Fragmentos de la novela "SALES AMONIACALES, MUSCARINA Y TINTA DE SEPIA"
Mientras tú me recuerdes,
tan sólo estaré ausente…
“Blues
de despedida”
(Poemario Cotton Blues)
Johann R. Bach
Hermes,
apunta en
su cuaderno todo aquello que le parece una novedad -una novedad para él, claro
está-; necesita experimentar por él mismo lo que los demás buscaron y es el
espíritu de la inmediatez (lo que ocurre aquí y ahora), pero no desdeña
conversar sobre temas metafísicos.
En cierta
ocasión unos compañeros míos,
en una de
esas escasas veladas de empresa le preguntaron, malévolamente, si había pensado
en dejar testamento (dada su aversión al trabajo remunerado y su nulo
patrimonio) y, cuál era el legado que me iba a dejar.
“¿Cuál
será mi legado? -dijo sonriendo.
Cuantioso,
desde luego.
Solamente
en paisajes le dejaré
los campos
de caléndulas para solaz suyo en primavera, el cólquico remedio de la gota y el
exceso de ácido úrico en otoño, la ventisca de lluvia fina para suavizar sus
cabellos en invierno y el viento en cólera mientras se amotinan las olas contra
las rocas y los pinos chorrean húmeda luz de luna en noches desapacibles del
verano”.
“En este
mundo,
hasta la
mariposa vive afanada; se posa en el jardín y luego se va con otra porque,
entre todos, los más fuertes son los afanes de amor. Sólo los niños, en su amor
puro, piden la luna.
Y ya que
no le he dado hijos
le dejaré
en mi testamento un mundo perfecto -el creado por nuestros besos- en el que
caen, una a una las gotas de rocío y en el que desde cualquier azotea se puede
ver la Vía Láctea”.
“Junto con
todo ese patrimonio
he pensado
también en dejarle, egoístamente, un lápiz de memoria USB en el que junto a
nuestra música preferida, testigo de nuestro amor, le dejaré grabado el revuelo
de golondrinas de los latidos de mi corazón”.
Cínicamente,
le
preguntaron si era posible comprar alguno de esos paisajes. Sin parpadear
siquiera y adoptando el aire de una persona seria contestó:
“No está
en venta
ninguno de
nuestros cuadros y mucho menos nuestros favoritos los pintados sobre la hierba
de otoño compartiendo, Blau y yo, la pintura roja de labios”. Cuando yo ya no
esté -solamente ausente- continuaré, en silencio, cuidando esos paisajes.
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Pilar, una
de aquellas viudas “tratadas por Hermes”
decía
-parafraseando a Schopenhauer-, a cuantos querían escucharle, que en sus
cuarenta primeros años la vida le había dado el texto; en los segundos treinta
el comentario y que había conocido el revuelo de golondrinas en su corazón, a
sentirse juvenil y feliz a punto ya de entrar en la tercera edad gracias al
amor que le hacía ver belleza allí donde otros no veían, en su desencanto, más
que la suciedad de las ciudades, el peligro de ser agredidos al salir a la
calle o el fastidio ante la lluvia: “es, en síntesis, la mirada la que
construye el mundo”.
Hermes no
conoció a Pilar
llevando
flores al cementerio sino en una conferencia sobre literatura contemporánea. En
el transcurso de la charla el conferenciante explicó una anécdota que hizo reía
a toda la concurrencia… excepto a Pilar. Esa ausencia de sonrisa en aquella
dama de rostro rosado no pasó desapercibida para Hermes. Al finalizar la
exposición los asistentes se acercaron a la mesa en la que se había dispuesto
galletas saladas y taquitos de queso fresco.
En aquel
momento él se acercó a Pilar
con dos
copitas en la mano: ¿Le place una copa de oporto? -le dijo. Ella, con cara de
sorpresa, le contestó con ánimo de aceptar la invitación: ¿cómo ha adivinado
cuál es mi vino preferido?
-“No lo he
adivinado -dijo Hermes.
Lo he
escogido por casualidad pensando en que un oporto siempre es una elección
plausible”.
Pilar no
sonreía casi nunca,
los
chistes no le hacían gracia y sentía un vacío inquietante cuando otros reían a
su alrededor; un vacío fácilmente confundible con la envidia, un vacío
provocado por la absurda creencia de que a los demás les iba mejor que a una.
Un calderero diría que un depósito de acero vacío es además frío y solitario
como un calamar en el fondo marino. Sin embargo, aquella noche Pilar conoció lo
que es la carcajada en la Ciudad santa, sentada en occidente. No le hizo falta
la muscarina de la amanita. La luna y el trébol, con toda certeza, continuaban
siendo esenciales en el planeta Tierra.
Al
amanecer
Pilar, ducha
en comentarios de texto, escribió en una cuartilla, unas palabras en primera
persona y, como un regalo, se la entregó a Hermes:
“Ya no veo
tan cruda la vida como antaño,
ya no la
veo como un asa de tripa y cinc.
Por
primera vez me la he comido
con toda
la indiferencia de una lengua teñida,
y, he
borrado el rojizo tatuaje
de la
mariposa sobre mi rostro”.
A alguien
que no haya conocido a Pilar podría parecerle que hacerla reír carece de
mérito. Muchas personas ríen con facilidad y a muchas otras se les borra la
sonrisa ante un simple recibo de la luz. Pilar no pertenecía a ninguna de esas
personas pues era de la que tenían ese carácter áspero y mordaz que, en su
perfeccionismo, no encuentran nada bien hecho. Tienen el malhumor de mil
diablos encerrados en una catedral.
Tanto es
así que,
cuando se
levantan por la mañana es mejor no dirigirles la palabra por lo menos después
de una hora o acabado el desayuno. Su mal carácter se agudiza por el
estreñimiento al viajar o por haber ingerido un arroz cargado de tinta de
sepia. En esos momentos en que no pueden vaciar su intestino grueso lo ven todo
negro, les vence el pesimismo y les atraen los vestidos largos y oscuros y sólo
se encuentran bien tumbadas en el sofá.
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Aquella
mañana bajó Hermes a la plaza y se sentó junto al Richard y su hermano que
libraba porque era sábado. También estaba sentado allí el pensativo Pepe el
Cartero que, a pesar de tener empleo fijo -nada más ni nada menos que en
Correos-, se considera pobre y desvalido como un trabajador decimonónico. El
Cartero presume de que no tiene un bieuro (moneda de dos euros) en el bolsillo
y es que como buen funcionario soltero y ahorrativo entierra todos sus ahorros
en la compra de una reducida vivienda porque no espera compartirla nunca con
nadie. Es tan ahorrativo que por no gastar no suelta ni el semen. Sus amigos
son “los sin techo” y su crítica se dirige al capitalismo… Poco después llegó
la triviuda, callada y aparentemente aburrida, con la esperanza de obtener
algún euro y, casi a continuación aparece un hombrecillo con un carrito de
supermercado en el que lleva unos hierros y una bañera metálica de las grandes.
Se trataba del búlgaro cuyo medio de vida es recoger chatarra por el barrio. Es
todo un personaje: al llegar antes de sentarse en el banco de atrás estrechó la
mano a todos.
Un
relámpago en el cielo plomizo les indicó que la lluvia andaba cerca y había que
buscar refugio…
Johann R. Bach