11 ene 2012

Cap. 11 de BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS

Capítulo 11        Tarde de invierno

 

·         Deseo de tomar ácidos (limones, vinagre, etc)

·         Necesidad de contradecir a los demás

·         Deseo de estar en lugares húmedos

·         Deseo de jugar con fuego

·         Agresividad de personas encerradas

              HEPAR SULFUR 200 CH

 

Es una tarde de invierno. Tú hablas, dices

que las noches son extrañas en Cadaqués.

Piensas de repente

-no sabes por qué- en la casa de Marta:

En Torre Valentina, cerca de la carretera,

en el desorden turístico de antiguos bosques

abandonados entre telarañas de orugas.

 

Empiezas  a contarnos esa historia,

la manera en que aún sigue dentro de ti

y dices:

como alguien que anda junto al mar

y tiene sobre su piel la sombra de los pinos.

 

Estamos en el año 2.0_ _… y Marta Guillamón

dice en un mail que sigue enamorada.

¡Ah! Gary Cooper y su Árbol del Ahorcado.

Es una chica extraordinaria. Hay un túnel

que une su corazón y la música

de los bosques y las olas.

 

Un día escribió: ya nada me separa de ti,

y, otras cosas misteriosas sobre la vida.

Por ejemplo: 28 de julio;

el cielo es muy azul;

puede que algunas gaviotas

escapen del jardín del mar, salten

por encima del horizonte al oír los truenos.

 

En otra página dice:

Ahora los dos estamos en silencio.

Tú miras:

la playa, la marea, el sol rojo

como una viña en otoño,

donde alguien se ha lavado las manos.

 

Piensas en Marta Guillamón.

piensas en su miedo; en esa forma

en que a veces ves a una mujer

que huele una rosa; imaginas a esa dama

vestida de negro; cómo esa rosa crece

hacia adentro de esa Diosa del Amor;

cómo la invade poco a poco

con su aroma dulce y enfermo.

 

Es una tarde de invierno ideal

bajo la lluvia de Platja d'Aro

para soñar con un viaje a Paris

o con un verano en el barrio de Gracia

y cenas en el puerto de Barcelona.

 

Tú lo comprendes muy bien.

Es un viento que viene del mar,

un viento fresco y seco que llena el corazón

de homotéticos arpones

y de sueños ahogados.

 

El mundo –escribes-

es un lugar digno de ser vivido

aunque haya terrazas vacías

donde el viento devora lentamente

los restos de la noche.

                            Elisa R. Bach

 

Aquel jueves de otoño, después del viaje a Armenia, me sentía incómoda en el trabajo, pero no era a causa de los compañeros o de dificultades en la producción, pues no tenía queja alguna de una fábrica que me pagaba incluso una cierta cantidad de dinero para compensar los gastos de lavandería. Teníamos cuatro batas de trabajo, dos blancas y dos azules pensadas para el trabajo de laboratorio o de taller. Podría parecer un detalle sin importancia, pero en aquellos días eso, en España, ni se soñaba.

 

Sin saber por qué me asaltaba el recuerdo de la película "El Próximo Otoño" de Sonia Bruno, que en realidad se llamaba María Antonia Oyamburo. María Antonia vivía en el Paseo Maragall y después de cada película se paseaba en taxi, asomada a la ventanilla, desde la Plaza Maragall hasta la Plaza Ibiza. Nosotros la mirábamos sin envidia, aunque mi primo Miguel hablaba de ella como si fuera una diosa.

 

Mi hermana y mi prima Gloria fueron a su casa a pedirle que les presentara a Arturo Fernández y ella se enfadó porque no iban a verla a ella. En aquella época aún me gustaba el cine y me impresionó mucho "Solo ante el peligro" y también "Ariane" ambas de Gary Cooper. "Testigo de cargo" me gustó tanto que la vi tres veces.

 

Aquella tarde invité a Claude a ir al cine. Casi todas las butacas estaban vacías. Nos colocamos al final de la última fila y amparadas en la oscuridad nos besamos efusivamente mientras mis dedos resbalaban entre sus piernas. Salimos del cine más encendidas que antes de entrar y sin saber nada de la película. Fuimos a "La Coupole" y al primer hombre solitario que vimos le propusimos el "menage a trois".

 

Se llamaba Charles, era corpulento y no muy alto, moreno de tez y unos ojos un poco rasgados. Alquilamos una habitación en el viejo hotel frente al Ayuntamiento en la Rue de Batignoles. Charles resultó más tímido de lo que esperábamos y tardamos bastante en poner sus genitales a punto. Pero finalmente resultó ser más potente de lo que creíamos y nos dejó satisfechas a las dos. Me causó tan buena impresión que le pedí el teléfono. De momento no me lo quería dar, pero finalmente cedió diciéndome que cuando llamara lo hiciera al mediodía porque trabajaba de noche y por la mañana dormía teniendo solamente libre las tardes.

 

Al día siguiente, viernes, Yvette se fue con sus dos niñas a pasar el fin de semana a Dinan. Había amanecido con lluvia torrencial. El pintor encargado de darle color a la puerta de nuestra casa nos dejó una nota en la que suspendía su trabajo a causa de la lluvia. Me levanté a las siete de la tarde después de una larga siesta que me quitó la fatiga del trabajo en la fábrica. Aún sentía en mi boca el sabor de Charles y volví a sentir las mariposas en mi vientre. Lo llamé y conseguí que aceptara otra "sesión". Me arreglé para acudir puntualmente a la cita. Cuando nos encontramos me besó tiernamente en los labios. Se ofreció para pasar la noche entera si era necesario.

 

Volvimos a ir al hotel de la Rue de Batignoles. La noche se presentaba fría. La calle estaba casi desierta pues seguía lloviendo torrencialmente. Charles me besaba como si yo fuera una bendición del cielo. Al principio no pensé en que si trabajaba de noche cómo era posible que estuviera conmigo toda la noche. Me lo aclaró inmediatamente. Los fines de semana no trabajaba. Por la mañana después de amarme numerosas veces, con lágrimas en los ojos se confesó: No trabajaba de noche. Iba a dormir a la cárcel. Durante el día gozaba de libertad condicional. Para ganarse algunos francos se ofrecía a mujeres, pero era una actividad que no era de su agrado.

 

Volví muy pensativa a casa cuando aún no eran las ocho de la mañana. A esa hora en París no se puede hacer otra cosa que tomar un café porque los bares están repletos de gente que va a trabajar y aún no se han desperezado de la resaca del viernes a excepción de los bares del Bd. Des Batignoles donde los sábados por la mañana se montan las tiendas del mercado. En esos locales se presume de hacer un buen café fuerte.

 

Entré en el más "chic" de los bares situado en la Place Clichy, el "Au Petit Poucet". El servicio de cafetería y panadería de ese bar es excelente y el olor característico de la mañana parisina se extiende desde su terraza e impregna todo el aire y se tiene la sensación que todos los taxis del mundo evitan desfilar por delante de su toldo. Esa esquina soporta además el paso de peatones más concurrido del barrio; sólo un vado lleno de baches protege a la calle en ese rincón de las riadas que bajan desde el cementerio.

 

Estuve durmiendo hasta el mediodía. Un transportista de la casa de muebles me despertó y descargó –con algo de natural retraso- la maravillosa mesa donde yo pensaba escribir con un poco de tranquilidad. Había parado de llover y el pintor volvió para reanudar su trabajo en la puerta de casa. Aproveché para ir a comer al Restaurant "Le Corse" en la Rue L'Amiral de Roussin.

 

No se me iba de la cabeza la imagen de Sonia Bruno luciéndose, asomada a la ventanilla de un taxi, por todo el barcelonés Paseo Maragall. Su cabellera al viento era tan excitante como el amarillo del vehículo. La vi pasar tres veces por delante del "Rápido Fariñas" –un pequeño taller de reparación de calzado propiedad de un gallego teniente del ejército destinado en Barcelona-. Me viene a la memoria el recuerdo del Fariñas –el hijo del teniente-, que a pesar de sus esfuerzos por llevarse bien con todos los amigos, no podía evitar, "pelearse" continuamente con "El Blanes" el único de los amigos que en aquellos años hablaba de política.

 

"El Fariñas" defendía a capa y espada los conceptos lógicos de lo que se respiraba en su casa y chocaba frontalmente con la concepción del mundo (la filosofía comunista) de "El Blanes".  Durante algún tiempo "El Fariñas" soñó con ser militar como su padre, pero la llegada de un hermano inesperado cuando él ya tenía veinte años pareció cambiarle las ideas. Su hermano menor, Julio, no quería ni oír hablar de política. Con los años las ideas del Fariñas se fueron "civilizando" y se casó con Montse una catalanista acérrima.

 

Había tardes en que nos podíamos encontrar hasta una veintena de personas en la terraza de la "Granja Catalana", un bar en el que tomábamos calientes –un coñac, caliente y flambeado con dos granos de café para aromatizarlo-, situado junto al Rápido Fariñas; por eso la Sonia Bruno paseaba en su taxi, exhibiéndose ante todos nosotros. Embriagada de éxito por hacer películas junto a Arturo Fernández, pretendía hacer aflorar la envidia corrosiva de nuestras almas, pero la ingenuidad y generosidad de nuestra juventud era más fuerte.

 

Volví a llamar a Charles. Su confesión de que era un condenado me creaba una mezcla extraña de sentimientos. Morbosidad, deseo sexual irreprimible; y, un miedo atroz a las consecuencias de una posible amistad con un (ex)delincuente. Me cité con él, pero a última hora, decidí darle plantón. Yvette me llamó por teléfono y su dulce voz tranquilizó mi alma. Volví a ir al cine con Claude. Vimos la misma película, pero esta vez estuvimos atentas a la pantalla. Creo que ella necesitaba tanto como yo distraerse. No volví a ver a Charles nunca más.

 

Yvette se burlaba, igual que lo hacía Nietzche del presupuesto estoico de vivir "según la naturaleza" en su obra "Más allá del bien y del mal". Consideraba jocosamente la falacia naturalista, el salto ilegítimo que cometen, desde la naturaleza a la moral, quienes justifican opciones morales por naturales y descalifican otras por antinaturales.

Imagínate –me decía- un ser como la naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de intenciones y miramientos, de piedad y justicia. Vivir, -se preguntaba mirándome a los ojos Yvette para comprobar que seguía su razonamiento- ¿no es cabalmente un querer-ser-distinto de esa naturaleza?

 

Los conceptos de Yvette chocaban con años de mi educación en valores lógicos (ahora se denominan ecológicos): la identificación de lo bueno con lo natural. Pero, ¿es natural el preservativo, el tomar medicinas, la aviación, la telefonía, la cirugía? A medida que me decía esas cosas sus labios se encendían más y más, extendían su fuego a los míos.