3 nov 2012

CURRICULUM SURREALISTA. Original de Leo P. Hermes

          CURRICULUM SURREALISTA

 

Quizá sea útil decir

-para algunas personas que se tienen por muy masculinos- que los hombres no somos un "chollo".

 

Para empezar podría decir

por ejemplo, que es difícil encontrar cualidades –contrariamente a lo que manifestaba Platón- entre los hombres, aunque es verdad que, parafraseando a De Gaulle, no los conozco a todos.

 

Ahora que mis años

me permiten reconocer que hubo un tiempo en que fui el kitsch de los dioses. Pero procuré, por todos los medios, no robarle a nadie su antorcha.

 

A pesar de la embriaguez

espiritual y el menosprecio por la vida sencilla, no llegué a ser un Prometeo con su morro lleno de coñac.

 

Mi vejiga –es cierto-

siempre fue débil y ya desde muy joven me inclinaba apoyándome en la pared para poder orinar,

 

por ello nunca dejé entrar en el baño

a nadie y procuré que el ganado vociferante por encima del establo se mantuviera alejado de la casa;

 

y, me acostumbré a oír sus gritos

como si alguien le diera al tambor. Me aparté del arrabal y de Mefistófeles por pisos, mientras todo a mi alrededor se moría de risa.

 

Hice lo que todo hombre ha hecho:

Mearme sobre todas las moscas que se ponían al alcance de mi chorro cuando en el campo regaba con mi orina a cualquier arbusto.

 

Me negué a jugar a las canicas

con los cráneos de la facultad desde el día que presencié el despedazamiento sangriento de una persona atropellada por un tranvía. Soñé con aquellos despojos humanos durante meses.

 

Me aficioné al zumo de frambuesas

en bosques y campiñas y giraba el rostro evitando la mirada al pasar delante de las inscripciones en placas de mármol,

 

el mismo frío mármol

donde se lavaban los cadáveres abandonados que llegaban de vez en cuando al Hospital.

 

Justamente delante del Clínico

holgaban los ociosos bomberos con sus grandes barrigas y contrariamente a lo que predijo el poeta su perro no se quedó junto a la estufa. Y… ¿A quién le importan los perros subvencionados?

 

Por más vueltas que le diera

al paisaje siempre me topaba con la invariabilidad de lo psíquico; y, alguna vez ante los ensayos asociativos del Rector de la Universidad de Barcelona;

 

quería meternos a todos

en un sindicato facha (el SEU) que gestionaba los garbanzos de los garbanceros oficiales. Pretendía que todos comiéramos garbanzos. ¡Garbanzos para todos! Era su consigna.

 

¿Qué podría decir aún…?

¿Mi posición ante lo somático del sistema y lo secretivo de las sinopsis? Alguien duda, a estas alturas, de mi capacidad para negarme a meter en mi cabeza

 

La suma de hechos históricos

narrados precisamente con el discurso de los vencedores –léase falsos- y el montón de pequeños estímulos junto a la acumulación de las discrasias más triviales;

 

o incluso las consecuencias

y problemas de la formación de tipos en la tipología (no la topología como ciencia matemática).

 

En efecto, yo también creí

durante algún tiempo que antes de escribir poesía debía saber física, filosofía, derecho, biología, astronomía, etc. etc., pero pronto

 

aprendí a reírme

de la alegría del dinámico, del basilisco depresivo, de la filigrana del neurótico y de la distinción del bruto que cree que por bien que hagas una cosa siempre habrá un millón de personas que lo hagan mejor que tú (ley matemática contraria al mito de Pigmalión).

 

Tuve mis devaneos con Darwin:

Me fijé en la apacible jirafa, en la bolsa marsupial de los canguros, en cómo amibaba la ameba. Les pedí a todos aquellos animales una sombra de futuro, de su evolución, y no me hicieron caso. ¡Nada! Ni un gruñido.

 

A partir de entonces

los consideré tan bien como a los humanos: todos como figuras deambulantes con buen paso sin mito, engañados, engatusados,

 

personalidad venganza de la creación,

buscadores del bienestar rollizo; metafísica de antítesis latentes, baño de azúcar en bañeras llenas de miel y –Yohimbin 4 DH1-

 

Este es "grosso modo" mi "curriculum"

para ser tenido en cuenta para contratarme o llegado el caso, para despedirme.

                                                                                     Leo P. Hermes
                                                                          www.homeo-psycho.de

 

(1)     Yohimbin 4 DH: Medicamento homeopático que refuerza la libido.

2 nov 2012

PALABRAS PARA ELISA EN LA TOMA DE POSESIÓN DE LEO P. HERMES

PALABRAS PARA ELISA

 

No creímos

que tras la pena indecible de tus palabras al decirnos adiós para siempre, los gorriones pudieran seguir cantando.

 

En su lengua las aves

nos vienen a decir, mediante esa especie de concierto polifónico del amanecer, que hay que cruzar mares y puertas de monasterios antes de que las caricias amorosas surjan de nuestra mirada.

 

Tus palabras fueron un canto

permanente a la esperanza, un "allegro ma non tropo" y sólo ahora sabemos que el silencio sin ellas es mucho más denso.

 

Entre las cosas

que, con insistencia, nos mostrabas vimos surgir, como el humo de las sombras, el miedo y sus símbolos. ¿Quién podía pensar que alguien quisiera matar a un granado o a un olivo?

 

Tu piel, mucho antes de ser ceniza,

sabía sus nombres –la vid, el almendro, el membrillo- y sus secretos, así como se fortalecen sus espíritus: aguantando las patas de la lluvia, el vendaval y el malhumor de Eolo y

 

la agresión de los incendios

provocados por los temibles rayos –atributo de Zeus- que de vez en cuando nos alcanzan con su ira .  

 

Nuestros ojos dan pena

porque ya no podrán leer tus poemas y nuestros labios evitarán nombrarte para evitar el sufrimiento al recordarte.

 

Y sin embargo tus ideas

seguirán palpitantes, de labio en labio, revoloteando en el aire, con sus alas ya imposibles para nuestras voces ya un tanto apagadas.

 

¡Oh Elisa!

 

Diosa de labios rojos

y corazón entreabierto, sólo pudo con tu fuerza el odio de un genio adverso.

 

Sólo una espina

rodeada de la belleza de una rosa penetró con el misterio: desaparición siempre repetida, sacrificio que es eterno.

 

¡Oh Elisa!

 

Sólo una rama de muérdago

como una línea de frío titanio por la niebla atravesando te traspasó con su cuerpo.

 

En ese momento

los gemidos de los lobos rayaron el firmamento y pequeñas luciérnagas con sus linternas iluminaron la noche sin luna.

                                                                                             Leo P. Hermes
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1 nov 2012

LOS AMIGOS QUE TE ESPERAN PACIENTEMENTE. Original de Leo P. Hermes

             BOULEVARD MENILMONTAT

 

Elisa, justamente cuando el mirlo

parece gritar en el negro bosque con sus ramas como dedos de bruja hacia arriba, es cuando tu sucumbes o vas a la deriva;

 

tus labios se beben

el frescor del chorro azul de las rocas. Deberías abandonar, antes de que tu frente sangrara aunque fuera ligeramente, toda leyenda de los abuelos que excluían el amor y el oscuro augurio del vuelo de las aves.

 

No obstante, es natural

tu deseo de entrar con pasos blandos dentro de la noche, que cuelga rebosante de uvas de púrpura, y el gesto de tus brazos es más bello en el azul.

 

Se remueve con el viento

una zarza, donde tus ojos son lunares.

 

¡Oh! ¿Cuánto tiempo hace, Elisa,

que te fuiste? ¿Te encuentras bien entre tus nuevos amigos?

                                                                        Leo P. Hermes
                                                                www.homeo-psycho.de

31 oct 2012

EL ADIOS DE ELISA o "LA SUPERACIÓN A TRAVÉS DEL ESFUERZO"

                       El sueño de Pigmalión

 

CARTA DE DESPEDIDA DE ELISA

 

Ya todo es amargura.

Torpes sueños de Pigmalión ya no son esperanza. Se alejan de mí ansias hipocráticas por el hosco camino de los imposibles.

 

En los dominios de mi profesión,

los límites de la mínima elegancia y generosidad se han visto asaltados por el engaño de los trepas, mientras que

 

yo distante, empeñada

en prolongadas discusiones y enredada en las marañas de mis colaboradoras he perdido el tiempo en busca de una conciencia espiritual que es humo (para una inmensa masa con ojos parcheados) y se halla en suelo extraño.

 

Presiento que el final

está próximo. Pero no en el sentido de esas agoreras que anuncian el fin del mundo con el único objetivo de ganar adeptas para sus sectas, sino en el sentido de que el final es mi final: los últimos sucesos  me han dejado un pesado cansancio.

 

Todo se precipita en el vacío.

Agobiada por una vida cargada de años y desengaños, pienso que la fortuna, como buena mujer, es áspera y desafecta con los viejos y denostada por las más jóvenes.

 

Las personas que decían querer colaborar

con la causa de una verdadera espiritualidad se rebelan (ah, ¡qué codicia la suya!) demostrando que no buscan más que su propio beneficio y se disponen a seguir viviendo de la mentira.

 

Pero lo que más me desalienta

es que, de nuevo, el azote de la egolatría surge pérfido y sangriento bajo el disfraz de la espiritualidad. Las estafas así vistas, fructificarán cuatro veces más que los naranjos.

 

Aunque por otro lado

eso es también un signo de que en los próximos tiempos lo espiritual seguirá creciendo; y, que todas esas chupasangres morirán porque no tienen ninguna idea, real y propia, que ofrecer.

 

¡Qué lástima que yo no pueda ver esa Nueva Era!

 

Las desventuras colman

el ocaso de mi vida. A la oscura incomprensión de los míos he de añadir la desaparición -por enésima vez en la historia de la medicina-del interés en paliar el sufrimiento humano.

 

La enfermedad, la desgracia,

la tristeza y la depresión vuelven a ser –como en otras ocasiones objeto de lucrativos negocios donde lo que prima es la cronicidad del enfermo para eternizar los beneficios.

 

Por mi parte paseo

mi renuncia en silencio. En soledad, el ánimo se revela ligero entre los arbustos y las grises estatuas.

 

Bajo la lluvia de noviembre

siento que un tupido frescor destina la mañana a mis recuerdos amorosos y es cuando el rígido talante mantenido durante tanto tiempo se desploma.

 

Tal vez me equivoqué de país

o de época o, tal vez no supe dominar tantos arduos escollos como me acontecieron. Ahora sumida en la penumbra de la tarde que decrece acercándose al invierno,

 

quiero tan sólo releer dulcemente

mis queridos poemas, pues sospecho que mi desaparición de la escena será el preludio de esa esperada etapa de luchas intestinas para hacerse con el pequeño hueco que con tesón logré construir.

 

Dejé todos los valles

de las vidas, dejando las caricias a mis hijos con la manos; codilleras de rosas que cantaban y me servían de apoyo, mares como pedazos de cristal bajo mis alas negras como cielo encapotado.

 

Me olvidé del cuerpo

-el mío- a la fuerza; sirviéndome de él sólo como pauta para explicar el de otros; y, quise convertir mi sangre humeante en un combustible para mi piel para irradiar optimismo y entusiasmo contagioso.

 

A veces –es cierto-

me refugié entre las telas de un absoluto del que ignoraba la forma y el sentido, pero no la fuerza (o la intensidad) con que acogía mi pasión.

 

Creo, por otra parte,

que no se tienen alas y se tiene la sombra de sus blandos movimientos.

Se tiene un horizonte

que respira y que acompaña siempre la promesa resquebrajando lívido la losa de su confinamiento irremediable. El universo entero es para siempre al que dijo que no dentro de llamas.

 

Ahí quedarán mis libros

en el rincón de donde quizá hubiera sido mejor que se hubieran quedado a reposar un poco más. En ellos he ido delimitando subliminalmente el gran cáncer de la humanidad: El miedo y la traición por miedo.

 

Pero para poder leerlos

Hace falta una cierta dosis de generosidad que es precisamente lo que no abunda. Hay que buscar la luz que, por mínima que sea, es belleza y las galaxias nos la envían empaquetada en millones de clústeres.

 

Si ha quedado

alguna cosa pendiente en relación con mi actividad profesional os podéis dirigir a Andrés y a Leo que quieren seguir al pie del cañón porque aún tienen mucha generosidad por repartir.

 

Dando las gracias

a todos aquellos que, de una forma u otra, colaboraron el proyecto de Homeo-Psycho (en especial a Mater Amabilis, a Palas Atenea y a La Profe de Mates) me despido de todos vosotros.

 

A partir de ahora miraré

pensativa como la callada vela que brilla en la penumbra del comedor mientras una mano de plata sirve la cena en una noche como esta con viento, sin estrellas, sin luna, con lluvia y ojos de té.

                                                                                    Elisa R. Bach
                                                                            www.homeo-psycho.de

30 oct 2012

LA CHICA DE KIEFHOLZSTRASSE Cap. 2 Novela original de Elisa R. Bach

 

LA CHICA DE KIEFHOLZSTRASSE

 

Cap. 2

 

             El fuerte crecimiento del impúber

              PHOSPHORICUM ACIDUM C30

 

Me desperté sin frío ni calor,

me sentía bien, la nieve rosa se asomaba a la ventana de la cocina y todo estaba listo para ir a la escuela. Era el primer día de escuela a Baumschulerweg, una escuela para niños un poco mayores, de 10 a 16 años.

 

Esperé durante un buen rato

impaciente y contenta a tres amigas que se ofrecieron para acompañarme en el primer día de clase. Me regalaron un lápiz y una goma de borrar.

 

Yo me sentía contenta y animada

porque además tendría la oportunidad de ver Baumschulenweg y comprobar, como me habían contado, que había bonitas tiendas y que se veía gente por la calle a todas horas. ¡Tan distinto del barrio del lado del cementerio! 

 

Durante el verano de aquel mismo año crecí 8 cm y según lo que decían todos, aún tenía que crecer más porque mis padres eran bastante altos. Me sentía delicada por dentro y fuerte por fuera, como una ciruela cuando empieza a madurar.

 

Me miraba en el espejo y observaba durante largo rato mis largas pestañas, los labios carnosos, y la tez fina y grasienta con comedones, pero algo triste; como si faltara algo.

 

La vecina ya no era "vecina".

Se había convertido en mi segunda madre, parecía feliz ocupándose de mí, de mi hermano y de vez en cuando de la colada que le llevaba mi padre.

 

Desde que se quedó viuda

nunca había estado tan contenta. Ahora se cambiaba de ropa a menudo y estaba dispuesta a salir de paseo por el bosque o por Kiefholzstrasse hasta el puente para ver cómo se ponía el sol entre las aguas del canal y los árboles.

 

Cuando caminábamos juntas,

cogidas de la mano, me parecía una mujer segura de sí misma y su ternura me colmaba de gozo. De vez en cuando me miraba y me sonreía:

 

yo era su muñeca querida,

pero ella para mí lo era todo porque poco a poco había conseguido que el aire fresco de la mañana y el desolado paisaje llegaran a ser casi agradables y familiares.

 

Me sentía crecer física y espiritualmente. Y lo deseaba…

                                                                                                  Elisa R. Bach
                                                                                         www.homeo-psycho.de

EL MÉDICO SOLITARIO

              Terraza bajo la lluvia

 

EL MÉDICO SOLITARIO

 

La fina lluvia hace desistir,

a los clientes habituales, de tomar un café en las terrazas y la plaza está vacía.

 

Un solitario bajo el cielo gris

atraviesa la callada mañana, con la mochila de cuero en la espalda y unos enormes auriculares puestos. Es el chico confundido que despierta de los sueños. Gris su rostro en el aire húmedo se disuelve.

 

Con los pelos extendidos llora

resignadamente sin recordar que fue estudiante de medicina como si esa etapa alegre de su juventud se hubiera diluido en miles de dosis de alcohol anuales,

 

Su mirada perdida

atraviesa la ventana, ojo inmóvil entre rejas; y, como en un dulce viaje a través de un lago ve cómo se besan, prodigiosamente, dos amantes.

 

Con movimientos lentos

su rostro lívido sonríe en el vino el horror de la muerte grapado a la cara de los enfermos. Pero su condición de médico no se limita a la mesa de oficina de su consulta.

 

Una monja orando herida

y desnuda ante los ojos del galeno Salvador entrega su cuerpo a la ciencia para salvar su alma. Le pide que la libere de todos los diablos del alcohol aunque no ignora que la bata blanca que la examina huele a cerveza y miel.

 

Esa Madre Superiora canta

bajito en el sueño. Plácida mira por las noches la botella de Cognac como si fuera su hijo; con ojos que son todos llenos de verdad.

 

Resuenan carcajadas en el prostíbulo

al oír la historia, una de tantas, del Monasterio y en el sótano junto a la luz de sebo las prostitutas  pintan con su blanca mano un sardónico silencio en la pared.

 

El médico solitario medita

sobre la mesa del bar; y, con un vaso de cerveza ya vacío en su mano continúa con su murmuración monjil. Es como los demás: un personaje que llena con su presencia el paisaje.

 

                                                                                      Elisa R. Bach
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29 oct 2012

¡SOCORRO! CAOS EN EL UNIVERSO

           Elisa R. Bach

¡SOCORRO! CAOS EN EL UNIVERSO

                EL AUMENTO DE ENTROPÍA

 

¿Os imagináis a Marta Guillamón

volviendo a casa, enamorada, oliendo el aire dulzón, irrespirable, de la tierra empapada, los grumos opulentos de la fermentación;

 

volviendo

mientras las hojas descosidas liberan sus metales y el agua de los charcos reflejando un cielo marrón que le sigue con la mirada?

 

Después de subir al ático,

con el ascensor averiado, jadeando y combatiendo el ascua silenciosa del invierno:

 

la cara y cruz del hielo;

 

después de quitarse la blusa

empapada como hoja que penetra y adormece la piel; entrando en la noche rapaz que viene a someterla a la dura prueba.

 

Con los pechos al aire

y secándose el pelo escucha a su compañero –estudiante de Ciencias Físicas- que repite como si fuera un loro, grabando en su ADN los conceptos más absurdos:

 

vida es aquello

que hemos aprendidos a considerar vida. Vida –sigue repitiendo-… vida es aquello asociado a ciertos elementos químicos que hemos aprendido a asociar a su presencia (nótese la repetición de la palabra "misteriosa" asociar).

 

Marta parece no oír bien,

pero hace un esfuerzo por entender: "hay vida allí donde el grado de entropía es reducido y estable, es decir, allí donde se incumple la segunda ley de la termodinámica y se impone la rebeldía.

 

Marta empieza a comprender.

Se baja los tejanos. Su entropía se está desbordando entre las piernas.

 

Todo tiende al caos

y al desorden –oye decir-; todo se deshace y envejece sin remedio. Son casi las últimas palabras antes de apretujarse

 

a una boca

revuelta, como un ardiente caos, entre sábanas de colores.

                                                                                       Elisa R. Bach
                                                                             www.homeo-psycho.de

  

 

 

LA MEMORIA CONSERVA EL MUNDO

                      LA MEMORIA ANGELICAL

Me parece verte

paseando por tu habitación llena de libros y posters pegados a la pared frente a tu ordenador. Sobre la tela de saco, junto a la cama dos cuadros con motivos de caza parecen vigilar tus sueños.

 

Sobre la mesa

creo leer los títulos de tus libros preferidos: Antología poética de Rilke, "Anillos abelianos conmutativos" de Lang, "El universo tetradimensional" de Minkowski de A.A. Sazánov, "Arte Europeo en la Edad del hierro", "Choses vues" de Victor Hugo y "Las Puertas del Monasterio" de Sylvia M. Folch.

 

Las fotos antiguas

de Gary Cooper y Humphrey Bogart están como siempre en sus carpetas como tantas otras cosas y escritos que guardas (versos, ideas, citas,) recortados de revistas y periódicos.

 

Si tuvieras que marcharte

esta tarde (son las seis de la mañana) de finales de octubre de 2.012 y lo supieras de antemano no te conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema "El Monólogo de Palmira" de la novela "Las Puertas del Monasterio" que está en la imprenta.

 

En rigor no creo

que de la "otra vida" se pueda volver y que la rueda de la historia pueda moverse hacia atrás, por ejemplo, desembarcar en una playa cerca de Troya. Y sin embargo ¡lo has soñado tantas veces!

 

Tu cuerpo realmente

cada día es más difícil de mover. Día a día va perdiendo elasticidad y tus viajes ya se han vuelto escasos, como si el cuerpo estorbase y la quietud de la noche se fuera apoderándose de él.

 

¡Ah, cómo desearías ese último viaje!

Cómo te gusta creer que tu alma es algo en sí que se puede alejar e ir hacia los bosques de estrellas donde la inversión del Círculo polar Ártico es una autopista llena de luces y música de Arvo Pärt.

 

Una Vía por la que te lanzarías

de nuevo a la tierra de los hombres, después de atravesar el semiplano de Moebius, porque en el otro lado de las Puertas del Monasterio no has sabido o no has podido trascender la condición humana

 

y el amor ha sido tu elemento,

aunque la mayoría de las veces haya sido un amor hecho de nada, para la nada y donde nunca.

 

Me parece oír esa música

-spiegel im spiegel- que salta de tus auriculares rozándote las sienes y no deja de ayudarte cuando estás triste, que es casi siempre.

 

Tu tristeza proviene

de que te acuerdas demasiado de Roma y de tus campañas contra los persas y la sangrante batalla de Las Termópilas y de que recuerdas también el brillo de tus mallas doradas de los tiempos románicos

 

y proviene de que nunca

pudiste encontrar el cuerpo del soldado desconocido, pero pensándolo bien,

 

tu tristeza es anterior

a todo esto, pues cuando eras en Egipto Isis ya eras conocida como la Diosa Triste.

 

Y es que los ángeles,

en ti, siempre están a punto de rasgar el velo del cuerpo y los que no se rebelaron y lucharon contra Lucifer más tarde cedieron a las hijas de los hombres.

 

Se emborracharon

en demasía de orgullo y abundante vino mezclado con sulfitos.

                                                                                         Elisa R. Bach
                                                                                   www.homeo-psycho.de

CANTO DE GUITARRA BAJO EL POLVO DE LAS ESTRELLAS

                               POLVO DE ESTRELLAS

 

Te detienes ante un semáforo rojo.

Miras por el retrovisor. Una moto se ha detenido detrás de tu auto. Ves un hombre de cabeza grande, cara redonda, labios gruesos y sus gafas protectoras del viento no pueden ocultar sus ojos rasgados de lo que deduces que esos rasgos corresponden a un chino.

 

El hombre aprovecha la parada

para girar su cara y abroncar a una bellísima niña de unos seis o siete años que probablemente es su hija. El semáforo se pone verde y todos los vehículos arrancan.

 

En el siguiente semáforo rojo

detienes de nuevo el auto. La misma moto también se detiene, pero esta vez en la parte izquierda, junto a tu ventanilla semiabierta la cara de la niña queda muy cerca de la tuya.

 

La escena se repite.

Aquel hombre aún no se había vaciado de su mal humor y girando la cara hacia la niña la sigue abroncando. La niña me mira como pidiendo comprensión.

 

Sus dulces ojos quedan fijados

en mi retina. Intento que de mis labios salga la mejor de mis sonrisas. Ella también me sonríe aunque se le escapa una lágrima. Los coches arrancan y piensas que no volverás a ver a esa niña.

 

Oyes musitar allá abajo

en el jardín; no puedes olvidar la belleza de los ojos rasgados de la niña de la motovespa; cómo muy suavemente le había resbalado la sonrisa acompañada de la lágrima.

 

En el comedor las manzanas

hacen olor sobre la cajonera mientras la abuela enciende cirios dorados.

 

¡Oh qué benigno es el otoño.

Suenan tenues tus pasos sobre el viejo piso de madera mientras afuera los altos árboles se visten con sus mejores galas ocres y las plantas trepadoras enrojecen sin alcanzar sus copas.

 

¡Oh que grave se muestra

la faz del crepúsculo! Es el misterioso silencio rojo de tu boca, sombreado por la somnolencia del follaje el que se impone junto al oro oscuro de los quemados girasoles.

 

Un canto de guitarra

rompe el silencio desde un hostal cercano, al tiempo que las matas salvajes de sauco, allá abajo, ven rodar las castañas que se desprenden de sus claustros en estos días de noviembre.

 

Dejas una ventana abierta,

como es costumbre, para que entre el aire fresco y también la esperanza… Es el milagro anual del otoño que nos golpea y nos obliga a doblar las rodillas.

 

¡Oh noche!

 

Qué oscura te muestras

con la luna escondida como la llama purpúrea que se te ha apagado en la boca.

 

En tu silencio expira la música

de cuerdas solitaria del alma temerosa. ¡Deja, pues, que la cabeza, ebria de ese vino cargado de polvo de estrellas, caiga en la almohada del césped junto al romero!

 

¡Oh noche!

 

Deja que el polvo de tus estrellas,

empaquetado en diminutos clústeres, resbale sobre nuestros rostros como la lágrima de una niña.

                                                                            Elisa R. Bach
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