19 abr 2014

No acabas de creerte que crucé el jardín, de geometría desconocida para mí...

EL EMBUSTERO DEL HOSPITAL

 

Me llamas embustero

porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio; de una rigidez y silencio que hace que

 

las cosas lejanas, indescifrables,

en perpetua metamorfosis de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente, a caballo entre olas y olivos.

 

No acabas de creerte que crucé el jardín,

de geometría desconocida para mí -no euclidiana-, y como todas las puertas están abiertas y nadie impide mi fatal visita

 

me hallo, ajeno ya en mí mismo,

en la sala del gran edificio.

 

Te parece imposible que en mi tranquilidad,

vea el techo, que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles;

 

la luz que no puedo sospechar su origen;

las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.

 

No deberías dudar

de que siento y sin posible fuga, que este hospital, casa de enigmas o asilo de inocente ignorancia, es la agonía de la ciudad que antes recorrí,

 

su vientre o corazón extraviado en la quietud;

su ritual y comunión con los desaparecidos.

 

Quizá te cueste imaginar

que yo, el que lleva el cristal, el que sigue la ley de las águilas en su camino hacia las heladas cumbres,

 

el que ve belleza

allí donde otros sólo encuentran desolación el que está en todos los rincones y en ninguno miro en el núcleo irradiante y

 

trazo la senda de naranjos y algarrobos

que a través de calles, patios y placetas desnudas que soportan una sombra y una luz que aniquilan,

 

hace este hombre al que tú llamas mentiroso,

ahora perdido en el Pabellón de la Pureza, en su única oportunidad de lograr su Transmutación y Principio

 

antes que comience su viaje al Centro,

al Mar del Ápex y de que surja, como ígneo torbellino de las aguas, de sus propias tinieblas.

 

Aunque bien mirado

a quién le importa si miente tu amado.

 

                                                                      Johann R. Bach

18 abr 2014

Marta G siempre creyó que el arte no tomaba nada prestado de la filosofía

MARTA AIME L'ART

               (sin "m" inicial y sin "a" final)

 

Marta Guillamon sabía desde muy joven

que la tierra giraba, que todo pasa, e incluso que era necesario que los dioses cambiasen, como dijo Renan; pero no podía, a partir del momento en que respiraba y escribía, pensar en su arte de otra manera:

 

hincarle el diente  al fragmento

mediante el análisis más atento y minucioso, lápiz en mano, aquél no era su régimen.

 

Había caído en las horas del pecado.

Pero su arrepentimiento era una nueva inocencia al ir seguido de la rehabilitación por la acción reparadora. Acción que no hubiera llegado sin la experiencia.

 

"les ruego que crean en lo grata

–solía decir Marta- y ligera que es la serenidad que emana del conocimiento de uno mismo". "Hay que trabajar –insistía-: el oráculo os hablará, como por sorpresa, en cuanto tenga el pincel en la mano".

 

Marta Guillamon siempre creyó

que el arte no tomaba nada prestado de la filosofía y que no tenía más fuente que el alma del mundo que lo rodea. Su esencia –decía- es desconocida, como la de la vida; y, su fin es el arte mismo.

 

El arte podría servir

 –repetía en todos los foros- quizá al filósofo, ¿quién sabe?, materia para especular y para amar

 

                                                     Johann R. Bach

 

 

Intentando ser como los otros fracasé y, que, ... sólo tú fuiste real

ÚLTIMOS ESCRITOS

 

A ti, mi amor, también te ha de llegar

un momento en la vida en que serás una extranjera entre la gente que te rodea. Nadie aplaudirá el que hayas dormido sobre la tierra que ahora pisan tus hijos.

 

Nadie agradecerá los esfuerzos

hechos para hollar la senda que ellos han de seguir.

 

Imagino el vértigo que debes sentir

ahora al lanzar miradas al pasado desde esa tumultuosa fiesta de tus recuerdos ese mundo desconocido por todos en el que nuestra imaginación jamás puede llegar a recrearse.

 

Yo ya estoy, mi amor, confinado,

en mi jaula de oro, a pensión completa, de incógnito, a salvo de las miradas de antiguos adversarios vencidos, familiares y amigos.

 

Mesa, cama y tinta en abundancia

bastan a mi espíritu que está en vela, que toma el bolígrafo para que comparezcan mis horas pasadas.

 

El balcón abierto de par en par

me permite asomarme a la calle como se contempla la luz serena que ilumina un cuadro de terrazas abarrotadas. El aroma del café mezclado con risas y tabaco sube a hacer compañía a los alegres helechos y a mí mismo.

 

Salgo sólo por mañana a tomar un café.

En el bar todos me saludan don los honores del primer cliente del día; por la noche, cada vez menos: los que me ven a la luz del día, se comportan como un caballo asustadizo que no responde al freno de la boca.

 

Es el fruto de la incoherencia de mi destino.

Las tormentas, sobre todo en mis mejores momentos lúcidos, no me han dejado a menudo otra mesa de trabajo para escribir que el escollo de mi naufragio.

 

Yo no necesito culminar

con mis últimos escritos una obra como pretendidamente lo han de hacer los escritores. No necesito releerme en busca de un ritmo más vivo o temperado, de un andamiaje más firme, de una acuñación más precisa.

 

Sólo necesito, mi amor,

que me ayudes a explicar que me dediqué a escribir porque intentando ser como los otros fracasé y, que, parafraseando a Rilke, sólo tú fuiste real.

                                                                          Johann R. Bach

Ahora sé que Dios no tiene cara, pero a los siete años buscaba sus ojos entre las nubes

HIPOCRATES

 

Con la mirada en un cielo distinto

visto con la distorsión del parabrisas y las gafas de sol y el pie en el gas sentía la presencia del amor en la silueta del asiento de al lado.

 

El rosa y el violeta apuntaban en el horizonte

sobre la niebla que pegándose al asfalto se negaba a desaparecer ante los primeros hilos de luz.

 

Era inevitable pensar en las lluvias torrenciales

del mes de septiembre del 62 que causaron cientos de muertos en los barrios humildes de la poblaciones cercanas a Barcelona y en la posterior gran nevada justo el día de Navidad de aquel mismo año.

 

Pensé en las cartas que te envié

durante aquel septiembre del 68 tras los acontecimientos de aquel mayo en París y el agosto de Praga. Todas eran cartas de amor escritas en letra pequeña para aprovechar el papel.

 

Serpenteando lentamente por la carretera,

reflexioné sobre el origen de la mayor aventura de mi vida: mi padre perteneció en su forma de pensar a "algo" parecido a la célebre escuela de los Asclepiadeos (Asclepios dios de la medicina, Esculapio en el mundo romano), que transmitían de padre a hijo el arte de la medicina.

 

Recordé cómo después de aquellos meses en Suiza

me incorporé a la facultad, al manejo del bisturí y a las suturas, cómo me deslizaba sobre las calles adoquinadas y llenas de vías de tranvía con mi Vespa y mi jersey de lana con cremallera y cuello alto

 

Con un abrigo gris sobre mis piernas

y guantes de conductor de esos que asoman las puntas de los dedos combatía el frío compensando la pobre calefacción del motor.

 

El auto rodaba lentamente

mientras con la mirada puesta en un cielo distinto –nunca el cielo de un día es igual al de otro día- buscaba aquella imagen que creí ver cuando sólo tenía siete años.

 

En aquel tiempo mi padre solía decirme

que Dios estaba sobre nosotros tan cerca como el techo del cielo. Ahora sé que no tiene cara, pero entonces buscaba sus ojos entre las nubes mientras le acompañaba a sus visitas domiciliarias.

 

Miré el volante, el salpicadero, la guantera…

sólo añoré el botón con la típica e histórica "S" de "starter". Igual que en los tiempos de Hipócrates ahora era yo el que conducía y visitaba enfermos.

 

Heredé de mi padre todo lo que pude.

                                                                                  Johann R. Bach

Para entrar en mi Blog clicad  http://homeo-psycho.blogspot.com

 

Si deseáis ampliar conceptos sobre Hipócrates, Mary García tiene un excelente trabajo sobre él en su Blog.  Clicad para acceder a ese excelente trabajo en el siguiente link 

 

NEUROLOGIA Y ARTE(EL ARTE DE LA MEDICINA)

http://cerebroefectivo13.blogspot.com/2013/09/neurologia-y-arteel-arte-de-la-medicina.html

 

 

Algún poeta dijo que los tres temas de la poesía en Ecuador: Las Galápagos, la selva tropical y sus cumbres nevadas

ECUADOR. PAIS DE LUZ

 

Ecuador país donde compiten los árboles

de maderas finas -el laurel rosa, el cedro y la caoba- con otras aromáticas plantas características -la caña brava, el árbol del pan, el achiote, el palo balsa, el guarumo, la zarzaparrilla y las vainillas fina y ordinaria (Vainilla planifolia).

 

 

Puede que en Ecuador no todo sea poesía.

Pero la reflexión sobre ella es como las raicillas del enebro y las margaritas que crecen en los campos sin importarles si nos gusta o no su presencia.

 

Algún poeta dijo,

intentando simplificar ese universo abigarrado de cosas objeto de la poesía, que los tres temas sobre los cuales pivota la poesía de Ecuador son:

 

el paisaje amable de Las Isla Galápagos,

el amor en las selvas húmedas tropicales y

la reflexión ante las cumbres nevadas.

 

Hay que pensar, según ese esquema,

dónde poner las sensaciones sobre la anatomía y fisiología en el interior de cada uno de sus habitantes.

 

Respecto a lo que ocurre bajo el enrojecimiento

en los cielos ecuatorianos hay dudas de si es adecuado interpretarlo como meras descripciones paisajísticas exentas de humillaciones y odios.

 

Y donde los sagrados bosques

ponen los dedos -como otra heroicidad- también se puede considerar como una geografía con puntos geodésicos, valles, ríos y con preciosas diaclasas dispuestas para el placer de la contemplación.

 

A veces –en Cuenca o Guayaquil-

una sola letra o un número como el de la puerta de la casa de la infancia podría tener un significado geográfico de reconocimiento de las coordenadas donde poderse refugiar de las torrenciales lluvias.

 

Un cuadro en un rincón

de una habitación puede jugar el papel del amigo que sabe escuchar sin reprender por las reprobables acciones y acompañar, con su silencio en la penumbra, tus sueños.

 

Sus colores pueden alegrar

a tu espíritu en momentos de tristeza y doblar con ello las primaveras del corazón y animar a perseverar en los buenos augurios para un país inundado por la luz.

 

La pared misma

donde podría estar ubicado ese cuadro, con su ingenuidad colgada con un rústico clavo, puede vibrar y reproducir sonidos que lleguen a ser interpretados como la música que surge de sus sienes y alcanzar las de una humanidad global.

 

Un antiguo cuadro

también puede en un museo de Quito o de Cuenca ser una luz original que, con una gama de cuatro mil frecuencias diferentes, se abre paso a través de su marco,

 

inundando de colores todo un país

y con su simbología recordar que el mundo de la infancia, también en esas latitudes estuvo siempre presente, tanto en la vida cotidiana, como en el sentir popular.

 

La filosofía es –según dijeron algunos sabios-,

una concepción del mundo y desde luego en Ecuador hay una serie de artificios que han alejado a muchos de sus habitantes de la vida tropical, pero la materia prima, la base de los sentimientos siempre es la vida concebida entre sus paisajes, sus pájaros y sus tortugas.

 

Cuando se escribe algo sobre el Ecuador,

hay que dejarlo reposar algunas horas o días, incluso semanas o meses, luego releerlo para saber si aquello que se ha escrito hace pensar; y, si esa segunda o tercera lectura te sorprende es que lo poético del país es una realidad.

 

Entonces se pueden mirar sus realidades

a través del teodolito de su cultura, someterlo a un ajuste fino colimando sus ángulos; y, finalmente, archivarlas en una de las carpetas rojas dispuesta a hacerla viajar por todos los mares;

 

Siempre disponible

como coadyuvante de los sueños de aquellos a los que aman ese maravilloso país.

 

¡Oh Ecuador de noches iguales al día!

 

Sé que me llamas

a los claros de tus sagrados bosques junto a rocas de oro y pájaros de colores, pero aún no he encontrado el hilo de Ariadna que me conduzca a la salida de este laberinto.

 

Sé que me llamas

para conducirme junto al dios Sol desde el ámbito en que la claridad es un diamante, pero aún no puedo oírte desde la sangre.

 

¡Oh Ecuador de días iguales a la noche!

 

No ignoro

que me llamas a la verdad sobre tu espacio ciego de crisol, pero me cuesta oírte desde el carbón.

 

Camino y no veo mi propia sombra

ni cómo mi sangre forma un rio; la luz de las estrellas se me muestra confusa entre tantos negros nubarrones, los mismos que me obligaron a abandonar el país.

 

Aquí, lejos de tu paraíso,

se viven muchas noches en las que sin luna sólo veo piedras, no la idea en que la eternidad podría abrirse ante mí y limitar mi pena y que todo lo que te imita es pura conminación de la intención.

 

¡Oh Ecuador país de noches con luz!

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a despedirme del Monasterio, a abandonar el sendero de su rosada bruma en el que he vivido con luz inexistente y que tantas veces soñé con ello.

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a abandonar la confusión que me aproxima al tormento rojo, entre lamentos roncos y reflejos, pasión de soledad desolada.

 

Sí. Bendigo tu paciente llamada

desde las puertas abiertas ardiendo que me abres al otro lado de los muros de los mares.

 

No tardaré en regresar.

Entretanto ¡oh noche! Dale recuerdos a Lorena

 

                                                            Johann R. Bach

Visitar la web

www.ruta-ecuador.com

Postals de Catalunya

Les magranes símbol de fertilitat Intel·lectual: Una barreja subliminal del color groc i vermell

Pronto habrá tantos pasaportes como barrios

SELLOS DE CORREOS DE ALTO VALOR

 

Hace ya algún tiempo,

cuando las cosas se parecían bastante a las de ahora en el que los vascos han lanzado una campaña para editar Documentos de identidad de Euskal Herria

 

había gente que pegaba un sello de Franco

en el DNI para reírse de los gendarmes franceses que no atiban a saber si aquello era una broma o una protesta.

 

Eran tiempos en los que corría

una leyenda más que un chiste:

 

Un señor muy bajito,

disimuladamente, a pie, cruzaba la frontera y le gustaba que le dijeran "ALTO".

 

Con cara sonriente

se giraba y respondía: ¿Es a mí?

 

Al enseñar su pasaporte,

los gendarmes le decían que aquel rudimentario documento era falso, a lo que él replicaba que cómo iba a ser falso si lo había hecho él mismo.

 

Pronto circularán

tantos pasaportes, DNIs, tarjetas de crédito, sellos de correos, tarjetas de la Seguridad Social, carnets de colegios profesionales… falsos como en ciertos países que se lo han tomado como un deporte.

 

                                                              Johann R. Bach

¡Ah! ¡Ese listón de los ochenta y cuatro! Tan duro de pasar, pero que suerte haber llegado entero.

           MÚLTIPLOS  DE  SIETE

 

Siete años tardaste en aprender

a hacer el lazo de los zapatos heredados de tu hermano. Los cordones ya desgastados por el uso resbalaban fácilmente sobre los calcetines y su forma de ocho horizontal crecía y crecía como el espacio.

 

Hasta los catorce no te fue necesario

dibujar ese signo y otros sobre un cuaderno de hojas con fondo cuadriculado llenas de ecuaciones de segundo grado. En esos momentos crecías y crecías como las hojas de un guisante germinando.

 

Las chapucillas con cilindros

y cónicas y las reflexiones sobre los péndulos de compensación para medir exactamente el transcurrir de los minutos, formaban parte de una sed inextinguible de conocimientos. Tu imaginación despertaba a impulsos de intensidad irregular, pero imparable.  

 

A los veintiuno descubriste la noche

y la Banda de Moebius que completó tu colección de figuras construidas con delicada papiroflexia. Empezaste a frotarte las manos porque las piezas del puzle de la vida empezaban a encajar.

 

Entretanto el amor llamaba

a tu ventana como la zarpa del helor de un crudo invierno. A partir de rombos, triángulos y pirámides construiste un jardín inteligente a falta de un diamantino edén en el que hasta los insectos pudieran acudir al festín de la miel.  

 

A los veintiocho te atreviste

a decir tímidamente para tus adentros: ¡Eureka!. Creíste haber encontrado la piedra filosofal, pero no querías parecer ridículo y no comentabas públicamente las locuras filosóficas que se te ocurrían;

 

las otras, las de la especie,

ya no estabas a tiempo de ocultarlas: ya te habías convertido en padre y habías inventado la palabra ser –palabra dura e incolora.

 

A los treinta y cinco sólo

los cambios de domicilio te salvaban de la hoguera que los vecinos preparaban pacientemente.

 

No les gustaba tu forma

de apartar las hojas cálidas con manos vivas y cómo pisoteabas las estampas que ellos consideraban sagradas.

 

Los viajes

y el perfeccionamiento de varios idiomas a la vez te ocupaban horas y horas. Te cultivaste como si fueras a vivir toda la vida. Aún te costaba romper a llorar y diluir en tus propias lágrimas el espacio y al igual que el tiempo, no detendrías tu enloquecida carrera.

 

A los cuarenta y dos años

no viste amor en sus ojos. Empezaste a sentir aquella lluvia de reproches sobre tus hombros como la humedad de la niebla. Tus versos, tus besos, tu sueldo eran insuficientes.

 

La atracción newtoniana

ya no funcionaba como cuando erais unos perfectos desconocidos. Tuviste que tomar la decisión de ganar dinero como la imitación de un proceso que conduce al suicidio.

 

Tus cabellos te iban abandonando,

eran cada vez menos abundantes en la cabeza mientras el vello brotaba en todos los poros de tu pecho. La sensibilidad de tu piel quería evitar el vacío a tu alrededor que era cada vez más fuerte.

 

En esos años

ya no confiabas en tus cinco sentidos: el mundo podría quedar reducido al tamaño de una avellana mientras que pequeños planetas cegados por su propia sangre podrían crecer y dar paso al nacimiento de un sol.

 

A los cuarenta y nueve el exilio

te salvó el pellejo, la modestia volvió a tu corazón, empezaste la larga travesía del ecuador de tu vida y a saber lo que querías. El listón quedó fijado en los ochenta y cuatro por los cálculos de Quetelet.

 

A los cincuenta y seis comprendiste

a tu padre y a tus hijos; supiste de sus limitaciones y los reconociste como seres humanos que sufrieron lo suyo.

 

Y en cuanto a tu madre

pensaste que ella nunca cambió:

 

esperó siempre vuestro regreso

vestida con su blusa blanca moteada de lunares azules y sus ojos grises en el umbral de todas las puertas, con la sonrisa haciendo juego con las perlas de su collar.

 

Comenzaste a recordar

que le gustaba el café, la tranquilidad y las películas de Humphrey Bogart; y, como si los estuvieras viendo, sus movimientos de cabeza desaprobando tus primeros versos.

 

A los sesenta y tres escribías

sin parar con la locura del que cree que no va tener tiempo suficiente en los veintiún años restantes para amar y al mismo tiempo explicar cómo la primera parte de tu vida te pareció huérfana de caricias.

 

A los setenta… ¡Por fin la luz!

A partir de átomos, puntos de coordenadas que se doblan en los espacios, cabelleras de cometas que se peinan una vez cada setenta y cinco años, púlsares que presumen de medir el tiempo,…

 

puedes construir la infinitud

y entregarte de lleno al amor y erigir puertos y cabañas rodeadas de naranjos y viñas, de frágil duración, lugares donde el tomar el café entre sonrisas amables permite ver la vida desde un ángulo desconocido.

 

A los setenta y siete te pudiste

permitir el lujo de renunciar a la fama y concentrarte en escribir, durante los siguientes siete últimos años –que no es poco-, todo aquello que los demás no pudieron o no quisieron ver.

 

Sobre una tabla con siete cuerdas

depositaste tus lagrimitas ya disecadas y con tu rígido puño de rebelión y temblorosa caligrafía sobre papel inmaculado en una noche fría estuviste escribiendo

 

tu amarillo y ridículo testamento ológrafo.

Secreto, aún sin fecha, pero con la rúbrica extendida al margen de cada hoja, lo guardaste en un cajón de la cocina. Abogados y jueces se desvivirán por desentrañar su validez. ¡La voluntad sobre todo! (la Willenstheorie de Descartes). ¡Faltaría más!

 

¡Ah! ¡Ese listón de los ochenta y cuatro!

Tan duro de pasar, pero qué suerte haber llegado entero.

                                                               Johann R. Bach

COMENTARIO(Leo P. Hermes)

 

Tres ciclos del cuarto múltiplo de siete determinan en nuestra vida, por orden, lo dulce, lo salado y lo amargo. Lo prohibido es el factor común a todos ellos.

 

El cuarto múltiplo de siete o ciclo de la luna

se compone de veintiocho ciclos circadianos o de veinticuatro horas -la noche y  el día-

 

El ciclo de las semanas,

de siete días, corresponde a cada fase de la luna. El Universo nos mete todo en paquetitos (clústers), con cintas de colores (los siete del Arco Iris) donde se ha grabado en cada una de ellas música con siete tonos (las notas musicales).

 

Y por último

los tres ciclos del cuarto múltiplo de siete componen una resultante de doce ciclos de siete años –en total ochenta y cuatro años- debido a que el número mágico es el de las constelaciones (el doce).

 

Así los dioses nos conceden

una vida corporal, de libertad erótica, por absurdo que parezca. Las semillas cosechadas, almacenadas en la infancia estallan con las primeras gotas de lluvia y concluyen hasta que se seca la última fruta.
 
                                                                      Johann R. Bach