11 jun 2016

Allí sentado sentía pausadamente en la tristeza de las cosas.


LA LUNA ES SALVIA Y ESTAÑO INTENSO

¿En qué pensabas –le preguntó Agnés-
mientras esperabas a que cayera la noche?

Lou contestó despacio,
como si no estuviera seguro de su memoria: Cuando oscurecía, sentado en un banco, pensaba en la mujer que amaba, pero pronto su rostro se ocultaba; sentía como el vacío, a su vez enfermo, comenzaba a llenarse de niebla.

-¿Cómo podías estar tanto tiempo allí sentado
y qué esperabas que pasara con el simple transcurso del tiempo?

Allí sentado sentía cómo el aire entraba libre en mis pulmones y sentía abundante espacio a mi alrededor. ¿Quién sabe cuánto tiempo debe transcurrir antes de que se deterioren los frágiles huesos de una mariposa? La respuesta no está flotando en el viento: una milésima de siglo. Allí sentado sentía pausadamente en la tristeza de las cosas.

Hay que admitir –dijo Agnés-
que la poesía no es soberana en todo lugar. Te habrás fijado por ejemplo que en esta Casa de Huéspedes invitamos a la Libertad a sentarse con nosotros en la cena de todos los viernes. Su lugar en la mesa permanece vacío, pero el cubierto sigue puesto.

Yo también fui muy crítica durante mi juventud:
La idea de la reposición de las piezas de usura de una máquina dio origen a los implantes dentales. Querían hacernos creer que nuestra boca podía ser eterna.

Su perfeccionamiento derivó
en la implantología de minúsculos chips en el cerebro. Ha llegado ya a estar lleno de máquinas microscópicas hasta estallar. ¿Podrá todavía garantizar la existencia del riachuelo de sueño y evasión?

No me gusta un pelo
ver como el hombre con paso de sonámbulo, camina hacia las minas anegadas con alcohol, guiado por el canto de los inventores… Mi esperanza se sustenta en pensar que

la luna es salvia y estaño intenso.

                                                                               Johann R. Bach


10 jun 2016

Me consta que Cejasblancas temía a las tijeras capaces de recortar indefinidamente el espacio


ERMESSENDA DESCRIBE A CEJASBLANCAS

Esos apuntes amiga Cassia,
sobre Cejasblancas, los escribí cuando la televisión, en todos los países, aún ocultaba los efectos devastadores de la energía nuclear: miles de cuerpos aniquilados en décimas de segundo, cientos de miles de cuerpos con la piel quemada y el corazón arruinado, millones de personas tragándose el miedo como alimento…, la humanidad entera buscando palmeras bajo las cuales poderse refugiar.

Yo también corrí detrás de mi palmera.
Al principio me detuve bajo un rascacielos en Nueva York, miré sus ventanas alumbradas. Me di cuenta de que el sol no desaparecía como en la penumbra de la calle; entraba en el rascacielos para darles vida. Pero, más tarde, ya de madrugada, tenían el aspecto de haber vomitado hombres-caléndula que se cierran sobre si mismos cuando el sol se oculta.

Cejasblancas hablaba a menudo,
como lo hacía Niko de vez en cuando, de cortar las anclas de sus arterias e insistía en que su corazón de aluminio rojo –como en otros cardíacos- se abría en la noche para dejar escapar el miedo a las agujas, a los objetos cortantes y a los vapores venenosos que se le fijaban en las papilas gustativas con gusto a almendras amargas, a cianuro letal.

Me consta que Cejasblancas temía a las tijeras
capaces de recortar indefinidamente el espacio hasta dar con la forma del universo. Su corazón asustado miraba desde su terraza la lluvia de noche y esperaba, hambriento, hasta el amanecer cuando alguno de sus hijos, apiadándose de él le subía por un pequeño montacargas de cocina un tazón de sopa. La cuchara olía a colonia femenina y sus labios ardientes la besaban antes de tomar la sopa.

Aquellas imágenes me persiguieron
hasta que pasó aquello de Chernobil. Desde entonces veía en las máquinas de freír pollos a l'ast aves con ojitos de celofán abriendo su pico. La Nueva Luz del Mundo ya no me pareció llena de caramelos. Cegadora de ojos, va quemando los corazones antes de ser fagocitados por otros corazones de cobalto. Las pupilas caen muertas y ruedan por el suelo de alquitrán no-biodegradable.

Al despertarme,
desde que pasó aquello de Chernobil, lanzo un grito que ha de caer en el espacio como sirena de ambulancia. No. No es que esté loca, son estas ganas de explotar antes de apagarme achicharrada yo también, aunque por ahora me mantengo bastante bien entre la elasticidad y permeabilidad magnética de este campo bluetooth en el que aún mis palabras pueden brillar.

                                                                   Johann R. Bach

9 jun 2016

esa frilosidad viscosa que está más allá de las estaciones,


FRÍA ES LA MADRUGADA

Es fría la madrugada, Agnés.
Tengo la sensación de que el frío me recubre los huesos por debajo de mis escasas carnes, aislándolos, enfriándolos para siempre.

Siempre es fría la madrugada, Agnés,
siempre lo será y estaremos enfundados ya para siempre en esa frilosidad viscosa que está más allá de las estaciones, como si hubiese otras estaciones que no fuesen la estación del frío,

estaciones sin cambio
porque en todas la sangre va corriendo por encima y por dentro de los huesos sin llegar a calentar ninguno pues el frío titanio y los cúmulos de bauxita absorben cualquier incremento de calor: Es la primera Ley de la fatídica Termodinámica.

Por eso, Agnés, te aconsejo
que no sigas aquí en la sala de estar a no ser que esperes a que regrese Lou. Aún es de noche y aún la noche no ha acabado su trabajo. Hay sitio, es cierto, en todas las Casas de Huéspedes -y, naturalmente en esta también- para insomnios.

Así que si quieres esperar a que regrese Lou
te aconsejo que lo hagas cerca de la lumbre y que tengas paciencia pues tengo entendido que Lourenzo tiene miedo de llegar antes de tiempo a los sitios.

                                                                                Johann R. Bach

7 jun 2016

Arriba, en el cielo, el sol y las aves del Paraíso se bañan en un universo de luz


DETALLES DEL MAR DESDE EL FARO

Como una figura pétrea de arqueadas cejas
miras, distraída, desde lo alto del pequeño acantilado del faro, como si estuvieras viendo ángeles desatando los cielos del amanecer.

La olas se acercan hacia la playa
como un rebaño de potros, desplomándose con un lírico rumor sordo que probablemente, Homero registró en su memoria.

Cansadas de su largo cabalgar
se ponen a temblar y finalmente, como un amor imposible, se estrellan contra la pendiente de arena gruesa en medio de un bisel de blanca espuma. 

Entre el equinoccio de primavera
y el equinoccio de otoño las aguas del mar corren al trote y las abejas zumban alegres en las ramas y repican los grillos en la oreja de un niño.

Arriba, en el cielo,
el sol y las aves del Paraíso se bañan en un universo de luz ante millones de atónitos párpados arrugados.

Como una figura pétrea de arqueadas cejas
miras, distraída, desde lo alto del pequeño acantilado del faro, como si estuvieras viendo ángeles desatando los cielos del amanecer.

                                                               Johann R. Bach


Tot en aquesta Casa d'Hostes -conclou Clementine en el seu pensament-, té un començament agre,


UNS ENTREN, SURTEN ALTRES

El telèfon podia sonar en qualsevol moment,
però ningú dels que estaven sopant aquella nit a la Casa d'Hostes faria cas de les insistents timbrades llevat que no fos la tercera trucada.

Clementine estava fins a cert punt feliç
de veure que a La Casa convivien plàcidament nou ànimes solitàries, resignades, sí, però amb un raig d'esperança als ulls com si el Nou Temps estigués a les Portes de París. Enrere havien quedat els dies en què la seva paga de funcionària havia estat l'única entrada de diners a La Casa. El record d'aquells tres horribles dies que va passar a terra, inconscient, fins que el silenci sepulcral va alertar els veïns.

Buscava, és cert,
minuts a soles per mirar la foto del seu últim marit, per tancar els ulls i resar -de vegades ràpidament- un parenostre abans que les veus dels hostes o la música de Chopin que sonava contínuament a La Casa tornessin a cridar la seva atenció. Aquella música de piano que tant agradava a Cassia tendia un fil d'amor cap a la llum, una sendera de pau i de descans. Després, hores més tard, el silenci creuava les albes trencades. Avançat ja al matí, entre l'aroma del cafè, acabat de fer, tornava a les seves feines sentint-se útil, serena, estranyament feliç.

Ara, durant els sopars
sentia, plaentment, com els hostes discutien, reien -i en algun cas ploraven- s'abraçaven o xocaven les mans en senyal d'acord en tornar-se a perdre com les aigües lliures d'un altiu aqüeducte. Els matins també eren blancs i sorollosos mentre tots guardaven tanda a la cuina per recollir la seva tassa de cafè i les torrades untades amb mantega disposades per recollir la seva dosi de melmelada de taronja amarga.

Durant aquells esmorzars
Clementine s'asseia prop de la finestra i mirava llarga estona els rostres dels seus hostes i en la seva ment rememorava els dies en què cada un d'ells havia arribat a La Casa. Uns entren, surten altres -pensava-, en parella o solitaris, de camí o de tornada. Només ella -aquesta era la seva impressió- quedava dins quan la tarda tancava les portes de La Casa com les d'un vagó de tren que arrenca per al seu destí. Que fàcil hauria estat -musitava mongilment- trobar-te aquí, tenir un racó al menjador a on tornar a seure després de molt de temps. Però tu ets viu en algun lloc del Món de la nostra joventut i jo ja no sé si encara els planetes giren al voltant del sol.

Tot en aquesta Casa d'Hostes
-conclou Clementine en el seu pensament-, té un començament agre, després s'endolceix amb l'amistat dels que aquí conviuen perquè no defalleixis i més tard, inevitablement, l'amargor s'apodera dels nostres cors per excés de fel ... I així fins que el telèfon soni tres vegades consecutives en la mateixa nit, encara que temps hi haurà perquè Cassia acabi els seus dibuixos i Ermessenda completi els seus relats.

                                                                                         Johann R. Bach

Todo en esta Casa de Huéspedes –concluye Clementine en su pensamiento-, tiene un comienzo agrio,


UNOS ENTRAN, SALEN OTROS

El teléfono podía sonar en cualquier momento,
pero nadie de los que estaban cenando aquella noche en la Casa de Huéspedes haría caso de los insistentes timbrazos a menos que no fuera la tercera llamada.

Clementine estaba hasta cierto punto feliz
de ver que en su casa convivían apaciblemente nueve soledades, resignadas, sí, pero con un rayo de esperanza en los ojos como si el Nuevo Tiempo estuviera a las Puertas de París. Atrás habían quedado los días en los que su paga de funcionaria había sido la única entrada de dinero en La Casa. El recuerdo de aquellos tres horribles días que pasó en el suelo, inconsciente hasta que el silencio sepulcral alertó a los vecinos.

Buscaba, es cierto,
minutos a solas para mirar la foto de su último marido, para cerrar los ojos y rezar –a veces rápidamente- un padrenuestro antes de que las voces de los huéspedes o la música de Chopin que sonaba continuamente en La Casa volvieran a llamar su atención. Aquella música de piano que tanto gustaba a Cassia tendía un hilo de amor hacia la luz, un sendero de paz y de descanso. Luego, horas más tarde, el silencio cruzaba los amaneceres rotos. Entrada ya la mañana, entre el aroma del café recién hecho regresaba a sus quehaceres sintiéndose útil, serena, extrañamente feliz.

Ahora, durante las cenas
sentía placenteramente como los huéspedes discutían, reían –y en algún caso lloraban-, se abrazaban o chocaban las manos en señal de acuerdo en volver perderse como las aguas libres de un altivo acueducto. Las mañanas también eran blancas y ruidosas mientras todos hacían cola en la cocina para recoger su taza de café y las tostadas untadas con mantequilla dispuestas a recoger su dosis de mermelada de naranja amarga.

Durante aquellos desayunos
Clementine se sentaba cerca de la ventana y miraba largo rato los rostros de sus huéspedes y en su mente rememoraba los días en que cada uno de ellos había llegado a La Casa. Unos entran, salen otros –pensaba-, en pareja o solitarios, de camino o de vuelta. Sólo ella –esa era su impresión- quedaba dentro cuando la tarde cerraba las puertas de La Casa como las de un vagón de tren que arranca para su destino. Qué fácil hubiera sido -musitaba monjilmente- encontrarte aquí, tener un rincón en el comedor a donde volver a sentarnos después de largo tiempo. Pero tú estás vivo en algún lugar del Mundo de nuestra juventud y yo ya no sé si todavía los planetas giran alrededor del sol.

Todo en esta Casa de Huéspedes
–concluye Clementine en su pensamiento-, tiene un comienzo agrio, luego se endulza con la amistad de los que aquí conviven para que no desfallezcas y más tarde, inevitablemente, la amargura se apodera de nuestros corazones por exceso de hiel… Y así hasta que el teléfono suene tres veces consecutivas en la misma noche, aunque tiempo habrá para que Cassia termine sus dibujos y Ermessenda complete sus relatos.

                                                                                      Johann R. Bach 

6 jun 2016

Te desafío, a tirarte de la médula



PÁLIDOS GEMIDOS

Te desafío, a tirarte de la médula
y enderezar tus pálidos gemidos.

Sí... Hasta que volvamos sosegados,
con el aliento planeando en nuestras bocas,
con puños de sexo y locura.

Sí… Hasta que volvamos hambrientos de más.

                                                   Johann R. Bach

5 jun 2016

Des de llavors veia en les màquines de fregir pollastres a l'ast aus amb ullets de cel·lofana obrint el seu bec.


ERMESSENDA DESCRIU CELLABLANCA


Vaig escriure aquests apunts
sobre Cellablanca, amiga Cassia, quan la televisió encara ocultava en tots els països els efectes devastadors de l'energia nuclear: milers de cossos aniquilats en dècimes de segon, centenars de milers de cossos amb la pell cremada i el cor arruïnat, milions de persones empassant-se la por com a aliment ..., la humanitat sencera buscant palmeres sota les quals poder-se refugiar.

També jo vaig córrer darrere la meva palmera.
Primer em vaig aturar al peu d’un gratacels a Nova York, vaig mirar les seves finestres il·luminades i em vaig adonar que el sol no hi desapareixia com en la penombra del carrer; entrava als gratacels per donar-los vida. Ja de matinada, però, tenien l'aspecte d'haver vomitat homes- calèndula, que es tanquen sobre si mateixos quan el sol es pon.

Cellablanca parlava sovint,
com feia Niko de tant en tant, de tallar les àncores de les seves artèries i insistia que el seu cor d'alumini vermell -com en altres cardíacs- s'obria a la nit per deixar escapar la por de les agulles, dels objectes tallants i dels vapors verinosos que se li afixaven en les papil·les gustatives amb regust  d’ametlles amargues, de cianur letal.

Em consta que Cellablanca temia  les tisores
capaces de retallar indefinidament l'espai fins a trobar la forma de l'univers. El seu cor espantat mirava, de la terrassa estant, la pluja en la nit i esperava, afamat, fins a l'alba, que algun dels seus fills, tot apiadant-se d' ell, li pugés un bol de sopa per un petit muntacàrregues de cuina. La cullera feia olor de colònia femenina i els seus llavis ardents la besaven abans de prendre la sopa.

Aquelles imatges em van perseguir
fins que va passar allò de Txernòbil. Des d’aleshores ençà veig, en les màquines de fregir pollastres a l'ast, aus amb ullets de cel·lofana obrint el  bec. La Nova Llum del Món ja no em sembla plena de caramels. Encegadora d'ulls, va cremant els cors abans de ser fagocitats per altres cors de cobalt. Les pupil·les cauen mortes i rodolen pel terra de quitrà no-biodegradable.

En despertar,
des que va passar allò de Txernòbil, cada dia de bon matí, faig un crit que ha de caure en l'espai com sirena d'ambulància. No. No és pas que estigui boja; són aquestes ganes d'explotar abans d’apagar-me socarrada jo també... encara que, per ara, em mantinc bastant bé entre l'elasticitat i la permeabilitat magnètiques d'aquest camp bluetooth en el qual, encara, de moment, les meves paraules poden brillar.


                                                                                        Johann R. Bach