¡PETRÓLEO!
¿A TIEMPO DE HUIR DE LAS ISLAS?
LA ESPUMA DE UNA OLA SEÑAL DEL SIGLO
Desde el fondo del mar
subió una voz. Echada en espuma a los cielos fue la señal
¡Por fin!
Una multitud
con su propia palabra llovida; húmedo el tendón, el seso vivo en el vivo espesor del número.
Densa como los número reales
clamando con una sola voz.
Ya no se trata de la belleza de dos niños
que hablan mientras otro llora a lo lejos.
Canciones de amor
en dos millones de bocas dirigiéndose a todos, a todos aquellos que aún duermen.
Es una imagen elevada
por un canto entusiasta de alegría.
Ya me había cansado
de usar palabras como pelvis, encía, tiroides, circunvolución del hipocampo y jugar con conceptos algo-neuro-distróficos.
Ahora me siento más a gusto
entre millones de flores cicatrizantes: azucenas, ranúnculos, árnicas, caléndulas, bellis perennis, girasoles…
Todas ellas de la familia de las margaritas
se han levantado contra las humillaciones -cada una con su propio idioma- y queriendo tomar el cielo por asalto gritan:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Johann R. Bach
A LORENA
Hola mi amor
no te hagas mala sangre por haberte dedicado un blues y hazte, cuando vayas a la playa un mar de sangre natural.
Sólo hace un año
que mis válvulas empezaron a fallar cuando saliste de mi corazón.
Me dices que lloras
con profusión a través de tus grandes y simétricos ojos, con la boca apretada por la rabia, por haberme alejado de tu lado.
Deja de apretar tu labio
pues se te va adelgazar aún más y tu código de barras podría aumentar.
Hazme el favor,
busca una boca simple para besarme, para mirarme, para cubrirme de sonrisas.
Si no puedes sal de mí.
Como un humo sal de mí.
Tengo frío y ya no tengo el fuego de tu voz. Siéntate sobre la misma línea del Ecuador,
en las nubes sin agua,
que me acompañan y lánzame la luz de todo tu bello país de forma que nunca pueda decirte adiós.
¿Quién sabe si por los cielos
has de volver como yo: cómo con las dos manos yo te besé?
Hazte Lorena por dios,
si vas al mar, un cuerpo de sangre natural, pues los mortales encajamos mal con una diosa del amor.
Johann R. Bach
A ti, mi amor, también te ha de llegar
un momento en la vida en que serás una extranjera entre la gente que te rodea. Nadie aplaudirá el que hayas dormido sobre la tierra que ahora pisan tus hijos.
Nadie agradecerá los esfuerzos
hechos para hollar la senda que ellos han de seguir.
Imagino el vértigo que debes sentir
ahora al lanzar miradas al pasado desde esa tumultuosa fiesta de tus recuerdos ese mundo desconocido por todos en el que nuestra imaginación jamás puede llegar a recrearse.
Yo ya estoy, mi amor, confinado,
en mi jaula de oro, a pensión completa, de incógnito, a salvo de las miradas de antiguos adversarios vencidos, familiares y amigos.
Mesa, cama y tinta en abundancia
bastan a mi espíritu que está en vela, que toma el bolígrafo para que comparezcan mis horas pasadas.
El balcón abierto de par en par
me permite asomarme a la calle como se contempla la luz serena que ilumina un cuadro de terrazas abarrotadas. El aroma del café mezclado con risas y tabaco sube a hacer compañía a los alegres helechos y a mí mismo.
Salgo sólo por mañana a tomar un café.
En el bar todos me saludan don los honores del primer cliente del día; por la noche, cada vez menos: los que me ven a la luz del día, se comportan como un caballo asustadizo que no responde al freno de la boca.
Es el fruto de la incoherencia de mi destino.
Las tormentas, sobre todo en mis mejores momentos lúcidos, no me han dejado a menudo otra mesa de trabajo para escribir que el escollo de mi naufragio.
Yo no necesito culminar
con mis últimos escritos una obra como pretendidamente lo han de hacer los escritores. No necesito releerme en busca de un ritmo más vivo o temperado, de un andamiaje más firme, de una acuñación más precisa.
Sólo necesito, mi amor,
que me ayudes a explicar que me dediqué a escribir porque intentando ser como los otros fracasé y, que, parafraseando a Rilke, sólo tú fuiste real.
Johann R. Bach