23 mar 2012

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

Poema de introducción y primer capítulo

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

Barcelona nació con los granados,

entre alegres flores fucsias

como una granada de astros.

 

Corrían los tiempos que

caballos de madera y elefantes

ganaban batallas y  daban vida.

El delta del Llobregat procuraba

reposo, agua y terrazas sobre el mar

a familias púnicas enteras

resguardadas por murallas

de montañas inexpugnables.

 

En sus tierras fértiles crecían

sin dificultad las verduras,

los higos maduraban

como los versos y los campamentos

reían ajenos a la batalla de Cannas.

 

Los elefantes, verdaderos artífices

de las victorias cartaginesas también

descansaban a orillas de los ríos

prepirinaicos. Desarrollaban tareas

agrícolas, domésticas y pacíficas.

 

Gozaban como niños de baños diarios,

y juegos infantiles; se adormecían

con la música de las olas

y el olor a vino de los soldados.

 

Entre los fermentos

de sus enormes excrementos

usados como el mejor abono,

una semilla blanca

que en su origen tenía

el mismo color de sus flores,

surgió una planta extraordinaria

que viendo la luz del mar

decidió crear sus propias colonias. 

 

Ahora, después de más

de dos mil doscientos años

ninguna necesidad tiene el granado

que venga de tan lejos y me detenga

a contemplarlo en su milagro,

a que admire sus hermosas flores fucsias.

Nada es necesario para el granado

salvo la luz, la noche, el agua,

los fermentos, la brisa mediterránea

y el vuelo de las abejas.

La rotación incesante de la tierra.

 

Para ser, el granado no necesita que

me detenga a contemplarlo.

No mora el Punica granatum en mi palabra.

Mi palabra es lenta, sólo evoca

un granado que florecía en Cadaqués

junto al mediterráneo.

 

Existen

una avenida que va a Roma

y una ventana que da a la playa

para guardarlo, y en mi memoria

avenidas de diáfanos cristales

por donde llegó el granado

de Amilcar Barca que contemplo.

 

Barcelona nació con los granados,

entre alegres flores fucsias

como una granada de astros.                        Elisa R. Bach

 

Capítulo 1

·         Pérdida de un ser querido

IGNATIA 200 CH

·         Pérdida de algo muy apreciado materialmente o

·         Miedo a perder algo considerado un capital

VERATRUM ALBUM 200 CH

Hermes. El abuelo.

Como en la extraña mina de las almas,

estaño silencioso, iba avanzando

como vena por la oscuridad.

Entre raíces colgando,

puestas al descubierto por las picas,

brotaba la sangre que se escurre

hacia los hombres

con el aspecto pesado

del pórfido1 en la oscuridad.

Nada más allí, era rojo.

 

Allí había rocas

y bosques irreales

en excavaciones a cielo abierto.

Puentes sobre el vacío

y el gran lago gris, seco,

en el que estaba suspendido

sobre el propio fondo lejano,

como encima de un paisaje,

un cielo de lluvia.

 

Y entre praderas suaves,

llenas de paciencia,

apareció la pálida franja,

el único camino, extendido

como una larga lividez.

 

Por este único camino veníamos.

 

En cabeza,

el hombre esbelto con capa azul

y casco de minero,

que impaciente y mudo miraba ante él.

No masticaba tabaco ni otras hierbas,

pero su paso devoraba el camino

a grandes mordiscos. Las manos

le colgaban fuera de los pliegues

del manto, cerradas y pesadas,

sin ya saber nada de la cicatriz ligera

que llevaba enclavada

en la mano izquierda

como sarmiento de rosal

en un tronco de olivo.

 

Y sus sentidos estaban como partidos:

 

Por un lado, la mirada se adelantaba

corriendo como un perro pastor,

que se giraba, venía, y ya estaba de nuevo

esperándose lejano en la curva más cercana.

 

Por otra parte, como un olor,

el oído se quedaba atrás,

y le parecía a veces sentir

incluso el caminar de aquellos 

que también tenían que hacer

toda aquella penosa subida.

 

Después volvía a ser el eco

del propio ascenso y el viento

de su manto lo que llevaba detrás.

Pero él se decía a sí mismo

en voz alta que vendrían

y sentía como resonaban

en los oídos sus palabras.

 

Hermes, el abuelo, era experto

en interpretar los significados ocultos

conocía todo el mundo de los difuntos,

tranquilizaba a todos los que iban

a atravesar los límites de este mundo.

Su potente imaginación le permitía

entrar y salir del Inframundo sin problemas.

 

Hermes, el abuelo, nos enseñó

los símbolos del gallo y la tortuga

para el madrugador y tenaz caminante,

el zurrón para no ser capturado

ni envenenado en posadas,

las sandalias aladas indicativas

de la diligencia del mensajero,

el pétaso o casco precursor de moteros

y su caduceo o vara de heraldo.

 

Y los que veníamos detrás de él

a lo lejos, queríamos aprender

sus ciencias de la vida y

sus conocimientos sobre el Inframundo:

éramos muchos, pero caminábamos

con pasos suavísimos, callados.

                                                            Leo P. Hermes

 

*1) Pórfido. Roca compacta y dura formada por una sustancia amorfa y cristales de feldespato y cuarzo, generalmente de color rojo oscuro, muy apreciada para la decoración de edificios.

 

Fue en abril de 1.96… Me vi obligada a cambiar de alojamiento. El dueño de aquel enorme piso de la calle Joaquím Costa, a escasos 300 metros de la Facultad, había decidido vender el inmueble entero y nos echó a todas las que compartíamos aquella vivienda de techos altos y puertas hechas para gigantes. Excepto a Dominique no volví a ver a ninguna de ellas. Dominique y yo habíamos compartido una de aquellas frías habitaciones. Ella, nacida en Dinan (Bretaña) estudiaba historia en la Facultad de Letras, era simpática y hasta llegó a presentarme a su hermano Hervé y a su hermana menor Gaëlle. Durante un tiempo nos seguimos viendo en el bar de la Universidad.

 

Gracias a Dominique encontré un estudio en arrendamiento en la calle Princesa a tan sólo 50 metros de la Vía Laietana. Realmente era un traspaso que me ofreció un amigo común de Pau Riba y de Dominique. El  estudio estaba en la última planta de un edificio antiguo, sin ascensor. El alquiler era muy barato (aparte del traspaso que pagué no sin dificultades). Tenía una pequeña entrada desde la que se podía ver el gran comedor-cocina. En la parte derecha junto a la ventana había una pequeña escalera de madera que conducía a lo que fue mi habitación. La amplia cama estaba situada a la misma altura de una ventana que tenía vistas a los tejados vecinos.

 

Cansada de buscar habitación, acepté la situación: daba un dinero de entrada difícilmente recuperable si no era a base de encontrar a alguien, como yo, que aceptara aquellas condiciones. Por eso cuando ya estaba a punto de entregar el dinero Germán me habló de Giner, una especie de "mayordomo" que se traspasaba también con el estudio. Germán me quiso tranquilizar diciéndome que a él le habían transferido el estudio con Giner y que los anteriores ocupantes también habían tenido a Giner como compañero. Giner ocupaba una habitación frente a la mía sin luces ni ventilación.

 

Giner se ocupaba de todo lo que hiciera falta en el estudio, (limpieza, etc.) y nunca se mezclaba con los amigos de los inquilino; era discreto hasta el punto que era difícil de toparse con él en la escalera o en el propio estudio. Por fortuna mi habitación contaba con un pequeño lavabo y un wáter. Acepté a ese "mayordomo adherido" al estudio aún sin conocerlo. Abajo, en la calle Princesa había siempre gente hasta altas horas de la madrugada y atravesando la Vía Laietana, La Plaça Sant Jaume tenía un aspecto alegre.

 

Mi cuarto, en los primeros días, me pareció bastante acogedor. Por la cocina "económica" de hierro forjado y por la ventana larga y estrecha en altura, rozando ya las tejas, de vidrios muy fraccionados, se podía adivinar la edad de la casa. Por aquella ventana podía ver como caía la lluvia sobre los tejados rojos y adormecerme con las últimas luces del día, bajo una gruesa y pesada manta de lana. También los primeros rayos de sol, reclinado como un globo ardiente sobre los tejados, entraban por esa ventana sin cortinas, inundándome los ojos de una claridad coincidente con los fuertes timbrazos de un viejo despertador como los sonidos de un timbre de bicicleta.

 

La escalera era empinada y los siete pisos costosos de subir, pero en pocos días me acostumbré y el estudio me parecía aún más acogedor cuando, jadeante por el ejercicio de escalar, escalón por escalón, aquella oscura y fría escalera alcanzaba el confort del viejo sofá. Era como trepar por un árbol huyendo de toda clase de alimañas y a veces me sentía como una niña luchando por alcanzar el desván. En una palabra, estaba contenta, sobre todo porque los vecinos parecían no existir y a veces lo único que subía por aquella escalera era la música de un organillo que parecía también se había afincado en el portal.

 

Desde entonces han pasado los años por el país. La época de la que hablo está para mí en las tinieblas del pasado, y los vivos colores de los sucesos se han vuelto pálidos y difusos. Tengo la sensación de estar hablando de cosas que no me ocurrieron a mí sino a otros, tal vez a Dominique. Por eso no he de tener miedo que el amor propio me induzca a mentir: Escribo con claridad y honradez y me atengo al hecho que el número 12 de la Calle Princesa y el número 36 de la calle Joaquím Costa todavía existen y que las personas que en aquella época íbamos al comedor no universitario más barato, en la misma calle Joaquím Costa, pueden dar fe del ambiente del barrio.

 

Paco, el camarero del bar de la Universidad, ha dado, durante más de cincuenta años, testimonio de todas las transformaciones del ambiente estudiantil y estuvo al corriente de nuestras vicisitudes con más comprensión que la de un hermano. Decenas de miles de estudiantes conocieron al gentil Paco.

 

En aquel entonces yo no pasaba mucho tiempo en casa. A las siete y media de la mañana iba camino de la Facultad y antes de las ocho aún me daba tiempo de tomar un café servido por Paco. Eran tiempos en que hasta los conserjes ganaban concursos como los de "Un millón (de pesetas) para el mejor" y los estudiantes quedábamos atónitos ante la erudición de aquellos "poco ilustrados" funcionarios. Y siempre que podía, pasaba las tardes en casa de mi novio.

 

Si, entonces yo estaba "prometida" (como se decía entonces). Ramón –voy a llamarlo así- era una joven promesa del mundo científico, amable y culto y –lo que más contaba para mis coetáneos- rico.

 

Ramón había nacido en el seno de una tradicional familia de comerciantes que mediante el trabajo y el ahorro llegó a tener una casa a la que también gustaba de ir la juventud masculina porque, pese a todo aquel refinamiento, reinaba en ella un ambiente alegre y abierto que no dejaba que entre las tazas de té se instalara el aburrimiento.

 

El hijo menor de la familia, Ramón, era por cierto el preferido de todos, porque a su cultura añadía una cierta amable frivolidad que convertía en interesante y agradable la conversación más anodina. Tenía más sensibilidad y más temperamento que sus hermanos mayores, era un carácter franco, alegre, y está fuera de duda que yo le quería y estaba orgullosa de él.

 

Puedo hablar abiertamente. Más adelante, un año después de quedar disuelto nuestro compromiso, se casó con una muchacha de familia noble, pero murió tras haberle dado el primer hijo, una niñita rubia.

 

Yo solía quedarme en su casa, donde se reunía a diario un grupo bastante numeroso de personas, hasta las seis de la tarde; después daba mi paseo, iba al Capsa, (teatro situado entonces, en la Calle Aragón) y regresaba a casa sobre las diez de la noche para continuar con el mismo género de vida. Me aficioné a las matemáticas y otras ciencias para estar más cerca de él.

 

Por la mañana, cuando yo bajaba despacio mis siete pisos, me encontraba siempre en el portal  al portero, que fregaba las baldosas de mármol blanco de la entrada. Él saludaba e iniciaba una corta conversación. Así día tras día. Primero el tiempo, luego que si estaba contenta con mi estudio y cosas así.

 

Como el viejo nunca quería terminar, yo siempre le preguntaba por sus hijos, y entonces él suspiraba y murmuraba apretando los dientes "¡Eso sí que es una cruz! ¡Qué preocupado me tienen, chica!". Y aquello era el final. Una vez, era un martes, pregunté, sólo por decir algo, quién era aquel "mayordomo" que ocupaba una habitación en mi estudio. Contestó a la pregunta de la misma manera que yo: de pasada, sin pensar mucho. "Un pobre chico que apenas si gana para poder comer haciendo pequeños trabajos aquí y allá.

 

Había olvidado ya hacía semanas aquella información cuando llegó Giner jadeante, sudado y al mismo tiempo con la ropa totalmente empapada. La tormenta le había sorprendido ya cerca de casa. Era un domingo por la mañana. Yo había dormido más de lo habitual y me disponía a salir paraguas en mano, mientras que él, con un librito en la mano parecía que regresaba de la iglesia.

 

Su aspecto era mísero: entre los flacos hombros que se vislumbraban claramente porque la camisa mojada así lo permitía, destacaba en su cara una nariz larga y afilada y las mejillas hundidas. Los delgados labios, ligeramente entreabiertos, dejaban ver unos dientes poco limpios. La mandíbula era angulosa y prominente. En aquel rostro sólo llamaban la atención positivamente los ojos. No es que fueran bellos, pero sí grandes y muy negros, aunque carentes de alegría. Sólo sé que la impresión que me causó aquella criatura con el pelo totalmente mojado no fue grata en absoluto. Creo que él no me miró. Por otra parte, apenas tuve tiempo para pensar en aquel encuentro banal, porque instintivamente cogí una toalla y se la ofrecí para que se secara el pelo y la cara.

 

Aquella noche tuvo lugar en casa de mi novio una velada perfecta donde se discutió amablemente sobre todos los temas de la época. Resultó perfecta y duró hasta muy avanzada la noche. Esa noche, precisamente, Ramón me pareció encantador. Una agradable sensación de contento saturaba mi pecho como un calor bienhechor. De ahí que a las tres de la madrugada resultara aún difícil la despedida. Los pocos que marcharon a pie se dispersaron pronto en todas direcciones. Yo tenía un camino por delante de unos veinte minutos por lo que aceleré el paso, dado, además, que la noche de final de junio era brumosa y lloviznaba. Pensando en aquel aleteo de mariposas en mi bajo vientre, sin darme cuenta llegué a casa y entré.

 

Ante mí estaba él. Apenas visible porque su cabeza tapaba la pequeña bombilla y su cara quedaba en la zona oscura. Sólo sus ojos se adivinaban. Hasta mí llegó un desagradable olor a sudor idéntico al que embargó mi olfato por la mañana. Estaba tan cohibida y asustada que no dije palabra, aunque tampoco me aparté. Sentía asco por aquella figura, pero no me aparté. Sentía sus ojos sobre sobre mis labios mucho antes de que me los besara. Cuando quise darme cuenta sus dedos corrían ya entre mis piernas. Como corrientes eléctricas las punzadas salían de mi vagina alcanzado los pezones en oleadas.

 

El olor de sudor, su piel pegajosa y sus labios sobre los míos me producían un profundo asco y al mismo tiempo un placer que nunca había experimentado antes. Me sentí como una diosa poseída por un diablo que conocía mi cuerpo mejor que yo misma. Me poseyó varias veces antes de que amaneciera. Finalmente caí exhausta en un profundo sueño. Me desperté a las cuatro de la tarde oliendo a demonios; me fui directamente a la ducha. Nunca me había sentido tan sucia. Afortunadamente él había salido.

 

En los días que siguieron a aquel encuentro todo pareció volver a la normalidad. Pero el sábado fui a casa de mi novio y para sorpresa mía toda la familia se había ido de viaje. El portero me dio un sobre con una nota. Una nota escueta que decía así: "Queda roto nuestro compromiso. Un tal Giner nos ha explicado con todo detalle la doble vida que llevas con él."

 

Salí huyendo con el pecho herido. Con la velocidad del rayo lo comprendí todo. Fui en busca de Dominique. Le expliqué todo lo ocurrido y le pedí ayuda. Me acompañó hasta la estación de Francia. Me pagó el billete hasta París y me dio algo de dinero para pasar unos días en casa de Hervé hasta que pensara en lo que debería hacer en aquel verano. Tardé tres años en volver de visita a Barcelona.

                                                                                                          Elisa R. Bach

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

22 mar 2012

MEMBRILLOS EN LA FARMACIA

MEMBRILLOS EN LA FARMACIA

 

Más de una vez permaneciste

-cuando un dios de bata blanca

acercaba sus labios

a la copa del cuerpo de Baco

y el diablo no dormía

 

ni dejaba dormir-

 

Más de una vez permaneciste,

acompañando a tu tía

junto a la ventanilla

de la farmacia de turno

con mente despierta y

 

ojos entornados simulando aburrimiento.

 

Escuchaste muchas peticiones y suspiros,

preguntas y agradecimientos,

confidencias, penas y angustias

desteñidas por frecuentes baños en lágrimas

y por las humillaciones sufridas

 

ante la descarada esperanza.

 

Por aquella ventanilla desencajada

te llegaba el soplo no sólo de la rabia,

sino de la amabilidad

y otras veces la irritación

de algunas batas blancas que con fastidio

 

esperaban encontrar algún día

 

el olor de las azucenas

sin apercibirse de su necesidad de Cocculus;

en su lugar pasaban a los excesos

de venenos incoloros que sólo se entregaban

a cambio de la papeleta

 

de empeño de la posible salvación.

 

Por aquella ventanilla viste

los ojos de todos los enfermos,

para evitar la tristeza de los tuyos

desviabas la mirada

hacia el plato de membrillos

 

llenando la farmacia de aroma de vida

 

en las largas noches de guardia.

Por suerte, vivías en un mundo con estaciones,

y sentías que, disponías, todavía de variedad:

también permaneciste junto a la ventanilla

con diversas clases de espera.

 

De vez en cuando se asomaba una sonrisa

                                      fruto de una primavera

 

y sentiste que tenías una riqueza enorme.

Tenías de hecho todo lo que veían tus ojos

y aunque es cierto que en aquellos días

tus ojos aún no veían a gran distancia

-limpios de presbicia y algo miopes-

 

ni los detalles más sutiles,

 

lo que podías discernir lo captabas

con un hambre difícil de concebir

para aquellos que no pueden soñar

con imaginarias reacciones químicas

ni con las evidencias que arrancan

 

amor a la voz del primer gallo.

                                       Elisa R. Bach

MEMBRILLOS EN LA FARMACIA

POEMA 76/2012

21 mar 2012

LA CEBOLLA COMO PLANTA MEDICINAL Y ORIGEN DE POTENTES MEDICINAS

Capítulo 7.              LA CEBOLLA     (Allium cepa)

 

El Atardecer de Lycopodium 

 

Sientes como la luz gotea

por las paredes de la casa.

Con los ojos avezados

en la penumbra contemplas

como han caído las horas

 

y como la noche desfasa

 

los antiguos días felices

que guardas en las sienes

de la felicidad lejana.

Y así escuchas –imagino-

el último canto del mirlo,

 

la soledad de los árboles,

 

y una música antigua,

y tantas y tantas voces

y palabras que te explican

la serenidad de las piedras calizas

combinadas con rojos ladrillos.

 

En el mar está el horizonte

 

para unas manos –las tuyas-

que saborean la ciudad

que se adormece

cuando se anuncia la noche.

Las velas y los mástiles que

 

con su bamboleo cerca del puerto

 

siempre te acompañaron;

señalan las rutas de las diosas,

poniente teñido de nísperos,

mientras enciendes,

acobardada,

 

el recuerdo del amor que te daba

 

la lenta luz sobre tus dedos

que es uno de los más bellos

hilos del atardecer.

Avesada y lúcida, evitas

tu achicamiento mezclándote

 

orgullosa entre el musgo húmedo y las setas.             Elisa R. Bach

 

Eran las ocho de la noche cuando me llamó Arcadia. Su voz parecía lejana, pero como esas cosas pasan a menudo con los auriculares de los teléfonos móviles, no le di importancia. Era un día muy lluvioso y me costó encontrar aparcamiento cerca de su domicilio. Cuando llegué bastante empapado, su hermana me explicó que al intentar coger unos platos que estaban situados en un armario en el estante más alto, se le torció el cuello y el dolor era tan intenso que hasta el hablar se le hacía difícil.

 

Luisa, me acompañó hasta la pequeña habitación que a modo de salita tenía un pequeño sofá, un sillón, dos sillas plegables. Allí estaba prostrada Arcadia, a media luz. En aquel cuarto la atmósfera estaba densa debido a la humedad que se desprendía de las paredes empapeladas con colores chillones y a una estufa eléctrica exageradamente potente para aquel volumen.

 

Un olor a cebolla invadía la habitación y Arcadia casi sin levantar los ojos me saludó extendiéndome la mano y sin levantarse del sillón. Al acercarme para estrecharle la mano me apercibí de que el olor a cebolla surgía de su sudor. Antes de que Luisa me explicara más cosas saqué de mi maletín uno de los más valiosos tubos de gránulos homeopáticos. Estaba etiquetado como LYCOPODIUM 200 CH. Cuatro gránulos puestos debajo de su lengua fueron suficientes para que Arcadia recuperara en quince minutos su estado natural.

 

Ya liberada de su dolencia Arcadia me preguntó cómo había llegado a seleccionar tan rápidamente el medicamento homeopático. Evidentemente no le podía decir que el síntoma que me llevó a ello era el olor a cebolla de su olor. Así que guardé silencio como protegiendo el genio de un árbol que en los albores de los primeros bosques de la tierra, medía unos cuarenta y cinco metros de altura y que en la actualidad ha venido a menos y sólo mide unos 3 centímetros y que se arrastra entre musgos y setas.

 

………………………………………………………………………………………………………………………

 

Las propiedades diuréticas de la cebolla hacen que este vegetal goce de una fama de hortaliza ideal para acompañar una dieta para bajar de peso. Esto no es realmente así. Los partidarios de dietas diuréticas para adelgazar ignoran el esfuerzo cardíaco y toda la sintomatología que produce la ingesta de cebolla. En muchas ocasiones se piensa en la cebolla como un vegetal para consumir en forma habitual en ensaladas y caldos, en tortilla o macerada en aceite junto a pimientos y tomates, pero la realidad es que es dura de digerir y necesita mucha sal para que se suavice su consumo.

 

Quizá sea mejor partir de los efectos conocidos para determinar su utilidad. Es conocido que al pelar una cebolla se produce en las personas que están cerca.

              Lagrimeo

              Tos

              Mucosidad (catarro)

              Dolor de cabeza

 

Esos síntomas los produce un gas (alicina) que se desprende al cortar la cebolla y es muy conocido el procedimiento de dejar en la mesita de noche un trozo de cebolla para curar la tos nocturna de los niños.

 

Beneficios de la cebolla para perder peso:

 

Un gramo de cebolla diario triturado con 0,25 gramos de sal y diluido en dos litros de agua regulariza el funcionamiento del estómago.

 

Esa agua es diurética y estimula al riñón a eliminar toxinas y líquido.

Al mismo tiempo esa trituración puede añadirse a cualquier clase de caldo y su efecto depurativo, combate el estreñimiento al acelerar la motilidad intestinal.

 

Un gramo de cebolla asada tiene un efecto antioxidante, por su contenido en vitaminas y minerales, tales como Vitamina C, A, E y B, azufre, magnesio, fósforo y cobre, entre otros, (la ingesta de cebolla obligatoriamente ha de ser en dosis muy pequeñas (apenas un gramo por día).

 

Además de estas propiedades adelgazantes de la cebolla, se le atribuyen otras características.

 

En efecto, muchísima gente mejora su visión al dejar de ingerir cebolla, pues en grandes cantidades es tóxica. Aquellas personas que su sudor huele a cebolla deberían eliminarla de su dieta. El olor a cebolla del sudor indica que entre las toxinas que el cuerpo está eliminando se hallan las correspondientes a la cebolla.

Insisto: la cebolla en dosis mínimas (inferiores a un gramo diario) produce los siguientes saludables efectos:

 

              Reduce el colesterol.

              Reduce los triglicéridos, siempre que no se beba vino.

              Inhibe la formación de trombos.

              Es un excelente antiparasitario.

 

Como veréis a la cebolla no le faltan propiedades beneficiosas a condición de que su ingesta se haga en cantidades muy pequeñas.

 

Deberás prestar atención si:

 

·         Sufres de gastritis.

·         Sufres de divertículos, sobre todo en la etapa de granos bizantinos (diverticulosis).

·         Sufres de colon irritable en etapa de diarrea.

 

Las dosis deben ser inferiores a un gramo por semana. Y como depurativo es mejor mezclarla con la zanahoria.

 

No es preciso esperar a tener alguna de las enfermedades o síntomas que a continuación se enumeran para tomar cebolla como preventivo:

 

              Fisura de ano

              Ascites

              Catarro

              Diarrea

              Fiebre amarilla

              Fiebre del heno (en agosto)

              Hernia

              Gripe

              Laringitis

              Neumonía

              Paralisis facial (por golpe de aire frío)

              Tos

 

Todo lo enumerado se puede prevenir masticando una chispa de cebolla y escupiéndola después de tenerla un minuto debajo de la lengua. Pero lo más interesante es saber reconocer cuándo uno de esos procesos mórbidos está en marcha. No es tan difícil detectar el desequilibrio si se produce alguna de las modalidades siguientes:

 

              Bostezo con somnolencia

              Deseo de cebollas crudas

              Cosquilleo en la laringe

              El reposo empeora; el movimiento mejora

              Mejor al aire libre

LA CEBOLLA COMO PLANTA MEDICINAL Y ORIGEN DE POTENTES MEDICAMENTOS

LA CEBOLLA COMBATE LA FIEBRE DEL HENO Y LAS ALERGIAS PRIMAVERALES

LA CEBOLLA COMO PLANTA MEDICINAL Y ORIGEN DE POTENTES MEDICAMENTOS

Capítulo 7.              LA CEBOLLA  

                                (Allium cepa)

 

El Atardecer de Lycopodium 

Sientes como la luz gotea

por las paredes de la casa.

Con los ojos avezados

en la penumbra contemplas

como han caído las horas

 

y como la noche desfasa

 

los antiguos días felices

que guardas en las sienes

de la felicidad lejana.

Y así escuchas –imagino-

el último canto del mirlo,

 

la soledad de los árboles,

 

y una música antigua,

y tantas y tantas voces

y palabras que te explican

la serenidad de las piedras calizas

combinadas con rojos ladrillos.

 

En el mar está el horizonte

 

para unas manos –las tuyas-

que saborean la ciudad

que se adormece

cuando se anuncia la noche.

Las velas y los mástiles que

 

con su bamboleo cerca del puerto

 

siempre te acompañaron,

señalan las rutas de las diosas,

poniente teñido de nísperos,

mientras enciendes, acobardada,

el recuerdo del amor que te daba

 

la lenta luz sobre tus dedos

que es uno de los más bellos

hilos del atardecer.

Avesada y lúcida, evitas

tu achicamiento mezclándote

 

orgullosa entre el musgo húmedo y las setas.             Elisa R. Bach

 

Las propiedades diuréticas de la cebolla hacen que este vegetal goce de una fama de hortaliza ideal para acompañar una dieta para bajar de peso. Esto no es realmente así. Los partidarios de dietas diuréticas para adelgazar ignoran el esfuerzo cardíaco y toda la sintomatología que produce la ingesta de cebolla. En muchas ocasiones se piensa en la cebolla como un vegetal para consumir en forma habitual en ensaladas y caldos, en tortilla o macerada en aceite junto a pimientos y tomates, pero la realidad es que es dura de digerir y necesita mucha sal para que se suavice su consumo.

Quizá sea mejor partir de los efectos conocidos para determinar su utilidad. Es conocido que al pelar una cebolla se produce en las personas que están cerca.

·        Lagrimeo

·        Tos

·        Mucosidad (catarro)

·        Dolor de cabeza

Esos síntomas los produce un gas (alicina) que se desprende al cortar la cebolla y es muy conocido el procedimiento de dejar en la mesita de noche un trozo de cebolla para curar la tos nocturna de los niños.

Beneficios de la cebolla para perder peso:

Un gramo de cebolla diario triturado con 0,25 gramos de sal y diluido en dos litros de agua regulariza el funcionamiento del estómago.

Esa agua es diurética y estimula al riñón a eliminar toxinas y líquido.

Al mismo tiempo esa trituración puede añadirse a cualquier clase de caldo y su efecto depurativo, combate el estreñimiento al acelerar la motilidad intestinal.

Un gramo de cebolla asada tiene un efecto antioxidante, por su contenido en vitaminas y minerales, tales como Vitamina C, A, E y B, azufre, magnesio, fósforo y cobre, entre otros, (la ingesta de cebolla obligatoriamente ha de ser en dosis muy pequeñas (apenas un gramo por día).

Además de estas propiedades adelgazantes de la cebolla, se le atribuyen otras características.

En efecto, muchísima gente mejora su visión al dejar de ingerir cebolla, pues en grandes cantidades es tóxica. Aquellas personas que su sudor huele a cebolla deberían eliminarla de su dieta. El olor a cebolla del sudor indica que entre las toxinas que el cuerpo está eliminando se hallan las correspondientes a la cebolla.

Insisto: la cebolla en dosis mínimas (inferiores a un gramo diario) produce los siguientes saludables efectos:

·        Reduce el colesterol.

·        Reduce los triglicéridos, siempre que no se beba vino.

·        Inhibe la formación de trombos.

·        Es un excelente antiparasitario.

Como veréis a la cebolla no le faltan propiedades beneficiosas a condición de que su ingesta se haga en cantidades muy pequeñas.

Deberás prestar atención si:

·        Sufres de gastritis.

·        Sufres de divertículos, sobre todo en la etapa de granos bizantinos (diverticulosis).

·        Sufres de colon irritable en etapa de diarrea.

Las dosis deben ser inferiores a un gramo por semana. Y como depurativo es mejor mezclarla con la zanahoria.

No es preciso esperar a tener alguna de las enfermedades o síntomas que a continuación se enumeran para tomar cebolla como preventivo:

·        Fisura de ano

·        Ascites

·        Catarro

·        Diarrea

·        Fiebre amarilla

·        Fiebre del heno (en agosto)

·        Hernia

·        Gripe

·        Laringitis

·        Neumonía

·        Paralisis facial (por golpe de aire frío)

·        Tos

 

Todo lo enumerado se puede prevenir masticando una chispa de cebolla y escupiéndola después de tenerla un minuto debajo de la lengua. Pero lo más interesante es saber reconocer cuándo uno de esos procesos mórbidos está en marcha. No es tan difícil detectar el desequilibrio si se produce alguna de las modalidades siguientes:

·        Bostezo con somnolencia

·        Deseo de cebollas crudas

·        Cosquilleo en la laringe

·        El reposo empeora; el movimiento mejora

·        Mejor al aire libre