16 nov 2013

Enamorados del amor, escribíamos cartas a las novias ...

ULTIMAS CARTAS DE AMOR

 

En la romántica place Pepinet sana y viva,

junto a las oficinas de La Feuille d'Avis de Lausanne  vivíamos noches de reyes con concierto casi todas las tardes.

 

El triste laúd de René,

contra-tenor, asido con fuerza, erótico como un fotograma de Brigitte Bardot, nos acompañaba mientras al otro lado de la ventana caía la lluvia fría.

 

En semejante oscuridad,

los flexos daban luz a nuestros libros, David, Claude, Firmin y yo medio achispados por las copas de coñac caliente, compartíamos un piso de estudiantes en una Suiza impregnada por una paz centenaria.

 

A veces, como una idea original,

bajábamos a la acogedora plaza y disfrutábamos del deslumbrante encanto de aquella marca fosforescente que te ponían en la mano para corroborar que ya habíamos pagado la consumición y la asistencia al pequeño concierto de piano.

 

René, el único que estudiaba música,

con la oreja pegada al instrumento, con la mirada perdida, como un sordo con su aparato de audición, pálido capullo, no se quitaba la corbata de la escuela de música ni para dormir.

 

Como un enfermo catatónico,

con los hombros caídos y ojos de caldo de repollo acunando con sus suaves notas al niñito que había en su interior, hablaba poco como si no viviéramos juntos.

 

En las sofocantes altas horas,

enamorados del amor, escribíamos cartas a las novias con letra apretada contando cualquier mínimo detalle sobre nuestras horas de encierro forzado, más por la climatología que por el estudio.

 

Aquellas cartas tardaban cuatro días

en alcanzar el número 424 de una calle de Barcelona con tranvía -su destino- y cuatro días más en ser leídas en la Place Pepinet.

 

Era tanto el amor que Ella expresaba

en sus cartas escritas con minúscula y densa caligrafía que nadie hubiera sospechado que tras sus "tes", a modo de cruz, anunciaban el entierro de una pasión inolvidable, que iban a ser

 

las últimas cartas de amor.

El mundo posterior a aquellos años olvidó las cartas de amor… y todas las otras cartas. Quizá no sea para siempre y regresen aunque sean escritas a través de un teclado.

                                                            Johann R. Bach

Estamos todos enfermos -dijiste-

    AZUFRE EN LAS VENAS

 

Yo solía tomar el autobús en la Place Nation,

el mismo que tú. Casi siempre tenías ganas de hablar a pesar de que a esas horas de la mañana las palabras son escasas.

 

A menudo hacíamos el trayecto

uno al lado del otro mirando el paisaje del Boulevard Diderot como si no lo hubiéramos visto nunca.

 

Una de esas veces que te vi cabizbaja

me senté a tu lado, permanecí en silencio y esperé a que me dijeras alguna palabra. Sentí tu silencio como el preludio de una tormenta.

 

¿Sabes? –me dijiste-

"He tenido una pesadilla horrible esta noche: alguien me repetía como un eco en una sala vacía que el hombre temible es el que quiere hacer obligatoriamente felices a los demás".

 

Yo te apunté con el dedo una foto

de un cartel publicitario en la que un político pedía el voto a los ciudadanos y quise recordarte que después viene el que quiere hacerles desgraciados.

 

"Estamos todos enfermos –dijiste-

como si comiéramos pan de centeno contaminado con el cornezuelo o como si bebiéramos vino con sulfito a todas horas".

 

Y ¿qué podemos hacer nosotros?

Me miraste a los ojos, las sombras de los tuyos desaparecieron, sonreíste y me dijiste al oído: Tomar un café juntos; quizá el mejor de nuestra vida.

 

                                                            Johann R. Bach

Todos los escritores parten de unas premisas egoístas

  UN ENCENDIDO EGOISTA

 

Un socio de Marta Guillamon

me llamó "encendido egoísta". Ella, conociéndome a fondo, me miró divertida y nos invitó a tomar un café para que pudiera responder con cierta tranquilidad a esa afirmación.

 

Mientras aquel estadounidense batía

endemoniadamente deprisa su café me dio tiempo a reflexionar mi respuesta.

 

Mire Mr. Smith –comencé mi exposición-, durante mucho tiempo me consideré un hombre más bien modesto, pero estoy empezando a creer que Vd. tiene razón, pues

 

todos los escritores parten

de unas premisas egoístas

 

ya que para escribir deben acudir

a su propio corazón y alma y en consecuencia se vuelven introspectivos. Pienso que últimamente he empeorado, porque he recibido demasiados elogios, porque llevo una vida solitaria y porque a partir de ahora,

 

como dirían los romanos

NEC SPE NEC METUS

(sin esperanza ni miedo).

 

De todas formas

déjeme decirle Mr. Smith que para ampliar mi cultura egoísta y apagar mis encendimientos, pienso viajar a "Los Estados Humedecidos de América para be(ver) Chicago".

                                                                                        Johann R. Bach

 

 

 

15 nov 2013

Me he puesto a leer, y un insecto diminuto se ha parado en una página ...

         LOS  ESPEJOS  DE  GEORGINA

Cuando me trasladé

a casa de Georgina quedé presa como una libélula del aura de los espejos que en ella encontré. Allí todo es un espejo que invade tus ojos, se empeña –te obstinas- en asediar la imagen imprevista.

 

Allí no sólo el agua,

el metal terso, la página blanca, la piedra que conforma sus estatuas, sino también sus manos que imponen su orden en las cosas, la fuga del tiempo y su retorno, siempre imprevisto, el miedo a los pasos que van negando los caminos.

 

Hoy mismo, después de contemplar el espejo,

colgado a mi altura, no para verme sino para buscarla a ella cuando no está en casa, me he estado fijando en las dos luces iguales que presiden su superficie intachable, de la que he logrado desterrar pared y cortinas;

 

y, en mi mente han aparecido

las líneas de un paisaje sin sueño; el aire mismo se ha prestado al olvido de los problemas con mi exmarido.

 

¿Es todavía espejo o es ya fuente?

He tenido la sensación que no quisiera parecerme a alguien que no se atreva a contemplar su propio rostro. He sentido cómo al mirar ese espejo realmente la estaba esperando como un único esfuerzo.

 

Me he puesto a leer

–uno de mis mayores placeres-, y un insecto diminuto se ha parado en el margen de una página; lo aparto sacudiendo la hoja (delicadamente, para no hacerle mal) y casi al instante, de un salto se ha situado allí de nuevo.

 

Parecía como si me invitara

a fijarme en él: era un díptero, todo él de color verde con algunas manchitas amatistas, no doméstico, casi triángulos equiláteros las alas lucían paralelas al papel en que posaba las patitas, me ha recordado a las libélulas.

 

Demasiado abierto,

el cuerpecillo casi tocaba el blanco de la página. Un trazo firme de precioso verde esmeralda, extremadamente sutil, bordeaba las alas transparentes, como celofán cristalino me exhortaban a mirarlas bien para percibirlas mejor, a fijarme en la perfecta simetría de su vivo soporte.

 

Suavemente

intentaba apartar a aquel diminuto ser con la punta del bolígrafo, pero se volvía a instalar tan cerca del libro, sin intentar huir que me pareció que buscaba compañía aunque no fuera yo de su misma especie.

 

He intentado ahuyentarlo

de nuevo con un ligero soplo. Se resistía a marchar. He pensado que era una vida ya sin instinto de conservación, que su final estaba próximo y me he desentendido;

 

hasta sentirla posada

en la parte de mi mano ¡temblor! que yo no veía, la que estaba frente al libro, esperando, toda, el momento de pasar la hoja, la vuelta del tiempo…

 

He continuado leyendo y pasando páginas:

mi escala en el tiempo es otra. Pero nuestros universos son una misma cosa.

 

He vuelto a mirar mi rostro en el espejo, esperando la noche para dar un corto paseo con Georgina.

                                                                     Johann R. Bach

VILOPRIU SUFRE COMO DARNIUS

               REQUIEM  EN  DARNIUS

 

¡Oh noche!

 

Habrá un tiempo a qué negarlo,

probablemente un fin de ciclo de un acontecer eterno donde juntar el réquiem de los pájaros sobrevolando las cenizas del mundo, y el réquiem de las nubes confundiendo la luz entre sus sombras,

 

con el réquiem

de las tormentas, el de los rayos sobre los cuerpos desnudos e indefensos como en el descomunal Fukushima, y también con el réquiem de los naufragios, el de todos los genocidios, el de las tramontanas desencadenadas, el de los campos enmudecidos por la sed.

 

¡Oh noche!

Habrá sin duda que prepararse

para el réquiem de todos los bosques -desde Darnius a Cadaqués- clamando agonizantes al mundo o a la ONU, el réquiem de los gritos, de todos los gritos de todos los llantos.

 

No será necesario inventar

el réquiem de los dioses y sus sacerdotes -jefes de religiones no liberadoras- hacia su ocaso, hacia su lento y delirante ocaso, ni el réquiem de los árboles, clavados en la tierra sus sentidos, y el de las constelaciones, meteoros y estrellas fugaces.

 

¡Oh noche!

 

Afortunadamente –para nuestra psicología-

estamos fuera de esa inmensa escala de espacio y tiempo. No podemos siquiera compararnos a dos simples hormigas que serán arrasadas por una presa hidráulica mientras, ajenas a esa desgracia, se besan.

 

Pero aún en el caso de que cantáramos 

el réquiem de los siglos convertidos en polvo, un día en que lo unitario enmudeciera nuestras voces, estrangulara nuestros impulsos y el sol convertido en gigante roja descuartizara nuestro mundo, el mar continuaría estando lleno de ese color al que la piel se entrega.

 

                                                              Johann R. Bach

 

 

 

14 nov 2013

A los siete días de una conmoción cerebral dejó de hablar

LA PÉRDIDA DEL HABLA

 

Leí un fragmento que dejó una enferma

sobre la sábana de su cama de hierro. Después de haberlo escrito enmudeció durante cinco meses.

 

El Director de la Sala,

a la vista de aquella misiva, evitó su traslado. Colocó en un panel de corcho el texto:

 

"La luz que llega a mi cerebro es mínima.

Ver es como un relámpago de instantes

contra todos los días de horror"

 

Hacía pocas semanas

que me había instalado como interno en el departamento de traumatología del hospital K. Bicêtre de Paris y mi experiencia en traumatismos craneales era nula.

 

Creí entender

que aquella mujer de pelo blanco, de cansada belleza, vio y calló lo poseído y al entrar en la celda de la alucinación no habló más a claridades sino a fugas,

 

lunas de plomo

con ríos de aceite púrpura y frío

sombras al fin átomo por átomo.

 

Yo, en mi cristal,

contemplaba la claridad con la esperanza de que tal vez fuera posible mi salvación y pudiera encontrar el camino por donde ascender a la cumbre.

 

Pensé que todo dependía de mi fiel sumisión

al estruendo y subida de ese instante que, de entrar en coma -una muerte provisional- me ahogara en la locura.

 

Fue como dudar

de si había comenzado un loca carrera hacia lo inútil o, por el contrario, hacia un mundo nuevo, misterioso, apasionante y placentero a la vez.

 

Lo cierto que aquella mujer

nos dejó una pista escrita desde dentro de ella misma y que finalmente encontró la salida de su laberinto pues recuperó el habla.

                                                                     Johann R. Bach

Me llamas embustero porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio

EL EMBUSTERO DEL HOSPITAL

Me llamas embustero

porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio; de una rigidez y silencio que hace que

 

las cosas lejanas, indescifrables,

en perpetua metamorfosis de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente, a caballo entre olas y olivos.

 

No acabas de creerte que crucé el jardín,

de geometría desconocida para mí -no euclidiana-, y como todas las puertas están abiertas y nadie impide mi fatal visita

 

me hallo, ajeno ya en mí mismo,

en la sala del gran edificio.

 

Te parece imposible que en mi tranquilidad,

vea el techo, que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles;

 

la luz que no puedo sospechar su origen;

las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.

 

No deberías dudar

de que siento y sin posible fuga, que este hospital, casa de enigmas o asilo de inocente ignorancia, es la agonía de la ciudad que antes recorrí,

 

su vientre o corazón extraviado en la quietud;

su ritual y comunión con los desaparecidos.

 

Quizá te cueste imaginar

que yo, el que lleva el cristal, el que sigue la ley de las águilas en su camino hacia las heladas cumbres,

 

el que ve belleza

allí donde otros sólo encuentran desolación el que está en todos los rincones y en ninguno miro en el núcleo irradiante y

 

trazo la senda de naranjos y algarrobos

que a través de calles, patios y placetas desnudas que soportan una sombra y una luz que aniquilan,

 

hace este hombre al que tú llamas mentiroso,

ahora perdido en el Pabellón de la Pureza, en su única oportunidad de lograr su Transmutación y Principio

 

antes que comience su viaje al Centro,

al Mar del Ápex y de que surja, como ígneo torbellino de las aguas, de sus propias tinieblas.

 

Aunque bien mirado

a quién le importa si miente tu amado.

 

                                                                      Johann R. Bach

Me llamas embustero porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio

EL EMBUSTERO DEL HOSPITAL

 

Me llamas embustero

porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio; de una rigidez y silencio que hace que

 

las cosas lejanas, indescifrables,

en perpetua metamorfosis de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente, a caballo entre olas y olivos.

 

No acabas de creerte que crucé el jardín,

de geometría desconocida para mí -no euclidiana-, y como todas las puertas están abiertas y nadie impide mi fatal visita

 

me hallo, ajeno ya en mí mismo,

en la sala del gran edificio.

 

Te parece imposible que en mi tranquilidad,

vea el techo, que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles;

 

la luz que no puedo sospechar su origen;

las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.

 

No deberías dudar

de que siento y sin posible fuga, que este hospital, casa de enigmas o asilo de inocente ignorancia, es la agonía de la ciudad que antes recorrí,

 

su vientre o corazón extraviado en la quietud;

su ritual y comunión con los desaparecidos.

 

Quizá te cueste imaginar

que yo, el que lleva el cristal, el que sigue la ley de las águilas en su camino hacia las heladas cumbres,

 

el que ve belleza

allí donde otros sólo encuentran desolación el que está en todos los rincones y en ninguno miro en el núcleo irradiante y

 

trazo la senda de naranjos y algarrobos

que a través de calles, patios y placetas desnudas que soportan una sombra y una luz que aniquilan,

 

hace este hombre al que tú llamas mentiroso,

ahora perdido en el Pabellón de la Pureza, en su única oportunidad de lograr su Transmutación y Principio

 

antes que comience su viaje al Centro,

al Mar del Ápex y de que surja, como ígneo torbellino de las aguas, de sus propias tinieblas.

 

Aunque bien mirado

a quién le importa si miente tu amado.

 

                                                                      Johann R. Bach

Toco ahora una boca que inventa otros signos

ENFERMÉ, ME CURÉ, APRENDÍ.

 

Fue en una noche de San Juan.

A pesar de mi corta edad, lo recuerdo bien porque todo eran petardos.

 

Mis hermanos me enseñaron los cohetes

que iban a lanzar aquella noche. Para enseñarme cómo funcionaban me hicieron coger uno por la caña mientras mi hermano acercaba una cerilla ardiendo a la mecha.

 

El cohete empezó a lanzar un chorro

de estrellas calientes sobre mi mano. Cuanto más me quemaba más se aferraban mis dedos a la caña. Finalmente el cohete explotó nublándome la vista y me caí de culo encima de la cama.

 

Me cubrieron –lo recuerdo como si fuera ayer-

Mi ennegrecida mano con una pomada amarilla y con una venda blanca me cubrió desde los dedos al codo.

 

Durante muchos días

no pude hacer uso de mi mano derecha y aquella incomodidad me impedía en parte el sueño.

 

Despierto y a oscuras

en aquella sala del hospital escuché la voz de las estrellas. Fue ella la que me dijo que el espacio era infinito, que el tiempo era una utopía de nuestra sangre;

 

que las estrellas que habitan cada átomo

de nuestro cuerpo también nos están oyendo. Que el clamor es total y desesperado;

 

que la muerte es un sueño

del cual despertaremos en el reino alucinante, lleno de chispas de objetos danzando por encima de nuestras cabezas.

 

Una de aquellas mañanas,

después de que me extrajeran el líquido encéfalo-raquídeo para observarlo al microscopio miré por uno de aquellos grandes ventanales.

 

Afuera, los árboles,

los seres y los fotones ante mis ojos tomaron la maravillosa forma del sueño: se cubrieron de una niebla dorada y triste.

 

Sobre todo y todos

los demás enfermos de la sala había un gran silencio.

 

Quedé preso,

alucinado por aquella luz de gas de las farolas de la calle Casanovas que atravesaban los árboles desnudos y por un viento del que sólo oía su silbido que parecía venir de un abismo desconocido.

 

Sentí cómo una legión de criaturas

me animaban a soñar que la salida de aquel hospital estaba próxima.

 

Fuera ya de aquellos signos

y bien lejos, toco ahora una boca que inventa otros signos y lanza el aliento sobre los ojos en carne viva del recuerdo.

 

Desde entonces prometí

habar siempre del País del Sueño que levanta su mar y su rama en la leve trama de mi frente de carne de cobalto sede de mi memoria una selva de cristales.

                                                    Johann R. Bach

13 nov 2013

(un misterio) hace este hombre al que tú llamas mentiroso.

EL EMBUSTERO DEL HOSPITAL

 

Me llamas embustero

porque digo que todo aquí, en el Lago de los Sueños, es limpio; de una rigidez y silencio que hace que

 

las cosas lejanas, indescifrables,

en perpetua metamorfosis de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente, a caballo entre olas y olivos.

 

No acabas de creerte que crucé el jardín,

de geometría desconocida para mí -no euclidiana-, y como todas las puertas están abiertas y nadie impide mi fatal visita

 

me hallo, ajeno ya en mí mismo,

en la sala del gran edificio.

 

Te parece imposible que en mi tranquilidad,

vea el techo, que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles;

 

la luz que no puedo sospechar su origen;

las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.

 

No deberías dudar

de que siento y sin posible fuga, que este hospital, casa de enigmas o asilo de inocente ignorancia, es la agonía de la ciudad que antes recorrí,

 

su vientre o corazón extraviado en la quietud;

su ritual y comunión con los desaparecidos.

 

Quizá te cueste imaginar

que yo, el que lleva el cristal, el que sigue la ley de las águilas en su camino hacia las heladas cumbres,

 

el que ve belleza

allí donde otros sólo encuentran desolación el que está en todos los rincones y en ninguno miro en el núcleo irradiante y

 

trazo la senda de naranjos y algarrobos

que a través de calles, patios y placetas desnudas que soportan una sombra y una luz que aniquilan,

 

hace este hombre al que tú llamas mentiroso,

ahora perdido en el Pabellón de la Pureza, en su única oportunidad de lograr su Transmutación y Principio

 

antes que comience su viaje al Centro,

al Mar del Ápex y de que surja, como ígneo torbellino de las aguas, de sus propias tinieblas.

 

Aunque bien mirado

a quién le importa si miente tu amado.

 

                                                                      Johann R. Bach