15 may 2014

Título de un próximo escrito

UNA TERRAZA EN EL PARAÍSO

 

Atlantes vigilando El Paraíso desde la terraza de "LA PEDRERA"

 

Poesía en prosa

en el Blog: homeo-psycho.blogspot.com

PORTADA DEL POEMARIO "Casi un Paisaje"

CASI UN PAISAJE

                                                                   Johann R. Bach

Blog: homeo-psycho.blogspot.com

Sin duda estamos en presencia de un retrato, pero sin concesiones

CASI UN PAISAJE

 

Miro por enésima vez el cuadro.

Casi un paisaje. Las diminutas figuras que aparecen engrandecen los objetos principales de un bodegón que no tiene nada de naturaleza muerta:

 

el pan, el aceite y la sal

(acompañados o no, con tomate y ajo).

 

El mármol es puro ágata oscuro,

y da al espacio que contiene la escena una apariencia meridional. El pan es algo tan horizontal que nadie lo apretaría sino contra unas encías ávidas de un picante ajo.

 

Podría ser que eso fuera el futuro.

Un telón de fondo de arrepentimiento oscuro sobre el que se mueven alegremente pequeños tomates con sus alforjas repletas de antioxidantes.

 

La venganza de un arte culinario.

Un sordo pero preciso "apartaos de aquí". Un giro inesperado de swing. Y eso es la alimentación del futuro:

 

Sólo se precisa un pequeño jardín

en que se pueda examinar, a diario, con atención la hierba Allium sativum, el crecimiento del trigo y la salud del olivo

 

como miraría un lagarto de los trópicos

la fachada de un hotel o aún más, la de un rascacielos.

 

También es posible

que signifique el pasado, algo a punto de extinguirse. El límite del desencanto. Una cota común alcanzada con grandes esfuerzos.

 

Los verbos puestos en hilera

hacía la terminación en –aba.

 

Atajos que se extinguen en la realidad,

charcos que retienen el reflejo por estar contaminados con aceites de motor envejecidos y

 

cáscaras observadas por el moho

de yemas de huevo desde exterior no pueden impedir la afirmación que ese paisaje representado por el pan con tomate

 

no es una naturaleza muerta.

 

Visto desde lejos o desde cerca,

todo lo que está dentro del cuadro no está, ni siquiera parcialmente, muerto a inmóvil.

 

Sin duda,

estamos en presencia de un retrato, pero sin concesiones: una superficie que, con en sus tonos oscuros brilla el oro y obliga a clavar en él los ojos, y aún con más razón el ojo de la lámpara que le da luz.

 

Tampoco es exagerado

decir que tal cosa es, en esencia, un autoretrato. Un paso hacia afuera del propio cuerpo, el perfil de unos colores caídos hacia ti,

 

La visión desde la distancia

de la vida escolar pasada: la capacidad de no espantarse por el procedimiento del llegar al no-ser, como otra forma de la propia ausencia, copiar del natural.

                                                                            Johann R. Bach

 

Una tenue llama que de temor cubría sus extremidades de vergüenza de doncella y de misteriosos deseos

AGARICUS

 

¿A qué extraña deidad se le ocurrió

en un mundo tan inmenso, tan variadamente mugriento, rociar el manto de los bosques con esporas de Agaricus?

 

¿En qué maravilloso antojo

fueron las Formas de todos aquellos monstruos –desde el Tyranosaurus rex hasta el vegetariano Diplodocus- engendradas?

 

Aquellas esporas misteriosas crecían

bajo el humus de los bosques sagrados llenando de motitas blancas las rojas capuchas… distorsionando la caótica realidad.

 

Los griegos guiados

por las alucinantes historias de los marinos que refugiándose de la tramontana en las Costas del Edén comieron aquellas demoníacas setas y se establecieron formando una colonia denominada Emporium.

 

Allí, en aquellas costas,

surcando el mar azul con sus promontorios, se encontraba su esperanza, la esperanza de un mundo, la semilla de todas las glorias que estaban por llegar;

 

allí, también, debía, sin duda, vivir

aquella Diosa del Amor que sola podía medicinalmente dar alivio con su belleza al dolor del Dios Poseidón,

 

aquél que mirando con sus encendidos ojos

provocaba tormentas de gran aparato eléctrico que deslumbraba rocas y playas de arena blanca.

 

Como un haz de luz,

sus absortas miradas la cima de las montañas tocaban con una rápida llama, y en profundidad exploraban los valles, agrietaban el denso bosque y el sueño multisecular de abovedadas cavernas sobre cuyos lodos dormían apaciblemente los fuertes ungulados Centauros;

 

y el bramido

del más que humano vocerío subterráneo latía en vivas y palpables ondas de sonido de pared en pared, hasta que retumbaba en el aire;

 

y ante ese hueco grito

que de toda la enorme colina una declaración parece, de reír dejan los marinos encargados del pastoreo y quietos quedan.

 

Dormidas bajo el cielo del mediodía

las tiendas de los colonos se espabilan ante el paso de su ojo abrasador; y en sus ábsides,

 

cierran los ojos

los espantados remeros ante el veloz fogonazo que irrumpe de repente por cada resquicio de embarradas paredes, escuchando con temeroso asombro, durante los prolongados segundos, el estampido –que no sobreviene: son los que más miedo tienen.

 

Poseidón busca presuroso.

Más de una doncella hija de aquellos primeros habitantes de la península del Cap de Creus, al bajar con sandalias por acostumbrados caminos entre los olivos, cuyo espíritu vagaba por los más bellos parajes de la imaginación cuando

 

De repente empezaba,

del sueño totalmente despierta, a ver una luz que no era la del sol, una luz por ojos vivaces proyectada, deliberadamente brillante; y la sentía como

 

una tenue llama

que de temor cubría sus extremidades de vergüenza de doncella y de misteriosos deseos.

 

Anhelante y aterrada,

ocultando su rostro entre sus manos caía desmayada. Cuando la terrible luz había pasado se despertaba;

 

el sol aún relucía,

los olivos temblaban con un plateado susurro en la brisa y todo volvía a ser como fue,

 

excepto ella sola

en cuyos aturdidos ojos aquella luz inmortal había brillado: nunca, nunca desde aquel día en adelante ella olvidaría lo que es la felicidad en la estéril pasión de la tierra.

 

El deseo de un dios había buscado su alma;

nada sino ese mismo intenso fuego puede encender la muerta ceniza -mezclada con azúcar- en nueva vida, haciendo soportable durante todos sus años su solitario dolor.

 

                                                                    Johann R. Bach

11 may 2014

...flor y fruto a un tiempo de doradas tintas, mezcla esmaltada de alegres y diversos colores

EL SILENCIO DEL PLA DE LA CALMA

 

Nadie hubiera creído lo que vi

cuando, insomne en aquel Pla de la Calma, salí fuera de la borda conde nos habíamos refugiado de la tormenta de granizo.

 

De explicarlo

me hubieran tomado por el mismísimo Diablo ya que las sospechas nunca significan para los humanos un designio positivo.

 

Abandoné el calor de mi saco

y el blando colchón de paja de aquél refugio de piedras hábilmente colocadas por algún providencial pastor,

 

salí como la aurora

al campo completamente blanco. El granizo lo cubría todo con sus granos esféricos llenos de gotitas de aire,

 

caminé ligeramente para no enfriarme.

 

Junto al camino

había una enorme encina que parecía haber sobrevivido a los vientos de aquella meseta que parecía rozar el cielo. Me apoyé en ella y

 

vi aquello que nadie hubiera creído que vi.

 

Sintiendo que la temperatura del aire mejoraba

todo parecía como si de repente hubiera entrado en los confines del Edén, en donde un deleitoso

 

Paraíso, en aquel momento más cercano,

coronaba con su verde vallado como un rural baluarte la planicie de un erial escarpado -limpio ya del granizo caído-,

 

cuyos bordes hirsutos

de crecidos matorrales y espesa salvajez, negaban la entrada. Pensé si estaba soñando con el Valle del Silencio situado a los pies del pico Aquiana, en los Montes Aquilanos de la Comarca de El Bierzo en León.

 

En la cima de aquel paisaje

crecía insuperable una umbría de gran elevación. En ella estaban situados casi geométricamente cedros, pinos, abetos y copudas palmeras combinadas con granados y naranjos.

 

Era un auténtico y bucólico escenario

y a medida que sus ramas subían superpuestas, de sombra sobre sombra, se ofrecía un boscoso anfiteatro de una majestuosa visión.

 

Con todo –seguí grabando en mi retina-,

por encima de sus copas surgían unos muros secos que parecían proteger bancales de dorados olivos, de verdor y de belleza llenos.

 

Y por encima de aquellos muros

se veía una hilera circular de los mejores árboles, cargados de los más bellos y desconocidos frutos, flor y fruto a un tiempo de doradas tintas,

 

mezcla esmaltada de alegres y diversos colores;

 

en los que el risueño sol

imprimía sus rayos con más gusto que sobre nubes de una hermosa tarde en aquella meseta del Pla de la Calma,

 

o sobre el arco iris

cuando Dios ha rociado la tierra con la lluvia.

 

Tan hermoso el paisaje parecía

que casi me olvido de mis compañeros empeñados en la prolongación de sus sueños en un campo helado por el granizo en aquel gris amanecer.

 

Si les hubiera contado lo que ví…

 

                                                     Johann R. Bach

...las aguas murmurantes ... formando un charco, que presenta su espejo de cristal

AVANZADO YA EL EQUINOCCIO

 

Llueve en esta mañana

de la avanzada primavera y hacia el otro lado contrario al mar umbrosos chalets y

 

antiguas casas

que aseguran un retiro fresco, encima de las terrazas pende la parra, que las cubre con un manto, y ostenta, suavemente trepadora y frondosa,

 

sus purpúreos racimos.

 

Mientras tanto las aguas murmurantes

descienden por la falda del collado, y dispersas, o bien formando un charco, que presenta su espejo de cristal,

 

en sus bordes de mirto coronados

reúnen sus corrientes.

 

Las aves se aplican a su coro;

y las brisas, brisas primaverales que respiran los perfumes de los céspedes y sagrados bosques, armonizan sus hojas temblorosas, y

 

el universal Alimento,

unido en danza a las Gracias y a las Horas, dirige la eterna primavera en estas costas donde fenicios y griegos ya habían descubierto un Edén.

 

                                                               Johann R. Bach

Apenas el dolor y la llovizna por desayuno

El desayuno

Es hora de levantarse.

Tu ángel ha penetrado en  mi carne durmiente. Lo has matado luchando con sabiduría contra mi vientre, arrancado al contacto y al relámpago amargo que sabes agitar, quizá mejor que el verso.

 

En la noche mágica,

debí oírte respirar en profundos susurros y ahora te admiro por malgastar tu aliento: perdidos en la noche combatimos,

 

nos arrojamos juntos

a las fronteras de nuestras millas de soledad y vivimos, y nos separamos en la puerta donde el último toque de labios tenía la intención de bendecir.

 

Después del desayuno

que es en general café y una vista de la lluvia prolífica de Santiago y de la catedral vieja y gris mas con buen olor de helechos y mirra.

 

Pienso en toda esa gente que ha venido

a este lugar buscando la acogida y la bendición del Apostol. ¿Y han dormido aquí tristes y desnudos, solos en parejas que vinieron juntos y fueron jóvenes y blancos con alguna sugestión de inocencia?

 

¿O vinieron simplemente por venir

a chapucear un poco y a la larga se hundieron separados? ¿O fueron aún más viejos todavía y más allá del sexo, perdidos en espejos, contemplando su decadencia y qué sentido tenía la mañana para ellos?

 

Quizá en otro tiempo fue este cuarto

el cuarto de los criados. ¿Fue él un joven atlante como el mío con algunas pecas y el pelo trigueño?

 

¿Rió alguna vez en brazos de una diosa?

 

Seguramente la miraba

a través de la ventana y deseaba ser libre, su desayuno debió ser a base

de pan mojado en vino.

 

Al despertarme esta mañana miro a Manuel;

pienso lo bueno que es tener alguien con quien compartir el desayuno. ¿Cuántos niños habrá que al salir del extremo del alba tengan

 

apenas el dolor y la llovizna

por desayuno, despertándose siempre para ser saludados por la pobre fiesta de la luz del día?

 

Y a pesar de todo,

¡qué bello un desayuno de pan mojado en vino viendo por la ventana como llueve!

 

                                                                  Johann R. Bach