14 oct 2018

REVUELO DE GOLONDRINAS EN EL CORAZÓN

Fragmentos de la novela "SALES AMONIACALES, MUSCARINA Y TINTA DE SEPIA"


             Mientras tú me recuerdes,
             tan sólo estaré ausente…

                              Blues de despedida”
                        (Poemario Cotton Blues)
                                                          Johann R. Bach

Hermes,
apunta en su cuaderno todo aquello que le parece una novedad -una novedad para él, claro está-; necesita experimentar por él mismo lo que los demás buscaron y es el espíritu de la inmediatez (lo que ocurre aquí y ahora), pero no desdeña conversar sobre temas metafísicos.

En cierta ocasión unos compañeros míos,
en una de esas escasas veladas de empresa le preguntaron, malévolamente, si había pensado en dejar testamento (dada su aversión al trabajo remunerado y su nulo patrimonio) y, cuál era el legado que me iba a dejar.

“¿Cuál será mi legado? -dijo sonriendo.
Cuantioso, desde luego.

Solamente en paisajes le dejaré
los campos de caléndulas para solaz suyo en primavera, el cólquico remedio de la gota y el exceso de ácido úrico en otoño, la ventisca de lluvia fina para suavizar sus cabellos en invierno y el viento en cólera mientras se amotinan las olas contra las rocas y los pinos chorrean húmeda luz de luna en noches desapacibles del verano”.

“En este mundo,
hasta la mariposa vive afanada; se posa en el jardín y luego se va con otra porque, entre todos, los más fuertes son los afanes de amor. Sólo los niños, en su amor puro, piden la luna.

Y ya que no le he dado hijos
le dejaré en mi testamento un mundo perfecto -el creado por nuestros besos- en el que caen, una a una las gotas de rocío y en el que desde cualquier azotea se puede ver la Vía Láctea”.

“Junto con todo ese patrimonio
he pensado también en dejarle, egoístamente, un lápiz de memoria USB en el que junto a nuestra música preferida, testigo de nuestro amor, le dejaré grabado el revuelo de golondrinas de los latidos de mi corazón”.

Cínicamente,
le preguntaron si era posible comprar alguno de esos paisajes. Sin parpadear siquiera y adoptando el aire de una persona seria contestó:

“No está en venta
ninguno de nuestros cuadros y mucho menos nuestros favoritos los pintados sobre la hierba de otoño compartiendo, Blau y yo, la pintura roja de labios”. Cuando yo ya no esté -solamente ausente- continuaré, en silencio, cuidando esos paisajes.
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Pilar, una de aquellas viudas “tratadas por Hermes”
decía -parafraseando a Schopenhauer-, a cuantos querían escucharle, que en sus cuarenta primeros años la vida le había dado el texto; en los segundos treinta el comentario y que había conocido el revuelo de golondrinas en su corazón, a sentirse juvenil y feliz a punto ya de entrar en la tercera edad gracias al amor que le hacía ver belleza allí donde otros no veían, en su desencanto, más que la suciedad de las ciudades, el peligro de ser agredidos al salir a la calle o el fastidio ante la lluvia: “es, en síntesis, la mirada la que construye el mundo”.

Hermes no conoció a Pilar
llevando flores al cementerio sino en una conferencia sobre literatura contemporánea. En el transcurso de la charla el conferenciante explicó una anécdota que hizo reía a toda la concurrencia… excepto a Pilar. Esa ausencia de sonrisa en aquella dama de rostro rosado no pasó desapercibida para Hermes. Al finalizar la exposición los asistentes se acercaron a la mesa en la que se había dispuesto galletas saladas y taquitos de queso fresco.

En aquel momento él se acercó a Pilar
con dos copitas en la mano: ¿Le place una copa de oporto? -le dijo. Ella, con cara de sorpresa, le contestó con ánimo de aceptar la invitación: ¿cómo ha adivinado cuál es mi vino preferido?

-“No lo he adivinado -dijo Hermes.
Lo he escogido por casualidad pensando en que un oporto siempre es una elección plausible”.

Pilar no sonreía casi nunca,
los chistes no le hacían gracia y sentía un vacío inquietante cuando otros reían a su alrededor; un vacío fácilmente confundible con la envidia, un vacío provocado por la absurda creencia de que a los demás les iba mejor que a una. Un calderero diría que un depósito de acero vacío es además frío y solitario como un calamar en el fondo marino. Sin embargo, aquella noche Pilar conoció lo que es la carcajada en la Ciudad santa, sentada en occidente. No le hizo falta la muscarina de la amanita. La luna y el trébol, con toda certeza, continuaban siendo esenciales en el planeta Tierra.

Al amanecer
Pilar, ducha en comentarios de texto, escribió en una cuartilla, unas palabras en primera persona y, como un regalo, se la entregó a Hermes:

“Ya no veo tan cruda la vida como antaño,
ya no la veo como un asa de tripa y cinc.

Por primera vez me la he comido
con toda la indiferencia de una lengua teñida,
y, he borrado el rojizo tatuaje
de la mariposa sobre mi rostro”.

A alguien que no haya conocido a Pilar podría parecerle que hacerla reír carece de mérito. Muchas personas ríen con facilidad y a muchas otras se les borra la sonrisa ante un simple recibo de la luz. Pilar no pertenecía a ninguna de esas personas pues era de la que tenían ese carácter áspero y mordaz que, en su perfeccionismo, no encuentran nada bien hecho. Tienen el malhumor de mil diablos encerrados en una catedral.

Tanto es así que,
cuando se levantan por la mañana es mejor no dirigirles la palabra por lo menos después de una hora o acabado el desayuno. Su mal carácter se agudiza por el estreñimiento al viajar o por haber ingerido un arroz cargado de tinta de sepia. En esos momentos en que no pueden vaciar su intestino grueso lo ven todo negro, les vence el pesimismo y les atraen los vestidos largos y oscuros y sólo se encuentran bien tumbadas en el sofá.
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Aquella mañana bajó Hermes a la plaza y se sentó junto al Richard y su hermano que libraba porque era sábado. También estaba sentado allí el pensativo Pepe el Cartero que, a pesar de tener empleo fijo -nada más ni nada menos que en Correos-, se considera pobre y desvalido como un trabajador decimonónico. El Cartero presume de que no tiene un bieuro (moneda de dos euros) en el bolsillo y es que como buen funcionario soltero y ahorrativo entierra todos sus ahorros en la compra de una reducida vivienda porque no espera compartirla nunca con nadie. Es tan ahorrativo que por no gastar no suelta ni el semen. Sus amigos son “los sin techo” y su crítica se dirige al capitalismo… Poco después llegó la triviuda, callada y aparentemente aburrida, con la esperanza de obtener algún euro y, casi a continuación aparece un hombrecillo con un carrito de supermercado en el que lleva unos hierros y una bañera metálica de las grandes. Se trataba del búlgaro cuyo medio de vida es recoger chatarra por el barrio. Es todo un personaje: al llegar antes de sentarse en el banco de atrás estrechó la mano a todos.

Un relámpago en el cielo plomizo les indicó que la lluvia andaba cerca y había que buscar refugio…

                                                                                                                  Johann R. Bach