Ahí está. La misma casa
Ahí está.
La misma casa de ventanas azules.
¿La recuerdas?
Con su puerta de agosto
en la parte trasera, a la sombra
y su puerta principal de febrero
haciendo frente a las olas.
Ahí siguen blanqueadas
las paredes ensimismadas,
orladas con las lentas persianas
del atardecer
sobre las que resbalan los dardos
de un sol generoso y alegre.
La penumbra deambula por las habitaciones
invadidas por un raro silencio
y el olor de los pinos
que sobreviven frente al Casino.
¿Te has fijado cuando descendíamos
esa montaña llena de olivos y curvas?
Era como penetrar en la intemperie
después de haber estado años
en una nave espacial,
con mil vueltas en su haber,
descarrilando en el mismo rincón.
Duerme la tramontana
y ya no agita a estas horas los arbustos,
los granados aprovechan esa luz
inmensa y regalada para florecer.
Es la hora de la seda rasgada,
y, beber en la fuente sagrada.
No se ha borrado de tu memoria
el autobús vacío que iba a Rosas
sorteando tormentas azules de viento
enfurecido, seco y vengativo
ni aquel ventajista niño Melitón.
La luna debió elegir este rincón
para adormecer con música de plata,
lentamente, a sus lobos
y enredar en sus tenues hilos de luz líquida
a calamares y serranos.
Tus recuerdos se reúnen
en tu frente como bolitas de mercurio
y las tardes se acaban
como se rompe un dios de arcilla,
pero abre los ojos; verás
como en Cadaqués, en cada ventana
se suicida una estrella.
Elisa R. Bach