19 nov 2016

incluso al mono le llega el día en que falla y no logra aferrarse a la rama.


MÁXIMO EL MUJERIEGO (1)

Oye Rosa
¿quién es esa alma en pena que está sentado en el rincón del lavabo y por qué lleva ese gorro de lana que le tapa hasta las orejas si aquí no hace frío?

-Es Máximo.
Estuvo hospedado aquí en estas mansardas durante unos meses. Era callado y taciturno. No iba mal vestido, se comportaba correctamente y no parecía mala persona. Con el gorro de lana tapa el agujero que le causó una bala en la cabeza. Es una historia la suya en la que aún quedan algunas sombras por disipar.

Para Máximo,
tener al mismo tiempo dos o tres "novias" era algo normal. Puesto que ellas tenían a sus maridos o a sus parejas, daban prioridad a esa parte de sus obligaciones y, como es lógico, el tiempo que le dedicaban a él era reducido. Por eso mismo a Máximo le parecía muy natural, y nada desleal, tener varias amantes a la vez. Aunque, claro, a ellas se lo ocultaba. Su postura consistía en mentir lo menos posible sin revelar más información de la necesaria.

Afortunadamente, aún no le había ocurrido nunca
que el marido o la pareja de una de sus novias se enterase de las relaciones y se montase un drama, o que Máximo se viera en una situación comprometida. Hombre precavido por naturaleza, a ellas les aconsejaba ser lo más prudentes posible. Sus consejos podían resumirse en tres puntos básicos: no meter la pata debido a las prisas, no seguir siempre las mismas rutinas y, cuando hubiera que mentir, contar mentiras lo más sencillas que se pudiera (respecto a algunas mujeres, eso era como enseñar a volar a una gaviota, pero por si acaso).

Tras haber mantenido
ese tipo de relaciones tan artificiosas con tantas mujeres durante tantos años, sorprendentemente, se casó con una mujer que, habiendo abandonado a su marido, llenó toda su casa al darle dos hijos. La mujer lo dio todo por él pues estaba locamente enamorada. Al principio Máximo se comportó como un buen padre de familia tardando cinco años en volver a las andadas. Guardaba la misma discreción de siempre, pero incluso al mono le llega el día en que falla y no logra aferrarse a la rama.

Tuvo la suerte de mantener relaciones amorosas
con una vecina de diecisiete años, poco cautelosa, y, como es natural la esposa acabó enterándose del asunto. Los celos llevaron a aquella mujer despechada a la consulta de un abogado. A aquél no se le ocurrió otra acción que acusar a Máximo ante los tribunales por estupro. El juez, a pesar de que la muchacha declaró que sus relaciones con el acusado eran consentidas, dictó sentencia condenatoria de seis años de prisión.

Aquella condena, al ser superior a los cinco años, daba a la mujer el divorcio directamente y, por la misma razón, la empresa donde trabajaba vio la oportunidad de despedirlo sin más. Todos salían ganando: la esposa quedaba libre, la empresa no tendría que cargar con la obligación de pagar la seguridad social durante años, el juez un marciano de turno iniciaba una carrera brillante, el abogado cobró sus honorarios, el fiscal conseguía su enésima condena y sus jefes lo felicitaron por tal "heroicidad"; y, de momento parecía que el único perdedor era Máximo que perdió aparte de la libertad, una familia y un empleo.

En el barrio se siguió con interés
toda aquella historia hasta que, encerrado en la cárcel Máximo, los vecinos dejaron de tener información sobre el caso y la cosa pareció caer en el olvido. Sin embargo cuatro años después se produjo un asalto espectacular a un banco muy importante: los atracadores se hicieron fuertes en el interior reteniendo a clientes y empleados. La policía había rodeado toda la manzana y se preparaba con toda clase de precauciones para que el asunto no acabara en una masacre. A uno de los atracadores se le ocurrió asomarse a una de las ventanas altas, circunstancia que fue aprovechada por un francotirador de la policía apostado en un terraza de un edificio situado al otro lado de la concurrida calle, y, de un solo tiro, abatió al atracador.

Después de varias horas de negociación
con los atracadores se produjo una estampida de clientes y empleados que arrastrándose alcanzaban uno a uno la boca del metro donde la policía les tomaba la filiación para distinguir quién era atracador y quién no. Todo el mundo siguió por los periódicos el relato de los hechos, pero donde cayeron con mayor repercusión fue en el Barrio de Máximo pues él fue el abatido.

Máximo debió,
en su desesperación de haberlo perdido todo en la vida, asociarse con aquella extraña banda que nunca dejó claras sus intenciones… Perdió, en aquel atraco, también la vida, sí, pero aquellos dos hijos que dejó huérfanos ¿con qué sentimiento debieron aprender a convivir al conocer el origen y final de la historia del padre?

En cuanto a Máximo, ahí lo tenéis,
ocultando, con un gorro de lana, el agujero por donde le volaron los sesos: incapaz de articular palabra, tampoco quiere estar sólo en esta noche de fiesta.

                                                                                 Johann R. Bach

(1)      Nota de la araña narradora:
         Cualquier parecido con la vida real será mera coincidencia.

17 nov 2016

Leyendo a Ermessenda aprendí que la emoción es todo en la vida y aún más allá


SEXO SALVAJE

Miles de estridentes carcajadas estallaban
mezcladas con música de jazz ya exenta de humo de tabaco en aquel angosto pasillo de las mansardas del 13 Bd. Raspail. Nunca tantas almas se habían reunido en un espacio tan reducido. Nunca había visto un alma sencilla como Rosa por ejemplo, hacer un comentario tan profundo sobre una escritora prolífica como Ermessenda. Yo os lo cuento todo tal y como se lo oí decir a Rosa hablando con Quentin.

Rosa, echando largos tragos
de naranjada con calvados, le comentaba a Quentin que Ermessenda escribía, refugiada, desde su guarida frente al Mediterráneo, en un pueblecito blanqueado de la Costa Brava, el fin del mundo, el silencio otorgado por Poseidón, apenas la certeza de su estilo frente a la soledad y el desarraigo. Allí se sentía como el último habitante de una lengua casi desaparecida, engullida por la vulgaridad, la pedantería, el mal estilo.

¿Pero –preguntó Quentin- a qué llamaba Ermessenda
marea negra del mal gusto?

Ni más ni menos –contestó Rosa-
que a la decadencia de la literatura francesa y sus "afines" la catalana, la gallega, la italiana y, por supuesto, la española, acartonada, amnésica, inerte, una lengua de mercaderes, tocada de muerte como el latín de Ausonio y Rutilio, pero también emblema de una enajenación sexual generalizada, como la de esas frígidas que disertan hasta el infinito sobre el estupro. Porque para ella sólo cabía una Verdad Sexual sexo salvaje frente a la impotencia de sus contemporáneos. A Sartre, A Malvaux, a Gide los comparaba con putas baratas "que no sabían ni hacer una paja".

Ermessenda fue el J'accuse contra su tiempo,
es decir, contra la cretinización de la cultura y la malversación de los recursos de la sociedad a cada instante. Porque sólo el tiempo cuenta el instante y nada más.

Escribir en carne viva, detener el instante,
comportaba en Ermessenda un mensaje directo al sistema nervioso de todos los países de origen latino. El resto, según ella, no era más que palabrería hueca como si hubiéramos sido condenados a una gigantesca Torre de Blablabla. La suya era una sucursal del Mundo del Ápex a punto de ser blanqueado, el cabaret de las almas perdidas. Nada de valses. Escribía a ritmo de jazz: "Te abrazo –dejó escrito-, pobre siervo, Landrú escrofuloso, lenguado lúbrico, lánguida anémona.

¿Sabes Quentin? Algunos escritores
quisieron ser condescendientes con ella e intentaron justificarla: "Es una depravada sexual –decían- aunque escribe muy bien". El argumento clásico no resuelve la única pregunta interesante: ¿Cómo puede ser una persona depravada si es un gran escritor?

La respuesta amigo Quentin,
es una nueva condena a los infiernos de la nada, prohibido hablar de Ermessenda. Pero ¿qué es eso de la nada? Las parcelas de los cementerios contienen más huesos que un saco de nísperos, es decir, algo son; y, si además contienen lápidas con poemas inscritos rodeadas de flores de sus admiradores, entonces estamos ante una obra de arte. ¿Qué se pudra! –decía a coro una muchedumbre de envidiosos.

Escritores de todo pelaje
se apresuraron a presentarla como un simple epígono de Sartre, de Miller, de Faulker y Genet, cuando en realidad era Ermessenda su inventora, quien abrió la puerta de ese "pudridero repleto de novelas peores que el sexo triste y moralizador".

Ermessenda aborrecía la literatura moral,
con su tufo a sacristía progresista, el mantra de los fariseos de todos los tiempos. Su profecía se está cumpliendo: "también –dijo- el griego clásico desapareció durante más de mil años, será así como regresaré de entre los muertos". Por supuesto se refería a ellos, los sumos sacerdotes de la gran literatura: "pálidos esqueletos que en su fiebre de odio se ensañan con un fantasma".

La ultrajaban sin conocerla.

Todo eso que me cuentas Rosa –decía Quentin- me inquieta y al mismo tiempo me emociona agradablemente pues ya sabes que yo fui un escritor un poco superficial, sí, pero honesto, nunca de cartón. ¿Nunca creí, en mi sencillez asistir a una fiesta como esta donde el regocijo de tantas almas relacionadas con las letras se confunde con el jazz y el sexo salvaje?

Ya lo ves amigo Quentin,
por fin se ha hecho realidad el vivir la vida al galope, contar rápido el fondo de la gran estafa colectiva, ridiculizar a tantos cadáveres exquisitos podridos en el altar del Gran Masturbador de Dalí.

Leyendo a Ermessenda aprendí
que la emoción es todo en la vida y aún más allá. Hay que encontrar el pálpito, acertar a transcribirlo o será su fracaso causa de la próxima muerte, un descenso inesperado en la infinita Escalera de Mármol.

¡Vaya fiesta! ¿Os habéis olvidado de mí queridos amigos?
Soy yo, la narradora, una insignificante araña, cuya única habilidad es la de manejar con soltura mis patitas y, gracias a mi diminuta alma me he colado por debajo de las puertas puedo ser testigo de todo lo que acontece en esta fiesta.

No tengo ni un minuto que perder,
voy a cruzar la barrera anaranjada del tiempo en tromba. ¡Al diablo el público! ¡Me voy a meter de lleno en la fiesta! Lector de buena fe lee todo lo que Ermessenda escriba pues yo acabo aquí mi relato porque yo también quiero divertirme.

                                                                                                Johann R. Bach


15 nov 2016

Ermessenda era terrible en sus críticas. Manejaba la palabra como el cirujano el bisturí


FAUNA Y FLORA INTESTINAL DE ERMESSENDA

Oye Rosa –pregunta Quintín-
¿Quién es esa dama misteriosa que habla con tanta elegancia con ese grupo de profesores?

-¿No conoces a Ermessenda?
Es una gran escritora. Ahí donde la ves es un Voltaire sin peluca, un Balzac sin miedo a la miseria, un personaje que rechazó la comedia humana de su tiempo a punta de palabras.

Era el perfecto chivo expiatorio,
una mujer maldita –algo así como la Empar Moliner en el siglo XXI-, una revolucionaria condenada a una muerte simbólica sin apelación posible. Era una mujer sola plantando cara a todo su mundo. Naturalmente con el divino Sartre (y sus existencialistas) a la cabeza.

Mientras algunos escritores,
en señal de rebeldía, deambulaban por África como Rimbaud o por América y de mujer en mujer, siempre en busca de esa Verdad Sexual que identificaban con la esencia de su prosa, Ermessenda intentaba suavizar aquella terrible advertencia que esos mismos autores lanzaban a "los infelices, jodidos de la vida, vencidos y desollados" aunque de sobras sabía que, efectivamente, cuando los grandes del Planeta Tierra comienzan a halagarles es porque los van a convertir en carne de cañón.

Cometió la estupidez –es cierto-
de creer en el pacifismo de los comunistas, pero ahí se acota su crimen. Era –en mi opinión- como una folclórica patriótica en un país de degenerados, lacayos y bastardos decidida a ridiculizar a los sultanes del Jazz de la intelectualidad francesa:

"Sois –solía decir de los escritores contemporáneos suyos-
mi fauna y mi flora intestinal, los oxiuros que me salen por el culo cuando abuso de los dulces, parásitos que vivís a mi costa copiándome mis metáforas, los jueces que respiran por la herida de los delincuentes protegidos, los castrados que envidian mi estilo".

Ermessenda era terrible en sus críticas.
Manejaba la palabra como el cirujano el bisturí. ¡Vamos! Todo lo contrario de cómo soy yo. Ven. Voy a presentártela.

-He oído –os lo prometo-
cómo después de que Quentin hubiera hablado unos minutos con Ermessenda, se ha acercado a Rosa y le ha dicho: "tenías razón Rosa es un todo un personaje. ¿Surgirá otro escritor de verdad como ella?

En caso afirmativo,
los escritores ya encumbrados, me parece, harían todo lo posible por matarlo antes de nacer, preferirían cien traducciones a una voz propia que convoque esa herida sangrante que es su pecado original. Sólo hay que ver cómo se ha puesto Vargas Llosa cuando se le ha otorgado el Premio Nobel de literatura a Bob Dylan.

                                                                                          Johann R. Bach

Elvira hacía dietas draconianas para no engordar, pero lo cierto es que tenía un doble culo imposible de reducir


ANTOINE Y ELVIRA

Hola Ermessenda
–dice Antoin saldando a la escritora que acaba de llegar a la fiesta-, ya creía que no ibas a venir a esta humilde celebración de nuestras bodas de platino.

"Te acabas de perder la mejor exhibición
de la danza apache ejecutada maravillosamente por Gracia y Pierrot, pero pasa, toma una copa y dile a Rosa que te la llene de la bebida que más te guste".

-"No me podía hacer a la idea
de que tú, la persona más importante de nuestras vidas no asistieras a Nuestra Convocatoria".

"Déjame abrazarte.
¿Te acuerdas? Entraste en nuestras vidas justo cuando yo comenzaba a decir "hace un cuarto de siglo…" "hace más de treinta años…" refiriéndome a la vida de Rosa cuando aún tenía problema alguno en la vista, y a mí mismo en una etapa anterior a aquel accidente en el que perdí mi mano derecha".

"¿Te acuerdas?
Yo te había dicho que el año mejor de mi vida fue el mil novecientos sesenta y cinco cuando leí Lady Chatterly y comenzaba a oír música de Bob Dylan y de los Beatles (bastante tarde ya para mí). También te dije que ya sólo faltaba algunas despedidas (entre ellas la mía) de estas Mansardas. El orden, y cómo habían de ser aún no lo sabíamos".

-Sí, sí. Pero dime Antoin
¿cómo vinieron a parar todas esas profesoras a este lugar? Esa es una cuestión que aún no he podido añadirla a mis crónicas.

"Todo empezó con Elvira "una muchachita de Valladolid".
Vino a Paris con un contrato de asistente de lengua española por un año que le otorgó el Lycé Charlemagne. Tuve la ocasión de comprobar que era una persona orgullosa y altanera el día que fuimos a comer al "Corso" un restaurante situado cerca del metro Cambronne, concretamente en la Rue d'Almiral en el que se podía comer un buen "beefteck au poivre" acompañado con un buen plato de "pomme mouselin".

-"Je ne veux que des legumes et pommes de terre,
parce que je ne mange jamais de la viande" (no quiero otra cosa que no sea legumbres y patatas). El camarero se la miró con ojos de incredulidad y por toda respuesta le puso en su mano la carta". Aquello hizo que me sintiera avergonzado y arrepentido de haber llevado a Elvira y sus amigas a un restaurante que tenía como característica la solidaridad dejando que los clientes pagaran lo que buenamente creyeran como necesario.

"En el Corso se podía comer
un día gratuitamente y al siguiente pagar con creces la comida del día anterior. Todos los platos se preparaban a la vista de los clientes y tanto la carne como las verduras eran frescas y de calidad. Estaba regentado por tres matrimonios en régimen de cooperativa y les debía ir bien porque después de cuarenta años seguían allí con el negocio". En un lugar así lo último que se me hubiera ocurrido es mostrarme arrogante y exigente".

Elvira hacía dietas draconianas
para no engordar, pero lo cierto es que tenía un doble culo imposible de reducir sin serrarle su enorme ilion. Era pecosa y su escaso pelo dejaba ver con nitidez su cráneo. Pese a su carácter me dio pena y por eso le alquilé una habitación en nuestras Mansardas.

Mírala ahí en el fondo del pasillo
con su cara de luna, hablando con dos profesores del Charlemagne. Hay que decir de ella que habla muy bien el francés y se esfuerza por superarse, aunque siempre habla con una voz impostada que la hace desagradable.

                                                                                       J. R. Bach

14 nov 2016

Pero ahora entre los brazos de pierrot ha dejado de pensar y sólo quiere ser.


GRACIA, LA HIJA DEL ALCALDE

Al fondo del Pasillo
puedo ver cómo Gracia –la hija del alcalde de Salamanca- quiere imponer sus ideas feministas a un grupo de jóvenes profesoras. En su "ardor revolucionario" no duda en ponerse ella misma como ejemplo:

He dejado a mi marido
–puedo oírla muy bien desde aquí- cuidando de mi hijo, mientras yo me divierto en París. Porque divertirse es también un derecho femenino. Después de todo a ninguna mujer le viene mal un par de semanas lejos de la familia… y si cae algún apache sobre el que cabalgar por las noches mucho mejor…

La veo cómo, satisfecha,
se lleva la copa de cerveza aderezada con coñac a los labios. Ha fijado sus ojos en Pierrot. Al contemplar su masculino mentón se le revuelven las mariposas en su vientre. No puede ocultarlo. Aumenta su sudor y en las mejillas aparece el carmín. Pronto olvida sus teorías feministas. Avanza hacia él y le ofrece una galletita…

Su conocimiento de la lengua francesa
es bastante superficial a pesar de que estudió filología francesa en Salamanca. Cada vez que oigo la frase "el que quiera saber que vaya a Salamanca" pienso en ella. En su cabeza hace ya tiempo que entró la idea de que para defenderse en la vida a una mujer no le hacen falta conocimientos especiales: es suficiente no dejarse seducir por un hombre más joven que ella, más inculto que ella, más bajito que ella, más pobre que ella… es decir, hay que jugar siempre a ganar…

Pero ahora entre los brazos de pierrot
ha dejado de pensar y sólo quiere ser.

A su alrededor se ha abierto un corro,
todos callan y la música de la danza apache invade las mansardas… La fiesta entra en una fase alegre y aún no es medianoche… Al ver el baile de la improvisada pareja todas las almas están en vilo. Sólo yo, la narradora, conservo la calma.

                                                                                                        J. R. Bach

13 nov 2016

¡Seguro que se ha puesto sus gayumbos5 rojos! Cuando vaya al lavabo me colaré tras él para comprobarlo.


PIERROT "EL APACHE"

¡Hostia! ¡Ha venido hasta Pierrot "el apache"!
Vaya lima1 que se ha agenciado: con bolsillos chaveteados, orlados por una cinta roja de la que cuelga un manojo de clichís2.

Su porte es el mismo de siempre:
enfundado en sus estrechos jalares3 verdes y tan cortos que dejan entrever, a la altura de los tobillos, los picantes4 marrones de flores y tonos calabaza.

En su delgado su rostro,
dándole el aire de una alma dura destaca su profundo hoyuelo de la hermosura, con aquella cierta sonrisa de los jóvenes del barrio de Rochechouart.

¡Seguro que se ha puesto sus gayumbos5 rojos!
Cuando vaya al lavabo me colaré tras él para comprobarlo.

Nunca me hubiera imaginado volver a verle.
No era mal chico, pero era amigo de llevar friqué6 al cuello y la siempre la pipa7 preparada.

Todos en el barrio le temían y sus opiniones se acercaban al concepto de ley. De todas formas era un bailarín que animaba las fiestas al aire libre, fiestas en que sólo un acordeón y un oboe sin él no hubieran movido a nadie. Cuando se hallaba alojado en el hotel8 el barrio se tornaba nostálgico.

                                                                                          J. R. Bach
Notas de la narradora
1  Camisa. 2 Llaves. 3 Pantalones. 4 Calcetines. 5 Calzoncillos. 6 Pañuelo. 7 Pistola. 8 Cárcel

La piel del planeta sufre.


GRAVILLA DE ÁNFORAS ROMANAS

La piel del planeta sufre,
parafraseando a Nietzsche, una infección similar a la del tifus, tiene mal aspecto, sí, pero sólo está afectada en un uno por ciento. El resto –aconsejo- hay que observarlo detenidamente y al igual que los mitos y las estatuas nosotros no renunciamos a toda esa belleza natural.

Sentados en los amplios escalones
de esta Escalera de Mármol disfrutamos del panorámico paisaje viendo cómo crecen los frutos de la hiedra en umbela, cómo concluye el racimo bajo las hojas de la parra, cómo alza la rosa la frente ante la nada y herida… cómo se balancea el gorrión en la rama del cerezo.

El deseo y la separación
en la Escalera de Mármol casi no existen. La pasión en los árboles de hoja perenne –que aquí son abundantes- es continua. Quienes hemos sido lo sabemos y no nos extraña que los amores perfectos, tanto de seres vertebrados como invertebrados- son un solo amor.

Todos los días más bellos
de los equinoccios son un solo día. Cuerpos ausentes que habíamos amado, rehechos a partir de un puñado de metales oxidados sobre el Mármol Pulimentado volvemos a nuestros antiguos pensamientos, y

con atónitos espíritus
que se parten de risa ante la indiferencia de una rosa que, reencarnada por vigésimonónica vez, aún sigue encandilándonos; ante la imagen de la hormiga que lanza mordiscos sobre los peciolos; ante el grito surgido de las carótidas del grillo…

Ante la contaminación,
se despedaza y rasga sus carnes la rosa –es cierto-, pero de los brotes jóvenes, del oscilar de su risa, surge la realidad: Donde una rosa se marchita otra se abre y el tiempo en todo el Universo es uno aunque dos las verdades.

La piel del planeta sufre.
Nosotros tensión de laurel en calma y arco de ciprés lo sufrimos resignadamente y nos conformamos con unos pocos rayos de sol que iluminen, de vez en cuando, nuestras sienes.

Somos ni más ni menos que rosas,
torcidas rosas del Paisaje Metafísico Urbanizado rodeadas de espinas como recios tendones y músculos resecos que sólo reciben los reflejos de los faros de los automóviles al pasar a medianoche…

Poco podemos hacer
desde esta Escalera de Mármol para sanar las heridas de la piel del planeta pues ya sólo somos gravilla de ánforas romanas en un museo cobijadas.

                                                                           Johann R. Bach