18 may 2013

Demasiada luz sobre tus ojos desprotegidos por el abandono de las nubes

   Navegando sin horizonte

Me entreno diariamente

porque no estoy preparado para escuchar cantos ajenos o ver el contorno de las cosas.

 

¿Acaso percibo mejor la sombra,

 que los buques en el horizonte? El reflejo del azul en el espacio exterior recuerda las superficies marinas agitadas y encrespadas por el viento.

 

Demasiada luz sobre tus ojos

desprotegidos por el abandono de nubes, demasiada claridad sobre los míos acariciados por diminutas gotas de mar.

 

En tu rumbo hacia el Ápex

tomas suavemente estrellas que vas poniendo sobre el mástil más alto de tus poemas.

 

A tu paso claros de belleza

y desperdicios estratosféricos se inclinan y te reconocen porque habitas y reinas desde un diminuto espacio donde se confunde el horizonte con las nebulosas del azimut de mayor amplitud de tu corazón.

 

Tu refugio es tu nave

preparada para guarecerse durante las tormentas de minúsculos meteoritos

 

Y aunque nací en una playa

no soy hombre de mar y me gustaría tener el privilegio de navegar tranquilamente sobre tus lágrimas.

 

                                                              del "Manual de la Soledad"

 

Allá arriba un Artista pintó el sistema solar y lo puso en movimiento

¿Quién es ese maravilloso Pintor?

 

"No me hizo falta Newton

para saber que las manzanas, se desprendían del árbol y caían". Eso lo podría decir cualquiera.

 

Al levantar la vista

hacia el horizonte comenzaron las preguntas profundas. Muchas aún no tienen respuesta.

 

"No me hizo falta un Creador

para construir una mecánica celeste", dijo Laplace a Napoleón. Kant hizo lo mismo sospechando que allá arriba un Artista hizo que se desprendieran fragmentos de un gigantesco puro de gas y metal caliente: asi se formó el sistema solar.

 

Eso es lo que conocemos

como Teoria Kant-Laplace sobre la formación de los planetas y porque giran todos en el mismo sentido alrededor del sol.

 

Y, sin embargo, un parpadeo insomne

descorre las cortinas dejando entrar en mi cuarto la noche con su luna de plata con su luz meridiana y sus sombras blancas.

 

¿Quién es ese maravilloso Pintor

–aún me pregunto- que ha puesto ese cuadro delante de mis ojos de té?

 

                                                                                                Johann R. Bach

LAS AMIGAS DE PARIS

    MIS AMIGAS DEL CORO

 

 

Cuando me presentaron a todas las integrantes del coro sentí una sensación como de una cena familiar de las que yo acostumbraba a soñar. ¡La había esperado durante tanto tiempo! A medida que Simone me iba presentando intentaba grabar en mi mente cada cara con sus ojos, cada nombre con una vida distinta esperando que yo las leyera como se leen las rayas de la mano.

 

Agnés

 

A la primera en darme la mano mientras me besaba efusivamente le puse el sobrenombre de Ignace a pesar de que su verdadero nombre era Agnés: Sus reacciones eran ambivalentes y paradójicas como pude ir corroborando en sucesivos encuentros: no toleraba el humo de tabaco incluso de los que fumaban en las terrazas o en los portales de las casa. Sin embargo, de vez en cuando se fumaba algún cigarrillo con verdadero placer después de haber cantado. Su carácter caprichoso hacía difícil el trato con ella, pero en el fondo era muy buena persona y siempre estaba dispuesta a colaborar.

 

Agnés, a sus treinta y cinco años, es una muchacha como la flor del azafrán: delicada, airosa y fogosa. Es muy precoz; pasó –según Simone- de la más tierna infancia a una viva actividad sexual; a la menor insinuación por parte de Pierre experimenta una excitación que le produce manchas rojas en el cuello.

 

Según cuenta ella misma, siente algo que se mueve dentro de su vientre, incluso llega a creer que está embarazada de él, aun cuando ella sabe de sobras que eso es imposible. En cuanto se excita sexualmente se transforma en una muchacha histérica y siente deseos de besar a todo el mundo y de su vagina se desprende un olor característico debido a un flujo denso (según mi propia experiencia), viscoso que reclama las caricias universales.

 

Anaïs

 

A la tímida y callada solista del grupo le caía muy bien el nombre de Anaïs debido a su sensibilidad musical excepcional. Era delgada y bajita y su pelo corto a "lo garçon" le daba un aire juvenil a pesar de que ya rozaba los cincuenta. Simone decía de ella que era una persona maravilosa.

 

Tenía una única hija de diez años que tenía la expresión de un ángel y un marido ya octogenario. Anaïs, a la mínima ocasión, decía de él que era el alma mater de su hogar, pues llevaba a la niña al colegio, hacía la compra y cocinaba. Su cabeza se mantenía lúcida y su conversación era de lo más interesante. Estaba al corriente de todo lo que decían los periódicos, era muy crítico con todo y con todos excepto con ella y sus amigas del coro.

 

Incomprensiblemente Anaïs sufre de vez en cuando unos ataques de celos que se añaden a la excitación activa de la microcirculación que empiezan ya a hacerse presentes en su menopausia. Esos  trastornos psicosexuales los explica Pierre mediante las investigaciones realizadas con la foliculina que han demostrado que, durante la menopausia se podrían ver signos de excitación psíquica, como ataques de celos. En el caso de la paloma, se producen fenómenos extraños: ya no incuba sus huevos sino que los destruye (¿Medea?).

 

El caso es que en Anaïs asistimos a un movimiento de excitabilidad psíquica, originariamente erótico, que va evolucionando hacia la agresividad y finalmente la hostilidad hacia las funciones sexuales; se instalan la frigidez y una animosidad general, que buscará un culpable, al que perseguirá con empeño. ¿Cómo es posible esa situación con un marido octogenario? ¿De dónde proceden esos celos?

 

Esa violenta actitud de Anaïs puede disminuir, diluirse o convertirse en una reivindicación popular, sindical o colectiva, o simplemente en el vigor justiciero de la denuncia anónima. Ese activismo cerebral según Pierre alimenta los celos, la superactividad cerebral excita la imaginación, la interpretación errónea, cubriendo incluso a un anciano con un "halo mental" de desconfianza.

 

 

Más allá del agotamiento del psiquismo de Anaïs y de sus epitelios, creo que se encuentra al ser humano, que pierde su elasticidad enfrentándose al estrés y a las rebeliones; ¡y entonces nos damos cuenta que es en el eslabón más bajo de la escala de la alimentación y las caricias donde se sitúan las más finas rehabilitaciones terapéuticas humanas! En todo caso Anaïs es un espejo donde ver mi inmediato futuro.

 

Aurea

 

Aurea, tenía todo el aspecto de una mujer taciturna refugiada en la música. Las mejillas rojas indicaban una presión alta y una persona de enfado fácil. Debía tener alrededor de los sesenta años y era con mucho la mayor del grupo. Se le veía una persona honrada y a juzgar por los anillos y pulseras de oro daba la impresión de una mujer que nunca renunció a ser rica.

 

Siempre se mostraba crítica e inflexible con el comportamiento de sus 3 hijos. Ya casados, no la visitaban casi nunca. El rubor aparecía en su rostro con sólo hablar de sus hijos de la misma forma que cuando hablaba de temas sexuales o cuando hablaba simplemente con algún hombre. Cuando estaba en presencia de Pierre, parte de enrojecer como una colegiala su sudor cambiaba de olor y sus ojos se tornaban brillantes propios de una mujer cuando siente fuerte titilación entre las piernas.

 

Desde la muerte de su marido Aurea se transformó en la fiel y leal organizadora de todos los conciertos y sus dotes de negociadora hacía que todas las componentes del coro obtuvieran una pequeña paga cada dos meses, fruto de los contratos que conseguía de bodas, bautizos y otros eventos. También debo decir que fue la primera en ofrecerme dinero (prestado) para que saliera adelante.

 

Palmira

 

A Palmire le gustaba la música "dulce" y no paraba de insistir sobre ello, pero había estudiado durante muchos años piano y contrapunto y cantaba lo que fuera necesario en cualquier circunstancia. Su sonrisa permanente hacía juego con una cierta timidez de sus ojos, era cariñosa y le costaba decir no. Es el tipo de persona que más abunda en conventos y monasterios.

 

Es una mujer vivaz carácter dócil y tímida, con hígado débil a juzgar por sus dietas draconianas, de quejas continuas y cambiantes; y, de entumecimiento parcial en manos y pies pues las tiene siempre rosadas. Es caprichosa, algo avara y suspicaz, se siente menospreciada o teme el menosprecio; tiene gran temor a estar sola. Se ofende fácilmente. Tiene cuarenta y cinco años y no se ha casado nunca. Es de fácil consuelo y necesita continuamente estar bajo la tutela de alguien. En su vida sólo busca amor. Dándole amor ya se siente pagada.

 

Narcisse

 

Narcisse ama mucho la música; el efecto sobre ella es favorable aunque le haga llorar. Lo que más destaca de su figura es una enorme barriga mal disimulada con vestidos largos a modo de túnica. Sin embargo sus grandes ojos verdes le confieren un aire de diosa de los escenarios. Su potente voz de soprano la hace sentirse apreciada y mientras canta se olvida de sus tristezas.

 

No es una persona optimista, pero se esfuerza para estar de buen humor y de crearlo a su alrededor.

 

En cierta ocasión fuimos con ella, Anne, Laura, Carmen y yo a pasar un fin de semana al Mont Saint Michel y de regreso íbamos todas diciendo toda clase de ocurrencias, chistes y/o cantando menos ella que parecía estar meditabunda. Estábamos ya a las puertas de París cuando de repente nos dijo: Habéis quedado muy bien; lo he grabado todo. Nos echamos a reír al ver que nos había preparado el golpe final, el final de fiesta.

 

En verano fuimos las mismas compañeras, de vacaciones a Sttetin, una bonita ciudad hanseática del norte de Polonia, bañada por una especie de delta rozando el mar Báltico. Aparte de visitar su bello centro histórico nos movimos por todos los ámbitos y vivimos las típicas anécdotas de los viajeros porque no entendíamos una papa del complicado idioma de Polonia.

 

Llegamos a Wolin, una pequeña población en dirección al mar Báltico, hacia el mediodía. El lugar era encantador: el rio Oder (Odra en polonés) discurría lentamente bajo un puente (levadizo según la señal de tráfico) giratorio que hacía las veces de semáforo, interrumpiendo el paso de la carretera para dejar pasar los barcos. Deambulamos un poco por el pueblo y tomamos unos refrescos bajo un toldo frente al rio. Hacía un calor espantoso.

 

Las tiendas normales estaban cerradas, pero en una de ellas vimos un cartel con una llave y la palabra "ksero" de lo que dedujimos que significaba cerrajero o algo parecido. Al día siguiente vimos un establecimiento donde se hallaba la misma palabra "ksero". Preguntamos si nos podían hacer una copia de una llave y en un buen inglés nos contestaron que allí sólo hacían copias en papel. Por lo visto la palabra ksero significaba copia.

 

A veces encontrábamos rótulos fáciles de entender. Por ejemplo en un restaurante podíamos leer "Chztery" seguida de cuatro platos adheridos y a continuación la palabra "tallenge" La primera palabra significa el número cuatro en ruso y con un poco de imaginación hallábamos el significado de la segunda palabra (Teller significa plato en alemán). Por otro lado el icono de cuatro platos era de lo más elocuente y no dejaba lugar a dudas.

 

No lejos de es restaurante hay un local de esos semisubterráneos dedicados a tapicería. En la puerta había un letrero pintado sobre el cristal de la puerta que estaba clarísimo el destino del local "TAPICER", pero lo que nos llamó la atención fue un cartel hecho a mano que anunciaba que estaba cerrado momentáneamente: "jestem u klienta". Narcisse exclamó: ¡Mirad! ¡está cerrado porque el tapicero está haciendo la siesta con una clienta! Así era de divertida Narcisse.

 

Laura

 

A Laura le encantaba ir al cine y cada vez que tenía ocasión me invitaba a ir con ella. Yo solía llevar a mis sobrinos algún sábado que otro a ver películas para menores de edad y aun así me gustaba verlos reír. Con Laura era diferente, le gustaban las películas profundas y en los momentos más emotivos me cogía de la mano como para vivir más intensamente. Se metía en cuerpo y alma dentro de la pantalla, lloraba y suspiraba al mismo ritmo que los protagonistas.

 

Al final de la película, volviendo ya a nuestro mundo me besaba agradecida por haberla acompañado en "su aventura". Esa sensación de placer viendo una película sólo era comparable –según me confesó- a lo que sentía cuando Pierre le hacía un masaje; algunas veces hasta se quedaba dormida de placer en la misma camilla.

 

Laura, emotiva y receptiva se parece a Narcisse, pero contrariamente a ella es blanda y llora con mucha facilidad. Sus manos son pequeñas y blandas. Es de esas personas que te entregan la mano, sin fuerza, casi muerta, en vez de estrecharla. Su piel es morena y con sus abalorios dorados en el cuello y en las muñecas parece una princesa egipcia. Le gusta hablar y cuando lo hace lo hace hasta por los codos. Sus quejas se parecen también a las de Narcisse en el sentido de que es poco –por no decir nada- afortunada en amores.

 

Su carácter es el de una persona inhibida y tímida si no te conoce, precisamente todo lo contrario de la extrovertida Narcisse, pero cuando tiene confianza no para de hablar. Todo en su vida se desarrolló lentamente, acabó los estudios de secretariado muy tarde,

Se casó tarde y tardó varios años antes de quedar embarazada. Tuvo dos gemelos maravillosos y poco tiempo después su marido la abandonó.

 

Laura es una mujer que tiene erupciones cutáneas que rezuman un líquido espeso como la miel y por ello usa unos polvos que camuflan ese aspecto poco agradable. Por otra parte tiene los párpados inflamados, con pústulas; secreción por los oídos; ulceraciones húmedas detrás de las orejas; comisuras de la boca agrietadas. Sus uñas, fácilmente observables, son gruesas, agrietadas y deformes. Es llorona, pero es pesimista y con tenencia a la obesidad. Es un tipo de persona regordeta, de desarrollo retrasado, pero de muy buen carácter.

 

Carmen

 

Carmen es una mujer que gusta de temas repetitivos. No para de silbar "Nabucco" como algo que le produce balanceo automático de su cuerpo. Tiene vello excesivo en brazos y piernas y el fuerte olor corporal le da una "apariencia masculina" que no intenta disimular a excepción de la barba y bigote que se los rasura a diario. Su labio superior suda como si acabara de beber agua.

 

Cuando a alguien le llama la atención sobre la negritud de su pelo ella contesta medio en serio medio en broma que aún es más negra su cabellera baja. Es vegetariana no radical y se siente orgullosa de los dos hijos gemelos obtenidos por inseminación artificial y evita hablar de todo lo que rodee a ese asunto.

 

Carmen es una persona obsesionada por el orden en todos los dominios de la vida. Para el caos no entra en su cabeza ni como concepto intelectual. Cuando le dije que quizá el ser no es libre sino por la acción del caos me preguntó ¿Qué es el caos? Le contesté que el que yo no pueda contestar a esa pregunta no significa que no exista. A pesar de su reticencia a hablar del tema no desperdicié la ocasión para dar mi humilde opinión. "El caos –insistí- es la persistencia de lo anterior en lo posterior, de lo lejano en lo íntimo, e inversamente". "El caos es el destino doloroso del ser, de ahí la manía de muchas personas que quieren vencer su ansiedad con la limpieza y el orden". Eso pareció gustarle y me dijo que es un tema interesante.

 

Georgina

 

Georgina, alta, morena con ojos enormes y largas pestañas, gran amante de la música sinfónica o polifónica, es una persona dominada por un carácter estético. Le encanta la arquitectura, la escultura, la pintura y en general el arte y la historia. Según Simone es la que tiene más aventuras amorosas -masculinas y femeninas-, pues cede fácilmente. Es entusiasta hasta el gorro y tiene un carácter empático digno de una gran dama. Viste con gran elegancia y pasear e ir a cenar a un restaurante de Montparnase con ella es un gran placer.

 

Es como la mayoría de las mujeres altas, estilizadas, con insuficiencia torácica, con la piel fina, casi transparente, fácilmente sensibles a los sonidos, olores, luces, electricidad atmosférica o temporales y largas pestañas. Según Simone, su estado psíquico se puede resumir como excitación emotiva y aprensividad exaltada. Se esfuerza por ser simpática a todos. Simone matiza sus miedos. Son –suele decir-  como presagios y teme a lo que ella cree que va a ocurrir. Su ansiedad aumenta con la hora crepuscular y en la noche.

 

Teme a las intervenciones quirúrgicas aunque éstas sean leves. De ahí su miedo a los dentistas. En cuanto al apetito Simone suele decir que sale más a cuenta comprarle un vestido que invitarla a cenar, pues tiene hambre incluso después de haber comido y por la noche. Suele tener ronquera que empeora por la tarde, antes de medianoche y ardores un poco por todas partes, siempre lleva pastillas de menta por si ha de cantar de noche.

 

Con ella visité muchos museos y exposiciones tanto en París como en la Banlieu. Se sentía a gusto en mi compañía porque decía que mi empatía le hacía sentirse como una persona normal. Era una persona muy miedosa y me pedía acompañarla hasta en sus visitas al dentista.

 

Sus dientes habían crecido algo montados unos sobre otros por falta de espacio. Su barbilla era estrecha y realzaba sus labios gruesos, sobre todo el superior. Su cara es la de una chica bonita, aunque de cerca se puede apreciar que tiene un exceso de vello que le oscurece la barba y el labio superior. En varias ocasiones muchos familiares y amigos le habían propuesto colocarse unos "hierros" para "corregir" la posición de sus dientes, pero siempre se negó a ello (por suerte). Esa imagen de niña traviesa le daba un aire juvenil y hermosura fresca y alegre.

 

Georgina había cumplido ya, igual que yo, cuarenta y dos años. Nunca se casó porque temía –aún más que yo- la brutalidad de los hombres que nunca comprendieron que pasión y delicadeza pueden (y deberían) coexistir. Provenía de una familia adinerada y su apartamento era realmente como un palacio. Tenía cuadros hasta en los pasillos y estatuas en todos los rincones. Pierre decía de ella que tenía la sensación de que era su amiga más amable y agradecida; la que se conformaba con menos. Solía decir que era "su" Juana de Arco y que si tuviera que casarse con alguien lo haría con una muchacha como ella.

 

Ágata

 

Según Simone Ágata siempre fue una mujer huidiza a la que no le gustaba complicarse la vida. El carácter huidizo –seguía explicándome Simone con todo lujo de detalle- no sólo lo mostraba cuando se refería a salirse de algún problema con la expresión de "irse a buscar tabaco" sino que su propio lenguaje estaba lleno de expresiones en las que evitaba las palabras que ella misma denominaba vergonzantes. Así por ejemplo, para referirse al coito decía la cosa: insistía siempre en no necesitar la cosa o bien no perdía la mínima oportunidad para decir que ella tenía arreglado el tema para expresar su indiferencia hacia los hombres.

 

Y sin embargo –Simone me advirtió-, siempre está cotilleando sobre "el tema". Los que la rodean no se aperciben fácilmente de su carácter porque tiene una gran habilidad diplomática y sabe esperar pacientemente a que los demás inicien la conversación y luego con suavidad introduce los temas que a ella le interesan.

 

Simone continuaba hablándome con el placer de una auténtica maruja sobre  Ágata: Con trece años descubrió –coincidiendo con sus primeras reglas- que la posición horizontal era cuando realmente se sentía más cómoda. En efecto, en contraposición a su aversión por la posición de estar parada en pie, se podía estar horas y horas leyendo en tumbada en la playa o en el sofá. También es fácil –continuaba Simone su análisis- observar que de estar sentada se siente más cómoda con las piernas cruzadas y con los riñones bien apoyados en el respaldo de un cómodo sillón.

 
                                                                                Marta Guillamon

17 may 2013

París ya flotaba en tu mente como un mar brillante

 LAS PUERTAS DEL MONASTERIO

      (La transición hacia la espiritualidad)

                                                                 Johann R. Bach

                                                           www.homeo-psycho.de

 

Todo estaba ocurriendo sin ruido,

tus suspiros subían hasta el techo del mundo, sin cansancio que suprimiera tu inquietud.

 

Tan pronto sentiste cómo las puertas del monasterio se cerraban a tu espalda apareció el gozo de estar libre y sola en la noche donde uno puede esconderse.

 

París ya flotaba en tu mente

como un mar brillante y sus bulevares como arterias por las que circula la voluntad de algunas mujeres tenaces. Sentías que deberías dar pasos largos para atravesar ese desierto de conceptos, para imitar otra música, pues la Superiora solía decirte que se puede ir más rápido cuando se está rodeada de indiferencia:

 

Entonces una debe encontrar

su camino en medio de extraños rostros en los que la mirada se ahoga.

 

Una nube mojaba

con sus gotitas tu cara y tus manos flotaban en el aire; las lucecitas ya lejanas del Monasterio te tranquilizaban: conocías bien que en su interior todas dormían como si todo fuera un sueño pesado que se abre hueco en la tierra.

 

Poco a poco

notabas que el aire se volvía más ligero y el ruido del motor de un automóvil a lo lejos te sonaba como el fluir de un arroyo. En él venían tu hermana y su compañero a rescatarte, inútilmente de la noche.

 

El campanario invisible ya,

empezó a dar la hora. Las puertas del Monasterio se cerraban para siempre tras de ti.

 

Tal vez el mundo resucitará.

Las doctas cigüeñas especialistas en repartir paz entre los campanarios podrían volver a vigilar las tardes.

 

Detrás de la lluvia

podría haber otro cielo donde unas voces más dulces subieran un recuerdo en vez de una oración. 

                                                                                    Johann R. Bach                                          

 

Miré hacia atrás para ver por última vez el hogar que me había acogido durante los últimos veinticinco años. En aquellos momentos sentí pena por todas las hermanas que dejaba allí. Aún no me atrevía a considerar aquel lugar como una cárcel. Mi hermana me esperaba en un renault de alquiler.

 

Su compañero apenas me saludó; consideraba que todo lo que estaba viviendo era como un fastidio sin pausas. Cuando subí al coche llevaba sólo una bolsa con ruedas con todo lo que eran mis pertenencias: ropa para no parecer una harapienta, una gramática, un diccionario, un tratado de geometría y un montón de notas grabadas en mi memoria. Eso era todo mi capital.

 

Como el compañero de mi hermana parecía no estar de buen humor preferí hundirme en el silencio del asiento trasero y  en esa oscuridad me lancé a soñar otra vida y a olvidar el olor de las hojas de col marchita y de la nieve mezclada con trocitos de remolacha, col agria u hojas de té hervidas como fórmula con la que se limpian las alfombras.

 

Mi hermana parecía comprenderme y se limitaba a preguntarme de vez en cuando si dormía. La cara del que se suponía que era mi cuñado carecía de sonrisa y no aguantaba que mi hermana le hablara mientras conducía: era precisamente lo contrario de la sonrisa etrusca; esa sonrisa que nos devuelve lo que de verdad importa: el amor, la entrega, la pasión…

 

Tampoco su palabra toña dejaba lugar a dudas: su comportamiento era el mismo del sastre que no ha cobrado. Su expresión era como la de la hermana Luisa, la ecónoma, pero no me gustaba hacer comparaciones con las hermanas por si lo hacía, mi alma no lograría nunca atravesar las puertas del Monasterio. Así que decidí buscarle a mi cuñado un parecido animal. Descubrí que tenía la misma cara que un perro pachón. Sonreí.

 

En el aeropuerto de Stuttgart, con el tiempo justo para devolver el auto y tomar a la carrera el vuelo a París no tuve tiempo de tomar conciencia del gran cambio que me esperaba en la vida: Había abandonado el Monasterio cuando ya había cumplido cuarenta y cinco años, y sin embargo la sensación que sentí durante el vuelo fue como si todos aquellos años sólo hubieran sido un sueño.

 

El avión había tardado en despegar una media hora que me pareció interminable. El avión se deslizaba lentamente por una pista de despegue larguísima como si el aparato se negara a levantar el vuelo. En realidad sólo esperaba la confirmación del slot como muy bien explicaron las palabras del comandante de la nave: "debido al retraso en la estiba de las bodegas, hemos perdido el slot inicial que teníamos para las 21:30 horas y vamos a esperar al próximo slot que nos proporciona la torre de control".

 

De vez en cuando el recuerdo de algunas cosas del Monasterio asaltaba mi mente como en alegorías que ya no formaban parte de mí. En ellas me veía a mí misma actuando como en una representación amateur, una actuación por gusto, siempre para un escenario tosco, sin maquillaje.

 

En esas figuradas actuaciones me interpretaba a mí misma como si en el público no hubiera más que niños; sentía la toca en la cabeza de tal forma que me parecía como si mirara con prismáticos; y su única ventaja es que ocultaba todas mis incipientes canas.

 

Esas escenas quizá eran para mí como veinticinco pascuas en las que di mi palabra, pan, cobre y a cambio sólo recibí un código cosido con silencio que ignoraba noticias de amor, madejas de lujuria, lanzadas en lacrimógenos prospectos en minúsculas botellas de náufrago. Parecían geometrías destinadas a mostrarme la posibilidad de otros espacios fuera del estrecho mundo euclidiano de tres dimensiones en el que me encuentro atrapada.

 

Realmente ahora me daba cuenta que me había tomado mi tiempo en preparar la huida, a dar el salto más audaz, y que la carne se me abría como si hubiera trazado con las manos una hendedura en la negra pared de los pulmones. Ahora ya sabía que llevaba la paz, mi paz como un angioma avanzando hasta cubrirme la piel de versos elegíacos. Veinticinco años repitiendo letanías y simulando rezar todos los días no han sido suficientes para fijar en mi corazón ni una sola oración:

Cap. 1 NIÑOS A LA DERIVA.

Capítulo 1.       En la cárcel

·         Mal humor con necesidad de insultar y blasfemar

CHAMOMILLA 200 CH

·         Avidez de ácidos y tendencia a llevar la contraria        

HEPAR SULFUR 200 CH

 

                                                                     Una Asignatura Pendiente

A veces tardamos años

en percibir que enfrentarnos a la soledad es como el comienzo de un libro por el final, como leer los periódicos, con ansiedad, pasando las páginas al revés.

 

Tardamos años en saber

que la soledad (frecuentemente sólo el deseo), es otro libro de la bibliografía de las noches, un Manual, susceptible de examen, con las páginas pálidas de la piel bajo alfabetos en tinta de latidos y de calles, con las notas al pie de la memoria

 

y condiciones -necesarias y/o suficientes-

con lemas y teoremas reservados a almas que del Teorema del Coseno se han preocupado, viendo en el artificio la belleza del verso matemático para llegar al Teorema de Pitágoras introduciéndose en un índice oculto.

 

Sólo una asignatura,

al fin y al cabo recogida en el Manual de la Soledad.          

                                                                                                  Elisa R. Bach

 

He pedido un cuaderno para poder escribir y distraerme mientras espero. Realmente no sé qué espero. Siento mareos y náuseas que yo atribuyo al alcohol que he ingerido estos días; aunque no es imposible que la resaca me dure una semana como en otras ocasiones, esta me está durando ya demasiado. Hubo un tiempo en que el alcohol me sentaba fatal, no podía beber ni un dedo de cerveza. Ahora cuando bebo vomito menos que cuando me mantengo abstemia. Mi carcelera me ha traído una libreta y dos bolígrafos, uno rojo y otro de tinta azul. Tengo un humor de perros, pero me muerdo la boca para no insultar a las celadoras. En mi interior algo me dice que tenga calma. Algo anormal está pasando. ¿Qué estarán tramando estos hijos de puta?

No recuerdo casi nada de lo sucedido: Claudia, Miret y yo entramos en un bar de una travesía de Las Ramblas, quizá en la Calle Hospital. No sé. Dos hombres se dirigieron a Miret, la querían coger por la cintura. Ella no se dejaba. Las tres íbamos borrachas como cubas, con dificultad incluso para mantenernos en pié. El local estaba lleno de hijos de puta que ven con pasividad cómo unos aprovechones se meten con tres borrachas. Total, son extranjeras, decía un amariconado tomando un coñac en la barra. ¿Cómo podía un individuo calificarme de extranjera sin que yo hubiera abierto la boca? ¿Será que en este país sólo se emborrachan las extranjeras?

La policía entró a montón dentro del bar y haciendo un pasillo de uniformes nos hicieron entrar uno a uno en el furgón. El olor a gasoil y a acidez de borracho me daba náuseas. Miret me cogía de la mano como si fuera su madre. Me mareé, vomité y se me nubló la vista. Cuando desperté estaba en una camilla en la cárcel. Aquí sigo, metida en un hueco donde el tiempo se detiene y el espacio se reduce a proporciones inhumanas.

Cuando salí al patio y me encontré con Miret y Claudia todo me pareció muy normal. Mi estado de depravación era tal que hasta despertarme en la cárcel me parecía un hecho natural. Era lunes, habíamos pasado todo el fin de semana encerradas y según las celadoras al mediodía nos devolverían nuestras pertenencias y saldríamos a la calle. Eso fue verdad para Claudia y Miret, pero no en mi caso.

Mis preguntas a las funcionarias se estrellaban sin rebotar: nadie se explicaba cómo yo seguía allí. ¿Había golpeado rompiéndole los cojones a algún cabrón de policía en la reyerta? Finalmente sólo se me ocurrió escribir para "matar el tiempo". Y curiosamente las palabras y las comas surgían de mi mente como si hubiera escrito durante toda mi vida y hasta conceptos como perífrasis, hipérbaton, fragmento, sintaxis o yuxtaposición ya no me parecían insultos como hasta entonces los había considerado.

Miret es de madre francesa, pero ha vivido toda su vida en Badalona. Estudió derecho pero nunca trabajó de abogado, ni en ninguna otra cosa. Era la rica de las tres. Siempre pensé que salía de juerga con nosotras porque no encontraba a nadie en su entorno para ir de juerga. Sus borracheras, a veces, alcanzaban un punto en el que su humor se desbordaba y sus carcajadas podían llenar locales y barrios en noches de verano.

En invierno se recluía como una monja de clausura y no quería saber nada de ningún hombre aunque sólo tiene 65 años, cuatro más que yo. Después de aquel lunes no volví a verla nunca más. No lo lamenté; era una engreída del culo.

Cuando se trataba de ligar a algún hombre yo era la encargada de iniciar la conversación a pesar de que por mi boca salían continuamente serpientes y tacos insoportables para los hombres. Me gustaba por ejemplo llamar a un recién conocido "chupapollas de tu jefe" como una nueva categoría o cargo en su empresa o "lameculos de político" a inútiles que frecuentan locales nocturnos y que por la mañana no tienen que trabajar o "impotente de mierda" como un cariñoso piropo y "escroto duro" como equivalente de acojonado.

El insulto cuanto más grosero, más masculino es, como el fumar o beber bebidas alcohólicas. Yo siempre invito a muchas mujeres a utilizar esos tratamientos. Imagínense a una dama repugnante como yo diciéndole cariñosamente a un medio borracho que se nos ha unido en la barra de un oscuro local de luces de neón: Oye impotente de mierda ¿te vienes con nosotras al bar de al lado? porque este ya huele demasiado a colonia de la Miret.

Sólo conozco una mujer más mal hablada que yo: es una vecina que no orina; sus meados se los tiene que sacar una máquina. Me parece que a eso le llaman diálisis. A los hombres les divierte encontrar mujeres como nosotras, pero nos temen.

Claudia era una funcionaria que había estado más años de baja que trabajando. Su marido la abandonó porque decía que no era lo suficientemente intelectual. En realidad la dejó porque nunca se corría y él se sentía herido como macho incapaz de hacer disfrutar a su pareja. Ella decía no comprender cómo había aguantado tantos años con aquel cernícalo.

Yo lo vi en cierta ocasión de cerca y realmente se tiene que tener un estómago más duro que el mío para soportar a "aquello", a aquel "fenutrio" de quién hasta una foca huiría: la grasa de la cara le llegaba hasta las orejas, las sienes exentas de cabello y los dientes berzos; la barriga, sobresalida de su amplia chaqueta americana, colgaba por encima del cinturón que mordía con dificultad sus pantalones; sus tobillos, prisioneros de los bajos de su arrugado pantalón, amenazaban romper los calcetines. Ella no fue nunca feliz con él, aunque ahora, después de separada, tampoco lo era. Era vaga hasta para follar.

Todo me daba vueltas aquel domingo por la mañana cuando nos obligaron a desayunar y luego nos sacaron casi a la fuerza al patio; y aún ahora, me cuesta recordar qué coño pasó: creo recordar vagamente a Claudia riendo a carcajadas acompañando las de Miret; golpeaba sin fuerzas a aquellos dos individuos. Ellos también reían, por lo que la cosa no pasaba de un bromear de mal gusto.

Pero la cosa se debió complicar cuando el resto de la clientela del bar se puso a aplaudir todo aquello que estaba pasando. Era como una mala película americana de última (de) generación. Yo oía la música más alta de lo que mis oídos podían soportar. Mi blusa pareció recoger alegremente la saliva putrefacta que  se escapaba de mi boca.

Luego, ya en la cárcel, mi angustia iba en aumento al no tener la mínima esperanza de que mi situación pudiera cambiar; me sentía encerrada, atrapada en un destino donde todas, presas y funcionarias, me decían que aquello era provisional, pero mis dos amigas me habían abandonado aquí, dejándome sola sin motivo ni explicación para ellas ni para mí. Pero no me extrañó que no se preocuparon por mi suerte: al fin y al cabo son dos alcohólicas del copón que habrían puesto mucha tierra por medio en cuanto las soltaran.

Por la noche tenía que dormir boca arriba con las piernas abiertas porque los gases de mi vientre me producían un dolor insoportable. Mis bufidos de ballena mareada despertaban a las compañeras de celda. Ellas me amenazaban con ahogarme si no me callaba.

Mi situación cambió un poco cuando me hicieron una protocolaria revisión médica a fondo. Entre prueba y prueba yo tenía un dolor de cabeza insoportable en la parte occipital. Una presa que trabajaba en la enfermería se apiadó de mí y me consiguió una infusión de manzanilla. Sólo olerla volví a vomitar. Me sentaba mal hasta el café, mi droga preferida. En vista de mi estado de salud me trasladaron a una celda aparte de las demás.

                                                                                             Elisa R. Bach

 

NIÑOS A LA DERIVA. Introducción

 

La Soledad de una Universitaria 

 

El último invierno

me dejó el alma helada, herida, escondida bajo una piel nueva y un silencio cruel en la casa que debía abandonar. Sin flores marchitas, sin discos ajenos que devolver, con botellas a medias en la cocina y la nevera vacía, y mil proyectos destruidos me invadía la tristeza.

 

Reconstruí con calma

aquel rompecabezas, aquí los sentimientos, más allá las certezas, las dudas y las sombras flotando, llenándolo todo. Y no pude decidir seguir porque no había nadie esperándome en ninguna parte.

 

Atrás quedaban caídas

sobre hielos resbaladizos que no debí pisar jamás. El gran problema a resolver era que no tenía nadie en quien pensar. La tristeza me replegaba sobre mí misma, obligándome a refugiarme dentro de mi piel.

 

Tarde o temprano habría

de romper mi corsé como un reptil que crece. Deseaba que no sólo tristeza al final de la tarde, no sólo cansancio, me esperasen como obligados amigos. Deseaba no sólo esperar, esperar siempre una llamada, un abrazo dentro de un silencio, unas manos suaves recorriendo morosas mis distintas geografías.

 

Era difícil, lo sabía,

casi imposible -como una probabilidad de Murphy- arrancar mis motores teniendo tan bajas las baterías. Necesitaba sólo un fragmento de una estrella desprendido, unas llaves que me abriesen las puertas de otro barrio; el abrigo de un refugio de otros ojos;

 

ansiaba unos labios febriles

que me besasen despacio llenando cada hueco, como un gota a gota a un enfermo deshidratado, con su sola presencia; una palabra amable, una caricia como medicina, para seguir sintiendo, ansiaba.

 

Debía afrontar no sólo el olvido -el mío-

y la añoranza de otros espacios y otros tiempos; también debía eliminar o suavizar el resentimiento hacia los demás, el que acecha a las once de la mañana.

 

Necesitaba vencer al silencio

primero y a la nostalgia inútil de lo que no ha de volver en momentos en que todas mis energías estaban destruidas; Intuía que vendrían nuevas alegrías, otras gotas frescas sobre mis labios resecos, sobre mi piel dolorida, para levantarme como una margarita, para seguir sintiendo.

                                                                                              Elisa R. Bach

Estudiaste –lo sé- biología en un tiempo en que tu máxima aspiración era poder llegar a dar clases en un instituto de aquellos de antiguos bachilleratos. Eran tiempos que requerían esfuerzo y disciplina aunque las materias a estudiar eran más bien delgadas y como prácticas todo se podía reducir a la disección de una rata de laboratorio, observar el crecimiento de los caracoles en cautiverio y, con suerte, asistir a los estudios de las aguas subterráneas del Pirineo.

 

La falta de perspectivas para un futuro brillante no te impidió tomarte los estudios con entusiasmo, viviste con alegría aquellos tiempos difíciles sociológicamente hablando. Te casaste y, durante muchos años, esperaste con ansia desmesurada ser madre. Con las esperanzas perdidas tu marido te abandonó y aquello pareció ser tu final. Viviste casi veinte años en un infierno de tabaco, alcohol y noches cargadas de sueños monstruosos llenos de alucinaciones y pesadillas.

 

Afortunadamente la vida es larga y pudiste vivir otro espacio, otro tiempo, otro mundo. Ahora estás en condiciones de rebobinar tu historia. Ahora puedes escribir tu entusiasmo o lo que queda de él; sería deseable que otros pudieran seguir tus trabajos sobre los niños. Quizá alguien aproveche tus conceptos fruto de tu experiencia clínica, pero también de los cursos gratuitos de La Universidad de la Miseria en la que te graduaste con nota.

 

Este, que hoy presentas, es un Libro de Ciencia que tiene la pretensión de no ser aburrido. Por lo menos lo has intentado. Tú has hecho tu trabajo, el 50%; ahora los lectores han de aportar el otro 50% 

LA CHICA DE KIEFHOLZSTRASSE

Cap. 3   El miedo...indefinido, universal

 

             El miedo...indefinido, universal:

              GELSEMIUM C30

             Sueños eróticos:

              HYOSCIAMUS C30

 

Aquella tarde habíamos salido del Colegio

mis dos amigas Nicole y Jenny -y yo- para recoger de la guardería a Georg, el hermanito de la Nicole. Era un niño agradable, más obediente que alegre, pero muy fácil de complacer.

 

La Guardería estaba en Dammweg,

una travesía muy importante de Kiefholzstrasse porque por ella se llega, después de atravesar Sonenallee (la avenida del sol) a la autopista.

 

Yo me sentía fascinada

de poder alcanzar, esta altura de la, para mí misteriosa, calle Kiefholzstrasse. Desde esa altura, mirando hacia el norte, en dirección siempre en línea recta con la calle, se divisa a lo lejos el pirulí de la torre de comunicaciones, rodeada habitualmente de una neblina cuyo origen es la salida de vapor de agua de la central térmica.

 

En ese cruce

nos encontramos con Sabina, la profesora de ciencias naturales; fuimos con ella un tramo de Kiefholzstrasse arriba, a una distancia que para mí ya era una osadía, pero como íbamos todas juntas no me atrevía a negarme a acompañarlas. Pero por dentro sentía una especie de inquietud indefinida. 

 

Llegamos a un bloque de viviendas

cerca de Plänterwald, la estación de tren de superficie del S Bahn (tren). La puerta era un arco bien diferenciado del arco de medio punto de las casas de mi barrio, pero realmente se respiraba un ambiente de monasterio parecido al de mi escalera.

 

En general todo Alt Treptow me parecia un barrio salido de un cuento de hadas y al mismo tiempo misterioso y solitario como su parque.

 

Sabina era una mujer un poco huesuda,

con caderas anchas, la cara agradable, con anchas cejas negras, pero con unas sombras sobre la barbilla fruto de un cuidado rasurado. Era muy inteligente y culta. Era un poco la mujer independiente que yo soñaba ser algún día.

 

Nos invitó a un café.

El primero de mi vida. Nos enseñó unas diapositivas de unas excavaciones que se estaban realizando en Perú, país para mi exótico e inalcanzable, al objeto de encontrar rastros de civilizaciones antiguas. Nos despedimos y volvimos sobre nuestros pasos por Kiefholz Straße abajo.

 

Todo parecía muy normal,

pero yo me sentía nerviosa, como si hubiera cometido un crimen, me temblaba la barbilla, necesitaba moverme con la sensación de que si me paraba también lo haría mi corazón.

 

No podía comprender

qué me había alterado de esa manera, pero tenía miedo y rogué a mis amigas que nos apresuráramos. Debía llegar pronto a casa. ¿Me había alterado el café?

 

Cuando llegué a casa

fui derecha al baño y dejé fluir una abundante micción que, curiosamente, acabó con mi inquietud.

 

Todo lo que habíamos hecho aquella tarde

perdió interés para mí, por banal, pero cuando empezaba a dormirme me venían a la cabeza todas las historias que Sabina nos había contado sobre el Perú y medio dormida soñé con ella: mi primer sueño erótico:

 

"Estábamos desnudas

en una habitación Sabina y yo. En esos días mi pubis empezaba a cubrirse de vello y ello era motivo de observación de todas las niñas del colegio; las mayores exhibían sus pubis más poblados que los de las jovencitas. Pero el vello púbico de Sabina era descomunal, alcanzaba el ombligo y por la parte baja se extendía por las ingles hasta mitad del muslo".

 

En mi sueño Sabina

me decía que había pensado en rasurarlo todo, pero que finalmente no le molestaba el tenerlo ni el exhibirlo cuando se presentaba la ocasión. Me cogió la mano y me la puso en su bajo vientre para hacerme notar su espesa piel de Astrakán". Tuve mi primer orgasmo en ese sueño.

 

Me desperté inmediatamente

y aun sentía los calambres que partían de mi bajo vientre; llegaban hasta los pezones. Me costó volver a conciliar el sueño. Di por olvidado lo que había sentido (¿ocurrido?). Nunca se lo conté a nadie.

 

                                                                                                    Elisa