30 may 2014

Y así una vez más girará nuestro planeta hasta cesar en su angustia en la férrea angustia de la fijación,

EL CICLO DE LAS SIETE VIDAS

 

Exhausta de tanto girar,

la tierra, mortificada por tan frenético desasosiego, ansiando perfilar el dolor circunferente –la vertiginosa llanta a toda velocidad-

 

hacia el centro inanimado del tiempo

y allí reposar, nuestro planeta debe ir de agonía en agonía contrayéndose, hasta volver al núcleo del níquel líquido.

 

Y por fín

nuestro planeta puede encontrar reposo, quedar en calma, agazapado en el diamantino núcleo de nuestra Galaxia:

 

cumpliendo su voluntad en lo inmutable.

 

Pero la consumación

de nuestras siete vidas avanza en una marea de lento olvido, hasta que la llama asustada despierte del sueño de su calmo resplandor y

 

se incendie de nublada pasión y dolor,

 

no sea que, al olvidarlo todo

en la calma, fenezca.

 

Pues mientras arde la vida

y se angustia se aviva, engendrando una vez más el ciclo que añora –aquejada de su velocidad- la espantosa quietud

 

del núcleo de carbón helado

y de la cadena de fuertes enlaces iónicos de metales preciosos.

 

Y así una vez más girará nuestro planeta

hasta cesar en su angustia en la férrea angustia de la fijación, hasta que otra vez la llama de la vida se expanda a lo infinito,

 

sumiéndose en el sueño luminoso

de tan vasta e inconsciente paz.

 

Siete, siete vidas hemos de pasar.

                                                                     Johann R. Bach

29 may 2014

La dulzura de la seda del párpado, es la misma que la seda de la ingle o la de la seda roja del cielo de la boca,

                                     LA PIEL DE LAS PUPILAS

 

Mis viajes de dama solitaria

descendiendo por la estratosfera como por una escalera de caracol se suman al antiguo color de las pupilas. Después de vivir en el Hospital ¿es que acaso volví a mirar igual?

 

¿No se fijó un color

como un extraño cúmulo de algas en mis viejas pupilas?

 

Lo mismo que en los pliegues

mínimos de mi piel se fosilizan besos y desdenes, así mis ojos filtran esa franja turquesa del mar que acuña islas en medio del Lago de los Sueños, medusas de amatista al amanecer, blancura de navíos varados.

 

Mi piel es vertedero de memoria

lo mismo que el poema. Pero quizá mis ojos extrañamente abiertos y brillantes, después de tanto tiempo sin sol, de repente dibujen empapados de luz un boscoso archipiélago perdido en el Egeo.

 

La dulzura de la seda del párpado,

es la misma que la seda de la ingle o la de la seda roja del cielo de la boca, o la seda blanca, escondida, de la nuca.

 

Asaltan mi memoria los recuerdos

del deseo de besos en mis numerosos y pequeños lunares de la espalda, en la crisálida de seda del ombligo mientras la seda digital se enreda en el ovillo del pubis.

 

La piel como sedante

atempera mi memoria. Extendida al sol se renueva.

 

                                                       Johann R. Bach

Las golondrinas, barro en pico, vuelan de aquí para allí.

PR-G 142 Ruta das Férvedas (A Coruña)

 

Solamente tú, compañera,

puedes despertarme de mi torpeza, desencadenar la poesía, arrojarme contra los límites, desde el Rio Outón (Carballo) a Malpica.

 

Cielo y tierra privilegiados,

cosas que nos estremecen.

 

El rocío cristalino musita

y hiere el bosque de castaños. Sombría y desolada la Fervenza de San Paio o Entrecruces y sus montículos.

 

Furiosas aguas del rio Outón

en su salto, como caídas del cielo. Nubes en tropel provenientes de Malpica sumen en tinieblas la tierra de artistas como D. Juan de Outón el orfebre del altar mayor de la Catedral de Santiago de Compostela.

 

La Barca solitaria

que abandoné fondeada en la playa amarra mi corazón nostálgico en otoño.

 

Aunque el sol de primavera

acaricia los hermosos ríos y montañas. La brisa marítima lleva a todas partes la fragancia de eucaliptos y hierbas.

 

Las golondrinas, barro en pico,

vuelan de aquí para allí. Las gaviotas reposan en los acantilados. Todo es como un milagro:

 

"Los metales cobraron vida"

y dieron poesía al cielo y a la tierra privilegiados de Galicia y a su Costa de A Morte,

 

cosas que nos estremecen.

 

                                                                 Johann R. Bach

A medio camino de aquel paraíso de inmaculada porcelana sobrevivimos Clara y yo

MALTRATADA

 

Para mí, no son las lavadoras,

ni los televisores ni la cerveza –como en el caso de los berlineses- el fin paradisíaco de la búsqueda de los barceloneses, sino la LIBERTAD con mayúsculas, el derecho a leer y escribir sus lenguas y el derecho a decidir su propio destino;

 

la inmaculada candidez de filosofar

sobre el infinito y sobre las remotas cumbres del verano pirenaico y de la Vía Láctea. Aspiran a dominar ese Pequeño Paraíso denominado Catalunya con sus meteoros, cometas, nubarrones de cabello y estrellas que a los hombres influencian con su mirada.

 

Así que cuando volví a Barcelona

noté el aroma del aire limpio del puerto, la música de las plazas y como un cierto alivio en mi pecho vi que Les Rambles continuaban con su colorido.

 

Entre los estudios y viajes

pasaron los años hasta plantarme en los veintiséis. Me fui a vivir con el primer hombre que me lo pidió. Se llamaba Edelmiro. Originario de León era un auténtico saco de músculos, entre sus brazos me sentía como una delicada muñeca.

 

Me trasladé a vivir a su casa de Badalona.

Casi un castillo modernista, no era precisamente un lugar acogedor donde poder escuchar música o leer.

 

Aquella experiencia fue un fracaso.

Al principio creí que podría llevarme bien con sus dos hijos, Luis de doce años y Francisco de diez. No sólo no le caí bien a Luis sino que éste se dedicó a predisponer en contra mía a su hermano menor.

 

Yo intenté esquivarlos

todo lo que pude  durante un tiempo, pero una tarde en la que me dispuse a leer en el jardín llegaron a incordiarme hasta el punto de insultarme. Sin poder contenerme le solté un bofetón al mayor.

 

Cuando llegó Edelmiro sus hijos

le explicaron llorando lo que había pasado. Él con una expresión desencajada en su cara se acercó a mí y con un brutal manotazo en mi rostro me derribó sobre una alfombra.

 

Con la ardiente rabia marcada en mi mejilla

temí que fuera a continuar golpeándome, pero no fue así. Realmente el matrimonio nunca se llegó a consumar pues en todo el tiempo que estuvimos acostándonos juntos no pudo penetrarme ni una sola vez: su pene se arrugaba automáticamente en cuanto se acercaba a mi pubis.

 

Aquella impotencia por sí sola

no hubiera podido dar al traste nuestra relación pues yo ya me había hecho a la idea de que mi mundo era el que no encajaba bien con la vida sexual de este planeta.

 

Una noche me desperté

al oír una música suave proveniente de la sala. Una de las luces iluminaba toda la estancia, avancé por el pasillo descalza, suavemente sin hacer ruido. Un sudor frío subió hasta mi frente y la saliva de pronto adquirió un gusto amargo cuando vi a Edelmiro, desnudo, masturbarse frente al espejo de la cómoda.

 

Desde aquel día él prefirió dormir

en una cama aparte hasta que en una mañana triste de lluvia no pude superar mi tristeza y lo abandoné sin dar ninguna clase de explicación. Llamé a Clara y se lo expliqué todo y con todo detalle. Asombrada me preguntó:

 

¿Pero no gozaste con él ni una sola vez?

 

¿Gozo? –dije casi gritando- el "amor de Edelmiro" no me ha traído más que dolor y un mundo de vergonzosos pensamientos. Mienten –creo- los poetas cuando dicen que el amor es dulce; no es sino un truco para, por sorpresa, pillar a pobres muchachas.

 

¿Qué son sus alardeados placeres?

¿Acaso no puedo ser yo también una princesa del más regio heredero que el mundo haya visto? En consecuencia, yo debería, ya a estas alturas de la película, si cualquier mujer pudiera, tan exquisito placer -como el que sentí en mis sueños- conocer del todo.

 

En estos pocos meses

de convivencia con él he soportado más amargura que en toda mi dilatada vida anterior de niña. Ya ves Clara: "no soy más que un mar de lágrimas vivas resbalando por mis caídas pestañas".

 

¡Ay, mis años de infancia!

Años que fueron completamente míos, felizmente aprovechados en demasía como tú ya sabes y qué felices fueron a pesar de todo –y nunca supe del todo sin embargo ¡cuánta felicidad hasta casi ayer!

 

Clara se me acercó mientras lloraba,

mi nombre susurrando, con un cariñoso centenar de dulces palabras para aliviar mi oprimido corazón. Por fin, con sus caricias en mi hombro, se despabiló con fiero orgullo en mi rostro sintiendo cómo mis párpados se levantaban cuando de repente le dije casi gritando: "Soy una reina aunque lo había olvidado por un momento; y tú Clara, amiga mía, tampoco lo recordabas.

 

¡Desnúdame!

Nos bañaremos juntas como tantas otras veces en nuestra infancia. Tan divertida Clara al ver mi reacción me hizo una reverencia y estremecida de placer apenas se atrevía a acercarse a mí. Abrió la ventana del cuarto de baño mientras el agua caliente soltaba sus nubes como buscando la luna llena.

 

Me desabrochó los botones

de mis hombros y al caer al suelo el vestido quedó al descubierto la vasta faja de seda bajo mis pechos casi desatada. A sus pies también cayó el resto de prendas y avanzó entre aquellos azafranes pliegues de pañería, deslumbrante desnudez hacia el cálido mar.

 

A medio camino de aquel paraíso

de inmaculada porcelana sobrevivimos Clara y yo entre oleadas de risas como ángeles que esperan que pase la eternidad.

 

                                                       Johann R. Bach

 

28 may 2014

Plata y negro en el tatuaje del delicado tronco,

EL SUEÑO DEL JOVEN MANZANO

 

Los altos y enhiestos chopos

junto a la vieja carretera se yerguen; el viento y el sol los acaricia, moteando de colores la intensa hierba verde con luces y sombras;

 

y algo apartado,

un delgado árbol joven –un alegre manzano- en el viento se mece y parece casi consciente de su flexible elegancia,

 

agita sus hojas de gemelos matices

y brilla con risas plateadas, llenando el lugar donde se levanta de un inesperado destello de belleza y gracia humanas; hasta que

 

desde su árbol la ninfa avanza,

mujer ahora hecha, contoneándose para encontrarse con él –joven vástago- ; es ella.

 

Uvas y queso, uvas y queso:

olivos tan firmes, lustrosos y verdes como los pechos de la hija de un dios de los rios,

 

nadando entre cristalinas aguas.

 

Plata y negro

en el tatuaje del delicado tronco, y junto a la raíz bañada por la corriente del rio el satinado pez está de luto.

 

De pronto, el viento cesa,

las nubes se tornan como tinta, y el cielo se encapota en silencio.

 

¡Qué hermoso el grito de la ninfa

que le da al joven manzano su silencio!

 

                                                             Johann R. Bach

27 may 2014

Para mí no ha concluido el concierto de los pájaros;

Ana la escritora espera la lluvia

 

Hierbecillas de tomillo

en la brisa del Montsec.

 

Noche en la alta montaña

como una ermitaña sola.

 

Sobre el extenso prado

cuelgan unas estrellas.

 

Detrás de las amapolas

surge la luna entre pequeñas nubes.

 

¿Me viene, acaso, la fama sólo de mis versos?

Vieja aunque no enferma, ¡que la escritora desaparezca! Hoja errante por los aires, ¿a qué me asemejo?

 

Una alondra entre el cielo y la tierra.

 

Me tocó vivir alguna mala época

y la esquivé retirándome del mundo como los ermitaños.

 

Hace mucho

que se me nublaron los ojos, y el mes pasado mis oídos quedaron sordos por un resfriado común.

 

El oriol llora con su canto

la incipiente primavera, pero mis pupilas chorrean lágrimas continuamente.

 

Para mí

no ha concluido el concierto de los pájaros; aún no arrastro el culo ni orino por rebosamiento como aquellos que entristecen el paisaje.

 

Las amarillas hojas

que cubrían el paisaje han desaparecido bajo una manta en la que hongos y caracoles

 

esperan la lluvia, otra vez, como yo.

 

                                                               Johann R. Bach

Y Ella, como una diosa del amor, en medio del mundo rodante,

LUCIA VA AL CINE

 

Siempre hay un día

en el que hay que dar una tregua al verano, a la belleza y al dolor de estar demasiado conscientemente

 

viva entre las cosas que pasan

y las cosas que se quedan (¡Ay, idéntica tristeza en la fatiga!)

 

el dolor de ser joven.

 

Tregua, tregua… -dice para sí Lucia-

huyendo una vez más por no poder hacer frente al mundo que se te viene encima: toda mi vida, parece ser un vuelo.

 

Huye y encuentra refugio

en una sala de cine.

 

Enormes rostros aparecen y explotan,

como burbujas en un viento negro, las palabras ya no entran en los oídos, cierra los ojos sobre aquellas caras

 

y en un momento se duerme;

duerme, mientras las imágenes pasan y regresan, vuelven a pasar y regresan.

 

Y Ella, como una diosa del amor,

en medio del mundo rodante, con las piernas abiertas trasnocha; y cuando se despierta son las nueve.

 

¿Germán? Dulce es la venganza;

habrá tenido a su querido Germán esperando.

 

                                                                     Johann R. Bach

 

26 may 2014

Así serían los ángeles caídos: epidemia general que no arruina la diversión de nadie.

SIN PRISA PERO SIN PAUSA

 

¿Qué hace mal tiempo?

 

Bueno, dejemos que pase todo.

Pues uno el destino debe superar, llevar ropas más en boga que la moda, correr más rápido que el tiempo,

 

no sólo pararse y esperar;

 

hacer en un instante

lo que no puede deshacerse durante siete eternidades.

 

¿Predestinado?

 

Así serían los ángeles caídos:

epidemia general que no arruina la diversión de nadie.

 

¡Acción, acción!

Levantarse rápido a colocarse cada cual en su sitio, a hacer las cosas más irremediables; engendrar, en una breve consumación del deseo,

 

Remordimiento,

reacción, desdicha, pesar.

 

¡Acción, acción!

Este no es el momento para estarse quieto.

 

¡Silencio! ¡Se rueda!

 

                                                           Johann R. Bach

sólo para mirar y mirar hasta que se entere, cada cabello y cada poro y su músculo horripilador:

Lluvia torrencial

 

La lluvia a través de la ventana,

sólo para mirar y mirar hasta que se entere, cada cabello y cada poro y su músculo horripilador:

 

¿Qué necesidad de nada más?

 

Pienso al ver la cabellera de las nubes,

un callejón sin salida; acción que en el mejor de los casos es una tromba de agua que

 

regresa a descansar

tan pronto como se arrepiente al ver los estragos producidos por los arroyos y abandona sus actos violentos.

 

                                                            Johann R. Bach

¿que se rompió en tus ojos para verlo todo más pequeño? ¿Cómo es que andando juntos nos perdimos?

EL SUEÑO DE PLATINA

 

Eres mucho más

que un sueño en otro sueño; como un día y un sonido deseas tener bordes; y se te escapa, por las manos, como una solución extraña en una raíz cuadrada,

 

para encontrar la inmensa libertad,

y ellas se lo permiten, con tristeza. En ese sueño de segundo grado, suena la luz, de tu árbol en la copa, haciéndote las cosas polícromas y vanas;

 

sólo te encontrarán cuando se extinga el día.

 

La tarde, la ternura del espacio,

apoya sus mil manos en mil cimas y lo extraño, bajo ellas es piadoso. Junto a ti quieres retener el mundo así, con estos gestos tan suaves como tocando las estrellas de la noche.

 

Pero, de momento, este sol

que te ilumina el corazón con rayos de platino mientras te forjas con la idea de un hombre más alto, más sabio y más rico;

 

este sol de la tarde

que obliga, entre los altos cerros, a refugiarse al hombre generoso que nunca quiso ser un tigre enjaulado en el corazón de una Amantis religiosa

 

hace soñar a Platina

con un hombre de mundo, alguien parecido a un Apolo; y que humillando a todos los candidatos hace imposible alcanzar su amor.

 

Todo lo que brilla

le llama su atención: Iridio, platino y rodio mezclado con oro.

 

Con el tiempo envejece

de la misma forma que los metales, el aluminio aflora en su epigastrio;

el estaño y el cinc en el insomnio de una menopausia vivida como maldición;

 

requiere el cálido y acogedor senecio

o el azul cobalto de cielos y playas de Sóller así como las perlas cultivadas de Manacor.

 

Confiesa cuál es tu herida.

¿que se rompió en tus ojos para verlo todo más pequeño? ¿Cómo es que andando juntos nos perdimos?

 

¿Acaso buscas en los altos trigales tu refugio?


                                                          Johann R. Bach

Para mí no eran sino mazmorras con grandes ventanales embellecidos con vitrales de vivos colores resplandecientes de llamativo misterio;

RODEADA POR UNA MULTITUD

 

Cometí el error de visitar

Nôtre Dame de París en un domingo a las doce del mediodía. Fue a comienzos de la primavera cuando aún es posible que unos cuantos copos de nieve caigan sobre el Sena.

 

De pronto

me sentí rodeada por una multitud. Sin saber por qué, llorar casi hubiera podido al ver aquellas miradas de rostros apresurándose, como en un supermercado…

 

y cada uno de aquellos arbotantes

que aguantaban la estructura de la catedral, enraizados en el pasado sobre oscuros y desconocidos cimientos, sujetos con cabellos cuyo secreto nadie conocía, se reiría de nosotros de saber cuán fuerte es nuestra indiferencia.

 

 Para mí no eran sino mazmorras

con grandes ventanales embellecidos con vitrales de vivos colores resplandecientes de llamativo misterio; y, con la caída del sol ¡buenas noches!

 

Al apagarse su lámpara,

aquellos desconocidos personajes habrían pasado, se habrían ido para siempre… por siempre.

 

Yo misma podría haber sido

una de aquellas heroínas o una santa tanto tiempo añorada y alguno de aquellos ciegos servidores de un rostro más bello que los ojos de Lucifer un desvanecido de amor ante mi presencia.

 

Luego, con las notas de Tocata y Fuga

en Re menor de Johann Sebastian Bach, me vino una brusca y espantosa visión de un mundo entero desplegado ante mí –una vasta esfera de alborotados átomos moviéndose hacia una ley:

 

"Ser individual.

Aproximarse, acercarse, sí, incluso rozarse: más nunca unirse, nunca ser nadie más que yo misma eternamente"

 

Y hay tangentes,

tangentes de pensamiento que se lanzan por los espacios que hay entre las estampadas estrellas hacia un innombrable sueño fantástico que

 

al igual que la luna

que brilla por los barrotes de la prisión,

visita la mente con la locura.

 

Así veo yo cómo vuelan,

esas tangentes que vertiginosamente se elevan, hasta que la primera llamarada desfallece, apagándose, vacilante a medio camino hacia el cielo, y se desintegra

 

-pobre fuente remota

que rivaliza con toda la fuerza de la densa tierra dentro de cuya matriz un núcleo de níquel líquido, enigmáticamente naciera.

 

¡Ay!, ¡cuán alejada andaba yo

del frío sudor de los peregrinos, a empujones entre tantos bultos de carne humana!

 

Tan cansada estaba

al salir de la catedral que no pude evitar la invitación de las puertas de la cafetería aunque dentro de ellas empotrada,

 

aún pervive la noche

de tantos y tantos inocentes en tenebrosa serenidad, calmando la chamuscada panorámica.

 

Empezó a nevar.

¡Ah!, despertar, ¡a vivir de nuevo!

 

Huí de mí misma

y de aquel angustioso lugar. Puede que Nôtre Dame de París no se muestre acogedora a todas horas.

 

                                                                           Johann R. Bach

Teníais que haberlo visto: sus ojos brillaban como los de un catedrático

EL MENDIGO QUE JUGABA AL AJEDREZ

 

Debía habitar

en alguna buhardilla de la Place du Nord pues lo veía a menudo cruzar la Place de la Catedral en dirección al Foyer de Sant Laurent donde podía tomar el café con leche más barato de Lausana.

 

Siempre con el mismo traje oscuro

-un auténtico Dressermann- y aunque deslucido ya por los años entonaba bien con su barba negra sin canas, crecida, descuidada.

 

Destacaba en su rostro

una recta nariz blanca que compensaba el retraimiento de unos brillantes ojos oscuros como la noche en unas cuencas enormes como si se quisieran refugiar bajo un balcón cejijunto moteado con minúsculos copos de caspa.

 

Llevaba siempre en su zurrón

un par de libros prestados de la biblioteca social, que le permitían distraerse mientras esperaba a que alguno de aquellos viejos retirados quisiera jugar con él una partida de ajedrez.

 

Cada día le traían algún trozo de pan,

algunas porciones de queso envueltos en papel de diario y algún que otro trozo de salchichón robado en la cocina del albergue de ancianos donde vivían.

 

Húngaro de nacionalidad,

había obtenido,  milagrosamente, de las autoridades suizas un permiso de residencia que desde hacía años los servicios sociales del Cantón de Vaud se encargaban de que le fuera renovado puntualmente cada año.

 

Por las tardes, en el Foyer

me sentaba en una mesa contigua para oír sus charlas. Aquellas, con las que entretenía a sus ancianos amigos, fueron mis mejores prácticas de francés.

 

Aquel refugio

anclado en el minúsculo rincón de la Place de Sant Laurent fue un lugar en el que nunca hubiera imaginado hacer el mejor curso de literatura francesa de mi vida.

 

Teníais que haberlo visto:

sus ojos brillaban como los de un catedrático hablando en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona.

 

Nunca le oí quejarse de su soledad.

 

                                                              Johann R. Bach

 

25 may 2014

El árbol, por su grosor debía tener unos doscientos años. Su vida perteneció a una escala -en el espacio y en el tiempo- diferente de la del trigo que no tarda en germinar.

TRONCO EN LA PLAYA

 

A veces el sol de mediodía;

a veces puñados de lluvia fina y la playa cubierta de pedazos de madera de antiguas costillas de barcas que murieron patas arriba como los escarabajos, te devuelven el sentido de la mirada.

 

Los negocios, las cosas se adelgazan,

pierden fuelle y las fogatas de inquietos madrugadores que no saben cómo empezar el día se vuelven insignificantes como las columnas de humo mismas.

 

En la arena aún son visibles

huellas de pares de pies de cuerpos jóvenes, que han pasado lentamente por la playa, enamorados; vibrantes sus pechos, rosadas conchas, pisadas que corren sobre el agua sin temor y abrazos abiertos para el apareamiento del deseo.

 

Y la noche y tú aún sobre las aguas,

por encima de esos pasos, escucháis el crujido entre los guijarros sin ver rostros. Pero sus voces, pesadas como el paso de los bueyes permanece allí,

entre las venas del cielo y el embate del mar contra las rocas, una y otra vez.

 

Piensas que la tierra no tiene asideros

para que puedan llevarla a hombros, ni pueden las pocas figuras que se mueven por la playa al amanecer, por sedientas que estén, endulzar el mar con la mitad de una pizca de agua.

 

Pero de vez en cuando una cabellera

medio rizada, de una figura que se mueve con soltura, va al encuentro de un gran tronco que la marea ha depositado en la arena de forma que impide a una barca hacerse a la mar.

 

A cada golpe de ola

el cadáver de árbol cede al empuje del pescador unos centímetros, hasta dejar libre un corredor por el que se arrastrará la barca hasta el oscuro mar.

 

Ese bello cuerpo,

hecho de un barro que él mismo no conoce tiene alma como los demás vecinos del pueblo. Sí, sí. el árbol caído también tuvo alma, pero finalmente ésta abandonó aquellas fibras leñosas, endurecidas tan fuertemente que impedían la propia respiración.

 

El árbol, por su grosor

debía tener unos doscientos años. Su vida perteneció a una escala -en el espacio y en el tiempo- diferente de la del trigo que no tarda en germinar.

 

De la misma manera

no le tomó mucho tiempo a aquella playa medio desierta, cubierta de nubarrones en llenarse de locura disfrazada de suspiros humanos. 

 

La última noche que ella estuvo allí

fue una noche normal, excepto por su partida –eso hizo que aquella cabellera no muy larga y rizada sintiera distinta la Naturaleza- Ambos se dieron cuenta de pequeñas cosas que antes se les habían pasado por alto.

 

Mientras ella se despedía

-se engañaban diciendo que era por poco tiempo- sus bocas se apretujaban y no podían hablar. Luego ambos consintieron en que ella marchase. Él se volvió hacia el tronco que impedía la salida de su barca y descargó sobre él toda su tristeza.


                                                             Johann R. Bach

¿QUIÉN VA A JUZGAR LOS TATUAJES? Sí, sí, esos juicios a las cosas (en otra época) estaban a la orden del día

ANTES DE UN JUICIO: LYCOPODIUM 200 CH

 

Con un retraso de once años,

dos meses y cuatro días se dio paso a la fase de Audiencia Pública de aquello a lo que las enciclopedias dedican páginas y páginas: EL JUICIO.

 

La investigación formal

concebida para demostrar y dejar constancia de la inocencia sin mácula de jueces, abogados, fiscales y miembros del jurado estaba en su punto álgido y para conseguir tal fin se necesitaba en la sala, la presencia del contraste visible: EL REO, PRESO o ACUSADO.

 

Por si el contraste no estuviera claro

se le debió acusar además -como a otros imputados-, de revolucionario que por lo general se trata de un ser humano o socialista, pero en la Edad Media también se juzgaba a animales, peces, reptiles e insectos.

 

Sí, sí, esos juicios a las cosas

estaban a la orden del día, pero pensemos que hasta los años 70 del siglo pasado en España se condenaba –en los cuarteles- a motos por haber atropellado a alguien recluyéndolas perpetuamente en el garaje; o, se arrestaba a la bandera de un cuartel por haberse sometido en sus dependencias a una borrachera colectiva de alcohol y putas.

 

A los insectos que asolaban los campos

de cereales, los huertos y los viñedos, eran citados a declarar por el fiscal ante un tribunal civil;

 

si después de su declaración,

defensa y condena continuaban "in contumanciam", el caso se llevaba a un tribunal eclesiástico superior, donde se les excomulgaba y anatematizaba solemnemente de forma que sus hijos no pudieran ir a ninguna escuela jesuita.

 

En Nápoles se sentenció a un burro

a morir en la hoguera, aunque debido a la intercesión de los franciscanos, no llegó a ejecutarse.

 

En la Suiza de 1.451,

se entabló un pleito contra las sanguijuelas que infestaban algunos estanques de los alrededores de Berna, y el Obispo de Lausanne, siguiendo las recomendaciones de los profesores de Heildelberg, dictó que algunos de aquellos "gusanos acuáticos" fueran detenidos y  presentados ante el magistrado local.

 

Así lo hicieron,

y a las sanguijuelas, tanto las presentes como las ausentes, se les ordenó que abandonaran los lugares que habían infestado antes de tres días, so pena de recibir "la maldición de Dios". Las crónicas de la época no relatan si se cumplió la condena.

 

Todas esas condenas recaen

sobre las atribuladas mentes de Jueces, abogados, fiscales, miembros de jurados, llenándolos de ansiedad. A pesar de ello se esfuerzan en ir pulcramente vestidos y demuestran su voluntad de personalidad esotérica e inmaculadas y se revestirán con la toga –negra; claro.

 

Sufren, después de leídos los sumarios

de una fuerte falta de confianza en sí mismos, pero gracias a las investigaciones de un modesto Alférez médico se descubrió -ya hace unos cuarenta años-, que

 

su dignidad y pureza salen a flote

tomando la salvaje medicina LYCOPODIUM 200 CH, que con sólo un gránulo se puede ganar un juicio. Es decir, después de tomar esa medicina les importará un bledo si el acusado era o no culpable.

 

                                                          Johann R. Bach

 

Ahogó su grito mezclándolo con el suspiro más auténtico...

LA SOLEDAD DEL CREATIVO

 

Joven desprovisto de territorios

de un mundo errático, imprevisible, sujeta con su mano hasta sangrar las riendas del mulo y trabaja sobre lo primigenio.

 

Con un pie peregrino pisoteó

una tierra incierta como anémona Pulsatilla; con un doble y rápido parpadeo cosió el cielo al horizonte y con alocada fantasía inventó el color celeste.

 

Ahogó su grito

mezclándolo con el suspiro más auténtico en aquel instante cuando se desgarró la piel de los codos en una zarzamora al tiempo que su dedo excavaba en la grieta.

 

Después tumbado en la hierba

admiró la forma del helecho y la cola del pavo real. Soñó muchas veces con aquel instante en que su cabeza se volvió una estrella fija.

 

Sin embargo, nunca se hizo ilusiones:

nadie heredaría su sabiduría. Suyo el tacto, solamente el oído suyo podían recrear de nuevo aquel principio de infinitud,

 

lo más arduo para cruzar las distancias

que se abren más allá de la uña y experimentar con la mano más audaz los ojos, orejas y labios de un mundo ajeno.

 

                                                               Johann R. Bach