13 jul 2013

¿Quién no disfruta de amar o ser amado?

NO ME GUSTÓ LA PELÍCULA

 

Ayer fui al cine,

por tres veces estuve a punto de dormirme. Ella queda como una mujer que emplea ocho horas al día a quejarse y a reivindicar una mejor posición en el mundo. Él, finalmente, el auténtico intelectual que le perdona a ella todas sus locuras.

 

Se pretende mostrar una pareja de su tiempo

(un tiempo estadounidense que nunca existió) de unos cuarenta años de edad, divorciados ambos. Los dos emplean un lenguaje intelectual, refinado, inteligente, lleno de buen humor; es decir, propio de una pareja de setenta años perteneciente a la élite parisina (la envidia de los estadounidenses).

 

No comprendo esa manía

de dejar a la mujer como un trapo de cocina. ¿No salvó Ariadna la vida de Teseo con su astucia y su amor?¿No salvó Hipermnestra a Linceo? ¿No se ha dado el caso de ejércitos en peligro, en tierra extraña, salvados por la amistad de algunas Señoras hacia sus capitanes?

 

Todas esas historias surgieron

de una natural tendencia al Amor que todos llevamos en nuestra impronta (esa cosa que tan AnoDiNamente se denomina ADN o DNA en inglés). A todos nos gusta que brille y se aprecie cuánto nos atrae.

 

¿Quién es el que no disfruta

amando o siendo amado?

 

Sin hablar de Misántropos

y otros Topos ocultos bajo tierra

 

amortajados en sus extravagancias

a los que por mi parte concedo toda la libertad de no ser amados, puesto que no les place amar.

 

Si me lo permitierais os los describiría,

como veo que hacen los ornitólogos de talento con una "rara avis". Sí, sí. No puedo callarme: os diré algo rebuscado en el fondo de ese gran baúl de Google:

 

Son gentes sombrías y taciturnas,

sin chispa, sin gracia. ¡Vamos! Lo contrario que Iosune que siempre sonríe. Son gente sin gracia ninguna en el hablar, de voz ruda y ojos bajos, de párpados caídos, con cara de mal agüero, medrosos, avaros, despiadados como relojeros-joyeros, ignorantes de todo lo que pasa fuera de su ridículo mundo, y no aprecian a nadie: hombres-lobo y a veces disfrazados de mujer.

 

Cuando entran en su casa,

temen que alguien los esté mirando. Nada más entrar atrancan la puerta, cierran las ventanas o bajan los visillos, comen súciamente sin compañía, con la casa en desorden: se acuestan temprano, nada más terminar la cena y masticando todavía el último bocado.

 

Su despertar es pesado

si no hay dinero al cobro.

 

Se colocan un ancho bonete

tapando los pelos despeinados: verlos resulta más soso que husmear un potaje si sal. Me cansa el describirlos y no me extenderé más.

 

¿Qué os parece?

¿Quién pudo inventar un suave y gracioso lenguaje entre los hobres y mujeres? Sin duda una mujer. Antes de los primeros juicios que se hicieron en Atenas, había ya un modo más dulce de hablar y gracioso que el común del que hicieron uso Orfeo, Anfión, Homero y otros. ¿Y dónde lo aprendieron, sino de la inspiración natural del Amor?

 

                                                                  Johann R. Bach

 

Acurrucado, como guardando mi propio calor

    EL AÑORADO INFIERNO

 

Me tumbé, derrotado,

como tantas otras noches, en el sofá. No osé poner siquiera mi música preferida de jazz de la emisora de Limoges.

 

Era invierno, no me quité los calcetines

ni mi "vrais pull marin" azul aunque liberé un par de botones de los típicos situados sobre el hombro, me eché por encima el abrigo que me acababa de quitar y me dispuse a dormir. 

 

Acurrucado, como guardando mi propio calor,

mis ojos se negaban a dejar de mirar la pequeña colección de  botellas que sobre mis libros reposaban esperando ser lanzadas algún día al mar con un mensaje en su interior al estilo de los viejos náufragos.

 

Sobre la mesa del escritorio

se alzaba el atril con un libro cerrado del que se leía sin dificultad: "El Paraíso Perdido". Me imaginé estar en una playa, desvalido, frente al mar.

 

Oía, como flotando sobre las olas,

los gemidos de una pléyade de fantasmas. No era sino el infierno. Las ondulaciones sobre aquella inmensa masa líquida ya no eran sino los surcos de un campo aún sin segar, quietos.

 

Bajo sus toallas negras,

se les veía bien ordenados como almas en pena que ya no tienen prisa, rabiaban de dolor entre las llamas que surgían de aquel magma mercurial como cociéndose en aceite hirviente.

 

Aquella hoscas figuras

se pinchaban unos a otros emitiendo chillidos estridentes y aterradores como los de las lechuzas en la noche.

 

El resultado era una música ebria y viciada

que se proclamaba a los cuatro vientos por todo lo largo y ancho de aquella playa desprovista de aves y árboles.

 

Sin embargo, en aquel horrible desierto,

una figura alta, enfundada en un albornoz blanco, llamaba la atención de forma que el resto del paisaje se difuminaba como el fondo de un cuadro. Yo sabía que era uno de aquellos fantasmas, pero tenía gracia al moverse.

 

De repente me di cuenta de todo.

¡Los pobres fantasmas habían perdido el buen infierno! con sus malas artes, su envidia, su desmesurada ambición y su odio a todo ser viviente lo habían destruido todo.

 

Aquella femenina figura se sentó

a mi lado. Me explicó su historia:

 

Cuando el color de la miel invadía cielos y tierra,

el diablo venció a las diosas de las estrellas y les arrebató el poder. El país del cielo cayó en manos del diablo y también la gente y otros seres vivos y el infierno;

 

y, cuando bajaba al Inframundo,

se sentaba en el centro y su cuerpo resplandecía mientras contemplaba a todos los fantasmas. Pero ya nada es lo mismo:

 

las picas de tortura han desaparecido

y crece a lo lejos el hyosciamus la hierba del diablo menuda y delicada, miserable y merecedora de compasión. La tierra ha perdido su antigua fertilidad fertilidad, así que el buen infierno se ha convertido en un vagar de almas en pena.

 

Cada vez que lo pienso

se me come la ansiedad pues ya ni lágrimas nos quedan para llorar. Antiguamente llorábamos nuestras penas en un infierno lleno de sentimientos y arrepentimiento. Todo eso se ha perdido.

 

¡Qué placer despertarse en medio de la pobreza¡

Despertar con el estómago casi vacío, preparando un sencillo café, aspirar su aroma, abrir la ventana y oír la música del trino de los pájaros.

 

Los pequeños montones de libros,

casi revueltos, sin ordenar porque aún buscas entre sus páginas aquel Infierno Perdido y Añorado, te esperan como el mejor desayuno de los restos del Gran Naufragio.

 

                                                                             Johann R. Bach

 

Para mí, hasta la luz ha sido tiniebla

ORACIÓN  (Treno en la noche)

 

¡Oh noche!

 

"No te ruego que deshagas la oscuridad

de mi corazón ni de mi conciencia sino en la medida en que eso sea justo para que pueda alabarte, y ver en la Negritud la forma de lo que debe ser bendecido y en lo maravilloso de mi propio espíritu que ya tengo el fuego que sólo Tú has de encender".

 

"No conozco el nombre

o la palabra que exprese mejor el mundo desde el cual a partir de ahora te contemplaré y te adoraré, sumida en la profundidad de un negrísimo mar cuyos abismos son yo misma convertida en mar".

 

"Durante veinticinco años

viví las noches con la misma naturalidad que un niño cuelga cerezas como guirnaldas en sus orejas; y, no te invoco con palabras de alegría porque no tengo el tesoro del que se extrae esa antorcha; sólo levanto hacia ti mis manos de ceniza prematura y el reflejo que mi opacidad pueda dar de tu oscura luminosidad".

 

¡Oh noche!

 

"Para mí, hasta la luz ha sido tiniebla

en tanto no sentí la llamada a correr por los campos, a humedecer mis labios con esas gotitas de agua de vida y a reconocer mis propios suspiros antes del amanecer.
 
Ayúdame a encontrar una oración,
un pensamiento o una palabra que convierta mis recuerdos en sentimientos".
 
                                                                                                    Johann R. Bach

Cómo las ideas, en una antigua barca

                     IDEAS  ANTIGUAS

En una playa tan solitaria

tuviste que pensar en causas ocultas

y en la negación de los accidentes;

 

viste, junto al apoltronado musgo,

un puñado de costillas lavadas y,

cómo las ideas, en una antigua barca varada…,

 

se deshacen.
 
                                            Johann R. Bach

Todo terminaba como siempre...

  EL DESASOSIEGO DE UN SILBIDO EN LA NOCHE

Pasaban días de sombra.

Lentos trenes hacia la triste existencia del norte de Europa llevaban la fatiga del hastío como alas extendidas sobre las estrechas vías.

 

Al acecho la angustia

con su sangrienta gloria callaba, oprimiendo luctuosa los avarientos ojos y el pecho solitario impedía el sueño. Con los climas fríos crecía la incertidumbre, inútil la esperanza, inútiles las quejas del vencido rebelde, el mal que se encona oscuro en las remotas fibras del humano destino.

 

Todo terminaba como siempre,

como después de una guerra: en la impaciencia, en un bulto que es presa de la fatalidad, canto real que sube al cielo indiferente. Todo terminaba en el desasosiego de un silbido en la noche.
 
                                                                   Johann R. Bach

12 jul 2013

Ya no bastan cuatro frases hechas

LLAMAR A CADA COSA POR SU NOMBRE

 

Ya no bastan cuatro frases hechas,

aprendidas de antiguos comediantes, ya no tenemos quince años saliendo de los sueños de la infancia.

 

Dentro de las cancelas cerradas

en la amarilla llama del mediodía -cuando callan las estatuas y los mitos aceptan- las voces se agitan, al principio

 

pura, tranquilamente

 

y después atronadora y rápidamente

en la callejuela junto al bulevar de Pére Lachaise. Descubren de pronto los eternos secretos; a veces -con naturalidad aplastante- son terribles y temibles como tumbas

 

y otras veces de nuevo como tumbas otra vez.

 

Como caricias de lejanos y finos dedos

llaman a cada cosa por su nombre: llaman al agua de la fuente, boca; a los negros y altos árboles, olvido; a la noche entre las rieras, cordón umbilical;

 

llaman a los ojos llorosos, "amiga";

 

a los frescos labios rojos, hojas;

a los dientes amorosos, pesadilla; a los purpúreos lechos de amor, abismos; a las negras aguas del puerto, lámpara; llaman a las anclas enmohecidas, treno del sueño;

 

ponen alas de colores a la triste mirada de Orfeo;

 

en sus manos (de Orfeo) ponen abanicos,

desgarran  sus encendidas faldas, adornan sus cabezas con encajes muy delicados

(en el pecho de Orfeo clavan banderas);

 

echan en el caos de los oráculos, sangre;

 

y, vuelven a llamar a las palmeras tizones;

se detienen con sollozos en la palabra martillo; llaman silencio a las "puertas del Monasterio"; en lugar de muerte dicen, música en las sienes; denominan bosque de la noche a tu corazón y lata y fría tristeza, al invierno.

 

ya no bastan cuatro frases hechas

aprendidas de antiguos comediantes; ya no tenemos quince años saliendo de los sueños de la infancia.      
                    Johann R. Bach     

Capítulos largos de tu vida vividos en minutos

  En los rincones del tiempo 

 

El tiempo en que el tabaco escribía la soledad,

tiempo en que tus padres, tus abuelos y médicos fumaban, murió.

 

Fumaban poco, es cierto,

en pipa o liando sus propios cigarrillos mientras pensaban cómo resolver problemas, descansar o cómo escribir versos opacos de amor.

 

¿Recuerdas? Aquel momento exacto de sentarse,

con los vasos muertos en la mesa, la habitación con sueño y la inquietud dolida de la puerta cerrándose ya por última vez, en aquellas largas noches de viento.

 

A veces, en aquellos rincones del año

el olor de la pipa llegaba a invadir los sitios posibles donde estabas reconociendo su voz sosegada al contar una anécdota o preguntar por ti.

 

Capítulos largos de tu vida vividos en minutos.

 Nunca le preguntaste a tus hermanos por aquel vacío, por aquella impaciencia de estar sin nadie mientras se te olvidaba todo el calor que ahora duele de olvidado.

 

Tú amaste aquella soledad,

pero es dudoso que con ella crecieras. No recuerdas los hilos de esparto que sujetaban los vidrios como un cuadro tras una alambrada, ni conoces más ilusión que el mar cogido en otras manos.

 

Pero también aquí,

también confusamente, vigilada por libros con insomnio, por música elegida, sueles esconderte en la penumbra y habitar en las bodegas del ordenador, buscando una razón para subir más tarde a cubierta, con la luna en este rincón del tiempo.

 

Agradeces el barrio entonces,

al tenerlo delante, adormecido, envuelto en sus sábanas de luz, temible y despiadado en el que no se puede confiar, pero que siempre te abriga con su olor a tabaco y café.

 

Porque de aquellas noches, más allá de recuerdos

o placeres supiste embriagarte de esa moral que aturde cuando amas. Ahora alguien que no conoces apenas, cansado de esperar, seguramente dormido de impaciencia, al respirar te increpa, desde otra habitación sobre tu cama que ya no huele a tabaco ni a alcohol; alguien que espera todavía sujetarse un instante, acariciar un cuerpo en silencio, sin preguntas.

 

 

            Johann R. Bach

La vida para ella no era ni vana ni triste

LA NOCHE ERA PURO AZUR

 

Marta Guillamon siempre pensó

que el mar no era un pozo de agua oscura y negó, en todas las oportunidades que se le presentaron, que los astros fueran simple barro, barro brillante.

 

La noche, para ella, era puro azur

y las estrellas cadmio amarillo fuego intenso cuyos rayos atraviesan el universo llenando los ojos de todas las criaturas que tienen en común la fuerza que les conduce a la perpetuación de la especie.

 

A pesar de versos adversos el mar era

su fuente de vida, el amor, el sueño de los niños, las glándulas, la locura.

 

El día crecía hacia ella como un fuego

lanzado por Febus el dios más cercano a la tierra e inevitablemente, crecía levantándose como una flor de carne celeste.

 

Marta solía decir

que en cualquier estrella había más gotas de luz que granos de arroz en el mundo y que sus brillantes puntos no eran más que las glándulas endocrinas del universo.

 

La vida para ella no era vana ni triste

y si el viento frío podría estar apagando algunos astros que mueren de cansancio en incómodos rincones de la bóveda celeste, la vaga aristocracia que desmaya las cosas bajo unos dedos largos continuará llenando la noche de puro azur.

 

Marta siempre tenía a punto

el ejemplo de ese resabio amargo que los más dulces besos dejan en la boca, el brillo denso que hace cristales de las rocas cuando te dicen lo obvio al oído,

 

la tensión del cuerpo su perfume secreto.

Negro licor. No. Barro.

 

Sí, la sustancia de partida fue el barro

y fue misión de la alquimia de los dioses el transformarlo en cosas blandas como el mar, los árboles y sus frutos,…

 

el amor en la noche llena de puro azur.

                                                                                               Johann R. Bach

 

 

Pasaste como una estrella fugaz

16. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Marcelo)                  

                  

Marcelo

 

Cuando te embarcaste

no pensé que aquélla iba a ser la última vez que mis ojos te vieran. Todo había sido dulce e incisivo al mismo tiempo. En mis dedos tenía aún un recuerdo estremecido: la fina y delicada flor de la hierba mojada de rocío.

 

En la playa,

el silencio que el amor nos pedía y tu mirar no levantaban ningún mal presagio.

 

Pasaste como una estrella fugaz

y la oscuridad, ahora, es más oscura. Dejaste un vacío duro y preciso como un puño que golpea los pulsos, el vientre, las piernas.

 

Me embriagaste de palabras y besos.

Te tuve, me tuviste –aún embriagas- un instante. Conocí otra embriaguez la más corta y la más fuerte a la vez. ¿y ahora?

 

Aquello que yo nombraba

el fruto prohibido tiene un nombre –Marcelo- y un gusto extrañamente familiar. No quiero decir con eso que se parezca a nada de lo que yo había vivido antes.

 

Es una sensación cercana

a la de llegar a un lugar donde estamos convencidos de haber estado, sin que la memoria sepa darnos razón.

 

Y la sensación de maravilla

proviene tanto de esa familiaridad inesperada como de todo aquello que percibimos como desconocido y nuevo.

 

Maldigo a Poseidón

que se te llevó. Y, aun así Marcelo, tus palabras me acompañan como mi propia sombra:

 

La luna se dirige a las Pléyades

quiere ocultarse de la rabia de mis ojos. A punto de amanecer he esperado no sé qué. No me acuesto sola sino con tus huellas en mi piel.

 

                                                                                          Marta Guillamon

 

Me he puesto a leer -uno de mis mayores placeres

 LOS ESPEJOS DE GEORGINA

 

Cuando me trasladé

a casa de Georgina quedé presa como una libélula del aura de los espejos que en ella encontré. Allí todo es un espejo que invade tus ojos, se empeña –te obstinas- en asediar la imagen imprevista.

 

Allí no sólo el agua,

el metal terso, la página blanca, la piedra que conforma sus estatuas, sino también sus manos que imponen su orden en las cosas, la fuga del tiempo y su retorno, siempre imprevisto, el miedo a los pasos que van negando los caminos.

 

Hoy mismo, después de contemplar el espejo,

colgado a mi altura, no para verme sino para buscarla a ella cuando no está en casa, me he estado fijando en las dos luces iguales que presiden su superficie intachable, de la que he logrado desterrar pared y cortinas;

 

y, en mi mente han aparecido

las líneas de un paisaje sin sueño; el aire mismo se ha prestado al olvido de los problemas con mi exmarido.

 

¿Es todavía espejo o es ya fuente?

He tenido la sensación que no quisiera parecerme a alguien que no se atreva a contemplar su propio rostro. He sentido cómo al mirar ese espejo realmente la estaba esperando como un único esfuerzo.

 

Me he puesto a leer

–uno de mis mayores placeres-, y un insecto diminuto se ha parado en el margen de una página; lo aparto sacudiendo la hoja (delicadamente, para no hacerle mal) y casi al instante, de un salto se ha situado allí de nuevo.

 

Parecía como si me invitara

a fijarme en él: era un díptero, todo él de color verde con algunas manchitas amatistas, no doméstico, casi triángulos equiláteros las alas lucían paralelas al papel en que posaba las patitas, me ha recordado a las libélulas.

 

Demasiado abierto,

el cuerpecillo casi tocaba el blanco de la página. Un trazo firme de precioso verde esmeralda, extremadamente sutil, bordeaba las alas transparentes, como celofán cristalino me exhortaban a mirarlas bien para percibirlas mejor, a fijarme en la perfecta simetría de su vivo soporte.

 

Suavemente

intentaba apartar a aquel diminuto ser con la punta del bolígrafo, pero se volvía a instalar tan cerca del libro, sin intentar huir que me pareció que buscaba compañía aunque no fuera yo de su misma especie.

 

He intentado ahuyentarlo

de nuevo con un ligero soplo. Se resistía a marchar. He pensado que era una vida ya sin instinto de conservación, que su final estaba próximo y me he desentendido;

 

hasta sentirla posada

en la parte de mi mano ¡temblor! que yo no veía, la que estaba frente al libro, esperando, toda, el momento de pasar la hoja, la vuelta del tiempo…

 

He continuado leyendo y pasando páginas:

mi escala en el tiempo es otra. Pero nuestros universos son una misma cosa.

 

He vuelto a mirar mi rostro en el espejo, esperando la noche para dar un corto paseo con Georgina.
                                                                                       Johann R. Bach

Embobadas ante tu sonrisa

SAN FERMÍN NECESITA TU SONRISA

 

Marchaste a Pamplona

y esperamos nos envíes alguna postal del San Fermín de este año.

 

Sabiendo que hay relaciones

que atraviesan grandes muros de aire, de kilómetros y kilómetros de ancho, que quedan indefensos, decidiste ¡oh Iosune! No renunciar a voz alguna…,

 

y todas se quedan en tu Blog…

embobadas ante tu sonrisa.

 

Esas voces te llegan,

tiernas como semillas como si un soplo hubiese arrasado los parques que atraviesas ¡oh Iosune! Llenos de gentes que ignoran el nombre puro de la flor que llevas en ese corazón tuyo demasiado grande para este planeta.

 

Alguna de esas voces crecerá

como una semilla humedecida por el rocío de la aurora escribiendo sobre tu piel los poemas de la vida.

 

San Fermín ¡oh Iosune! también necesita tu sonrisa.

 

                                                                     Johann R. Bach

 

Tu ansiedad fue disminuyendo...

          LA  NOCHE  COMO  UN  COMA

 

No osaste abrir los ojos.

Oíste un sonido como cuando se cierra una puerta. No pudiste resistir la tentación: poco a poco fuiste abriendo los ojos y sin saber qué es lo que veías la camilla temblaba y por un momento sentiste como la sangre afluía a tu cabeza.

La barbilla te temblaba.

El miedo se estaba apoderando de ti. Pensaste que habría sido mejor tomarte el café que te sirvieron aquellos malvados.

 

Toda tu preocupación se volcó

en averiguar en qué podías pensar para evitar tener un ataque de pánico. Te concentraste en los pies. Intentaste saber si los sentías y si sentías tambiénlas correas. Aquello funcionó.

 

Tu ansiedad fue disminuyendo. Luego hiciste lo mismo pensando en las muñecas. Fuiste tranquilizándote por momentos.

 

Pensaste en escribir una novela

si salías de aquella trampa. Descartaste pintar un cuadro porque no eras buena dibujante y porque el arte no figurativo no te atraía.

 

Imaginaste un viaje

a una playa placentera. Pensaste en los libros que habías leído. Cuando se te acabaron las ideas de lo que podías hacer volvías  a comenzar las ya aceptadas por tu mente aunque el miedo a que aquello podía ser el final no desaparecía.

 

El "viaje" o lo que te estuvieran

haciendo se te hizo larguísimo, pero insistías en vencer el miedo y los temblores desaparecieron. De vez en cuando unas lucecitas llegaban a tu retina, lo que te daba idea de que te estaban trasladando a un mundo de imposible retorno.

 

La camilla o lo que fuera aquello

que te sujetaba los tobillos y las muñecas vibraba suavemente debajo de tu espalda como si alguien estuviera empeñado en hacerte agradable el paso por aquel oscuro túnel. Tú querías mantenerte despierta porque ansiabas el regreso.

 

Para evitar el sueño

recordaste que de niña tus padres para hacerte dormir te paseaban en coche. Eso es lo que acababa de convencerte que la hipótesis más verosímil era la del traslado al mundo de las tinieblas.

 

Esa sospecha te mantenía lúcida,

recordaste mover tus músculos abdominales voluntarios y apretaste las mandíbulas para cerciorarte que aún en el peor de los pronósticos era posible el retorno.

 

Como si Alguien hubiera leído tu mente

sentiste cómo te cogían la mano y el calor humano empezó, serpenteando por el brazo, a invadir tus sienes y volviste a oír una música como una nocturna de Chopin que se alejaba.

 

Oíste unos chillidos

de sorpresa y miedo como los que se producen bajo los efectos de un terremoto y abriste los ojos. Orfeo, atravesando un oscuro bosque, había logrado rescatarte del Inframundo.
                                                                                                     Johann R. Bach