12 jun 2015

He vivido en una cárcel de cristal sí, pero rodeado de cariño


Pierre Tindemans
Hijo Adoptivo de Aguas Calientes

¡Quise decírselo tantas veces¡

Cada vez que lo intentaba
una mano de hierro atenazaba mi corazón y el aroma del jazmín "siemprevivo" impregnaba todo mi cuerpo produciéndome un temblor característico.

No me sentí nunca capaz
de explicar lo lógicamente inexplicable. Sólo salían de mi boca palabras dulces de agradecimiento.

La quise como te quiero a ti.
Quizá, aún hoy, la quiero. Una y mil veces quise explicarle mis debilidades y mi secreto pero, una tras otra, se frustraron todas las ocasiones de decirle que la imagen que ella tenía de mí no rozaba siquiera la realidad.

Cuando llegó el primer hijo pensé que ya era tarde para pedir clemencia por su parte; y, con el tercero me olvidé de quién era yo en realidad. Me dediqué a darle amor y a aliviar sus penalidades y

a compartir sus alegrías
la parte más dura de tantos y tantos años juntos.

Soporté el menosprecio
de sus hermanos y padres porque en el fondo no les podía quitar la razón.

No le guardo rencor
por haberme repudiado después de treinta años de convivencia pues sabía que tarde o temprano descubriría –de forma explícita o implícita- el color de mi alma.

Y ahora,
cansado de tantas fugaces puestas de sol y de besarle los ojos con la mirada estoy a punto de convertirme -junto a ti mi amor- en puro objeto de otro sueño.

No me encontrarás
ni en la oscuridad del puerto en la hora de tinte violeta de las velas malvas como una barca sobre el jugueteo de la ola

ni en el tupido bosque
vestido con sus mejores galas de hojas perennes y grillos serriquejantes. Y no me recordarás a pleno día como un marinero en el horizonte cuando, brisa y alga, te encuentre mar adentro con la mirada azul del atardecer.

A lo lejos te saludaré
y te diré los detalles de aquel día en la ciudad de México en el que un terremoto –en septiembre de 1.985- cambió mi miserable vida. La documentación sustraída al cadáver que junto a mí fue mi único compañero mientras estuvimos atrapados bajo los escombros.

Fue de esa manera
que me convertí en un modesto escritor de nacionalidad belga y aunque sin territorio ni herencias fui respetado y querido.

¿Cómo les iba a contar a mis hijos
-y a los tuyos que me han adoptado como un auténtico padre- que en realidad yo era una persona

a punto de ser juzgado ante un tribunal –humano también- con una probable condena de varios años de prisión?

He vivido en una cárcel de cristal sí,
pero rodeado de cariño y escribiendo versos para redimir mis culpas. Si aceptas que te siga escribiendo después de esta carta

te estaré eternamente agradecido.

                                                       Pierre Tindemans
                                          Chicago a 12 de junio de 2.015


PORTADA DE LA ANTOLOGÍA 2.014 A PUNTO DE SALIR DE LA IMPRENTA


ME GUSTA ESCRIBIR.
PUEDO DECIRTE POR EJEMPLO…


Johann R. Bach



cuando se puedan contar los surcos que han dejado las lágrimas

Cuando los latidos
de tu corazón pierdan fuerza, te mires al espejo y te cuenten las líneas del código de barras como una delicada orografía de distendidos labios que han perdido su categoría geodésica;

cuando se puedan contar
los surcos que han dejado las lágrimas y las preocupaciones curven tus comisuras y ya tu cuerpo responda despacio a tus deseos…

Cuando sueltes blanca tu cabellera
para dormirte temprano y sobre tus rodillas enmohecidas por el peso de muchos inviernos, y caiga sobre el lecho tu libro preferido porque se te han cerrado los ojos,

tu corazón seguirá rebelándose,
donará sus pulsaciones, y como otras veces intentarás disipar tus dudas y los anhelados horizontes

también saludarán tus artificiales mañanas con el recuerdo de sus besos.

                                                              Johann R. Bach


11 jun 2015

A veces sólo puedo decirte que levantes tu mirada


PUEDO DECIRTE POR EJEMPLO…
                   
No me preguntes, amor,
el porqué de mis desvelos pues cada vez me es más difícil responderte con otra pregunta. Podría decirte, por ejemplo: ¿Hace mucho que no te digo que eres una mujer maravillosa?

O ¿crees que el silencio
al que me obligan tus labios no es el mismo de siempre? ése que en la noche sólo permite el latido de la sangre y el dulzor de regaliz de la saliva.

A veces sólo puedo decirte
que levantes tu mirada para que puedas observar ese suave llorar de las estrellas.

Sé que no desconoces, ciertamente,
el ardiente misterio de unas alas describiendo círculos sobre el azur en calma, el fluir del torrente buscando el mar después de la lluvia o el beato respiro cuando el aire flota.

no me preguntes, amor,
como en un repetitivo ritual, por qué te quiero, si te tengo dentro de mí y no sabría ya verte como a ti, porque respiras dentro de mi respirar, si de mis sueños eres el único e inmortal sueño vivo.

Has regresado y eso es lo que importa…
De nuevo los amaneceres tienen temblores de íntimo misterio y se abren los días como una rosa escogida por los dioses.

De nuevo canta el ruiseñor ardiente
dentro de los bosques de los sueños adormecidos. De nuevo puedo decirte, por ejemplo: mira como tiritan los astros a lo lejos.
                                                                               

      
ME GUSTA ESCRIBIR. 
PUEDO DECIRTE POR EJEMPLO...
                                                                              
                                                                                                          Johann R. Bach


no necesita provisiones ni ocultar sus almendrados ojos.


AMANDA BLUES

Está sola Amanda, la de los labios alegres.
La Diosa del Puerto Atlántico. Para seguir caminando se muestra despegada de las cosas. No lleva nunca bolsos grandes ni gafas oscuras:

no necesita provisiones
ni ocultar sus almendrados ojos.

Los días pasan duramente para Amanda
La Diosa del Puerto y al final de la tarde piensa en lo sucedido, en aquello que le hizo doblar otra esquina en su vida,

ya muy pocas cosas la conmueven:

el acierto imprevisto de las olas
del que pudo vivir su propia vida en el seguro azar de amar y tomar conciencia de un Universo de Besos parece buscar el olvido;

así, naturalmente, pobre aunque sin deudas,
ni banderas incomprensibles para una sociedad que se hace llamar feliz en su calle Amanda la Diosa del Puerto llora ante el televisor.

¡Amanda, Amanda! La de los labios rojos.
Como en un grito dijo amor y se poblaron sus cejas de ceniza. Aún tan joven y viuda ya con dos criaturas que piden crecer con su mirada.

¡Amanda, Amanda! La Diosa del Puerto
con la paz y su amor entre las manos

había dicho, con ilusión,
la noche anterior la palabra mañana. Los ojos se le anegaron de lágrimas por el presente y

ya sólo tiene sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo, un camino de cielo borrascoso.

Soledad y recuerdo,
dos palabras que suelen apoyarse en los hombros heridos de una mujer que sólo aspiraba, como la Diosa del Puerto que era, a amar y ser amada.

¡Amanda, Amanda! La de los labios alegres.
Todos saben que no quieres renunciar a aquello para lo que has nacido y que con los años precisos te preparaste para vivirlo.

¡Amanda, Amanda!
Para seguir tu camino deberías aceptar que la vida se refugie en una habitación aunque no sea la tuya.

La luz se quedará, sí,
siempre detrás de la ventana y al otro lado de la puerta escucharás los pasos de la noche y la música de blues como consuelo.

Sabes que es necesario
aprender a vivir en otro mundo, en otro amor, en otro tiempo. Tiempo de blues en la penumbra y olvido:

Dicen que tu tristeza Amanda,
aún siendo inconsolable, sólo ha de durar dos años.

                                                                  Johann R. Bach

10 jun 2015

Quise ser como todos. Fracasé.


PASIÓN EN GOOGLE, 

Nadie me lee. Me pregunto por qué.
Unos le echan la culpa a la crisis y quizá tengan razón porque yo siempre he estado en crisis.

No me quejo porque nadie
me haya recibido con los brazos abiertos ni porque los bancos no quisieron jamás darme un crédito con garantía hipotecaria.

Quise ser como todos. Fracasé.
No tuve más remedio que escribir para no volverme loco. Durante muchos años, es cierto, sentí desafección -la palabra más educada que sale de la punta de mi bolígrafo- y mi alma sólo se alimentaba de libros que cogía entre los que un sabio aburrido lanzaba.

Tuve que inventar otro mundo.
Construirlo mientras borraba la mayor parte de las huellas que iba dejando atrás.

Al principio escribía pequeñas anécdotas
que, a modo de requiebro o chiste, llamaban a la risa, después la cosa se puso seria cuando oí decir que sólo a los pobres les daba por ser poetas.

Me llamaban pobre poeta
cuando en realidad yo nunca fui pobre.

Lo puse por escrito:
yo no era ni pobre ni agresivo.

A medida que iba escribiendo
las chicas se apartaban de mí por lo de pobre porque muchísimas mujeres le tienen pánico a la pobreza. Yo les decía: ¡soy rico! Sí sí, soy rico y ellas huían despavoridas nada más empezar a explicarles mis bienes:

Tengo dos manos llenas de dedos,
unos pies delicados como la porcelana y unos pétalos deseando formar pareja con los tuyos, tengo una cabeza desprovista de dolores, unas pestañas que me sirven para peinar la lluvia y un corazón dispuesto a entregarse.

Ellas respondían
que además de pobre estaba loco. Aunque eso no me enfadaba; sí me entristecía. Nunca comprendí cómo una bebida hecha de una planta llamada zarzaparrilla podía ser la chispa de la vida.

Claro que el catecismo tampoco lo entendía
y no pasaba nada.

Después de más de cincuenta años
parece que la cosa ha cambiado para algunos (entre los que me cuento yo) porque poco a poco nos fueron buscando porque sabíamos escribir sin faltas de ortografía: periódicos, bibliotecas y editoriales solicitaban nuestros servicios como correctores.

Nos pagaban a tanto la hora,
es decir en negro, sin vacaciones, sin pagas extras, sin seguridad social, etc. etc. Viví durante unos cuantos años en el auténtico paraíso.

Hasta llegaron a enviarme al "extranjero"
como corresponsal. Aquello era la leche: además de los gastos pagados aprendía otro idioma.

Nadie me lee. No me quejo.
Tú, que eres una persona
que intenta comprenderme –seguramente porque me necesitas- insistes en preguntarme ¿de qué vivo? ¿Por qué rechazo las ayudas sociales si nadie lee mis poemas?

Cansado de argumentar
me sube a la cara un calor que no es enfado, es una mezcla de rabia e incomprensión y mis venas en las sienes toman el tamaño de mi dedo meñique.

De mis fauces secas de vino
sale entonces el monólogo que subiré al Blog en Google:

Aunque sólo una persona
como tú, mi amor, me leyera, me daría por satisfecho, dando por válida toda mi actividad de años. He escrito varias novelas de contenidos profundos que no las lee más que alguna persona despistada.

A veces las releo yo mismo
y no siento la necesidad de cambiar un ápice lo que escribí. No importa que te lean muchos o pocos.

Quizá sea aún demasiado pronto.
Quién sabe si las cosas serán diferentes dentro de cincuenta años.

No eres de los que rectifican –me dices-
y no es así del todo:

Estoy dispuesto a rectificar lo que sea
si con ello deshago un entuerto. Pero -insisto- eres tú mi amor una mujer maravillosa, y realmente eres como una Diosa del Amor. Cualquier hombre podría ser feliz a tu lado.

No sé nada de ti.
Sólo puedo juzgar por la única foto que has colgado en tu Blog, pero apuesto a que no te fueron bien las matemáticas en el bachillerato.

Por lo que leo en tu sonrisa
me aventuro a decir que necesitas hacer las cosas por tí misma y te cabreas cuando no te salen bien, porque en cada cosa que haces te pones a prueba como una colegiala.

Me atrevo a decir que cuando te salen mal
no es porque no puedas hacerlas bien, es porque te precipitas debido a ese carácter explosivo que tienes.

Aparentemente eres una persona tranquila
que no pierde los nervios, pero basta que te pongan una fecha, una hora para el vuelo, un día preciso para un examen, etc. para que prepares las cosas con una semana de antelación porque no soportas las prisas de último momento.

Tienes un conflicto con el tiempo.
Tu agenda siempre está apretada y crees que no te dará tiempo de hacerlo todo.

Eres así mi amor.
Pero al mismo leo en tus mails que eres dulce como tú sola, agradecida hasta el delirio y, permíteme decirte que lo mejor de tu vida aún está por llegar. La fertilidad intelectual de tu pecho aún no ha salido; la otra la de la maternidad se acabó, es una etapa superada. No estuvo mal el tener tres hijos.

Dime que me equivoco,
dime que no deseas que tus escritos triunfen, que tus lectores te deseen incluso sexualmente, dime que me equivoco cuando sospecho que sale fuego de tus labios,

dime que me equivoco
cuando tus ganas de vivir pueden romper el cielo y tus manos apretarse hasta arrugar las nubes.

Dime mi amor, que me equivoco
al creer que sientes la pasión de la rebeldía de tu segunda juventud, la mejor. Dime si me equivoco cuando te digo que tienes dinamita dentro de ti, que tu pasión está a punto de estallar junto a tu risa.

 Dímelo. Dime que estoy equivocado
y corregiré mi apreciación de que eres una de las más dulces diosas del amor.

                                                                                                                    Johann R. Bach

8 jun 2015

Acostumbrado a la soledad, no contesto algunas preguntas


LIRIOS BLANCOS PARA UNA DESCONFIADA

Acostumbrado a la soledad,
no contesto algunas preguntas por la obviedad de sus respuestas. No obstante, de vez en cuando es de buena educación responder ante tales requerimientos.

He pensado mucho en ti,
en tus preguntas respuestas a otras preguntas o proposiciones encubiertas o francas y abiertas.

No se me ocurre decirte otra cosa
que, mientras puedas mi amor, no malgastes tu soledad dedicándola a una absurda búsqueda de la nada,

ni te persigas tozudamente
por pasillos oscuros, amedrantada por la luz de la pantalla de tu ordenador.

Sal a pleno sol
y fíjate en las cosas duras. Piensa que el juego exagerado de las palabras no te servirá de nada si no lo apoyas sobre aquello que te rodea.

Están las rocas
-contra las que se estrellan las olas del mar- y los árboles y la gente y ¡tantas cosas que puedes tocar con las manos!

Ten cuidado
de que no llegue un día, con espanto, que los años te sobrepasen y te muevas

únicamente alrededor de tu sombra.

Nunca me molestaron tus palabras,
sólo tu desconfianza hacia mi persona, las sospechas a medias que abren distancias entre las almas y, finalmente, no ver amor en tus ojos,

me hicieron borrar los sueños.

                                                                      Johann R. Bach

7 jun 2015

Por un momento pensé en mi amigo Wolf promotor de la Larga Noche de los Museos de Berlín,


BERLÍN (II) LA NOCHE DE LOS MUSEOS

Aquella noche fui a cenar temprano.
Lucretia preparó una ensalada de tomate y queso y unos currywursts que estaban buenísimos. El vino tinto, en abundancia, nos alegró un poco Aquella cena tan frugal estaba pensada simplemente como un tente-en-pié pues la noche iba a ser larga: El Berlín de los Museos nos esperaba.

Por un momento pensé en mi amigo Wolf
promotor de la Larga Noche de los Museos de Berlín, en su casa de campo -una antigua granja compartida con otras cuatro familias- y sus manzanos en la que las veladas podían alargarse hasta bien pasadas las tres de la mañana. No me veía con él desde el verano. Cuando no estaba en Buenos Aires, tenía que ir a Madrid o a Praga. Era ya como un ministro atendiendo su representación a más de cien museos de todo el mundo. Su mujer tenía múltiples reuniones sociales con grupos que practicaban Yoga y a pesar de vivir cerca de casa era prácticamente imposible verla. ¡Todos tan distintos de Lucretia qu tenía tiempo para todo!

Su cálida mano tiraba de la mía
cuando salí de mi ensimismamiento. Me plantó ante la vitrina donde se guardaban los tacos de jugar al billar. Me indicó que sujetara el lateral mientras que con un cuchillo le daba vueltas a un tornillo cromado y garfilado. De pronto toda la vitrina se giró en un ángulo de noventa grados dejando al descubierto unas escaleras de mármol parecido al Rojo Cehegin.

Era una escalera cuadrada en la que cada tramo estaba compuesto por siete peldaños. Descendimos doce pisos al final de los cuales salimos a un pasadizo de enormes dimensiones parecido a una estación de metro que albergaba a cuatro camiones antiguos, pero que parecían estar en buen estado de conservación y montones de cajas de madera cuyo contenido aún hoy es un misterio para mí.

El sótano terminaba en una cueva artificial con siete enormes puertas de garaje a cada lado. Era una cueva minuciosamente reconstruida con cera, con murciélagos momificados colgados de las paredes, como si hubiese querido camuflar aquel enorme hangar. En un recodo nos detuvimos y nos besamos. Nunca había sentido aquel gusto en mi lengua: la curiosidad por saber qué era todo aquello mezclado con su saliva me produjo un placer próximo a la excitación por miedo.

Seguimos caminando
por uno de aquellos túneles iluminados por pequeñas bombillas de 25 watts hasta llega a un lago cristalino, lleno de reverberaciones, el agua goteaba de una estalactita formada alrededor de un tubo de metal coloreado como el bronce. Deduje de ello que nos encontrábamos bajo un lago o río y por la distancia recorrida podría tratarse de un bello paisaje del Spree.

Subimos por una escalera idéntica
a la de la entrada de la Puderstrasse, hacia la superficie, pero tomamos un pasillo situado en la sétima planta. Todo el vestíbulo de una gran sala estaba iluminado. A través de unas estrechas aberturas a modo de ventanas se adivinaba, en medio de la noche, un chispazo azul como escapando de la catenaria de un tranvía.

Se me pasó por la cabeza
que aquella luz tenía que verse desde fuera a través de las ventanas cenitales de la gran bóveda, pero el tirón de mano de Lucretia como si tuviera un recorrido y un horario por cumplir. Entramos en una gran sala llena de vitrinas. Era cómo bañarse en la gran locura de los invertebrados: salones enteros repletos de vitrinas con monstruos. Diablos y ángeles de carne pálida, conservados en frascos de alcohol. ¿Es asco o muerte lo que me enseñas? –le pregunté a Lucretia. Se estremeció y por toda respuesta me besó en los labios. De hecho, en las primeras vitrinas se conservaban ejemplares más bien graciosos: espongiarios como encajes blancos, tubulares, o como las hojas agitadas de un alga, o como una copa, más bien un cáliz, un Grial de esponja con una peana de medio metro.

Entre las celentéreas
se exponían medusas en recipientes planos, seres alucinantes, oleadas verdes sobre oleadas rosas sobre oleadas azules, y también corales: corales en arbolitos retorcidos como una cinta de ADN, brillantes como el plástico, la gorgonia como una rama torpona llena de sangre con algo de cianosis, madréporas blancas y esféricas como terrones de sal gema. Cuando pasamos junto a los gusanos, Lucretia fingió vomitar como haciendo broma, aunque algunos resultaban hermosos: púrpuras y ambarinos, con incontables pliegues y ondulaciones. Los moluscos tenían como estrella principal al pulpo, pálido y asqueroso dentro de un recipiente tan ancho como una tubería; a su lado se encontraba el nautilo con su concha anaranjada de estrías negras, con su manojo de tentáculos que nacían de los ojos.

Sentí que la sangre me hervía,
palpando desde la cintura de Lucretia mis dedos buscaban el centro neurálgico de su vulva mientras su mano se aferraba a mis genitales como si los quisiera abarcarlo todo con una mano. Nuestros labios no querían separarse. Esa sensación de soledad dentro de un museo sintiéndose observados por miles de silenciosas criaturas era excitante como un primer beso. ¿Callaban todos esos testigos sólo por no ser de nuestra especie?

Después de habernos revolcado por el suelo
como amantes de un solo día pasamos ante incontables insectarios, lanzando todo tipo de exclamaciones, como si estuviéramos inspeccionando una extraña fauna propia de un planeta desconocido. ¿Cómo era posible que la materia existiera bajo formas tan espantosas? En primer lugar las termitas, pululando en su nido esférico como de un metro de ancho; luego las avispas, algunas negras y tan largas como un dedo, la Vespa crabo dorada; cicadas como moscones feos y mantis que devoran al macho.

Lucretia se detuvo encantada
ante las mariposas exóticas, las mismas que aparecían con frecuencia en sus sueños, me señaló unos ejemplares con las alas más grandes que la palma de la mano, de un azul eléctrico o un amarillo cadmio, sedoso, que terminaban en una cola de golondrina o una cabeza de cobra: gusanos de alas somnolientas. Algunos eran peludos como la felpa, otros translúcidos como el cristal.

Ven amor –me dijo-
ámame otra vez antes de pasar a la sala de los minerales y las piedras preciosas. Toda ella era boca y saliva.

                                                                  Johann R. Bach

BERLÍN (I). ¿Qué sucedía con el texto del endemoniado libro?


LA BIBLIOTECA DE ALT TREPTOW

Fue en un lugar cercano al Treptower Park
frente a la terraza de un restaurant atendido sólo por Lucretia una mujer delgada y de apariencia triste aunque

sus ojos brillaban
como si su conciencia estuviera tranquila. Su tristeza, según me contó un día, se debía a que nadie del barrio entraba en el local. Me dijo que era descendiente de Lucretia Mott.

Yo desconocía por completo
aquella hipotética saga familiar.

El barrio modernista Alt Treptow
estaba habitado casi exclusivamente por atemorizados ciudadanos de la desaparecida RDA.

acostumbrados a no salir de casa
a cambio de un plato en la mesa y cerveza suficiente para adormecerse junto a un televisor escupiendo anuncios disfrazados de noticias.

Según se vaya a su encuentro,
-al encuentro de Lucretia sentada en la terraza de la entrada lujosamente amueblada, se puede conseguir su esmerada atención. Y esta era su peregrina particularidad.

Yo conseguí -con paciencia y asiduidad-
ganarme su aprecio. Entre café y café se quejaba más que conversaba. Nadie –decía- viene a este local ni a comprar tabaco.

Era una mujer aficionada a la lectura
-sobre todo a los acontecimientos de una "historia universal" explicada como una verdad absoluta por los profesores rusos.

Llegué a conseguir
que cocinara para mí el día de San Esteban un Halbe Ente1 y que brindara conmigo con un Côtes du Rhône. La comida se alargó hasta el anochecer (aproximadamente las cinco de la tarde)

Con el cuerpo ya entonado y sonriendo
Lucretia me introdujo en una estancia a través de una puerta simulada por un mueble y un cuadro. Desde allí descendiendo por una estrecha escalera de madera accedimos a un recinto abarrotado de libros como una biblioteca.

Muchas veces me he preguntado
si realmente estuve en ella o fue sólo un espejismo -producido por el vino- de un nuevo y desconocido desierto.

Recuerdo que era una estancia
con cuatro pasillos llenos de libros hasta el techo y una salita con un escritorio de unos cuarenta metros cuadrados. Eran unos pasillos que se perdían en la sombra poblados de murmullos sepulcrales y, al parecer,

Lucretia era la bibliotecaria,
único ser viviente en todo aquel subterráneo.

Ojeé algunos libros,
todos raros y que nunca había visto antes, con títulos que aludían curiosamente, a hechos sobrenaturales.

Aquél que no pude olvidar
se titulaba "La Creación Mística bajo el Vigesimoctavo Mundo". Estaba encuadernado al modo veneciano.

Oscuro y en oro,
acaricié sus láminas que me parecieron pintadas a mano. Me sobresalté bastante cuando quise releer un capítulo y ya no era el mismo que había leído la primera vez.

¿Qué sucedía con el texto del endemoniado libro?

Decía en una parte especialmente llamativa:
"El Vigesimoctavo Mundo no fue descubierto por nadie. Nosotros, pueblos antiguos y primeros de estas tierras lanzamos un llamamiento, fue escuchado".

"Vinieron seres de corazón helado.
Nos suicidamos. Fue la entrega de nuestras hijas en manos del Sol de Oro".

Pregunté a Lucretia y nada.
No supo responderme.

Miré, estaba solo, la única luz era mía.
Quise leer nuevamente pero ya había cambiado el trozo alucinado. Me levanté de aquella silla recubierta de resina seca de pino, salí.

Era de noche y había luna.
Un canto venía de lejos, de aquella misteriosa biblioteca. En días sucesivos volví al Restaurant de Lucretia.

Desde aquel día
se mostró especialmente amable conmigo su único cliente. Me besaba efusivamente conmovida por compartir con alguien sus quehaceres cotidianos.

Pero detrás del mueble
y el cuadro de la sala de billar no había ninguna puerta oculta. Yo seguí aceptando sus besos sin preguntar…

No quise cambiar
un apasionado amor por una curiosidad soñada o vivida.

                                                                                                     Johann R. Bach

1.       (Halbe Ente =  Medio pato) Plato típico alemán.