22 sept 2013

El amor era -en esos años- como un puente...

EL PROFESOR DE GEOGRAFÍA

 

A principios de los años sesenta

Marta Guillamon amaba a los hombres que le enseñaban, pues a través de su amor aprendía también su vocabulario.

 

Durante el cuarto curso

estuvo enamorada de su profesor de geografía. El amor era para ella un puente, una especie de ósmosis por la que sus conocimientos sapientísimos podrían pasar a su cerebro.

 

Sí, sí. En aquellos años

los hombres tenían un vocabulario distinto de las mujeres, un léxico secreto que no se utilizaba en presencia de las chicas y Marta estaba dispuesta a aprender aquel lenguaje. Así pensaba comprender cómo pensaban los hombres.

 

Pero aquel maldito profesor de geografía

no le hacía el más ligero caso: soltaba escuetos conceptos sobre la importancia de la orografía a la hora de construir carreteras y comunicar los pueblos por ferrocarril.

 

Se llamaba Costa Herzog

y todas coincidían en que era el profe más interesante de la facultad. El origen de su apellidos indicaba la procedencia de sus progenitores: el padre era un notario procedente de Balaguer (Lleida) y el lugar de nacimiento de la madre era La Carolina (Jaén).

 

Cada vez que se le presentaba la ocasión

el brillante profesor de geografía explicaba a sus alumnos la curiosidad de los apellidos de su madre Carmen. En efecto su segundo apellido era Wittimper de origen evidentemente germánico.

 

Los apellidos de su madre

le servían para explicar la adaptación de las poblaciones humanas al lugar en que vivían. En efecto, hubo un tiempo en que muchos alemanes fueron a trabajar a las minas de la zona de La Carolina, Linares … y sus descendientes llevaban sus apellidos, pero no el idioma alemán.

 

Aunque andaluces, sus apellidos alemanes

recuerdan la llegada de extranjeros a Sierra Morena y su instalación en núcleos cercanos a La Carolina. No forman guetos ni zonas diferenciadas y su disolución dentro de la población andaluza ha sido absoluta.

 

Esas historias creaban alrededor del profesor

una aureola de misterio que el psicoanálisis de Freud en boga no podía explicar.

 

Todas sabíamos que estaba separado

–no existía aún el divorcio- y que tenía una suerte de amante catedrática de geografía de un Instituto de Barcelona. Todo aquello hacía que el amor de Marta y sus amigas por el profe fuera exclusivamente platónico.

 

Fue en aquel curso cuando Marta escribió

el sucinto corolario sobre los hombres:

 

"Para conocer a los hombres

no tuve que acostarme con todos ellos. Como no me bastó con mirar a mi alrededor, observar a los compañeros de mis amigas y escuchar lo que de ellos decían ellas,

 

tuve que leer El Quijote,

el Código civil y el Código Penal. Y aun así tuve que grabar en mi ADN la mayoría de las guarradas de los dioses de El Olimpo".

 

                                                       Johann R. Bach

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