9 nov 2013

EMILIA

EMILIA COLGÓ EN SU POST

  
Es un pensamiento sencillo, pero con gran fuerza sobre la emotividad.           

Vivimos bajo el mismo techo

LOS GATOS NO VAMOS A LA ESCUELA

 

Bajo el mismo techo vivimos

un enorme sabueso -educado en una escuela francesa-, su boca llena de dientes caninos y enormes molares me protege de posibles agresiones,

 

una tortuga -nacida en las Islas Galápagos-

que me indica donde se hallan los rincones húmedos donde no debo dormir la siesta, y

 

un gorrión que se cayó

del nido antes de tener suficiente ala. Me dio lástima al ver que su madre lo abandonaba ante la imposibilidad de que pudiera volar antes de morir de hambre.

 

Mi amigo, el mastodóntico can,

me demostró en ese momento que los animales de gran masa, educados o no, eran románticos y que tenían buen corazón.

 

Aquello me hizo muy feliz,

pues hasta una minúscula gata como yo, puede tener grandes amigos. Entre mi amigo y yo le metíamos en la boca pequeñas migas de pan mojadas en la leche de nuestro plato.

 

El gorrión sobrevivió,

aprendió a volar y desde entonces nos despierta temprano con sus melodiosos trinos.

 

Una tarde ociosos estábamos,

tumbados a la sombra del enorme moral, sin nada que nos entretuviera le pregunté a Ferox cuál era el origen de su buen carácter.

 

"En la escuela –comenzó a decir Ferox-

me enseñaron a ser amable, a administrar con prudencia mis opiniones, a evitar las peleas inútiles y a obedecer sólo las órdenes en francés".

 

La tortuga, el gorrión y yo

abrimos los ojos como si un rayo hubiera iluminado el cielo. Nuestros oídos se dispusieron a oír algo que no era un secreto, sino simplemente algo nunca oído.

 

"Le pregunté a mi profesor de buenos modales

–seguía diciendo Ferox- cómo se debe dar una opinión". "¡No es un asunto fácil" me contestó.

 

Cuando un bebé llega a la familia

que te da cobijo, todos se alegran. Al cabo de un mes la casa se llena de visitas y cada cual da una opinión sobre el recién llegado.

 

"Tú si estiras las orejas

oirás sus cumplidos".

 

"Uno dirá: "Este niño de mayor será rico".

La familia agradecerá el comentario. "Otro dirá: "Este niño hará carrera entre los funcionarios". También estas palabras se agradecerán.

 

No es probable que alguno diga:

"Este niño morirá". Por hacer ese comentario podría recibir una paliza. Y, sin embargo, es el único que dice la verdad

 

Los gatos no vamos a la escuela,

pero tenemos un oído muy fino.

 

                                                                  Johann R. Bach

Cuando ya todo era inútil te dijo que te perdonaba la vida

EMILIA

 

Emilia,

sé lo difícil que es dejar de amar ya como una oveja

 

Atropellada marcha atrás,

tú Emilia, en la sepultura de todas las capas de tu cuerpo, en ese estado contradictorio

 

en que la tierra reclama

a su empleado que vuelva del largo y habitual trabajo de caerse y dormir continuamente en el sofá,

 

yacías tú abrazada a tu último amor,

siniestrada como tantas otras ovejas boca arriba.

 

Cuando se acercó ese ególatra

que cree ser un semidios con cabeza de chacal, como un guía que pastorea a los amores muertos

 

y te olfateó y te registró

ya medio descompuesta en un montoncito de dientes y paletillas rotas.

 

Cuando ya todo era inútil

te dijo que te perdonaba la vida a cambio de tres verdades. En realidad sólo quería saber hasta qué punto te sentías amada por aquel misterioso poeta.

 

Me gustó muchísimo

lo que salió de tu corazón:

 

La primera entonces, dijiste,

no quiero volver a verte.

 

La segunda,

quiero que te quedes ciego.

 

La tercera,

os deseo a ti y a todos los ególatras de tu especie un final violento.

 

Duras verdades, pero ganadas a pulso.

                                                             Johann R. Bach

Era duro de oido aunque oía cómo los grillos abordaban amorosamente a sus esposas

EN MI ÚLTIMA VIDA NO FUI MUJER

 

En mi última vida no fui mujer.

Contrariamente a lo que habían sido mis vidas anteriores, esta vez nací con algunas hiperplasias entre las piernas.

 

Poco a poco mi desarrollo

fue frustrando las esperanzas de mi madre. Al principio no quedaba clara la cualidad de mi sexo porque una aparente hendidura creó confusión hasta en la experimentada comadrona.

 

La ilusión de una niña –en mi madre-

no se desvaneció del todo hasta que me convertí en un hombre cabezón y rústico de grandes orejas masculinas carcomidas en su parte superior.

 

Tempranamente comencé

a vivir en un cuerpo prematuramente peludo y sin gracia, lleno de picores que me obligaban a rascarme y a manosear unos genitales con ganas de vaciarse casi a diario.

 

Era duro de oído

aunque en el crepúsculo oía cómo los grillos abordaban amorosamente a sus esposas todas de una delgadez de varita de olivo, pequeños puzles en las hierbas,

 

alzando sus pálidas

y trigonocéfalas partes superiores del cuerpo.

 

Siempre ocupado

en describir su mundo de "usar y tirar" antes de ignorarlo y brincar atento al pequeñísimo retraso entre el tiempo real y el observado, yo los oía telefonear insistentes con sus antenas tiesas

 

y regodearse en su luminosidad diciendo:

"En este lugar somos el canto. Estamos hechos de sonidos digitales, buscamos ser un poco más precisos de lo posible, zumbando, tratando de desvelar cosas literalmente momentáneas".

 

Desde aquél día

en que tomé conciencia de mi cuerpo masculino dejaron de interesarme los hombres en espera de una nueva reencarnación.

 

                                                                            Johann R. Bach

 

El escarceo amoroso sobrepasa la expectativa sexual de cualquier mujer

Capítulo 69.  EL MENAGE A TROIS

 

  • La humillación del hombre joven

                 STAPHISAGRIA C200

  • La resignación del hombre maduro

                 ARSENICUM IODATUM C200

  • La avidez de responsabilidades

                 NUX VOMICA C200

                 SULFUR C30

 

Son las 2 de la mañana;

no tengo nada de sueño y estoy lúcida. Muchas personas a esta hora si no pueden dormir se desesperan; yo, escribo.

 

Es mi medicina.

Aunque realmente este estado en que me encuentro no es lo que se conoce como insomnio.

 

El origen de este manantial de ideas

que me ha desvelado es la conversación que he tenido durante la cena con mi amiga Martina.

 

Nos hemos sentado

inicialmente en la pequeña terraza del Bilderbuch, pero luego hemos decidido situarnos junto al piano del vestíbulo, en una mesa con dos velas encendidas que nos ha dado un confort comparable al calor que ya empieza a agradecerse en las noches berlinesas.

 

El vestíbulo estaba lleno,

como de costumbre, de personas solitarias leyendo el periódico o trasteando el ordenador. Dos mesas ocupadas por sendas parejas de chicas disimulaban la calidez de nuestra presencia junto al piano.

 

En el aire flotaba una tenue música de saxo

proveniente de un dúo que tocaba en esos momentos en el  "salón biblioteca". Martina, no obstante, parecía no oír la tranquilizante música de fondo y el resto del bohemio vestíbulo no penetraba en la retina de sus grandes ojos.

 

Me miraba con ansiedad

y relataba con premura su relación con sus dos amores, teorizando con ello sus propias limitaciones.

 

Martina es una mujer algo delgada

de cabeza triangular debido a la anchura de su frente y a la puntiaguda barbilla. Lleva el pelo muy corto, rubio, muy bien cuidado, peinado masculinamente y sus ojos rasgados le proporcionan una mirada inteligente dando la impresión de seguridad en ella misma.

 

Ha cumplido cuarenta y ocho años

y siente la vida como una fuente inagotable de emociones placenteras: es un reptil; le gusta el vino y fuma; se gana bien la vida y aparentemente es más desprendida que generosa.

Psicóloga de profesión,

comparte conmigo, de vez en cuando, algunas de sus ideas y experiencias. Está casada en segundas nupcias con un hombre quince años mayor que ella y mantiene relaciones sexuales con un colega de su misma consulta (praxis) de cuarenta años de edad.

 

Se siente satisfecha de cómo le van las cosas,

pero tiene algunas "dudas" sobre su situación en medio de estos dos hombres. Su afán de ganar dinero, -cuenta a modo de justificación- es para evitar convertirse en la enfermera de su marido en un futuro lógicamente próximo.

 

Me ha contado que ha leído

en un diario que una actriz inglesa de teatro, Tilda Swinton, vive su particular menage a trois con características similares a las suyas.

 

Martina destaca como elementos positivos

de esa peculiar "familia" que mientras el marido se queda en casa con los niños ella acude a las recepciones y fiestas con su elegante amante, haciendo pública la relación con él, haciendo gala de su libertad mediante una transparencia poco común.

 

La experiencia que está viviendo

(un menage a trois) Martina abunda en nuestra sociedad y en multitud de ocasiones no origina inestabilidad social o emocional, pero planteada con la aparente transparencia del caso de la famosa actriz me hace reflexionar sobre los diferentes ángulos del "triángulo familiar" que forzosamente no tienen la misma amplitud.

 

Ella, la actriz, juega un papel dominante

en la familia y en el negocio, que visto en su vertiente de "modus vivendi" obliga (Nux vomica es el auténtico tirano en casa y la exquisita persona fuera del hogar) a cada uno a mantener su rol; y, la transparencia de la relación no es más que publicidad como la de muchas actrices.

 

La posición de cada uno

quizá diste de ser idílica, pero en este caso la mejor parte se la lleva la actriz, tanto económica como socialmente. Y en el terreno de satisfacción personal y profesional, de reconocimiento público es también ella la mejor situada.

 

Su avidez de responsabilidades

le lleva a exigir también a los miembros de su "familia" a que cumplan con su rol porque para eso los mantiene (les paga). La relación con ellos es de dominio. Ella es una perfeccionista y los demás, así lo cree, siempre cometen algún que otro error.  

 

Con Martina las cosas suceden,

por lo que ella cuenta, de la misma manera. Así, si pudiéramos meternos en la piel del joven amante de Martina, sentiríamos una sensación de humillación con tendencia a mostrar una

 

agresividad contenida por falta de fuerza

para independizarse o reivindicar una posición más acorde con su juventud y su futuro; nos apercibiríamos de cómo sufre al ver que su posición en la relación triangular no sólo no mejora sino que, al contrario, empeora. Su juventud se va quedando atrás con el peligro de ser sustituido por otro elegante joven. 

 

Sospecho que su semen

derramado sobre el vientre de Martina es pegajoso y viscoso como el caucho. Eso lo sé porque yo también tengo un amante dieciocho años más joven que yo cuyo semen acostumbra a derramarlo en mi barriga; aunque

 

Niko, mi maduro amor - el hombre de mi vida-, desgraciadamente ya no está a mi lado. Podía haberle preguntado a Martina sobre esa circunstancia individualizadora de su joven amante, pero no lo he hecho.

 

El marido, bastante mayor que ella,

adopta una postura mucho más inteligente y su preocupación es hacer frente física y psíquicamente a todas las tareas que le asigna Martina.

 

Sorprendentemente, y a juzgar por las confesiones

que me ha hecho durante la cena, a sus sesenta y tres años Karl es un amante infinitamente más apasionado que Freddy (su amante joven) cuya resistencia en la carrera y

 

el escarceo amoroso sobrepasa

la expectativa sexual de cualquier mujer. El placer sexual lo aporta Karl, la autoestima (pública) la consigue Freddy.

 

 Karl conoce el comportamiento de Freddy,

su carácter, sus ambiciones; y, con paciencia y dedicación total, en cuerpo y alma, hacia su amada logra una posición mucho más segura y estable. Karl es consciente de sus limitaciones y ello le ayuda a aceptar resignadamente su papel en el juego triangular:

 

durante un tiempo continuará

siendo imprescindible para Martina. Espero que en ese tiempo mi amiga observe en el espejo que sus hombros se le van encorvando con el peso de sus responsabilidades y poco a poco dulcifique su carácter y aprecie el amor que los miembros de su familia le ofrecen quizá no generosamente. 

 

En mi opinión Martina es demasiado egoísta,

narcisista y ególatra para dar paso a su inteligencia y no escucha las opiniones de los demás, sobre todo si no son complacientes a sus oídos.
 
               Johann R. Bach 

 

 

8 nov 2013

Una noche empezó, empezó a emerger

SIETA ES MI NOMBRE

 

Fui, en la mayoría de mis vidas, una mujer

y lo que sucede repetitivamente, tiene tendencia a establecerse. Eso explicaría mi actual sexo femenino.

 

Mi cuerpo de gata

pasa ágilmente, escurriéndose por entre las zanjas de hojas húmedas, riéndose entre dientes y respirando silenciosamente.

 

No toda mujer -no sin piel animal-,

si pudiera dormir, podría despertarse arrastrándose bajo las ventanas de los vecinos, silbando entre crujidos de cortezas secas, y, sin embargo,

 

lo que sucede una vez volverá a suceder.

 

Una noche empezó,

igual que me escabullo entre los troncos secos con dos ventrículos del corazón, empezó a emerger.

 

Más y más

firme, delicada, ágil, inarticulada hacia los brazos de mi amado esperando que lo que sucede una vez vuelva a suceder.

 

                                                                        Johann R. Bach

No pude evitar arrastrarme penosamente murmurando todavía no, todavía no

LAS SIETE VIDAS DE SIETA LA GATA

 

Aunque soy consciente

de que tuve múltiples vidas sólo recuerdo las últimas siete. Mi actual dueña cree que no soy más que una gata. Cariñosa. Eso sí.

 

Una vez fui hombre.

No recuerdo bien algunas cosas de las que hacía, sin embargo me acuerdo perfectamente de otras.

 

Recuerdo que era una persona muy cansada.

Fulminaba con la mirada la carretera, lo que me lleva a pensar que fui chófer de camión o de coche particular.

 

Los ojos sufridos,

el pelo ralo -aunque no llegaba a afectar la coronilla-, las sienes hundidas, una verruga notable sobre la ceja derecha, los pies congelados en los botines, la espalda dolorida…

 

Mirado con la distancia

del tiempo creo que fui un hombre en descomposición, empolvado y reconstituido caminando por el mismo camino todos los días:

 

Carretera surcada

por el mismo horizonte tanto en invierno como en verano auque a decir verdad ningún atardecer fue igual.

 

A los lados de la carretera

los campos resplandecientes, llenos de agua y huellas de botas de difusos perfiles de derrotados soldados.

 

Recuerdo que tenía una auténtica manía

por apartarlos de mi memoria, bebía vino tinto que me alegraba un poco las noches. Me gustaba el ron, quemado por supuesto.

 

Me tumbaba mirando el cielo

y supongo más que recuerdo que cantaba a las estrellas y me las arreglaba para que las palabras fueran acompañadas con su música.

 

Fue un tiempo que pude hablar.

 

Por otra parte estaba tan harto

de cargar con todo; pulmones, huesos, manos de hombretón amable que de vez en cuando tenía que supervisar el ritmo de la respiración, enlentecer el ritmo del corazón y reflexionar ante de continuar devorando kilómetros.

 

Aún así las cosas,

me negué a permitir que la muerte me echara una mano, no acepté su húmeda tortura sobre mi piel, pero no pude evitar arrastrarme penosamente

 

murmurando todavía no, todavía no.

En realidad no era tan negativo poder hablar hasta con los gatos como yo. Fue una triste vida aunque bien mirado quizá no fue tan triste.

 

                                                             Johann R. Bach

Soñaba con fusionar las noches con los días escondido en aquel jardín

       EL ÁRBOL DE LA VIDA

 

Charles no era un soldado

que escribiera cartas a su amada sobre el asiento de su batería, ni tampoco escribía versos en un café atestado sobre una mesa redonda.

 

Charles, siendo aún muy joven,

se había consagrado a la vida contemplativa del Monasterio y dominaba hasta cierto punto su inquietud paseando, dando vueltas al huerto, leyendo poemas apenas se levantaba el sol.

 

No notaba una rara peculiaridad en él:

el revoleteo de un pequeño ramillete de mariposas sobre su cabeza que le seguían a donde fuera. Todos los hermanos veían en aquella rareza un signo sagrado.

 

Entre las causas

que le llevaron a entrar en la Orden Benedictina se hallaba el hecho de que la gélida caricia de una esquiva mujer nunca despertó en su piel sensación digna de alguna mención.

 

Sólo el sabor a fruta de unos labios distintos

puso alas de espuma en su corazón solitario. Pero misteriosamente aquella Dama distinta a todas desapareció en la noche como la luz.

 

Hay que decir

que hasta el momento de entrar definitivamente en el Monasterio Charles era el único voluntario, sin derecho a llorar, dispuesto a traducir del latín al francés libros y libros que ocupaban un espacio inmenso en la ordenada biblioteca

.

La falta de contacto femenino

había alcanzado en Charles una hipersensibilidad desconocida por él haciendo que el mínimo roce le provocase una lluvia de estrellas.

 

Charles soñaba despierto

con un fantasma azul a su lado

y dormía abrigado por nubes de algodón, se imaginaba cabalgar sin descanso en caballos con alas como otro Pegaso,

 

mientras perdía en el juego soledad y razón,

con el reloj de sol tapado por la sombra del Árbol de la Vida (Thuya occidentalis).

 

Soñaba con fusionar las noches con los días

escondido en aquel jardín junto a la biblioteca preparando con antelación el viaje hacia el Apex.

 

La vida se le presentaba a Charles larga,

y, finalmente agradable como en un cuento de hadas; el hueco entre sus libros era su mejor refugio aunque aún el deseo huir fuese tan fuerte.

 

La gran preocupación de Charles

era un dolor punzante al orinar y unas cuantas gotas de sangre al final de la micción mezcladas con pus de mal pronóstico.

 

Finalmente se decidió a ser visitado por Samuel,

el médico del Monasterio, que cosió a preguntas extrañas a Charles. Al saber que el Hermano de las Mariposas tenía el hábito de contar las vueltas que daba al huerto con una ramita de Thuya en la boca,

 

pidió un mortero

y comenzó sus sucesivas trituraciones.

 

¡Alquimia pura!

 

Charles recuperó la salud

y la alegría de vivir junto al Árbol de la Vida que tapaba con su sombra el reloj de sol. Sus traducciones del latín fueron las más poéticas.

 

                                                                             Johann R. Bach

 

 

7 nov 2013

Así que me senté en una cercana colina a ver el resultado de una desigual batalla

       Yo, Homero, y el vino

 

                                                       Homero es «el elemento

                                                       en el que el mundo griego vive

                                                       como el hombre vive en el aire».

                                                                                                     Hegel

 

Siempre me ha sorprendido

que  poetas, filósofos y artistas de todo el mundo griego me siguieran, criticando mis poemas, unos, los menos, halagando mi estilo, otros, los más.

 

Algunos me admiraban,

me imitaban y escribían raudos como el viento, citándome palabras que salían de mi boca por considerarlas bellas.

 

Decían de mí algunos pupilos,

muchos de los cuales me siguieron en mis viajes a Colofón, Cumas, Pilos Ítaca, Argos y Atenas, que las flores nacían de mi hipérbaton. Era naturalmente una exageración, pero… sabéis… aquello me gustaba. A fin de cuentas yo también era humano.

 

En cierta ocasión un famoso general

antes de una batalla me había pedido consejo para aumentar el valor de sus soldados. No siendo experto en esas cosas le recomendé lo que a mí me producía euforia:

 

tres buenos vasos de vino negro rasposo

de ese que expulsa la ansiedad de la boca, enardece el espíritu y da la sensación momentánea de ser capaz de realizar los actos que la timidez o la prudencia nos desaconsejan.

 

Es esa época,

cuando era conocido como Melesígenes, aún no había perdido la dicha de contemplar el cielo y el mar.

 

Así que me senté en una cercana colina

a ver el resultado de una desigual batalla en la que nuestros soldados en menor número –con sus estómagos ardiendo por el vino- vencieron a un ejército persa bien disciplinado.

 

He de confesar que nuestro vino helénico

es muy diferente del persa cargado de agua; y, puesto que ya han pasado los años y su fórmula ya no es ningún secreto puedo deciros de memoria que metí en las tinajas de los soldados antes de la batalla, miel, canela, menta y resina terebintina de pino piñonero.

 

Esa utilidad –euforizante- del vino

la aprendí en mi juventud mientras amas ya maduras rociaban con vino rojo oscurecido desde mi pubis hasta las rodillas antes de beber la miel que brotaba a borbotones de mi cántaro.

 

Yo solía esconderme entre las viñas

de Esmirna y Quíos, en medio del misterio de los efectos del cuerpo de Baco que me proporcionaba la euforia suficiente para vencer mi timidez y, amar, entre verso y verso, como los otros, a doncellas ávidas de crecer como los racimos de uvas.

                                                                               Johann R. Bach