11 ene 2013

A RITMO DE NEIL YOUNG

 

A RITMO DE YOUNG

 

La primavera en Berlín empieza en mayo,

concretamente, para ti, el día 18 -un día tomado por la fiebre- envuelto en sudores ácidos que riegan tu carne y la funden con las sábanas revueltas.

 

Mientras sales y entras

como puedes en el sueño,

 

te consuela pensar

que por una vez tu cuerpo ha encendido a tiempo una pequeña y doméstica llama con la alegría de un concierto en la Filarmónica, y

 

bajo los árboles

como adolescentes en un pequeño utilitario, el fuego que ha de quemar los residuos de la soledad del invierno.

 

La gente pasea tranquila

y bien vestida junto a un rio flanqueado por frondosas filas de árboles, imantado por una luna que hace dos noches viste inmensa y colgada sobre el Tiergarten

 

por encima de la estatua de la Berolina.

 

Te conmueve el contraste

entre la formalidad del paseo y la violencia del agua, como si camináramos junto a la caseta de las fieras en el zoo de Hamburgo.

 

Esa convivencia de Berlín y la jungla,

la densidad del agua cargada de minerales pesados, su vegetación de espuma sin olas voraces te ha hecho reflexionar durante el regreso al ritmo de "Down the River" de Neil Young

 

grabado en el pendrive

y que a través del USB arranca con fuerza en los altavoces de un mínimo auto que quiere crecer.

 

Uno de sus típicos tiempos medios

con aire de blues y estribillo hímnico te remueve todos los compases clásicos anclados como buques pesados en tu mente.

 

A pesar de ello estiras el cuello,

desvías tus ojos hacia el altavoz de la portezuela.

 

Hacia el minuto dos de la canción

tus cejas se arquean de forma inquietante, la guitarra sucia de Neil comienza a improvisar:

 

Es un solo

por llamarlo de alguna manera. Sabes que técnicamente es uno de los desacordes más pobres que recuerdas, hasta el punto de arrancar con una sola nota

 

tocada con insistencia,

percutida más bien sobre las cuerdas medias, que basa todo su efecto en el aire autista y como alucinado con que llena el intervalo entre dos golpes de caja.

 

Son notas confusas,

pero funciona; y muy bien, a condición de que sigas escuchando, sin demasiada atención, como un ruido cotidiano capaz de ir y venir a su antojo.

 

Lo mismo repitió Young años más tarde

en el arranque violento de "My, my, hey, hey", una auténtica máquina de escupir grasa y alquitrán sonoros.

 

No comprendes

cómo este es el mismo hombre que ha compuesto joyas flotantes como "Old Man" o "Harvest Moon", pero admites que Neil siempre entendió

 como pocos que la belleza del Rock and Roll estaba más

 

en la convicción del gesto,

la intensidad rabiosa con que se acopla a los latidos de la sangre, que en la precisión o la claridad del movimiento.

 

Neil lo entiende

en un plano visceral,

de ahí su fuerza.

 

Parece que por fin comprendes

que basta con rasguear la guitarra acústica o empezar a cantar con esa voz que siempre vacila al borde de la rotura o el falsete desafinado.

 

Pero por carácter o

por educación eres incapaz de esos extremos.

 

                                                                                           Elisa R. Bach
                                                                            www.homeo-psycho.de

EL SULTÁN DE GRACIA

EL SULTÁN DE GRACIA

 

Seguid perezosamente la calle Verdi

desde la plaza de La Revolución y hallaréis una estampa moderna de Gracia:

 

a mano izquierda,

justo en la esquina de la "Farmacia Valentines", monta guardia, desde quien sabe cuándo, un auténtico sultán.

 

Muchas mañanas se le puede ver,

sentado en el suelo junto a unos misteriosos canes unidos sólo por su propio infortunio, como reparte algunos mendrugos de pan entre esos sabuesos.

 

Se trata de una auténtica jauría

de perros esperando que su amo les conduzca –nadie sabe a dónde- por la calle Verdi arriba. Parece que a media mañana hacen un alto en la Plaça del Nord.

 

Con cara triste, esos animales

miran a los transeúntes que, acostumbrados a las rarezas de su amo y a los malos tratos que inflige a esas criaturas, simulan que no los ven.

 

Son de razas y edades diferentes.

Se conforman –a la fuerza- con ir todos atados sin otra misión que seguir a su amo tan sólo porque no son libres y, a pesar de todo, ese hombre es el único que les da de comer.

 

Como del Inframundo surgido,

toma el aire de un sultán entre los canes. De gran envergadura, testa alzada, aspecto desaliñado y vestido casi harapientamente exhibe su piel curtida casi de color negro.

 

Iba como de costumbre:

con un gran bastón a modo de cetro y un turbante como un sultán que llevara de las riendas una cuadriga tirada por hermosos corceles; un extraño zurrón y algún exótico abalorio al cuello… con sus canes. Su aspecto no invita precisamente al contacto social.

 

Nadie en el barrio sabe

lo que piensa, lo que busca y cuál es la causa por qué ha aparecido en este escenario. Los vecinos ignoran su nombre y el origen concreto de su inglés.

 

Alguien como vosotros que pasaba al azar

por su lado -como otras tantas veces- sin prestarle atención, oyó que hablaba a uno de los perros:

 

 "You won't be in this body for ever; so, don't complain…" (1)

 

Comenzaba el año

y al contarme la anécdota le pareció que la podría reciclar… hacérsela suya.

 

                                                                                      Johann R. Bach
                                                                                 www.homeo-psycho.de

 

 (1) No vas estar en ese cuerpo para siempre, así que, no te quejes ..."       

10 ene 2013

EL ALFÉZ Y SU UNIFORME


EL ALFÉREZ Y SU UNIFORME



¡Ah, liberarse del uniforme!

Lo más grande en esta vida es tener caricias en verano… amor en invierno.



¿Cómo se puede renunciar

a vivir exaltado como un general rodeado de un cortejo de brazos y besos en una mañana de domingo?



¡Ser libre para jugar

con tus propios pensamientos ante una piel aturdida por el placer y nadar desnudo, sin amarras, harto de la retórica patriotera escrita por mentes enfermizas!



No hay fines de semana

para los soldados ahora que se esconden para poder dormir. Sólo el hombre , destructor de su especie se oye en las tardes del sábado.



Los zapadores cavan,

a pico y pala, trincheras en los desiertos y con sus hachas podan atareados el árbol de la vida.



Las guerras braman,

la tierra se lame sus heridas y los bosques sufren incendios desconocidos hasta ahora: napalm, bombas de racimo, fósforo radiactivo.



Los pilotos, oficiales de carrera

bombardean sin piedad todo el planeta, obedecen ciegamente órdenes ciegas y lanzan bombas atómicas sobre desiertos para estudiar su efecto destructivo, después de haberlas probado sobre personas.

Se fue toda la alegría

del archipiélago japonés, de los volcanes inactivos, de las arenas de los desiertos…



Hemos emprendido el camino

que nos llevará, como en épocas pasadas, a comernos las cenizas hasta que el oxígeno sea insuficiente.



No deseo nuevos daños

nuevos ascensos, nuevas reparaciones de las heridas de las guerras que se suceden en el tiempo y en geografías pacíficas.



Deseo volver a escribir

poemas para la paz e insistir en que es posible combatir la desesperación como aquellos que fueron guía en las tinieblas, y abrieron una pequeña puerta para el alma.



¡Ah, liberarse del uniforme!

Lo más grande en esta vida es tener caricias en verano… amor en invierno



                                                                                        Johann R. Bach
                                                                               www.homeo-psycho.de

9 ene 2013

LA CERVEZA Y LA SINUSITIS de la novela "La Chica de Kiefholzstrass" (cap. 65)

  • Sinusitis (y úlcera duodenal)

 

                              KALIUM BICHROMICUM C15

 

Hoy es fiesta en Friedenau.

He paseado entre los tenderetes, con la intención de distraerme un poco en esta mañana más gris que lluviosa. La música, festiva, típicamente alemana, alegra a los visitantes e invita a sentarse en las improvisadas mesas y a beber cerveza.

 

El olor de la carne asada

y el de las salchichas a la plancha abre el apetito aún a personas que no acostumbran a comer carne. Todo parece, a primera vista, algo alegre y simpático.

 

Me he sentado en una de las mesas

que hay frente al tablado donde un conjunto de un chico y cuatro chicas más bailan una especie de danza atlética más propia de un gimnasio que de una fiesta (¿campestre?) popular. Si me dejaran escoger a mí la música para esta mañana sin dudarlo me inclinaría por la Marcha de Radetzky.  

 

Siendo ya las once de la mañana,

hora en que suelo desfallecer si no como algo, he decidido comer una buena curry wurst con un buen vaso de agua sin gas (aquí en Berlín lo normal es tomar el agua con gas).

 

Frente a mí se ha sentado un hombre

con unas grandes gafas de sol, ya que, por lo visto, hasta un día no soleado como hoy provoca molestias en sus ojos. Ha pedido una cerveza de esas de litro (que en España se denominaría una "litrona") y ya en el primer trago ha consumido la cuarta parte de ella.

 

En caso de tener que compartir

los gastos de mesa con un individuo como ése, yo escogería pagar la comida y dejar para él la factura de la bebida…

 

El individuo en cuestión era corpulento,

rubio, con cara sonrojada, con piernas, en relación con el cuerpo, desproporcionadamente delgadas; y, sus pies estaban rematados con unos zapatos puntiagudos que parecían las botas del flautista de Hamelín (¿sus dolores serían igual de puntiformes?).

 

En el segundo trago,

estando ya la jarra a la mitad, ha sacado un pañuelo de papel y se ha sonado fuertemente sin éxito; me ha parecido que sin éxito porque lo ha intentado varias veces (¿tendrá unos tapones mucosos secos en los senos paranasales?).

 

Enrojecido por el esfuerzo inútil

de aliviar su congestión nasal decide tomar otro buen trago de cerveza. Inmediatamente he notado como su semblante palidecía y se inclinaba hacia adelante con las manos puestas en su barriga. He tenido la sensación de que estaba sufriendo un fuerte dolor de estómago (¿ùlcera duodenal?).

 

Se ha sacado de su bolsillo

un voluminoso frasco de grageas propio de tiendas de dietética y de herboristerías en el que he podido leer, a pesar de la distancia, la palabra "Carduus".

 

Para tomar algunas de esas pastillas

el teutón se ha sacado las gafas de sol y, con ello, me ha dado la oportunidad de ver sus ojos: enrojecidos, con los párpados hinchados y las conjuntivas amarillas se podía intuir cómo un fuerte deseo por la cerveza podría deteriorar la salud de cualquier persona, aún, esténica.

 

Pedir que los alemanes en general,

y los berlineses en particular, se moderen en el consumo de cerveza es como clamar en medio del desierto, aún a sabiendas de que la ingesta de tan popular bebida agrava la úlcera de estómago y/o la sinusitis.

                       

                                                                                                             Elisa R. Bach
                                                                                                    www.homeo-psycho.de

8 ene 2013

VENTAJAS Y DESVENTAJAS DEL CAFÉ. cap. 60 de "La Chica de Kiefholzstrasse


·         No soporta la mínima cantidad de vino   

      

Estoy sentada en la terraza

del bar Don Antonio en la Akazienstrasse, frente a mi ordenador que además me sirve para ocultarme tras su pantalla de las encendidas miradas casi sonrientes que me lanza un muchacho desde la mesa contigua; su cabeza pelirroja destaca entre todas las de la terraza.



Delgado, blanco de piel,

de finos y rojos labios, aparenta tener unos 22 años. Sus vivos ojos oscuros, sin llegar a ser saltones, destacan su fuerte personalidad que ya, a pesar de su juventud, produce en mis entrañas ese cosquilleo tan agradable que se desplaza hacia arriba encendiendo mis mejillas. 

Escondo mi mirada tras la pantalla,

pongo orden en mis ideas, miro a mi alrededor, siento la frescura de la ligera brisa de esta prometedora mañana, me impregno del colorido de la calle. Necesito escribir, pensar, soñar…liberar esas ideas, que desde mi arqueo-cerebro tan sutilmente descrito por Laborit se agolpan apresuradamente dirigiéndose hacia mi corazón.



Al transformarse en palabras inteligibles

esas ideas, poco a poco me sosiego, siento como mis palpitaciones se estabilizan alcanzando la satisfacción porque el relato ya se desprende de mi ser, arranca espacio y tiempo, independizándose como cualquier ser vivo. 



Ayer subí  al Wrangler;

se puso al volante Esperanza que naturalmente graduó el asiento a su medida. Me llamó la atención la posición del respaldo cuya exagerada inclinación hacia atrás provocó en mí un verdadero alud de ideas. No era la primera vez que observaba esa posición en un conductor de auto, pero esta vez Esperanza me dio la clave.



Entre las cosas aparentemente exentas

de trascendencia que destacan en Esperanza se halla la aversión al alcohol en todas sus formas, vino, cerveza, aguardientes, etc. En efecto, Esperanza no soporta la mínima cantidad de alcohol, hecho que destaca por su fuerte deseo de café. Cuando ha ingerido una cantidad importante de café se muestra inquieta con deseo irresistible de mover los pies.



A decir verdad, quizá la ingesta de café

compense la lentitud de su muy eficaz pensamiento, calificado por todos sus amigos de profundidad caviladora o de cavilación profunda. Esperanza es de esas personas que repite las preguntas que se le hacen al objeto de dar tiempo a su bien dotada mente a fijar el contenido de las preguntas como si se grabaran en los clúster de un disco duro.



La sustancia que contiene el café,

aparte del alcaloide de la cafeína y que se fija en el cerebro provocando alteraciones neurológicas, es el zinc. Pero ¿estamos todos intoxicados de zinc por lo extendida que está la ingesta de café? Yo propongo una respuesta negativa:



hay mucha gente intoxicada de zinc

que no bebe café. La pregunta que me surge con insistencia es ¿en qué momento de la evolución de la vida el zinc impregnó todos los organismos vivos de la biosfera? ¡Qué complicado! 



Levanto la mirada

y mis ojos encuentran los suyos. Ahí está el muchacho pelirrojo observándome. Esta vez no le esquivo la mirada: se la devuelvo con toda la ternura del mundo.



¿Por efecto del zinc procedente del café

cargado que me estoy tomando? Le sonrío; él me devuelve la sonrisa. Además de guapo parece simpático. Continúo escribiendo, aunque ya se ha tomado la libertad de preguntarme si puede sentarse a mi lado. ¿Se está entregando? ¿Qué le ha seducido? Me encanta que sea osado. Mis mejillas vuelven a encenderse. 



Le pido disculpas por seguir escribiendo,

hace un ademán para levantarse pensando en que quizá molesta, le tomo la mano deteniendo su movimiento, le "obligo" con suavidad a seguir sentado junto a mí. Sigo escribiendo bajo su sorprendida mirada. Noto que se acomoda en su silla y se resigna a esperar a que yo haga o diga algo. Eso demuestra su empatía. Me gusta. 



En algún momento del desarrollo de la vida,

(continúo con mis ideas) las bacterias primitivas se podrían haberse impregnado del azufre mezclado con el metano en forma de ácido sulfuroso, dando origen a la intoxicación general de los seres vivos extendida por toda la biosfera.



Posteriormente debió haber

una segunda intoxicación de los seres vivos en la que el zinc jugara el papel dominante.



¿Dónde se encuentra el zinc

además de su presencia en el café originando ese aroma característico? En las pipas de calabaza (Kurbiskern) de gran utilidad para rebajar los altos índices de colesterol, azúcar e hipertensión; en los reptiles y en la tinta de los calamares.



¡Eh! ¡En los reptiles! Eso encaja.

Sonrío. Miro al muchacho que parece no comprender nada, pero que está dispuesto a esperar… ¿una palabra amable? ¿una sonrisa? Algo trascendente naturalmente a juzgar por su pelo rojo. Siente que ha saltado una chispa entre los dos. Le invito a tomar algo. 



Mi imaginación me propone una idea:

Los reptiles viven mayoritariamente en tierra firme aunque en su origen vivieran en el mar y tienen calor porque absorben las radiaciones solares directamente; su representante característico sería Lachesis, la optimista trigonocéfala serpiente del Brasil.



Que los calamares siempre tendrían frío

porque viven en el mar y su representante característico sería Sepia, la solitaria y triste cefalópoda. Ese sería el origen distinto de personas frioleras o calurosas. 



Se lo explico a mi compañero de terraza.

Su mirada se torna inquisitiva, duda de mi cordura, pero su empatía le obliga a hacer un esfuerzo por comprenderme; noto que me mira los labios: la sangre me sube otra vez al rostro,



noto calor en la cara

y en el hipogastrio y su hermosura me está embargando el corazón; deslizo mi mano sobre la suya como una serpiente pero sin agresividad, con ternura: soy un reptil. Le invito a comer.



Acepta (no me he sentido

tan viva desde que Niko me dejó). Voy a ir envolviendo su corazón sigilosamente mostrándole lo agradable que me parecen su conversación y su carácter empático, cualidades prometedoras en un hombre.

  

Luego pienso invitarle a mi apartamento

y fantaseo mirándole a los ojos que allí lo desnudaré; me desnudaré yo también, frotaré mi piel contra la suya con suavidad y sigilo viperino, con cuidado de no tocar prematuramente sus puntos calientes; mordiéndole los pezones, comiéndole la barriga le entregaré mi pasión mientras se deshace de placer.



Levanto los ojos, observo la belleza

y la simpatía de Akazienstrasse mientras abordamos los platos que nos pueden llevar a una relación profunda originada por la intoxicación de zinc…



La intoxicación del zinc también tiene su parte positiva…

                                                                                             

                                                                                                             Johann R. Bach
                                                                                                     

EL LAUREL. de la novela BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS (cap. 9 Esta semana en la web www.homeo-psycho.de)



EL LAUREL



Tras cada pequeña ondulación

en el borde de cada hoja, el laurel evita el destino y como la sonrisa del viento, tonifica tu corazón recordándote el espíritu de Dafne.



Tu belleza es tal que has vivido

atrapada en tu propia piel hasta que acorralada deseaste, angustiada, solitaria y sin diadema, que tu debilitado corazón escapara a ese permanente acoso.



Muchos hombres te pretendieron

desconsolados por tu rechazo. Huías de ellos como el rayo que abandona la nube y le encomendabas a tu dios particular que te librara de tus desmayos.



Cuando te faltaba el aliento

y las palpitaciones de tu corazón empequeñecían como ondas de luz de lejanas estrellas, la angustia se apoderaba de tu sudorosa frente y el desmayo era la respuesta a la ansiedad del deseo de escapar de tu propia belleza.



Si el estar entre los humanos es mucho

y porque en apariencia todo lo visible se desvanece, es que en realidad eras necesaria aunque sólo lo fueras por una vez.



¡Qué hermosa vez!

Haber sido esa una vez, aunque sólo hubiera sido una sola noche, esa noche parecería ser irrevocable:



tu transformación en laurel era inevitable

y ahora adornas la frente de emperadores, dioses y personajes importantes que rinden culto a tu belleza y a la generosidad de tu corazón.



                                                                                            Johann R. Bach
                                                                                           homeo-psycho

LO NO OLVIDADO DE LA PRISIÓN. De la novela "Las tardes de un alférez"

                           LO NO OLVIDADO DE LA PRISIÓN

 

Corrigiendo galeradas

de enciclopedias médicas y poemarios los fines de semana solamente, rata de biblioteca en pijama recién lavado, cada mañana acaparo toda la casa en Gracia,

 

en la tranquila y cerrada al tráfico

Carrer de l'Or donde hasta las personas que recogen cosas entre los contenedores de basuras tienen hijos, un coche todo terreno, compañera y pertenecen en secreto a partidos de izquierdas.

 

Yo tengo una nieta de dieciocho meses.

Se alza como sol con su pijama de niña de color rojo encendido.

 

Estamos en la adormecida segunda década

del siglo XXI y no se atisba salida alguna a este callejón en el que de forma anárquica nos metimos.

 

¿Y no debería lamentar cuanto sembré?

Fui acérrimo enemigo de guerras, y dije lo que tenía que decir; subido a los bancos de la facultad a modo de púlpitos

 

le canté las cuarenta al Estado,

al Jefe del Estado, y luego aguardando la sentencia, compartí el banquillo con un profesor, aficionado al ciclismo, que más tarde sería Ministro y que sólo el alzhéimer doblegó su voluntad.

 

Yo no fui ni tan testarudo ni tan valiente.

Sin condena ni cargos pasé seis meses paseando por el patio de la cárcel Modelo, un corto espacio entre muros como el patio del instituto donde estudié el bachillerato y una vez al día veía el sol.

 

Paseando charlaba de metapolítica

con el brillante profesor, amarillo de ictericia y pacifista del peso mosca, tan vegetariano que usaba zapatillas fabricadas en Pirelli Wamba y prefería la fruta caída.  

 

Yo le escuchaba para matar el tiempo,

pero no veía en la política futuro alguno. Trataba a toda costa ganar adeptos y en convencer al boxeador Salmerón para que se afiliara a las milicias comunistas.

 

Hasta aquel momento

nunca había oído hablar de los Testigos de Jehová. Me han dicho que eres objetor –le dije a un preso- No –me contestó-, soy Testigo.

 

Me enseñó a hacer la cama

como en los hospitales mientras colocaba toallas en una estantería. A veces se iba remolón a su celda separada y

 

llena de cosas prohibidas

a un preso común: una radio portátil, una cómoda, dos banderines alemanes atados a una cinta de palmón de Pascua.

 

Fofo, calvo, lobotomizado,

se abandonaba a una cama borreguil, en la que ningún pensamiento angustioso podía sacarle de su obsesión de una larga condena.

 

El profesor y yo tuvimos suerte

Nos soltaron justo a los seis meses, coincidiendo con el final del periodo del Estado de Excepción.

 

Sin cargos, sin indemnización

y sin explicación alguna nos echaron a la calle. Nunca supieron que en aquellos momentos ya estaba en mi poder la estrella de alférez; qué ideas políticas tenía o cual era mi grado de rechazo de todo aquello que mermase la libertad.

 

Como si nada hubiera pasado

me embarqué como cualquier otro oficial rumbo a las Islas donde agostaban miles de soldados y me esperaban muchas ociosas tardes.

 

                                                                                  Johann R. Bach
                                                                     www.homeo-psycho.de