22 feb 2018

Re:


¡Cuánto me duele decir que nunca tuve ese primer amor…, ni siquiera imaginariamente!


EL PRIMER AMOR


Pasan los años,
cada uno corresponde a una vuelta elíptica completa alrededor del sol. Viajamos hacia el Ápex al tiempo que envejecemos. No por obvio es menos inquietante.

Y quisiéramos no ver en el espejo
nuestro rostro maquillado de forma natural con tinturas secretas -alquimia pura-, con ocre, fucsia, lila, con un negro reconcentrado alrededor del gris azulado de los ojos.

Son años -los últimos-
en los que, encorvada, sin beber agua apenas, con los codos puestos en la mesa y la cara hundida entre las manos. La duda detrás de los dedos sobrevive resplandeciente con una extraña sonrisa, preparándome para el amanecer, para otro amanecer

¡Cuánto me hubiera gustado
poder escribir sobre un hipotético primer amor!

Escribir, por ejemplo,
que era un hombre alto, de complexión atlética, de unos cuarenta y cinco años, primo segundo de mi padre al que no llegué a conocer. De rostro absolutamente tosco, de rasgos a la vez duros y delicados, hermosa tez, ojos negrísimos, cabello castaño y algo crespo, maneras dulces y, en mi imaginativa opinión, elegantes, lejos de toda afectación que desprovistas de aquella rudeza de la rudeza propia de las gentes de aquel Mundo Rural.

Me gustaría poder explicar
que me crucé con él en el camino de la vieja ermita y no salí huyendo como solía hacer ante la presencia de cualquier vecino del pueblo. Sorprendentemente me dio los buenos días y me preguntó dónde iba tan temprano lo que cual me dio la oportunidad de detenerme y cruzar con él unas pocas palabras, unas escuetas frases frente a un ser humano: sin quitarle los ojos de encima, con un distante y curioso placer, más intenso, si cabe, que si estuviera contemplando la salida del sol al amanecer.

Me gustaría poder describir
aquella sensación que, durante la noche, siente una muchacha quinceañera del revoloteo de mariposas en el bajo vientre al haberse cruzado con él, un simple hombre maduro como una figura potencialmente protectora.

Durante una semana pasé por el mismo lugar,
temprano, a pesar del mal tiempo. Necesitaba volver a verlo. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que pudieran verse frustrados mis deseos. Me gustaría poder explicar que mi corazón conmovido e inquieto, y durante un segundo encuentro observé los gestos y las palabras de un hombre inmensamente complacido y me turbaron aún más.

Al estirarme en la noche sobre la paja
examiné lo que sentía: era, en definitiva, una vaga inquietud, un malestar, una melancolía, mezcladas con algo agradable, mucho afecto y deseo no sabía de qué, pues entre las cosas que me era posible obtener no se me ocurría ninguna que hubiera podido satisfacerme.

Me gustaría recrearme
en el recuerdo vivísimo de la noche y de los días anteriores a aquellos encuentros y quedarme despierta durante varias horas y cuando al fin me quedase dormida poder soñar febrilmente con aquella imagen de un hombre, único, irrepetible.

Sí, sí. ¡Cuánto me hubiera gustado
poder escribir sobre un hipotético primer amor!

¡Cuánto me duele decir
que nunca tuve ese primer amor…,
ni siquiera imaginariamente!

He tenido que esperar años y años
para llegar a la tercera juventud para vivir como toda mujer mi primer amor, un tiempo en el que me revuelve el estómago y me desespera escuchar conversaciones banales. En general, como no abro la boca, evito en la medida de lo posible que me dirijan la palabra, sobre todo cuando me asedian las miradas masculinas. El mundo ha tenido que cambiar muchísimo antes de sentirme deseada como nunca lo fui en mi juventud.

                                   Ermessenda