14 dic 2013
embelesado por toda la belleza que resbalaba sobre mis ojos no advertía qué había en el cielo constelado
Me enseñaron muy bien cuando tanta necesidad tenía... cosas que nunca creí posibles
YO ERA UNA NIÑA DELICADA
Cuando me enamoré de Gregory Peck
yo era aún una niña delicada y algo anémica.
Me gustaba ver el mar
desde la ventana de nuestra habitación. Mi hermana leía y leía y sólo de vez en cuando me miraba de reojo porque mi madre le ordenaba que me vigilara, pero yo no era una niña difícil.
Mi hermano y mis primos se subían, sin pedir permiso, a la primera barca que pillaban. Aprovechaban que los pescadores dormían en las mañanas de los domingos para para medir sus fuerzas con los remos.
A mí no me gustaban esos paseos
a pesar de que ellos insistían en que subiera a bordo de aquellas pesadas barcas porque me mareaba fácilmente.
Cuando nos trasladamos a Barcelona
yo era aún una niña delicada y algo anémica.
Me mareaba mirar
hacia la parte alta de los edificios y, sobre todo, viajando en tranvía.
Me tenía que tapar los oídos
para no oír el chirrido de las ruedas metálicas cuando aquellos monstruos de hierro tomaban la curva del Paseo Maragall para enfilar la Calle industria.
Recuerdo una mañana
en que a las ocho de la mañana ya estaba esperando en la parada frente a la Clínica Victoria, cuando tomé el número 45. También me hubieran ido bien el 47 que venía desde la Plaza Virrey Amat o el 37.
Me acomodé en la parte trasera
porque las puertas del remolque siempre iban abiertas y así me agobiaba menos durante el trayecto.
Empecé a marearme
al pasar por el Camp de l'Arpa y al llegar a la curva del Dos de Maig con Roselló frente a la fábrica de Cervezas Damm
el sudor frío
ya me había invadido todo el cuerpo la vista se me nubló y vomité troceado el huevo duro que había comido por toda cena la noche anterior.
Muy débil y muerta de vergüenza
por haber ensuciado los asientos de madera del tranvía me apeé y seguí a pie hasta el Instituto.
El aire fresco de la mañana
devolvió la agudeza a mis ojos.
Al mediodía llegué a casa tan débil
que me metí en la cama después de tomar una sopa caliente. Dormí toda la tarde y toda la noche de un tirón.
Cuando Marta Guillamon me llevó al cine
Yo era aún una niña delicada y algo anémica.
Me llevó a ver "Los Cañones de Navarone". No comprendí muy bien lo qué estaba pasando en la película, pero me gustaron los paisajes de los pequeños pueblos de Grecia,
sus puertos y las montañas nevadas
en las que aparecía Gregory Peck con sus tejanos índigo un color desconocido para mí.
Muchos otros sábados
fui al cine con Marta. Me fascinaron Catherine Deneuve, Sofía Loren, Jean Paul Belmondo, Gary Cooper, …
Me gusta pensar
en aquellos personajes del cine que me enseñaron infinidad de cosas con las que no había siquiera soñado.
Me enseñaron muy bien
cuando tanta necesidad tenía; me enseñaron infinidad de cosas que nunca creí posibles.
No he olvidado a aquellos amigos
en lo más hondo de la sangre que cuando no había oportunidad ninguna me la dieron; y como muchas de mis amigas
me enamoré de Gregory Peck cuando
aún era una niña delicada y algo anémica.
Johann R. Bach
13 dic 2013
Estoy intentando llegar a un acuerdo con mi dolor
SE NECESITAN ÁNGELES EXPERTOS EN QUIMIOTERAPIA
¿Cuántos ángeles más caídos del cielo?
¿Cuántos días y cuántas vueltas más alrededor del sol hemos de dar antes de encontrar la calma?
El dolor entra por la ventana
de esta habitación, lo noto en los pies, lo oigo traquetear en el ventilador pagado con fondos públicos; es decir, ruidoso y de mala calidad.
Me vienen recuerdos antiguos
y preocupaciones actuales, me levanto y camino lentamente, con pasos cortos como los necesitados de hierro en sangre: sólo así mejoro.
No puedo dejar de andar
de un sitio a otro de esta pequeña estancia pintada de un blanco sucio, exento de cuadros en la pared, con dos únicos libros de poesía en la mesita de noche verdadero oxígeno nocturno.
No hace mucho aún era una mujer satisfecha
de estar sola. Ahora me han abierto de golpe, todo tiene aristas. Me tienen en su poder: desvariada y atrapada; me han sacado de quicio.
Se están empleando a fondo conmigo.
El ataque con sesiones de radioterapia es furioso e incesante y mudo. Mis venas se han convertido en ríos contaminados con cobalto y platino que
han pervertido mi olfato.
Todo huele a queso de color calabaza.
No miro la televisión
porque todas las caras que aparecen en la pantalla tienen los labios deformados, con una mueca horrible, enseñando los dientes a modo de sonrisa como en los anuncios de dentífricos.
Convivo días y noches
con criaturas cuya existencia nada tiene que ver con la mía. Me miran cuando camino como diciéndome que mi rebeldía es inútil y aunque no puedo respirar normalmente, no comparto su desesperanza.
Mi corazón late lentamente
porque sabe que la carrera será larga y ahorra el sodio todo lo que puede y no comparte esa desesperanza de los cardíacos.
Mis pulmones son los que sufren
Le he puesto ya un nombre cariñoso
para ayudarle a lavar su mala conciencia: Diablillo Díez Juguetón. Le digo ¿Te importaría ir a dar una vuelta mientras leo algunos poemas?
Si no tienes preferencia
por un parque o camino concreto donde pasear te recomiendo Sr. Diablillo Díez Juguetón sentarte a la orilla del mar y esperes a que suba la marea.
Johann R. Bach
El silencio de la noche en la cumbre de las altas montañas nos acalla
DESPERTAR ESPERANDO OTRO DILUVIO
¿Cómo deducir la historia de tu destino?
¿Lo que queda al fondo de años bañados en especias y salazón entre los restos de un pueblo abandonado por los dioses?
¿Cómo adivinar la eternidad restante encerrada
en un corazón arrancado en vida del pecho y arrojado a los impacientes dientes de los delfines, mellados por los domadores?
Estaba pensando en esas extrañas preguntas
cuando me desperté. No tenía la menor intención de moverme. Oía voces entrecortadas e incomprensibles de gentes cercanas. Era puro ruido.
Por las rendijas
de aquella oscura estancia entró una nube de polvo que se colaba por las coanas de mi nariz dándome la sensación de que de un momento a otro iba a estornudar.
Se oían pasos;
uno tras otro de gente que hablaba hasta por los codos. En algún momento tuve la impresión de que se había formado un grupo numeroso de personas debido a lo denso de sus sílabas.
Me las imaginaba mirándome
y me entraron unas ganas locas de escuchar sus comentarios, el gran placer de oír lo que piensan de una cuando están seguras de que no las estás oyendo.
Al mismo tiempo pensé
que cualquier crítica no valía más que un vulgar chiste. Mi propia muerte podría ser un acontecimiento insignificante y al mismo tiempo merecedor de grandes elogios.
Ya se sabe… cuando uno muere…
una mosca puede interrumpir con su vuelo el viaje tomada ya de la mano de Hermes.
¡Ah! Mi amor si tú supieras…
Aquellas voces no me eran familiares –no las reconocía-, de lo contrario, a algunos les habría apenado mucho mi palidez y a otros, alegrado; a algunos le habría dado tema de conversación para la sobremesa y de este modo habrían malgastado sus esfuerzos inútilmente;
Y todo eso me haría sentir mal.
Desde esta oscuridad no veo a nadie.
Tampoco ahora puedo influir sobre nadie. Pues bien, me consuela pensar que a fin de cuentas no he hecho mal a nadie.
Sin embargo, algo que era
casi con toda probabilidad una hormiga se puso a subir por mi espalda y me hacía cosquillas.
Yo permanecía inmóvil.
Era inútil querer sacármela de encima. Otra hormiga subía por mis muslos. ¿Qué intenciones llevaban? ¡Malditos insectos!
Las cosas empeoraron.
Oí un zumbido y una mosca se detuvo sobre mis mejillas, dio unos pasos y luego salió volando para aterrizar en la punta de mi nariz. Pensé que nada encontraría en mí que pudiera alimentar sus cotilleos…
Realmente no podía articular
palabra alguna. La mosca dio un salto abandonando mi nariz para ponerse sobre mis labios y con su fría lengua empezó a chupármelos. No supe si lo hacía porque quería mostrarme su amor o por otra razón.
De repente se levantó un viento
que me liberó de aquella tortura y hasta me pareció que cuando se iba mascullaba: ¡Qué lástima! ¡No se encuentran fácilmente unos labios bonitos.
Alguien levantó el sudario
que me impedía ver y los rayos ardientes y luminosos del sol cayeron sobre mi rostro y empecé a oír nítidamente sus voces. Me hablaban directamente:
¿Por qué quieres morir aquí?...
Aquella voz me sonó muy cerca. Pensé sobre si existe el derecho a morir aunque no tengamos necesariamente derecho a vivir.
Hemos sido y no hemos sido
abandonados a nuestra suerte, en la suma de nuestra sed de misterio del próximo diluvio.
No por esperado
es menos sorprendente nuestro final. Las estrellas nos ciegan y lo percibes cada vez con más claridad: cuanto más luminosa quieres ser desde mayores tinieblas más necesario es prestar oído al eco.
Las estrellas nos ciegan,
12 dic 2013
La noche era para ella puro azur y las estrellas cadmio amarillo fuego intenso
LA NOCHE ERA PURO AZUR
Marta Guillamon siempre pensó
que el mar no era un pozo de agua oscura y negó, en todas las oportunidades que se le presentaron, que los astros fueran simple barro, barro brillante.
La noche, para ella, era puro azur
y las estrellas cadmio amarillo fuego intenso cuyos rayos atraviesan el universo llenando los ojos de todas las criaturas que tienen en común la fuerza que les conduce a la perpetuación de la especie.
A pesar de versos adversos el mar era
su fuente de vida, el amor, el sueño de los niños, las glándulas, la locura.
El día crecía hacia ella como un fuego
lanzado por Febus el dios más cercano a la tierra e inevitablemente, crecía levantándose como una flor de carne celeste.
Marta solía decir
que en cualquier estrella había más gotas de luz que granos de arroz en el mundo y que sus brillantes puntos no eran más que las glándulas endocrinas del universo.
La vida para ella no era vana ni triste
y si el viento frío podría estar apagando algunos astros que mueren de cansancio en incómodos rincones de la bóveda celeste, la vaga aristocracia que desmaya las cosas bajo unos dedos largos continuará llenando la noche de puro azur.
Marta siempre tenía a punto
el ejemplo de ese resabio amargo que los más dulces besos dejan en la boca, el brillo denso que hace cristales de las rocas cuando te dicen lo obvio al oído,
la tensión del cuerpo su perfume secreto.
Negro licor. No. Barro.
Sí, la sustancia de partida fue el barro
y fue misión de la alquimia de los dioses el transformarlo en cosas blandas como el mar, los árboles y sus frutos,…
Johann R. Bach
descendiendo hacia unos brazos que crean un diminuto mundo
LA HERENCIA DEL ÁNGEL CAÍDO
He aquí que por fin llega al verbo
un hombre alucinado por la belleza de una noche que se llena de luz plateada cada veintiocho días en mitad de un tristísimo minuto y fatigado del lento rodar del día miserable.
Camina y camina como un ángel
que perdió sus alas en el último incendio, se detiene como la vida al borde de la arena, como las hierbecillas sueltas que flotan en un agua no limpia,
donde a merced de la tierra
briznas que no suspiran, por escasez de oxígeno, se abandonan a ese minuto en que el amor fluye.
El pelo crespo por el viento ondea.
Ante él se ven extensas playas, nubes felices, un viento así dorado invitando a enlazar cuerpos sobre la arena pura.
En ese paisaje un hombre ve, presencia.
Es un hombre que vive, duerme. Es una forma que respira al mismo ritmo que la mar sacude y en su pecho algo late con fuerza como las olas al batir las playas.
No, no confunde ya el mar
–del que surgió-, el mar inerte en apariencia con su corazón agitado.
A partir de aquellas noches de luna
ya no mezcla nunca sangre con espumas tan libres. El color blanco es ala, es agua, es nube, es vela; pero no es nunca rostro. Un color delicado por su cuerpo corre.
Por eso, tirado ahí, en la playa;
tirado allá después en el duro camino; tirado más allá, en las duras rocas al pie de las enormes montañas, un hombre ignora el verde piadoso de los mares, su vaivén melodioso y vacío
y desconoce el canon eterno de su espuma.
Tirado sobre la tierra yace
como la pura hierba. Un viento huracanado -que más tarde bautizará con el nombre de Tramontana-, como un dios, lo peina como a los grandes pinos.
El amor, como un número,
tan pronto es agua que sale de una boca tirada, como es el secreto de lo verde en el oído que lo oprime, como es la cuneta pasiva que todo lo contiene, hasta el odio que afloja para convertirse en el sueño.
Por eso cuando en mitad del camino,
un solitario ángel caído que fue dorado siente próximo -y lejano al mismo tiempo- el cielo como una inmensa bóveda y, sin embargo, con sus débiles piernas nunca pétalos
arrastra la memoria opaca con amor,
con amor al sollozo sobre lo que fue y ya no es. Arriba entre las flores altas cuyos estambres casi cosquillean el limpio azul vaga un aroma a anteayer, a flores derribadas,
a ese polen pisado
que tiñe de amarillo constante la planta pasajera, la caricia involuntaria ese pie que fue rosa, que fue espina, que fue corola o dulce contacto de las flores.
Ese hombre cabizbajo,
de más negro semblante como el silencio de la noche que transcurre después de alguna muerte, pasa borrando apenas las huellas de los autos, de los hierros violentos
que fueron dientes siempre,
que fueron boca para morder el polvo.
El dulce hombre
bajo el duro caparazón de sus hombros –apéndice de lo que fueron alas- ha renunciado a ser confundido con una mariposa, aunque su sangre sigue gimiendo encerrada en un pecho distinto de la forma del olvido, descendiendo hacia
unos brazos
Amarla fue tan fácil como respirar
LA NOCHE ERA SU BOCA
La Medusa
Escribes, amas, lees,
traduces algunas palabras extranjeras, de vez en cuando, te brota algún neologismo que te sorprende.
Escribes, escribes,
lees mientras esperas. No puedes exigir más a la vida. Entraste en el juego de la vida y te toca sonreír aunque se te haga difícil amar.
Te aceptó como huésped,
comiste en su mesa, reíste como nunca en su compañía. Te cedió hasta la cama a cambio de versos y besos.
La noche no era el sueño,
era su boca, era su hermoso cuerpo despojado de sus gestos inútiles, era su cara encendida mirándome en la sombra.
La noche era su boca,
aflojándose con el espasmo al saborear la miel y sus ojos serios cayéndose en los míos y era su amor en mí invadiendo tan lenta, tan misteriosamente.
Realmente se conformó
con que estuvieras en el mundo, con que supieras que ella estaba en mundo y que fueras testigo, juez y dios. Si no para qué todo.
Amarla fue tan fácil como respirar.
Duró todo nueve meses: suficiente. Fue un período irrepetible.
Johann R. Bach