ECHANDO LOS DADOS EN EL GÉNESIS
Es difícil saber cómo empezó todo.
La ciencia aún no ha podido dar luz al oscuro e inmenso espacio como el Baúl de Google donde,
agazapados, los átomos de hidrógeno
esperaban el momento oportuno para escapar de aquel rincón del Universo donde habitaban apretujados como sardinas en su lata.
Hay quien sostiene –entre la comunidad científica-
que, para paliar el aburrimiento, un dios inventó el juego del dominó a partir del contraste entre el negro y el blanco mezclado con
el número siete
(número puro del Universo).
Otros dioses
-celosos del éxito de aquellas fichas blancas y negras-se lanzaron a una vertiginosa carrera por construir otros juegos que emularan aquellas palabras mágicas:
"me doblo"… "paso", "blanca pito"…
Esos otros dioses no tardaron en descubrir
las múltiples aplicaciones de "echar los dados". Así se extendió por todos los planetas a afición al parchís, al póker…
Otros dioses –los más aburridos-
que padecían flebitis de larga duración, resfriados de todos los tamaños, claudicación intermitente, lesiones en los meniscos,
poliartrosis reumáticas
-que les invalidaban para el amor- decidieron montar un bar en aquel coñazo de génesis donde tomar el té (más tarde inventarían el café) y jugar al mus o al bridge.
De esa manera todo se fue complicando.
Parece ser que todo eso
podría haber ocurrido después de la separación de la luz y las tinieblas. Pero lo que complicó infinitamente el Cosmos
se produjo al abrir el Gran Baúl:
Los átomos de hidrógeno se dispersaron por todo el Universo como si dentro llevaran el diablo.
Algunos de ellos decidieron quedarse
en rincones apacibles, aparejarse y formar una especie peculiar de matrimonio en forma de gas noble -el helio- y llevar una vida más estable.
No tardaron aquellos inteligentes dioses
en hacer asambleas multitudinarias que finalmente se convirtieron en un movimiento continuo.
Contrataron a un electricista en paro
llamado Berilio cuya función fue la de moderador de la velocidad salvaje de los neutrones
y para aumentar la conductividad
-térmica y/o eléctrica- utilizaron los servicios de un trabajador autónomo con gran experiencia en centrales nucleares
apodado Boro
–nombre derivado de Borax la voz a la que atendía su perro cazador. Al tal Boro se le veía a menudo en compañía de elementos de mala reputación
–eran demasiado blandos-
que iban en pandilla y se reunían en el botellón de fin de semana. Finalmente a esos amigos, lógicamente por su afinidad con El Boro se les bautizó con el nombre de boruros.
El Boro se mostró muy hábil
con sus sales sobre todo con la aplicación de sus calcetines (impregnados de polvos bóricos) usados como compresas en las reglas femeninas.
De ahí a la extracción del Carbón
de las oscuras profundidades sólo había un paso que no tardaron los dioses en darlo.
Con el carbón
se inició el movimiento de las máquinas a vapor: trenes, barcos, telares, etc. Y los vaporistas se forraron.
El génesis bien pudo ser así
(la comunidad científica a falta de otras pruebas, así lo cree).
Bonita alegoría la de los dioses
jugando al dominó y echando los dados.
Johann R. Bach