EL MUNDO DEL ÁPEX
Se marchó invadida
por un súbito agotamiento –eso que ahora se llama fibromialgia crónica-, por un sentimiento de inutilidad.
Mientras abría la puerta de salida
le vino al pensamiento una frase que no recordaba de quién era: "el tiempo exterminador, el tiempo que no deja heridos".
Había necesitado muchos años,
había tenido que madurar y convertirse -cómo no- casi en una vieja, para creer que empezaba a entender verdaderamente qué es el Ápex,
que no estaba allí en aquella habitación,
sino en su exterior, que de hecho nosotros somos Ápex, ella y yo, y mi historia con todos sus personajes la Tía Cinta, Elisa R. Bach, la Amazona de Platino, Clara, Lucretia,…
Barbara y todas las Anas,
La Profe de Mates, María MM y todas las demás marías, las dos Patricias y las dos Pilar (Novales y Dehesa),
Mercedes N. y Marta Guillamon,
las traductoras Silvia francés, Sara Viotti de italiano, Kunstbaur de alemán, Caterina de Catalán;
y, los innumerables personajes masculinos
como Pierre, D. Paul Lafitte, Sebastián el esquizoide, Pablito el eterno impúber, Casimir, Leandro, Augusto, Narciso, … recogidos en un grueso paquete de complejos de inferioridad…
que nuestro mundo (el Ápex) es una ficción,
que somos héroes de papel y nacimos en su mismo núcleo, en su cerebro y en su mente, pero lo extraordinario es que los dioses me permitieron verlo.
¿Por qué yo?
Me preguntaría Mercedes. A lo que sólo con otra pregunta puedo responderle: ¿por qué no?
El Ápex es un mundo
que nos abarca a todos, incluso él mismo se ha incluido a sí mismo como en un Espacio topológico con distancias aún por definir.
Que tal vez sea el Ápex
mi única razón para vivir tan sólo el producto de una mente mucho más vasta que mi humilde persona, de otro espacio e igualmente ficticia.
Y ella, sí, estoy ahora seguro,
busca con desesperación una Entrada hacia ese mundo superior de siete niveles, porque nuestro sueño, el de todos,
es encontrar al Arquitecto Mayor,
y poder mirar a los ojos a Aquél que nos dio la vida. Un recuerdo de los recuerdos.
El Ápex es, tal vez, la nostalgia.
U otra cosa. O todo a la vez. No lo sé.
Epílogo
En su apartamento de tres niveles
brilla la luz del día que resbala cenitalmente a través del piso de vidrio de la biblioteca.
La gota cenicienta
del borde de los objetos se ha difuminado lentamente y los millones de colores empaquetados en el mundo blanco
se han extendido
por los lomos de los libros (Cortazar, un Márquez descosido, un Quijote al que le ha prohibido su entrada en los molinos…),
por nuestras ropas tiradas
de cualquier manera, por la moqueta del segundo nivel, por la mesa de la planta baja en la que hay un cesto con los corazones de las manzanas y un puñado de almendras,
por los cuadros ingenuos
de las paredes que complementan los muros de ladrillo antiguo cocido al sol.
Miramos atónitos todo el conjunto,
hemos callado y de repente las cosas se han aprovechado de nuestra debilidad para abalanzarse sobre nosotros y meternos el dedo en el ojo.
¿A dónde voy a ir a parar en esta relación con ella?
Me falta tiempo para profundizar en su historia, una parte de mí la ha devorado deprisa,
la ha engullido sin masticar
y espera tiempos mejores para poderla digerir. Sé que ella, ahora, no quiere otra cosa que irse a casa y acostarse, no volver a verme nunca más.
Está desmadejada, agotada,
las ojeras cubren su rostro, tiene el pelo enredado, su piel tiene infinitos poros como las naranjas que se camuflan sólo por la noche…
¡Venga mujer!
–pienso calladamente-, dímelo ya. Empújame hacia la puerta, dime que se acabó la fiesta.
Johann R. Bach