Amor sin medida
Me despedí con gran pesar de la fábrica
que me había dado una profesión y me convertí en la enfermera de Yvette. Durante dos largos años compartí el dolor, día a día, con la persona más maravillosa del mundo. También eso fue placentero.
A veces Yvette soltaba
auténticas culebras por la boca mientras hacía los ejercicios de recuperación transmitiéndome a mí toda la rabia que llevaba dentro –que no era poca-. Después de esos ataques de intolerable dolor, se tomaba una dosis de Chamomilla 30 CH, se relajaba y me comía a besos, pidiéndome perdón.
Ya lo ves –decía-
estoy hecha una piltrafa, pero una piltrafa millonaria… Te tengo a ti.
Efectivamente cuidarla día y noche
fue tan placentero como amarla: el dolor y el sacrificio fueron asignaturas que también aprobé –me siento muy orgullosa de ello- Yvette se recuperó casi totalmente y decidimos comprar una pequeña casa en el puerto de Dinan.
Solíamos pasar allí semanas enteras,
paseando por la vieja Rue du Port.
Amor sin medida
Tu amor sin medida no morirá.
Si ya no te queda nada y el mundo te parece que no es más que una mirada y un tiempo vivido de alegría,
una tristeza que avanza
y un dolor que no se confiesa, entonces piensa en mí y en el amor que te tenía, en cómo me abracé a tu sombra.
Si ya no te queda nada
y el largo invierno impone una caída muy lenta de nieve sobre los tejados y árboles, cuando el cólquico aún florece, pero los rosales no gozan, entonces piensa en mí y en el amor que me dabas, en cómo el grito era tu regalo.
Si ya no te queda nada,
ni el mar ni las estrellas que en una noche de San Juan indicaron la ruta a los marineros, quizás aún te queden tus ojos tan llenos de maravillas que no necesitarás los sueños para revivir otra vez lo gozado de
un amor sin medida que no morirá.
Johann R. Bach
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