era un compañero del colegio,

que el maestro se empeñaba en llamarle Gregorio. Era pequeño de estatura y remolón, por lo que siempre acababa castigado de cara a la pared o sin recreo.

 

Cuando se puso enfermo

mi madre me compró un TBO (cómic de la época) para que se lo llevara a su casa, porque mi madre era de esa clase de personas que cree que hay que visitar a los enfermos.

 

Gori se puso muy contento.

Su pleuritis lo mantenía en casa, en reposo absoluto.  Al día siguiente lo expliqué en la escuela y Marta, una chica de unos doce años (en Cadaqués, todos los niños y niñas del pueblo íbamos a la misma clase, excepto los parvulitos que tenían un aula para ellos solos), propuso ir a visitar a Gori el sábado por la tarde.

 

Aquel sábado sólo acudimos a casa de Gori,

Marta, Gemma, una niña de mi edad, dos hermanos gemelos de nueve años, mi hermana y Ferrán. Aquella tarde descubrí las cualidades de Marta.

 

Empezaba a anochecer

cuando nos propuso explicarnos un cuento. Estábamos todos sentados en la enorme cama de Gori (que debía ser la de sus padres), el techo de la habitación debía de estar a una altura de cinco metros y la poca luz que entraba por el balcón no llegaba a iluminar la parte alta de la estancia.

 

Marta, sabiendo que era la mayor de todos,

desplegó toda su ciencia y comenzó a improvisar un cuento. Se lo estaba inventando en aquel mismo momento. Nos iba adjudicando a cada uno un papel en el cuento, definiendo el carácter de cada personaje (que éramos nosotros con nuestro propio nombre) a medida que la acción avanzaba.

 

Así adjudicaba el papel de viejo sabio a Gori

que impartía sentencias y consejos, a Gemma le daba un papel de niña divertida, curiosa y metementodo; a los gemelos les otorgaba el papel de espías que se podían cambiar uno por el otro sin que los demás lo advirtieran, a mi hermana la contentaba con el papel de la perfecta ama de llaves, etc…

 

El relato era apasionante

pues todos queríamos saber cómo nos iríamos comportando a lo largo de la historia.  Marta se guardaba para ella el papel de madre superiora de un convento y era la que dictaba las normas de comportamiento y a mí me tenía por su secretaria.

 

Todo aquello hacía que en mi cabeza surgiera un mundo nuevo. Tardé muchos años en encontrar algo igual, pues en los libros que entonces estudiábamos eso era imposible.

 

Aquella tarde Marta

nos hizo descubrir lo bello que es contar historias.

 

                                                                   Johann R. Bach

Entré en el más "Chic" de los bares de la Place Clichy, el "Au Petit Poucet"

AU PETIT POUCET (EL PULGARCITO)

 

Aquella tarde invité a Claude a ir al cine.

Casi todas las butacas estaban vacías. Nos colocamos al final de la última fila y amparadas en la oscuridad nos besamos efusivamente mientras mis dedos resbalaban entre sus piernas.

 

Salimos del cine más encendidas

que antes de entrar y sin saber nada de la película. Fuimos a "La Coupole" y al primer hombre solitario que vimos le propusimos el "menage a trois".

 

Se llamaba Charles,

era corpulento y no muy alto, moreno de tez y unos ojos un poco rasgados. Alquilamos una habitación en el viejo hotel frente al Ayuntamiento en la Rue de Batignoles.

 

Charles resultó más tímido

de lo que esperábamos y tardamos bastante en poner sus genitales a punto. Pero finalmente resultó ser más potente de lo que creíamos y nos dejó satisfechas a las dos.

 

Me causó tan buena impresión

que le pedí el teléfono. De momento no me lo quería dar, pero finalmente cedió diciéndome que cuando llamara lo hiciera al mediodía porque trabajaba de noche y por la mañana dormía teniendo solamente libre las tardes.

 

Aún sentía en mi boca

el sabor de Charles y volví a sentir las mariposas en mi vientre. Lo llamé y conseguí que aceptara otra "sesión". Me arreglé para acudir puntualmente a la cita. Cuando nos encontramos me besó tiernamente en los labios. Se ofreció para pasar la noche entera si era necesario.

 

Volvimos a ir al hotel de la Rue de Batignoles.

La noche se presentaba fría. La calle estaba casi desierta pues seguía lloviendo torrencialmente. Charles me besaba como si yo fuera una bendición del cielo. Al principio no pensé en que si trabajaba de noche cómo era posible que estuviera conmigo toda la noche. Me lo aclaró inmediatamente.

 

Los fines de semana no trabajaba.

Por la mañana después de amarme numerosas veces, con lágrimas en los ojos se confesó: No trabajaba de noche. Iba a dormir a la cárcel. Durante el día gozaba de libertad condicional. Para ganarse algunos francos se ofrecía a mujeres, pero era una actividad que no era de su agrado.

 

Volví muy pensativa a casa

cuando aún no eran las ocho de la mañana. A esa hora en París no se puede hacer otra cosa que tomar un café porque los bares están repletos de gente que va a trabajar y

 

aún no se han desperezado de la resaca

del viernes a excepción de los bares del Bd. Des Batignoles donde los sábados por la mañana se montan las tiendas del mercado. En esos locales se presume de hacer un buen café fuerte.

 

Entré en el más "chic" de los bares

situado en la Place Clichy, el "Au Petit Poucet". El servicio de cafetería y panadería de ese bar es excelente y el olor característico de la mañana parisina se extiende desde su terraza e impregna todo el aire y se tiene la sensación que todos los taxis del mundo evitan desfilar por delante de su toldo.

 

Esa esquina soporta además

el paso de peatones más concurrido del barrio; sólo un vado lleno de baches protege a la calle en ese rincón de las riadas que bajan desde el cementerio.

 

Estuve durmiendo hasta el mediodía.

Un transportista de la casa de muebles me despertó y descargó –con algo de natural retraso- la maravillosa mesa donde yo pensaba escribir con un poco de tranquilidad.

 

Había parado de llover

y el pintor volvió para reanudar su trabajo en la puerta de casa. Aproveché para ir a comer al Restaurant "Le Corse" en la Rue L'Amiral de Roussin.

 

Volví a llamar a Charles.

Su confesión de que era un condenado me creaba una mezcla extraña de sentimientos: morbosidad, deseo sexual irreprimible; y, un miedo atroz a las consecuencias de una posible amistad con un (ex)delincuente.

 

Me cité con él,

pero a última hora, decidí darle plantón. Yvette me llamó por teléfono y su dulce voz tranquilizó mi alma. Volví a ir al cine con Claude. Vimos la misma película, pero esta vez estuvimos atentas a la pantalla. Creo que ella necesitaba tanto como yo distraerse.

 

No volví a ver más a Charles.

                                                   Johann R. Bach