20 jun 2015

Me llegan noticias de que no es sincero aunque eso no disminuye mi nostalgia.


NOTICIAS EN LAS ISLAS

Mi amor habita
al este de un pequeño mar, casi un lago.

¿Cómo podría enviarle un saludo?
Una amiga me aconseja enviar un paquete postal, rojo lacrado, con dos perlas y un peine de dientes de ballena.

Me llegan noticias
de que no es sincero aunque eso no disminuye mi nostalgia.

Me dicen que tiró mis escritos a la papelera,
que destrozó todas sus sílabas en la máquina trituradora de documentos,

que las quemó
y esparció las cenizas al viento.

Desde hoy
y hasta el final de mis días no debo pensar en él.

¡Oh, nunca más pensar en él!

Los gallos temprano cantan
y los perros lanzan aullidos a la luna, y, hasta mi hermano y su esposa, sin duda, se enterarán también.

Sopla el alisio
con sus masas de aire tropical continental secas y cálidas, y se hace acompañar de la calima ese polvo en suspensión que molesta tanto a mis ojos llenos de lágrimas.

Suspira la escasa brisa mañanera ;

pronto saldrá el sol,
por el este de la isla, con una hora de retraso; entonces yo también sabré algunas noticias suyas.

                                                            Johann R. Bach

19 jun 2015

¿Qué queréis que os diga? No me gusta La Colau.


EL PIRINEO ES TAMBIÉN BARCELONÉS

De La Seu d'Urgell a Puigcerdà
un taxi, muy de noche, me lleva por una carretera entre montañas.

Arriba las estrellas.

"Esto no es como Barcelona"
me dice el chófer.

"Ya", le contesto, fatigado. El paseo en moto me ha gustado y, aunque al final he clavado el motor respiro satisfecho el aire limpio de los valles y los bosques sagrados del Pirineo.

El coche avanza,
derramando haces de luz por los sembrados que a un lado y a otro del rio de cristalinas aguas

muestran la belleza del paisaje.


                                                               Barcelonísimo
                                                               Johann R. Bach

Flor que no es flor,


TÍA CINTA LA ENAMORADA DEL LUGAR

Hablan de ella sólo en voz baja
y señalan sus costras.

Flor que no es flor,
niebla sin niebla viene con la noche y se disipa al amanecer.

Llega como un sueño de primavera,
pero ¿durante cuánto tiempo?

Se va como una nube en la mañana
y ¿qué huella deja en el cielo?

Hablan de ella sólo en voz baja
y señalan sus costras.

Sigue siendo la enamorada del lugar
no le perdonan su felicidad.

                                                               Johann R. Bach


17 jun 2015

Nada me pertenece excepto la memoria de lo vivido.


EL OCASO DE LA FUNCIONARIA

Este mes tampoco he podido pagar
el alquiler de mi vivienda.

Me han tenido que dar
la orden de desahucio para sentir en mi piel que nada me pertenece. Miro todos los rincones de la casa y recuerdo. Muy lejos han quedado el charleston y los paseos por la Place Clichy

He elegido esta ventana con vistas.
Asomada a ella, mitad dentro, mitad fuera, reflexiono porque es lo único que puedo hacer.

Nada me pertenece
excepto la memoria de lo vivido.

Una colosal serenidad,
fruto de mi soledad absoluta, recorre todo mi sistema nervioso central.

Comienzo como antaño a observar
–bajo un subjetivismo de nuevo cuño- los árboles, las aves, los colores, las piernas limpias de varices de las funcionarias jóvenes que vuelven al atardecer;

Así libre me siento;
tienen algo que decirme, algo que preguntarme de los trienios, algunos chismes que revelarme.

A veces me avergüenzo
de esta nueva ternura que ahora siento –quizá sea ingenuidad- y que se instala sin que yo lo quiera en mis labios,

así un poco como la golondrina
en un tejado en ruinas.
                                                                                                                                                       Johann R. Bach

16 jun 2015

En el pasillo Lucretia se estiró en el suelo esperando que yo hiciera lo mismo

BERLÍN (III).
LA LARGA NOCHE DE LOS MUSEOS
¿Era Lucretia Mott descendiente del poeta Tito Lucretio Caro autor de "De Rerum Natura"?



Yo no sabía cuántas veces
la había tendido de espaldas sobre la mesa de billar del restaurante a la hora de bajar la puerta al público, cuántas veces había acariciado sus pechos y había pasado mi mano por sus omóplatos, que apenas sobresalían bajo su piel cálida, seca y resbaladiza, bajo la que se notaba una capa elástica de grasa, cuántas veces le había quitado el jersey y había enrollado hasta la cintura, recogiéndola en pliegues superpuestos, su falda escocesa. Cuando introduje los dedos de mi mano derecha bajo la goma inferior de sus bragas y los hundí entre su vello áspero y rizado…

Lucretia había cerrado la puerta
de la última sala de aquel inmenso mundo de los "seres vivos" y tanteaba la pared de la derecha, donde había un cuadro de luces. Levantó  una pequeña manecilla en forma de horca y empezó  hacerse la luz, aunque no se distinguía el origen de la misma. Simplemente, poco a poco, todo lo que podíamos ver adquiría por sí mismo forma y colores, cada vez más vivos y más precisos como si cada punto del espacio fuera su propia fuente de luz. Al poco rato, toda la sucesión de salas, a lo largo de las cuales se alineaban vitrinas repletas, se hizo visible como si estuviera bajo unas potentes luces de neón.

Lucretia me arrastraba
hacia el fondo de aquel túnel parecido a una estación de metro apenas iluminado. Tras una puerta metálica, aparentemente moderna, se abría ante nosotros una enorme sala con un techo de vidrio situado a una altura descomunal del que caía una cortina de luz de origen desconocido. De hecho, estaba tan encantado con aquel descubrimiento que lo único mortal a lo que me sentía aferrado, no era otra cosa que la mano de Lucretia Mott en el supuesto caso de que no fuese un ángel revestido de piel humana. Estábamos solos en aquellos inmensos almacenes proveedores de piezas de museo. ¡Podía verlo todo como nadie lo había visto jamás!

Ella me arrastraba con una cierta impaciencia
pero, durante todo el rato que deambulamos por sus salas, no pude evitar detenerme a contemplar con avidez las colecciones que allí se albergaban. Pues en la primera sala, brillando con todos los matices posibles, en las baldas de las vitrinas negras o sobre las mesas cubiertas con una capa de cristal, había trozos de materia sólida, bolas y placas de minerales.

Vi silvanito, cinabrio rojo,
blenda con galena y blenda con mica en bolas cóncavas tan útiles en medicina para la circulación sanguínea, bismuto el gran digestivo de los niños, azufre amarillo como terrones de azúcar sobre los que hubiera orinado alguien, gneis estriado, gres rosa el gran remedio del estreñimiento humano. Había zonas especiales reservadas a las piedras semipreciosas de un brillo mate o claras como elagua: aventurino de un verde translúcido, ágata de miles de colores, del marrón brillante al rojo brillante y del azul brillante al naranja brillante, calcedonia azulada, cuarzo ojo-de-tigre –dicen que quien lo mira muere ese mismo año-, piedra moka, de un color aún no bautizado, sin nombre, sardonia, el helitropo, también llamado matostato, malaquita de color veneno, serpentino y prasópalo, colocados sombríos uno junto a otro, irradiando soledad.

Mil veces más grandes,
creados (¿por quién?) en enormes burbujas subterráneas, yacían sobre el grueso cristal las geodas de cuarzo y los erizos color violeta de las geodas de amatista. El ópalo, el zafiro, la turquesa, el berilio y la turmalina base de importantes medicinas para la depresión intentaban rivalizar con las grandes imitaciones de diamante de vidrio: el Gran Mogol descrito por Tavernier, la fascinante "piedra de la luna", llamada también diamante Steward, el inmenso Cullinan, mayor que una pelota de tenis, una réplica de la Piedra del Sur.

Veía el rostro de Lucretia
reflejado en todas y cada una de las vitrinas. También ella me miraba de reojo y nos besábamos a cada instante. Atravesamos rápidamente los pasillos oscuros en los que se abrían las ventanas de los pequeños dioramas que representaban, a través de reproducciones toscamente pintadas, la vida en el cámbrico, en el siluriano, en el devónico (tan sólo unas formas subacuáticas, difíciles de identificar), el jurásico, el cretácico con sus ridículos reptiles (Lucretia se moría de risa al ver al temible Tiranosaurus rex, de unos quince centímetros de altura similar a la figura de mis genitales), en el mioceno, el plioceno, el cuaternario (mamuts cubiertos con una pintura blanca simulando la nieve en paisajes apocalípticos, frente a los cuales el Antártico no es más que un patio de colegio)

En el pasillo Lucretia se estiró en el suelo
esperando que yo hiciera lo mismo para empezar de nuevo los escarceos amorosos…
                                                                Johann R. Bach

15 jun 2015

¿Por qué yo? Me preguntaría Mercedes.


EL MUNDO DEL ÁPEX

Se marchó invadida
por un súbito agotamiento –eso que ahora se llama fibromialgia crónica-, por un sentimiento de inutilidad.

Mientras abría la puerta de salida
le vino al pensamiento una frase que no recordaba de quién era: "el tiempo exterminador, el tiempo que no deja heridos".

Había necesitado muchos años,
había tenido que madurar y convertirse -cómo no- casi en una vieja, para creer que empezaba a entender verdaderamente qué es el Ápex,

que no estaba allí en aquella habitación,
sino en su exterior, que de hecho nosotros somos Ápex, ella y yo, y mi historia con todos sus personajes la Tía Cinta,  Elisa R. Bach, la Amazona de Platino, Clara, Lucretia,…

Barbara y todas las Anas,
La Profe de Mates, María MM y todas las demás marías, las dos Patricias y las dos Pilar (Novales y Dehesa),

Mercedes N. y Marta Guillamon,
las traductoras Silvia francés, Sara Viotti de italiano, Kunstbaur de alemán, Caterina de Catalán;

y, los innumerables personajes masculinos
como Pierre, D. Paul Lafitte, Sebastián el esquizoide, Pablito el eterno impúber, Casimir, Leandro, Augusto, Narciso, … recogidos en un grueso paquete de complejos de inferioridad…

que nuestro mundo (el Ápex) es una ficción,
que somos héroes de papel y nacimos en su mismo núcleo, en su cerebro y en su mente, pero lo extraordinario es que los dioses me permitieron verlo.

¿Por qué yo?
Me preguntaría Mercedes. A lo que sólo con otra pregunta puedo responderle: ¿por qué no?

El Ápex es un mundo
que nos abarca a todos, incluso él mismo se ha incluido a sí mismo como en un Espacio topológico con distancias aún por definir.

Que tal vez sea el Ápex
mi única razón para vivir tan sólo el producto de una mente mucho más vasta que mi humilde persona, de otro espacio e igualmente ficticia.

Y ella, sí, estoy ahora seguro,
busca con desesperación una Entrada hacia ese mundo superior de siete niveles, porque nuestro sueño, el de todos,

es encontrar al Arquitecto Mayor,
y poder mirar a los ojos a Aquél que nos dio la vida. Un recuerdo de los recuerdos.

El Ápex es, tal vez, la nostalgia.
U otra cosa. O todo a la vez. No lo sé.

Epílogo

En su apartamento de tres niveles
brilla la luz del día que resbala cenitalmente a través del piso de vidrio de la biblioteca.

La gota cenicienta
del borde de los objetos se ha difuminado lentamente y los millones de colores empaquetados en el mundo blanco

se han extendido
por los lomos de los libros (Cortazar, un Márquez descosido, un Quijote al que le ha prohibido su entrada en los molinos…),

por nuestras ropas tiradas
de cualquier manera, por la moqueta del segundo nivel, por la mesa de la planta baja en la que hay un cesto con los corazones de las manzanas y un puñado de almendras,

por los cuadros ingenuos
de las paredes que complementan los muros de ladrillo antiguo cocido al sol.

Miramos atónitos todo el conjunto,
hemos callado y de repente las cosas se han aprovechado de nuestra debilidad para abalanzarse sobre nosotros y meternos el dedo en el ojo.

¿A dónde voy a ir a parar en esta relación con ella?
Me falta tiempo para profundizar en su historia, una parte de mí la ha devorado deprisa,

la ha engullido sin masticar
y espera tiempos mejores para poderla digerir. Sé que ella, ahora, no quiere otra cosa que irse a casa y acostarse, no volver a verme nunca más.

Está desmadejada, agotada,
las ojeras cubren su rostro, tiene el pelo enredado, su piel tiene infinitos poros como las naranjas que se camuflan sólo por la noche…

¡Venga mujer!
–pienso calladamente-, dímelo ya. Empújame hacia la puerta, dime que se acabó la fiesta.

                                                              Johann R. Bach