27 jul 2013

No me arrepiento de aquellas miles de visitas domiciliarias

UN PORRÓN DE VINO Y UN CAFÉ

 

Durante muchos años

estuve en contacto con enfermos. A veces sus dolencias eran graves y necesitaban mucha atención por mi parte; en otras ocasiones el pronóstico era mejor y mi visita se limitaba a conversar un poco con los familiares a fin de desdramatizar el cuadro clínico.

 

No me arrepiento

de aquellas miles de visitas domiciliarias de las que yo también obtuve beneficio aunque siempre deseé vivir en un pequeño pueblo no lejos del mar y rodearme de gentes sencillas con las que pasar alegremente mañanas y tardes.

 

Hoy por fin esos sueños se han hecho realidad:

la casa es mucho más grande de lo que necesito para mis libros. Yo me hubiera contentado con una sala con una cama y una alfombra que diera a una frondosa arboleda, que me diera frescor en pleno verano.

 

En lugar de eso me ha caído en suerte

una enorme casa almenada, con una cava donde guardar vino y conservas elaboradas con las primeras frutas, verduras y hortalizas. Junto a las botas de roble una instalación alambicada en perfecto uso me ha de servir para destilar licor de manzana o de arroz.

 

Con los vecinos no he tenido peor suerte.

Al alba oigo llamar a la puerta. Me echo una túnica por encima y abro. Veo a Anastasia y su anciano esposo Julio que, porrón de vino en mano, vienen a visitarme muy amablemente. Es ya 24 de junio. Ella trae en una fuente salchichas aún calientes y tres manzanas.

 

Vienen de remover las últimas ascuas

del fuego alrededor del cual han bailado hasta el amanecer. Me han tomado cariño y creen que no estoy adaptado a la época. "Para personas como Vd. –me dicen- no es bueno vivir tan solo".

 

"Todo el mundo se regocija

en la noche de San Juan, en la hora del solsticio. ¿Por qué ha de negarse Vd. a hacer lo mismo? Bailar en torno a la hoguera evitando las voces plañideras de la gran ciudad es bajar del cielo estrellado los últimos suspiros alegres".

 

Les agradezco sus consejos

y me esfuerzo por compartir sus afanes mundanos y dejarme llevar por la corriente aunque sea ir, excepcionalmente, contra mi naturaleza; me siento con ellos en el porche, señalamos ese punto misterioso en el firmamento: el Ápex.

 

"Mira Julio –le digo con calma-

hacia allá vamos y a la velocidad endemoniada de 14 km por segundo". Anastasia, que ya ha oído esa historia de mis labios en otras ocasiones, al ver que el porrón ya se ha vaciado, se levanta, se dirige a la cocina y prepara un café.

 

Está clareando y no quieren ir a dormir.

La conversación se vuelve nostálgica recordando tiempos antiguos mientras la brisa del sur, arremolinándose, se cuela por los escotes de nuestras ligeras ropas y acaricia nuestra piel.

 

Disfrutemos de una taza de café

bajo este techo gratuito de luciérnagas. A nuestra edad cada uno ha escogido ya su camino y no es de esperar que cambiemos ese rumbo hacia las estrellas.

                                                                                     Johann R. Bach

 

 

Planto y cuido esos olivos

   UN MAR, UNOS ÁRBOLES, UN VIENTO

 

Desde mi morada

rodeada de olivos y vides se ve el mar y el resto del barrio marinero acariciado por un rio y un viento. Nunca fui ocioso aunque ahora mis dedos sólo pueden arar, bolígrafo en mano, una simple cuartilla de papel.

 

En el jardín crece

sonriente y humilde el Punica Granatum (sempervirens) con las ramas inclinadas por el peso de sus granados frutos; junto a él una fila de naranjos en flor sueltan su esencia de Citrus aurantium.

 

Planto y cuido esos olivos,

cambio sus aceitunas por el veinte por ciento de su peso en aceite. La mayor parte de ese aceite, el no necesario, lo vendo para ganar dinero.

 

En septiembre vendimio.

Cambio las uvas por una cantidad de vino suficiente para todo el año. Con él agasajo a los pocos curiosos que se acercan a mi morada para conocer los secretos de las estrellas y del alma.

 

Muchas mañanas,

cuando el sol y el viento emergen desde el mar, me siento debajo de la vieja parra y juego con las manchas que se mueven delante de mis ojos. Dicen que es un signo de anemia, pero a mí me entretienen.

 

En no pocas ocasiones,

durante el verano, leo o escribo bajo los racimos que concluirán si antes no han sido mermados por los gorriones. Para que eso no ocurra, cada día les dejo en la terraza unas migajas de pan seco que ellos agradecen.

 

Hacia el mediodía es fácil

que me duerma embriagado por unos dulces versos y algunos cortos tragos del porrón de fino pitorro y así entre despierto y saturado de poesía paso un día tras otro.

 

Muchas de las almas caritativas

que me visitan creen que soy desgraciado, que mi soledad se come mis mocos, pero cuando conversan conmigo encuentran rápidamente utilidad en mis ideas para ganar fama la última moneda para comprar a los espíritus libres y me convencen para que siga publicando poemas en ese enorme baúl de Google.

 

No lo veo mal

porque prefiero vivir tras una muralla de naranjos; entre almendros, olivos y vides a bajar la cabeza sirviendo a los políticos de turno para que me subvencionen un modesto libro de poesías.

 

Subvencionando libros que nadie leerá

esos ambiciosos inútiles justifican sus ingresos, sus yates de lujo y sus briosos automóviles. Viven a costa de los que no tenemos subvenciones plagiando nuestros versos y a costa de los que sí las tienen. Siempre juegan a ganar.

 

Esas personas autodenominadas bienestantes

–lo de ricos ya no se lleva-, investidos temporalmente por los poderes fácticos están instalados en la superficie del mundo terrenal y cierran los ojos y su corazón a todo lo que no sea visto con sus estrechos prismas ópticos; es decir, a todo lo que no sea ganar dinero fácil.

 

Los otros, modestos poetas,

desahuciados de los centros de las ciudades, nos vemos obligados a sobrevivir bajo paraísos de cielo estrellado y frente al mar, bañarnos los pies en una Muga1 y secarlos con la brisa que corre hacia el mar al atardecer;

 

nos vemos obligados a aprender a despreocuparnos,

a permanecer ajenos a las luchas intestinas y destructivas de una sociedad que convierte modestos artesanos en voraces consumidores con barrigas que montan sobre sus cinturones y manos llenas de grasa que han perdido sus huesos.

 

Al no ceder a incorporarme

a esa sociedad me toman por loco.

 

En realidad no se dan cuenta

de que están teorizando sus propias limitaciones y yo me desgañito y me canso cuando les digo que están muy ciegos:

 

"No veis que de los suntuosos mausoleos

de gente bienestante y nobles antiguos

solamente quedan ruinas,

donde no hay más que flores mustias

y sin un porrón de dulce vino".

 

                                                                                  Johann R. Bach

 

(1)    La Muga: pequeño río empordanés. 

 

25 jul 2013

No me siento más sola que aquellas que tienen marido

EL MIEDO, SIEMPRE EL MIEDO

 

Todo es silencio al mediodía.

Mi sangre acarrea letras  como nunca dentro de mi cuerpo, bailan y están contentas.

 

Me invade una sensación extraña en la cabeza,

una sensación de olas reventando, de presa contenida, en cada crecida, tal como se describe en el Manual de la Soledad, como en un túnel de viento fresco.

 

No me siento más sola

que aquellas que tienen marido, pero mi  miedo es el de todas. Pienso, para escapar de las trampas que me tiende el hipocampo para protegerme, que a mi lado hay un árbol que me esconde del sol,

y el campo es amarillo de trigo con pigmentos alegres de amapolas rojas.

 

Subida en el potro

he de imaginarme la lluvia, sin oírla, sin olerla, a través de varias miradas con los ojos cerrados; estoy preparada: todo es más bello si hay esperanza.

 

Después de una semana

en esta casi perfecta clínica me han prometido el resto de la cuarentena en la playa. Por las noches podré pasear por el pueblo, donde podré ver fachadas y calles no virtuales, podré ver de cerca sonrisas y caras preocupadas y aun así llenas de bellas promesas.

 

Hasta los contenedores de basura

solitarios como yo al amanecer me parecerán objetos bellos formando parte del paisaje.

 

Siento que soy un bosque

–siguiendo la regla 17 del Manual- que hay ríos dentro de mí, montañas, aire fresco, brisa de vientos contralisios acariciando los campos de romero y margaritas,  y que, si abro la boca, provocaré un huracán con todo el viento que tengo contenido en los pulmones.

 

Me va persiguiendo un imaginario

bienestar como el presentimiento del poema próximo a nacer, naciendo como ahora, brotando de una tardía primavera al apretar el vientre con mis manos.

 

                                                          De la novela "Niños a la Deriva"

                                                                        Johann R. Bach

Somos fragmentos de estrellas

         Elisa cumple 100 años.

Recomienda conocerse a sí mismo

     

·         Sudor frío con necesidad de abanicarse

·         Necesidad de aire libre a pesar de la frilosidad

·         Último remedio antes del colapso.

                  CARBO VEGETABILIS 15 CH (200 CH)

 

En la caliente noche

el mar es una presencia silenciosa y negra.

 

Los perfumes de los jardines

de esta ladera de la Costa de A Morte llegan hasta unos jóvenes peregrinos cuyas modernas indumentarias, de teflón indestructible son visibles desde lejos, en la oscuridad, al débil resplandor de las estrellas.

 

En el centro del grupo

destaca Manuel por su chaleco rojo, probablemente lleva en la mano un libro de poemas, un simple racimo de versos que le escribía entre beso y beso.

 

"Ya soy vieja

y tengo que ver los astros con los ojos de la mente y no con los del cuerpo, pero vosotros Carmiña y Leonardo, que ya habéis escuchado las respuestas y que tenéis al dios de Delfos caminando a vuestro lado, llenad vuestra alma de las bellezas del cielo, y descubriréis que entre las estrellas está el mejor Camino para seguir el incitante consejo del oráculo y, conociéndolo todo,

 

"conoceos a vosotros mismos"

 

"Con fascinación nos atraen las estrellas

porque los cuatro elementos de la vida, ya apuntados hace tiempo por Oró1 que, en proporciones variables, constituyen todo cuanto existe; fueron engendrados en el centro vivo de lo engendrado que, incapaz de contenerlos, explotó después

esparciendo sus vísceras interiores en el silencio negro".

 

De estas estrellas divinas proviene todo

y de ellas procedemos pues de la evolución producida por las combinaciones cada vez más complejas del carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno surgieron los glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos y los primeros seres capaces

de reproducirse por el sexo y, desde entonces, la vida viajó en la cola de los cometas a caballo de hematitas y adularias, y así llegó hasta la tierra".

 

"En el origen mismo del Universo

se inició, pues, nuestra increíble existencia.

Y, sin embargo, si comprendiéramos a ese

Alguien Incomprensible más grande que todo

moriríamos en el acto.

 

Carmiña, Leonardo, jóvenes pupilos:

somos fragmentos de estrellas, estamos compuestos por los mismos cuatro elementos que, en diferentes proporciones de alumino-silicatos férricos constituyen sus núcleos".

 

En las estrechas calles de Delfos

discutían y regateaban gentes que sólo querían oír al oráculo para saber de codiciosas ganancias o de indeseables pérdidas.

 

Eran gentes corrompidas

que no tenían hambre de cosas bellas, ni deseos de dedicarse a la apasionante observación de astros y estrellas para conocer algo de lo mucho que del mundo

y de sí mismos ignoraban.

 

Lejos en el tiempo de aquel bullicio, hoy,

en esta playa solitaria de Corcubión, mientras Eolo sopla sobre mi cuerpo con la complicidad de las finas gotitas de lluvia enviadas por Zeus, agradezco unos que unos pocos peregrinos tengáis la amabilidad de escuchar mis humildes opiniones.

 

                                                                          Del Testamento de Elisa R. Bach

                                                                                             Johann R. Bach

 

Mi planeta de adopción se llama Sol Ausente

 PARA ABANDONAR EL HOSPITAL

 

He tenido que firmar un documento

de despedida del Hospital. Ha sido un escrito largo  que parece un paquete de sensaciones y recuerdos además de despedida y testamento.

 

Me ha salido un poco abigarrado,

pero es realmente un reflejo de lo que ha acabado siendo el final de mi vida. Si, ya sé, la despedida final es un "dies certus an incertus quando", pero la despedida es sólo una despedida del Hospital Carioca. Es sólo el comienzo de "la despedida". El texto es el siguiente:

 

Antecedentes

 

Yo, la que suscribe,

Elisa Roger Bach, bióloga encargada del Departamento de los Niños del Hospital de Investigación Carioca (HIC) manifiesto en escrito de puño y letra, con caligrafía totalmente legible estas memorias para que mi caída entre los hombres no muera en el olvido.

 

Mi planeta de adopción Sol Ausente,

el que ronda los mares de Mercurio, el que ha visto mis últimos 136 años (equivalentes a 34 años terrestres. 1 año = 1 vuelta alrededor del sol), tiene que ver en cómo mi alma lo empezó a abandonar en una noche de verano en la que mi cuerpo echado entre flores se sintió cansado y colmado de placer al mismo tiempo, de forma que ya no podía reanudar mis tareas.

 

No recuerdo, de mi pasado,

cuanto caminé entre nieblas y espantos antes de pasar por la cárcel, auténtico gozne sobre el que pivoté irremediablemente. Una luz lenta y suave me tomó cuando encogida abrí los ojos realmente por primera vez.

 

La cúpula en la que me hallé

era de paredes tiernas, recorridas por maravillosos diagramas de mapas, códigos, ojos, abismos, letras formando cosas que desconocía, abecedario de mi nueva lengua: el portugués.

 

Fue como si una mano me alzase

a través de la sangre y el gemido de la soledad. Acostado yacía a mi lado un ser de ojos verdes. Alguien me tenía de las piernas. Mi piel húmeda sufría un aire y una luz extraña. Hubiera querido hablar, pero de mi garganta sólo salió un grito que presentí como un ritmo futuro.

 

Mi idioma antiguo se inflamó

en visiones que, chocando con la lengua que oía, originaban sumas musicales.

 

Pero luego brotaron sonidos

y las cosas me fueron dadas poco a poco. Logré el idioma lógico de todos: brasileño permeabilizado totalmente de español. He crecido; veo las cosas lejanas; pobres ante la dureza ardiente que toco día a día.

 

Tal vez me entristezca recordar

la lengua engendradora y musical –el catalán- de mi Cielo lejano, o los cuerpos transparentes y celestes de mi pueblo natal, opuestos a la opaca materia cruzada por humores terribles de mi cuerpo que apenas había llegado a los sesenta años (terrestres).

 

Asístí a algo que me hirió hasta la locura.

Mi padre murió cuando yo contaba sólo con 9 años. Rodeado de flores efímeras oscureció su piel, la nieve ocupó su sangre en aquel invierno. En una gran caja de madera lo pusieron bajo tierra ante mis atónitos ojos.

 

Supe y temblé.

En mi País Anterior las almas suben, cambian de cielo, de luz, de velocidad; el cuerpo de cristal queda dormido entre hierbas. Por siglos, por milenios aguarda el regreso de aquellos que huyeron en la luz.

 

Tengo ahora 94 años terrestres,

según los cálculos minuciosos de los movimientos de nuestro Sistema Solar. Oculto, como puedo, mi lengua visionaria. Pero todo para mí es obertura de sinfonías fantásticas, selvas iluminadas. Así el montaje que doy a las palabras resulta desesperado como el de una "Niña a la Deriva" más.

 

Jugué en los grandes patios estratosféricos

y dibujé con tiza senderos que me obsesionaban. Pero algo, algún error debió suceder. Un sendero trazado por mí en la noche artificial del Hospital -siempre estuve sola- cobró vida propia. Sus líneas, partiendo de una elipse que representaba mi casa se desataron en una red de canales curvos, puentes colgantes y subterráneos en el fluido elástico del espacio infinito.

 

Un mareo feliz me acosa

al decir "subterráneo". Sentí decenas de veces sumergirme en el vacío como un ángel que baja del cielo al Pais de las Sombras… y el Hospital me parecía una y otra vez, una estrella lejana en la que vive un pájaro que canta por mí.

 

Cuando se abría la puerta azul,

creía bajar 1.728 bloques de 1.728 pisos cada bloque, con 48 escalones cada uno ellos de una escalera espiral en la que cada escalón tenía una altura de 12 centímetros –

 

Sin embargo toda mi vida

fue un sinsentido hasta que no tuve un hijo. Su nacimiento hizo que pudiera viajar hacia las estrellas, recluirme en una casa de cristal, ajena a millones de acontecimientos que acaecían como gotas de agua de una lluvia cayendo sobre millones de mundos. Todos ellos inabarcables para mí, para mi imaginación, para mis sueños. Todo mi trabajo en el Hospital -mi granito de arena-, a pesar de su modesto tamaño, llenó de pasión mi vida mientras intentaba arrastrar hacia los cielos a decenas de "niños a la deriva".

 

Testamento

 

Nombro herederos universales a Carmiña C34-90-M93 y a Leonardo P17-95-V25 a excepción de una pensión de 3.000,- € mensuales destinada a Manuel S34-70-V95, al cual nombro como usufructuario de la Casa de Cadaqués y otra pensión de 2.000,- € a Silvia B34-83-M89. Todo ello bajo la supervisión de la Junta del Hospital HIC a modo de albacea. Todos los trabajos científicos de mi propiedad, así como mi mismo cuerpo, los cedo en este mismo acto a la la Biblioteca de la Ciencia. Los cuadros de mi estudio se los dejo a partes iguales a Carlo y a Xabier. En cuanto a mi hijo le dejo exactamente lo que en Catalunya  se llama Legítima (a la tercera parte de mi patrimonio).

                     Extracto del diario de Elisa                                                                           

                          Johann Roger Bach

¡Ah! Mi vida llora cuando tú estás lejos

    La jubilación definitiva

·         Indiferencia en la cuarta edad

                  SEPIA 200 CH

·         Melancolía sexual

                  CONIUM MACULATUM 200 CH

·         Erotismo en la cuarta edad

                  HYOSCIAMUS 200 CH

 

Erótica sin Rima (Extracto del testamento de "Elisa en Niños a la Deriva")

 

Hora tras hora siento

pasar en el aire fresco de la nave Hospital, como un cortejo lento, acompasado y frío tu sudor fundido con el mío.

 

¡Ah! Mi vida toda llora

cuando tú estás lejos y hasta el rumor de tus pasos sonrío en sueños.

 

Sabes que volveré,

que brillará otra aurora en el acimut de mi horizonte como una frente sombría; revivirá en mi bosque triangular la punta tierna de tu sonrisa como otras veces lo cruzó cual cristalina agua de un río.

 

Un día al encontrarnos

alegres en el Camino,¡tú pusiste entre mis manos pálidas tu destino!

 

¡Y nada más grande en amor

jamás me han de ofrecer!

 

La noche estaba envuelta

de tragedia sollozante cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura; luego, la puerta abierta sobre la sombra limpia tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

 

Todo allí lo alumbraron

tus ojos de diamante; bebieron en mi copa tus labios de ingenua sabiduría, y descansó en mi almohada tu fragante cabeza; me encantó tu desacato y adoré tu locura.

 

Y hoy río si tú ríes,

y si tú tarareas canto y si tú duermes, se me cierran los ojos como perro faldero a tus pies.

 

Hoy llevo hasta en mi sombra

tu olor de primavera; y tiemblo si tu mano toca la cerradura y bendigo la noche sollozante y oscura que floreció en mi vida tu boca tempranera

 

Tu alma es frente a la mía

como el mar frente al cielo: pasarán entre ellas tal la sombra de un vuelo, la Tormenta y el Tiempo, la Vida y la Eternidad.                            

 

                                                                                                   Johann R. Bach

Paso revista a lo vivido, escrito y soñado.

 EL UNDÉCIMO MÚLTIPLO DE SIETE

 

Encerrado en casa,

como desde una atalaya, miro cómo introduce sus hilos dorados la luz de la aurora.

 

Paso revista a lo vivido,

escrito y a lo soñado

como un pobre poeta.

 

A la edad que tengo,

a punto de alcanzar el undécimo múltiplo de siete, me parece que estoy a punto de entrar como un miembro más de las filas de ancianos.

 

Fascinado por las montañas

y las nubes que las rodean, me olvido de mis propios problemas y me siento un vecino más de esos gorriones que me visitan cada mañana para recoger en sus picos las migajas de pan seco que les dejo en mi terraza.

 

Abandonada mi profesión oficial de médico,

me dedico a disfrutar de la vida observando los cielos y el interior de mí mismo, a recibir desinteresados mensajes de amor y aliento de Pilar la misionera y a escribir lo que ahora llaman microrelatos y que en otros tiempos los conocíamos como telegramas.

 

Con el pretexto de no tener cargas familiares,

intento llegar a un acuerdo,

día tras día, con alguien con disposición

a compartir lo único que tengo: mi soledad.

 

Burlándome del gran talento

de dirigir y gobernar (a comunidades enteras) que suponía yo tener, me conformo con ser un humilde poeta, designado por mi destino.

 

                                                                                 Johann R. Bach

 

24 jul 2013

Profesora de música se ha casado con un hombre de fortuna

  LA PALMERA DE ORIENTE

 

  • Mal de los transportes.
  • Cabeza caída

 

                                       COCCULUS IND C30

 

Rosa, antigua compañera

de la época escolar de Baumschulenweg ha venido de visita desde Basel (Suiza). Hemos comido juntas un halbe Ente en el restaurante Kuffer, situado al comienzo de Forsthausallée.

 

Cuenta que las cosas le van bien:

es profesora de música y se ha casado con un hombre de fortuna, cosa que no está descartada de la cabeza de muchas berlinesas y no pocas chicas de Potsdam.

 

Rosa, era en el colegio objeto de burla

porque no podía mantener erguida la cabeza: se le inclinaba notablemente hacia la derecha excepto en momentos que se distraía completamente y no pensaba siquiera en ese problema. Su postura preferida era la de mantener la cabeza con las manos apoyando los codos sobre la mesa.

 

Intelectualmente, no era

lo que precisamente podemos llamar brillante, más bien era lenta y respondía muy despacio a cualquier pregunta, como si no la hubiera comprendido, sobre todo después del "surmenage" a que nos sometíamos en tiempos de exámenes en los que lo habitual era estudiar durante semanas por la noche.

 

Era la que siempre vomitaba

en los viajes en coche: sentía vértigos, náuseas y sufría continuas lipotimias. En las excursiones en autobús el mareo estaba asegurado y después las piernas las sentía acolchadas, algo así como lo que sienten las personas que sufren esclerosis en placas (esclerosis múltiple).

 

Ha probado toda clase de medicinas

y fisioterapias para ganar fuerza muscular en su débil cuello, pero todo ha sido inútil. Sólo mejora con el tratamiento homeopático y en lugares cerrados.

 

Lo de casarse con un hombre de fortuna

es un misterio porque Rosa siempre ha tenido un carácter de mil demonios, aunque creo que su fuerte libido le habrá ayudado a compensar el humor de perros que le sale hasta por las orejas.

 

Las hay con suerte...
 
                                                        Johann R. Bach

No quiero morfina -decía-. Tengo la boca pastosa

      HERMES TOMA EL PULSO

Ella ya no podía mover su cadera.

Me hizo una señal para que me inclinara –tírame hacia arriba los hierros. Sólo quería cambiar de posición para evitar las llagas de decúbito.

 

No quiero morfina –decía-.

Tengo la boca pastosa. Dile a mi hermana que vaya a comprarme uvas y regaliz. Prométeme que con el dinero que te dejo en la mesita de noche me harán una misa.

 

Ya ves. No somos nada.

Media vida dando amor a mis padres y hermanos, a mi esposo, a mis hijos… Y ahora… sólo tú te acercas para tomar mi mano y darme consuelo.

 

Bésame la mano.

Nadie lo ha hecho desde que me rompí el fémur. La Medicina ha certificado de antemano mi derrumbamiento. Han colocado en la pizarra un papel en el que dice:

 

"Diagnóstico: Síndrome algo-neuro-distrófico"

 

Es una forma elegante

de decir que mi fémur no sólo rechaza el tornillo de titanio que me tenía que sujetar las dos partes del hueso sino que no se puede soldar.

 

Todos creen que desconozco el resto,

como si no tuviera oídos para oír y ojos para leer en sus rostros un rechazo hacia mí mucho mayor que el del ligero metal.

 

Noto, por otra parte,

cómo mi tuétano se deshace y se diluye en mi sangre arrastrando a todos los rincones de mi esqueleto esos fragmentos que harán que en pocas horas emprenda el viaje hacia el Ápex.

 

Bésame la mano.

Quiero sentir el precioso calor de tus labios los únicos que me han de ayudar a cruzar esa puerta. Ya han preparado las silenciosas ruedas plegables para deslizar mi cuerpo por los pasillos.

 

Mira a mi hermana cómo se abanica.

Tiene calor, suda, le falta el aire, y, sin embargo yo tengo los pies helados y ya no puedo moverlos.

 

Todos se acercan al hospital

diciendo que vienen a verme, pero no es verdad: permanecen fuera de la habitación hablando de sus negocios, del último partido de fútbol o de la última mujer de la que se han separado.

 

Temen que mi aura

les arrastre a ellos también y hablan con el cura paseando arriba y abajo por los pasillos de esta Séptima Planta: la de los desahuciados.

 

Bésame la mano.

Permanece aquí junto a mí. No tardaré mucho en irme. Bésame la mano y toma de mi rostro mis lágrimas como último regalo. Cuando algún día vuelvas a visitarme te las cambiaré por margaritas.

 

Asómate a la ventana

y verás una diminuta lechuza encaramada en el árbol más alto. Hace dos noches que está ahí como si se entregara ciegamente a la miel del sol del amanecer.

 

También oigo a los ángeles

cómo desatan con sus dientes los cielos; cómo respira el funcionario de gruesas cejas mientras aguarda pacientemente el momento en que el vuelo de la lechuza le dé

 

la señal para pulsar el timbre

que ha de poner en marcha la maquiavélica máquina, engrasada, con los depósitos de combustible llenos y con la ITV recién pasada. 

 

Bésame la mano.

Aspira en ella el aroma de mis cabellos recogidos con una diadema. Es la esencia sutil del naranjo. Cada hora me pongo en las sienes, una gota de ese frasco que ves ahí con la etiqueta "Citrus sinensis". Ese olor es el mismo de la música de Arvo Pärt.

 

Me he pasado la vida

oyendo nombres desconocidos, soñando con paraísos, con nuevas tierras, con nuevas locuras de los hombres o de los dioses mientras que me conformaba con ser una humilde vendedora del Corte Inglés;

 

con una ciega voz

que, a tientas en la memoria anochecida, palpaba mejillas y ademanes que no me atrevo a decir que fueron besos. Tu nombre –Hermes-, no recuerdo haberlo oído hasta la semana pasada.

 

Apareciste en el momento preciso.

Después de que el otro día, me besaste la mano casi como con un beso robado ya me siento con fuerzas para atravesar esas puertas y me has infundido una paz que nunca tuve.

 

Gracias, gracias, gracias. Bésame la mano.
                                                                                                 Johann R. Bach