31 ene 2015
Con tecnología o sin ella, llegaremos, sin duda, al Ápex.
París ya flotaba en tu mente como un mar brillante
LAS PUERTAS DEL MONASTERIO
Todo estaba ocurriendo sin ruido,
tus suspiros subían hasta el techo del mundo, sin cansancio que suprimiera tu inquietud.
Tan pronto sentiste cómo las puertas del monasterio se cerraban a tu espalda apareció el gozo de estar libre y sola en la noche donde uno puede esconderse.
París ya flotaba en tu mente
como un mar brillante y sus bulevares como arterias por las que circula la voluntad de algunas mujeres tenaces.
Sentías que deberías dar pasos largos
para atravesar ese desierto de conceptos, para imitar otra música, pues la Superiora solía decirte que se puede ir más rápido cuando se está rodeada de indiferencia:
Entonces una debe encontrar
su camino en medio de extraños rostros en los que la mirada se ahoga.
Una nube mojaba
con sus gotitas tu cara y tus manos flotaban en el aire; las lucecitas ya lejanas del Monasterio te tranquilizaban: conocías bien que en su interior todas dormían como si todo fuera un sueño pesado que se abre hueco en la tierra.
Poco a poco
notabas que el aire se volvía más ligero y el ruido del motor de un automóvil a lo lejos te sonaba como el fluir de un arroyo. En él venían tu hermana y su compañero a rescatarte, inútilmente de la noche.
El campanario invisible ya,
empezó a dar la hora. Las puertas del Monasterio se cerraban para siempre tras de ti.
Tal vez el mundo resucitará.
Las doctas cigüeñas especialistas en repartir paz entre los campanarios podrían volver a vigilar las tardes.
Detrás de la lluvia
podría haber otro cielo donde unas voces más dulces subieran un recuerdo en vez de una oración.
Johann R. Bach
Por la tarde vino a buscarme para llevarme al colegio.
EN CADAQUÉS TODOS ÉRAMOS RICOS
Oí un día
cómo una vecina le decía a mi madre: Hay que tener cuidado con Marta. Es peligrosa, porque su familia es rica y no hay forma de hacerla entrar en cintura.
En mi cabeza daba vueltas esa palabra
que podía significar pelirroja, peligruesa… o cualquier cosa menos considerar que Marta Guillamon fuera un peligro.
Por la tarde vino a buscarme
para llevarme al colegio. Aunque yo ya tenía siete años y sabía ir solo hasta la escuela mi madre agradecía a Marta que me recogiera a mí y a mi hermana, pues
mi hermano mayor no quería hacerse responsable
de lo que pudiera pasarnos en el trayecto hacia la escuela. Un rasguño, un simple moratón por una caída podía suponerle un castigo.
Aquella tarde le expliqué a Marta
lo que había oído respecto de la riqueza de su familia. Se echó a reír.
Aquí –nos dijo-, en Cadaqués, todos somos ricos.
Cuando nacimos nos pusieron las riquezas del mar a nuestros pies. Mirad esos cangrejos
No nos quitan ojo.
¿Qué ven en nosotros? Os lo diré: ven toda una corte de damas y princesas…, reyes y nobles a los que admiran.
¿No es divertido ver
cómo retroceden ante una simple caña? Nosotros tenemos cañas, somos ricos.
Escuchad entre ola y ola.
Por un momento se paran las rocas a escucharnos porque nuestras voces les suenan como una música diferente a la sonata del mar.
Nosotros tenemos voz. Somos ricos.
Mirad esas nubes detenidas
ahí arriba como barcas de pesca porque el viento ha amainado. De un momento a otro enrojecerán en este inmenso cielo azul.
Tenemos un hermoso cielo sobre nosotros.
Más tarde, como todos los días -en los que no llueve- se llenará de estrellas brillantes.
Tenemos un cielo para soñar.
Somos ricos. Con los años nos podemos hacer aún más ricos: podemos aprender a leer y escribir que no es poco.
Sólo son pobres aquellos
que no ven lo mismo que nosotros; que ingenuamente creen que la riqueza se encuentra en los metales.
Desconocen cuan tóxicos son
el oro, la plata, el platino…; también el cinc, el aluminio, el selenio, el mercurio, el cobre…
Son codiciados por sus propiedades físicas,
pero por ello son peligrosos y hay que mantenerse a cierta distancia, mientras que
la fuerza de nuestras voces
es la fuerza del saúco, amarga y plena, ascendente por el triunfo de su flor blanca, crecida en los márgenes de una tierra que despreciamos por no servir para ser cultivada.
¿Quién puede resistir su expandida dulzura?
¿Quién finalmente se opone como a ella a recibir un beso?
Mirad esas blancas flores:
En todas partes y en ninguna instala el saúco con pobreza su nieve corrupta: es su fuerza
La fuerza de una corriente desatada
de bayas negras que sepulta la tierra de la luz. Nosotros tenemos esos frutos para sanar el corazón. Somos ricos.
La verdad es que no entendimos nada,
pero sonaba bien aquello de que éramos ricos.
Johann R. Bach
30 ene 2015
Llueve y hace frío, pronto comenzará a nevar
29 ene 2015
todos necesitamos un hombro amigo, un animal de compañía o un libro
¡Oh noche!
28 ene 2015
en los imbornales, desaparecieron hace tiempo las cenizas.
BAJO EL CIRUELO JAPONÉS
Cada invierno me cuesta más recordar
cómo aquel hombre que ignorando que yo le estaba observando desde el balcón,
indolente, pisaba unas diminutas ciruelas
que en la esquina de la calle manchaban de rubí revolado.
Así parece, a veces, perder la poesía
sus días de esplendor, al superar ese minuto en que la luz y el miedo se abrazan,
y todo es certidumbre, y anochece.
El aire negro
cubre el vehículo de limpieza que riega con agua desde el centro de la calzada y se confunde con la oscuridad del alquitrán.
Todo para que en un rincón
lleno de plásticos las ciruelas bordes malversadas llenen de olvido momentos de placer mientras crecían junto al resto de los frutos.
La tarde caía lenta,
y el hombre sin saber muy bien qué hacer con tantas ciruelas derramadas se ponía la máscara pálida que indicaba su añoranza;
su amada –le cuesta admitirlo- no vendrá,
porque ya, sin retorno, la luz de la vejez hará brillar aquella esquina perdida para siempre.
Y, es que en los imbornales,
desaparecieron hace tiempo las cenizas.
Abandonado de amor,
aquel hombre parecía haber caído en un espacio único de siete dimensiones que lo contiene casi todo y
no tendrá otro mar
en la incertidumbre y el esfuerzo: en exceso ha esperado, ocupando la escindida esperanza que rompe contra la calle nocturna,
donde no recuerdan su nombre.
Johann R. Bach
27 ene 2015
lamentándome de haber olvidado tu regalo de aquellas lluvias de estrellas
PALACIO DE LAS PALABRAS SECRETAS
¡Oh noche!
Heme aquí ante ti Diosa de las Tinieblas
en éxtasis de bosque, con el delirio en las sienes;
entre flores,
exhaustas de su propio aroma y mis ojos entre los ojos de tus estrellas y mis labios llenos de sal entre las olas.
Heme aquí, postrada
en esta vigilia junto a un mar sin luz, separada de cuánto no me amó y abandonada por aquellos que sí me amaron.
¡Oh noche!
Ante ti vengo a llorar
cuando ya nadie quiere ver mis lágrimas, cuando de mi pecho ya no surge más que resentimiento y sangre desprendida de viejas cicatrices.
Aquí me tienes después del crepúsculo
perdida entre brumas que gimen como espirales de caracolas vacías;
lamentándome de haber olvidado
tu regalo de aquellas lluvias de estrellas de tantos agostos envueltas en tomillo y romero.
¡Oh noche!
Rosa de rosa rosa
que abrazas lo intocable y lo real, levanta tus vientos de tramontana y arrástrame
como a las joyas
hacia la luz violeta pues cuando llegue la hora de las amatistas quisiera ser una de tus sombras elegidas para construir tu Palacio de Palabras Secretas.
.
Johann R. Bach
26 ene 2015
Estaba ebria de gozos:
¿Sabes? Me gusta tu culo y me gusta tu pensar;
25 ene 2015
Aquí me tienes suplicando que quieras concederme ese brillo gris metálico que se pasea junto a la playa,
A PUNTO DE AMANECER
¡Oh noche!
¡Qué bien combinas tiniebla y claridad!
Ser y no ser unidos en el color gris moteado de magenta donde la mezcla levanta sus castillos de sombras sin sonido, la espera paciente del amanecer.
En las sombras de platino,
lo negro se reviste del fulgor de tus estrellas para acercar su rostro hacia las alas de las aves que rozan, tan pronto clarea, las almenas de la niebla.
¡Oh noche!
La mezcla nos confunde
en su calor de transparencias que se agregan sólo en superposición de movimientos y de inmovilidad asimétricos.
Las escaleras cromáticas
gimen cuando el alma desciende por su sombra hacia lo mineral o sube por sus escalones de mármol hacia la sombra que finge ser un ángel entre anillos.
¡Oh noche!
¡Qué bien atas la luz a la oscuridad!
La anudas como el silencio, o como la palabra sorda de los siglos entre las yuxtaposiciones de los tiempos pensados o vividos solamente.
Aquí me tienes suplicando
que quieras concederme ese brillo gris metálico que se pasea junto a la playa, ese espacio que separa el campo de olivos de tus sienes y su música.
¡Oh noche!
Sabes que sueño con oírte decir:
"Te concedo lo justo entre los ojos, lo justo entre los labios y lo solo entre las manos tristes del ocaso".
Johann R. Bach