8 mar 2014

Un silencio del vacío donde una máquina de vacío, vacía los espacios donde no hay nada

PONT DE LA CONCORDE

 

Era ya muy tarde

cuando cruzando el Pont de La Concorde me pareció ver sobre el Quai de La Rive Gauche un tejido delicado con el que un alma femenina podría enredarse como un pez.

 

En una de sus puntas

estaba el mismísimo diablo

 

que tras lanzar una larga red de encaje

(cargada de piedras preciosas) la arrastraba hasta la orilla y contaba su contenido:

 

Allí estaban todas las almas de las mujeres

como metidas en un saco, ¡una pesca milagrosa, en verdad preciosa! Pero antes de que pudiera echársela a la espalda todas se escaparon a través de la malla.

 

Acabé de pasar aquel ostentoso puente

y vi el espejo del cielo caer en tierra con fulgor de agua y una claridad fría me detuvo.

 

Miré hacia atrás.

 

Al pie del muro transparente

que miraba a un cielo vacío, al pie de la iluminación de los esmaltes del puente me creí perdido en un jardín,

 

tuve miedo

y un letargo de fuego-frío cubrió mi cuerpo y

 

lo que yo ya no era soñó

 

un campo sin límites de arena blanca

y en él dos ejércitos que habían luchado encarnizadamente, las manos se estrechaban en el puente de Solferino porque milagrosamente no habían sucumbido a lo largo del incendio de mi sueño.

 

Y me pareció que ya no soñaba

y era libre frente al muro radiante.

 

Lo toqué, rocé su maravilla

y allá donde imaginé su centro equilibrio entre el Norte y el Sur de París me pareció que en aquel jardín

 

surgía un Sol de oro

que abría las altas nieblas y claridades; el agua oscura del cielo; y al llegar al muro lo quebró y de su grieta surgió un avellano y vi

 

UN PÁJARO

torrente de mi inocencia hasta el Verbo Maduro, hendir el muro y no ser Sol, sino un temblor de plumas de agua.

 

UN COLOR

hiriente de la memoria, sombra en la sombra en ciudades abarrotadas de personas solas.

 

UN SONIDO

relámpago-pavor de ruidos humillador de selvas sin Sol. El sonido en todo el resplandor de vibraciones del paquete de cuerdas elásticas que sostienen el muro.

 

UN SILENCIO

del vacío donde una máquina de vacío, vacía los espacios donde no hay nada.

 

Y es que todo muere

en el cristal del niño errante en el atroz Universo. Todo muere-renace en el fuego y un puente de cenizas nos ha de conducir a la ciudad de la vida.
 
                                         Jonann R. Bach

7 mar 2014

La suave piel del mar se abría como una boca: ...

EL ACCIDENTE

 

Os juro que yo andaba cuerdo;

ni mi hermana ni yo habíamos tomado una sola gota de alcohol, pero las buganvillas horadaban mis ojos con su brillo brutal.

 

Lo vi todo realmente.

Habíamos detenido nuestra preciosa Kawasaki W-800 junto a la playa de Canet, cerca del agua.
 

La suave piel del mar

se abría como una boca; la reverberación cegadora del sol y las flores aquí y allá resbalando sobre los muros nos pareció como si marcháramos sobre una alfombra nupcial:

 

Los demonios acuáticos

-náyades y ninfas-, que hasta aquel momento habían estado ocupados en otras aguas de ríos y lagos se habían trasladado como nosotros al mar.

 

Se conjuraron ante mis ojos,

bailaban ordenadamente en círculo, tomados de la mano, burlándose de nosotros, de nuestra ingenuidad.

 

En el centro del círculo

bailaba semidesnuda, como negando el caos, Abundia –la reina de las hadas-;sonreía y con una cierta familiaridad, cogida de la mano a mi hermana

 

lanzó al aire una estrella.

Le hizo prometer que cuidaría de mí, y, me pareció que, por alguna razón oculta, yo les había caído simpático.

 

Abundia como un súcubo normal

me besó dulcemente los labios y me recomendó conducir con cuidado y evitara en la medida de lo posible ir contra el viento.

 

Al volver a la carretera

vimos tumbados en el suelo el cuerpo de dos motoristas que se habían estrellado contra un camión.

 

Circulaban aquellos desdichados,

por lo visto a gran velocidad, en dirección contraria a la nuestra, es decir, contra el viento y con el sol de cara.

 

Abundia, la reina de las hadas, nos había salvado la vida.
 
                                                                   Johann R. Bach

Los gemidos de los lobos rayaron el firmamento

          PALABRAS PARA ELISA

 

No creímos

que tras la pena indecible de tus palabras al decirnos adiós para siempre, los gorriones pudieran seguir cantando.

 

En su lengua las aves

nos vienen a decir, mediante esa especie de concierto polifónico del amanecer, que hay que cruzar mares y puertas de monasterios antes de que las caricias amorosas surjan de nuestra mirada.

 

Tus palabras fueron un canto

permanente a la esperanza, un “allegro ma non tropo”y sólo ahora sabemos que el silencio sin ellas es mucho más denso.

 

Entre las cosas

que, con insistencia, nos mostrabas vimos surgir, como el humo de las sombras, el miedo y sus símbolos. ¿Quién podía pensar que alguien quisiera matar a un granado o a un olivo?

 

Tu piel, mucho antes de ser ceniza,

sabía sus nombres –la vid, el almendro, el membrillo- y sus secretos, así como se fortalecen sus espíritus: aguantando las patas de la lluvia, el vendaval y el malhumor deEolo y

 

la agresión de los incendios

provocados por los temibles rayos –atributo de Zeus- que de vez en cuando nos alcanzan con su ira .

 

Nuestros ojos dan pena

porque ya no podrán leer tus poemas y nuestros labios evitarán nombrarte para evitar el sufrimiento al recordarte.

 

Y sin embargo tus ideas

seguirán palpitantes, de labio en labio, revoloteando en el aire, con sus alas ya imposibles para nuestras voces ya un tanto apagadas.

 

¡Oh Elisa!

 

Diosa de labios rojos

y corazón entreabierto, sólo pudo con tu fuerza el odio de un genio adverso.

 

Sólo una espina

rodeada de la belleza de una rosa penetró con el misterio: desaparición siempre repetida, sacrificio que es eterno.

 

¡Oh Elisa!

 

Sólo una rama de muérdago

como una línea de frío titanio por la niebla atravesando te traspasó con su cuerpo. En ese momento

 

los gemidos de los lobos rayaron el firmamento

y pequeñas luciérnagas con sus linternas iluminaron la noche sin luna.
 
                                                              Johann R. Bach

6 mar 2014

...el orden de los números a la orilla del tiempo...

SIETE VECES SIETE

 

No siempre viviste tu cumpleaños

como algo negativo. Y realmente no lo es.

 

Podrías mirarlo como la señal del monje

que marca sus vueltas alrededor del jardín  con una ramita de thuja –árbol de la vida- llenándose la boca de esencia. Una por vuelta.

 

En su ensimismamiento medita lo que lee,

no levanta los ojos del libro su compañero fiel, camina sin contar los pasos entre rosales thujas y vides.

 

Desde muy temprano,

con los ojos heridos por la luz sostiene la mirada de sus sombras, en el descaro de las profecías

 

y desdeña la lealtad de sus recuerdos,

duda incluso de las vueltas que ha dado alrededor de su edén,

 

sufre las traiciones de la carne sin conocerlas.

 

Es mejor que no escandalices más

y habla de ti misma si quieres; recupera el aniversario como esa vuelta alrededor del sol,

 

en la nave

donde tu eliges las ostras y el limón,

 

las herramientas y el paisaje,

la conversación con los invitados y

 

la cena fría

de tus cuarenta y nueve años.

 

La ferocidad y la aparente hora inoportuna

con la que salen tus años para exigirle cuentas a tu fotografía, es la señal de entrada en el mundo de la tercera juventud que no debes medir por

 

el cansancio de la piel.

 

Ahí, delante de tus ojos están

los magníficos árboles de las ciencias y las letras con sus palabras en pleno

 

comienzo del solsticio

y el orden de los números a la orilla del tiempo, más cerca de las sumas que de las divisiones.

 

Salen de tu voz palabras mágicas:

“Siete veces siete. Feliz cumpleaños Patricia”.

                                                                Johann R. Bach

5 mar 2014

Las preguntas se me agolpan cada noche en los sueños -antes de despertar- insistentemente.

LOS DIABLOS DE NOVIEMBRE

 

Les he dado muchas vueltas

a los primeros sueños de noviembre, que ahora dejo, desato sus lazos, para el nuevo poder de los demonios ígneos.

 

Ellos son los que normalmente actúan

encendiendo las estrellas, meteoros o fuegos fatuos. Llevan a menudo a los hombres a los ríos o a los precipicios en la forma como lo explico en estos versos:

 

“Si los viajeros –digo-

quieren mantenerlos alejados, deben pronunciar el nombre del dios Odín con voz clara o adorarlo con la cara en contacto con el suelo”.

 

Apoyado sobre el Puente de Charenton

Corren las aguas claras en dirección a Rouen la villa de los cien campanarios, y, se van mezclando los demonios bañados en azufre y peinados con dientes de ballena aquí y allá.

 

Gris pizarra el curso del meandroso Sena

es el tono de los fragmentos de las piedras primigenias cuando la tierra todavía estaba sola y los feldespatos aún no habían nacido, acumulando capa tras capa.

 

Van esos diablos sentados

sobre las pilas de minerales que las barcazas de rio transportan hacia el puerto de Rouen, pues más allá les esperan las furias sentadas sobre el Puente de Tancarville.

 

La agonía del verano

ha entregado también los frutos de la parra aunque este año los gorriones han picado muchas uvas, pero el dios Baco ha montado guardia con cantos de lagar y vino para que las vides entreveradas sean suficientes.

 

Las preguntas se me agolpan

cada noche en los sueños antes de despertar insistentemente: ¿De quién son las vides?¿De aquel que todo hizo?¿De aquel que todo lo imaginó a partir del final?

 

Sólo formular esas preguntas

los demonios empiezan a temblar como si su juego hubiera sido descubierto, se inquietan y se mueven nerviosamente del lóbulo frontal al occipital demostrando su miedo.

 

Les he dado muchas vueltas

a los primeros sueños de noviembre y he vivido las agotadoras horas del Día de los Difuntos ensimismado, hasta que he logradoque esos diablos “dioscuri”cargados con sus sacos de castañas asadas han inclinado sus cabezas, ¿ante qué poder?

 

Ante la autoridad deJenófanes de Colofón,

se rebelan contra “la idea”, contra la posibilidad de que un solo dios acapare todo el poder, como nubecillas “deslizándose a todas partes”.

 

Es evidente que no aparecen

sino es para hacer algún mal a los hombres, pero entre ellos tambié hay traidores, pretendientes del bien.

 

El problema se reduce pues,

a la simple correlación de fuerzas. Alimentemos pues a esos “fuegos de San Elmo y esperemos su señal mediante la aparición de la estrella de San Germán.

 

¡Odín!

 

Siembra nuestros huertos

de granados, cermeños y membrillos para combatir con sus aromas las hiperplasias y el hedor del Inframundo.

 

Danos fuerzas para no inclinarse

ante poder alguno fuente del mal; para no ceder al descanso ante cualquier embriaguez, pues Túmismo eres el beber y la bebida, el pensador, Tú.
 
                                               Johann R. Bach

Necesitaba expulsar el diablo que le había agarrado detrás de los ojos.

EL DIABLO ENTRE LAS LÁGRIMAS

 

Gracias Cornelio Gemma, gracias

por esa perla de niña, Katherine, hija de un cubero. La mitad de su cara eran ojos, azules como el mar; la otra mitad labios, rojos como los arilos de una granada.

 

Corría el año -nos cuentas- 1571.

Aquel invierno era especialmente duro y aquella niña de finas y delicadas piernas sufría terribles convulsiones y

 

dolores de cabeza tan extraños,

que a veces ni tres hombres la podían sostener. Un día expulsó por un lagrimal como un diminuto insecto negro.

 

Eso fue la prueba

de que el diablo se había afincado en el interior de su nariz. La llevaron a la Curia; y, reenviada al Camarlengo que la tocó sin lograr que lo expulsase.

 

Vomitaba dos veces al día

todos los alimentos que ingería. El vómito era una mezcla de colores; un líquido en el que predominaba el anaranjado.

 

Las crisis duraban 14 días,

después de las cuales, evacuaba grandes bolas de pelo, algo apergaminado como trozos de lana, hilos de colores y escíbalos negros.

 

Todo ello envuelto

en una pestilente mucosa amarillenta parecida a la cera de sus oídos.

 

El sufrimiento se reflejaba

en su rostro como envejecido, pero llamaba la atención las dos candelas que colgaban gomosas de sus coanas,

 

eran como dos rayas

del color amarillo de araña vegetariana. La desdichada lloraba continuamente y no comprendía por qué no podían curarla.

 

En ocasiones el dolor se concentraba

en un punto extremadamente preciso: el entrecejo. Entonces sentía alivio cerrando los ojos y lamiendo sus propias lágrimas.

 

Esas modalidades indujeron

a Martí, amigo de Cornelio, físico y astrónomo como él, de origen valenciano y pupilo de Paracelso a decir que no se podía curar de ningún modo por medio de simples medicinas.

 

Necesitaba expulsar el diablo

que se le había agarrado detrás de los ojos. Para ello era preciso envenenarlo con sus propios excrementos.

 

Diligentemente tomó

una amarillenta lágrima seca, la diluyó en media copa de aguardiente y luego a su vez en agua bendita que se le daba a la niña gota a gota.

 

Los múltiples estornudos

arrojando mucosidad espesa indicaban que el diablo estaba perdiendo su sustento y, en efecto, no tardó en mejorar y ganar peso.

 

Gracias Cornelio Gemma, gracias

por ese antecedente de Katherine, la hija del cubero.
 
                                                      Johann R. Bach

4 mar 2014

La presencia de agua me irritaba y me ponía de muy mal humor, ... pero al mismo tiempo necesitaba abrir el grifo... para poder orinar.

        MIS DEMONIOS Y MI SALIVA

 

Mis episodios angustiosos

aumentaron exponencialmente a partir de los treinta y nueve años.

 

Hasta entonces no había sentido

el aliento mercurial de la vejez salir por mi boca. Mi hipófisis demostró –en los análisis clínicos- que repartía equitativamente sus sus hormonas entre la pléyade de glándulas endocrinas;

 

el caudal de mi juventud

permanecía invariablemente en mi riego sanguíneo dentro de los parámetros de referencia. Aún me gustaban los hombres.

 

Todo empezó con un dolor

insidioso en la rodilla derecha –la rodilla de la viuda- que no cedía de forma natural.

 

Me miré en el espejo;

pero aquella vez observé mi rostro como si no fuera el mío. Vi en él la angustia de las abejas y su color amarillo y las venas de las sienes se transparentaban como queriendo salir a respirar a la superficie.

 

Ni que decir que los fuertes latidos

de mi corazón aumentaron ante aquella imagen como la inquietud del que presiente un terremoto.

 

Necesitaba hacer algo;

no podía tumbarme tranquilamente en la cama junto al hermoso cuerpo de mi amante: Eran sólo las tres de la madrugada. No quería molestar su profundo sueño.

 

Me puse a dibujar;

a inventar muebles con ruedas al objeto de poderlos mover más fácilmente en noches como aquellas que es mejor modificar su posición en la casa que destrozarlos con un hacha.

 

La vulgar recomendación

de hacer ejercicio me había llevado a comprar una máquina de correr de esas que pretendidamente refuerza la musculatura, rebaja las grasas e induce al sueño,

 

pero el ejercicio me abría el apetito

y me modificaba el metabolismo hasta el punto de perder mis ya escasas reglas. La libido se convertía en otra angustia permanente y aumentaba hasta cotas insoportables.

 

Los demonios terrestres

-lares, genios, faunos, sátiros, incluso ninfas, hadas, elfos y gnomos- me mordían, hacia la medianoche, el epigastrio hasta el punto de hacerme creer que me estaba volviendo loca.

 

No eran demonios inofensivos

pues me hacían cambiar el carácter: me negaba a veces a salir de casa porque la melancolía me invadía nada más pisar la calle.

 

La boca seca–signo de ansiedad-

llegaba a agrietarme los labios, pero al mismo tiempo una fuerte hidrofobia me impedía ingerir líquidos.

 

La presencia de agua me irritaba

y me ponía de muy mal humor, pero al mismo tiempo necesitaba abrir el grifo y oír el discurrir del agua para poder orinar.

 

El médico oficial del Monasterio

fue el único que me dio una explicación satisfactoria, el único que me dijo que no tenía “furor uterino” (término monjil para definir la ninfomanía). El único que me libró de los demonios.

 

Su medicina consistió

en diluir mi propia saliva –con el demonio de la rabia en su interior- en un vaso de agua y después tomarla a pequeños sorbos para no bloquear la tráquea por los espasmos oclusivos.

 

Desde entonces me aficioné

a observar el olor de mi saliva, de mis mucosas y a saber cuándo necesitaba aquel maravilloso preparado.

 

Y curiosamente descubrí

que aquella pócima ennegrecía mis cabellos, detenía el encanecimiento de mis sienes y hacía que mi corazón admitiese más ternura.
 
                                                     Johann R. Bach

3 mar 2014

No tardaré en regresar. Entretanto ¡oh noche! dale recuerdo a Lorena

ECUADOR. PAIS DE LUZ

 

Ecuador país donde compiten los árboles

de maderas finas -el laurel rosa, el cedro y la caoba- con otras aromáticas plantas características -la caña brava, el árbol del pan, el achiote, el palo balsa, el guarumo, la zarzaparrilla y las vainillas fina y ordinaria (Vainilla planifolia).

 

Puede que en Ecuador no todo sea poesía.

Pero la reflexión sobre ella es como las raicillas del enebro y las margaritas que crecen en los campos sin importarles si nos gusta o no su presencia.

 

Algún poeta dijo,

intentando simplificar ese universo abigarrado de cosas objeto de la poesía, que los tres temas sobre los cuales pivota la poesía de Ecuador son:

 

el paisaje amable de Las Isla Galápagos,

el amor en las selvas húmedas tropicales y

la reflexión ante las cumbres nevadas.

 

Hay que pensar, según ese esquema,

dónde poner las sensaciones sobre la anatomía y fisiología en el interior de cada uno de sus habitantes.

 

Respecto a lo que ocurre bajo el enrojecimiento

en los cielos ecuatorianos hay dudas de si es adecuado interpretarlo como meras descripciones paisajísticas exentas de humillaciones y odios.

 

Y donde los sagrados bosques

ponen los dedos -como otra heroicidad- también se puede considerar como una geografía con puntos geodésicos, valles, ríos y con preciosas diaclasas dispuestas para el placer de la contemplación.

 

A veces –en Cuenca o Guayaquil-

una sola letra o un número como el de la puerta de la casa de la infancia podría tener un significado geográfico de reconocimiento de las coordenadas donde poderse refugiar de las torrenciales lluvias.

 

Un cuadro en un rincón

de una habitación puede jugar el papel del amigo que sabe escuchar sin reprender por las reprobables acciones y acompañar, con su silencio en la penumbra, tus sueños.

 

Sus colores pueden alegrar

a tu espíritu en momentos de tristeza y doblar con ello las primaveras del corazón y animar a perseverar en los buenos augurios para un país inundado por la luz.

 

La pared misma

donde podría estar ubicado ese cuadro, con su ingenuidad colgada con un rústico clavo, puede vibrar y reproducir sonidos que lleguen a ser interpretados como la música que surge de sus sienes y alcanzar las de una humanidad global.

 

Un antiguo cuadro

también puede en un museo de Quito o de Cuenca ser una luz original que, con una gama de cuatro mil frecuencias diferentes, se abre paso a través de su marco,

 

inundando de colores todo un país

y con su simbología recordar que el mundo de la infancia, también en esas latitudes estuvo siempre presente, tanto en la vida cotidiana, como en el sentir popular.

 

La filosofía es –según dijeron algunos sabios-,

una concepción del mundo y desde luego en Ecuador hay una serie de artificios que han alejado a muchos de sus habitantes de la vida tropical, pero la materia prima, la base de los sentimientos siempre es la vida concebida entre sus paisajes, sus pájaros y sus tortugas.

 

Cuando se escribe algo sobre el Ecuador,

hay que dejarlo reposar algunas horas o días, incluso semanas o meses, luego releerlo para saber si aquello que se ha escrito hace pensar; y, si esa segunda o tercera lectura te sorprende es que lo poético del país es una realidad.

 

Entonces se pueden mirar sus realidades

a través del teodolito de su cultura, someterlo a un ajuste fino colimando sus ángulos; y, finalmente, archivarlas en una de las carpetas rojas dispuesta a hacerla viajar por todos los mares;

 

Siempre disponible

como coadyuvante de los sueños de aquellos a los que aman ese maravilloso país.

 

¡Oh Ecuador de noches iguales al día!

 

Sé que me llamas

a los claros de tus sagrados bosques junto a rocas de oro y pájaros de colores, pero aún no he encontrado el hilo de Ariadna que me conduzca a la salida de este laberinto.

 

Sé que me llamas

para conducirme junto al dios Sol desde el ámbito en que la claridad es un diamante, pero aún no puedo oírte desde la sangre.

 

¡Oh Ecuador de días iguales a la noche!

 

No ignoro

que me llamas a la verdad sobre tu espacio ciego de crisol, pero me cuesta oírte desde el carbón.

 

Camino y no veo mi propia sombra

ni cómo mi sangre forma un rio; la luz de las estrellas se me muestra confusa entre tantos negros nubarrones, los mismos que me obligaron a abandonar el país.

 

Aquí, lejos de tu paraíso,

se viven muchas noches en las que sin luna sólo veo piedras, no la idea en que la eternidad podría abrirse ante mí y limitar mi pena y que todo lo que te imita es pura conminación de la intención.

 

¡Oh Ecuador país de noches con luz!

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a despedirme del Monasterio, a abandonar el sendero de su rosada bruma en el que he vivido con luz inexistente y que tantas veces soñé con ello.

 

Sí, sí. Oigo tu llamada

a abandonar la confusión que me aproxima al tormento rojo, entre lamentos roncos y reflejos, pasión de soledad desolada.

 

Sí. Bendigo tu paciente llamada

desde las puertas abiertas ardiendo que me abres al otro lado de los muros de los mares.

 

No tardaré en regresar.

Entretanto ¡oh noche! Dale recuerdos a Lorena

 

                                                    Johann R. Bach

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