Como en la extraña mina de las almas,
estaño silencioso, iba avanzando
como vena por la oscuridad.
Entre raíces colgando,
puestas al descubierto por las picas,
brotaba la sangre que se escurre
hacia los hombres
con el aspecto pesado
del pórfido1 en la oscuridad.
Nada más allí, era rojo.
Allí había rocas
y bosques irreales
en excavaciones a cielo abierto.
Puentes sobre el vacío
y el gran lago gris, seco,
en el que estaba suspendido
sobre el propio fondo lejano,
como encima de un paisaje,
un cielo de lluvia.
Y entre praderas suaves,
llenas de paciencia,
apareció la pálida franja,
el único camino, extendido
como una larga lividez.
Por este único camino veníamos.
En cabeza,
el hombre esbelto con capa azul
y casco de minero,
que impaciente y mudo miraba ante él.
No masticaba tabaco ni otras hierbas,
pero su paso devoraba el camino
a grandes mordiscos. Las manos
le colgaban fuera de los pliegues
del manto, cerradas y pesadas,
sin ya saber nada de la cicatriz ligera
que llevaba enclavada
en la mano izquierda
como sarmiento de rosal
en un tronco de olivo.
Y sus sentidos estaban como partidos:
Por un lado, la mirada se adelantaba
corriendo como un perro pastor,
que se giraba, venía, y ya estaba de nuevo
esperándose lejano en la curva más cercana.
Por otra parte, como un olor,
el oído se quedaba atrás,
y le parecía a veces sentir
incluso el caminar de aquellos
que también tenían que hacer
toda aquella penosa subida.
Después volvía a ser el eco
del propio ascenso y el viento
de su manto lo que llevaba detrás.
Pero él se decía a sí mismo
en voz alta que vendrían
y sentía como resonaban
en los oídos sus palabras.
Hermes, el abuelo, era experto
en interpretar los significados ocultos
conocía todo el mundo de los difuntos,
tranquilizaba a todos los que iban
a atravesar los límites de este mundo.
Su potente imaginación le permitía
entrar y salir del Inframundo sin problemas.
Hermes, el abuelo, nos enseñó
los símbolos del gallo y la tortuga
para el madrugador y tenaz caminante,
el zurrón para no ser capturado
ni envenenado en posadas,
las sandalias aladas indicativas
de la diligencia del mensajero,
el pétaso o casco precursor de moteros
y su caduceo o vara de heraldo.
Y los que veníamos detrás de él
a lo lejos, queríamos aprender
sus ciencias de la vida y
sus conocimientos sobre el Inframundo:
éramos muchos, pero caminábamos
con pasos suavísimos, callados.
Leo P. Hermes
1Pórfido. Roca compacta y dura formada por una sustancia amorfa y cristales de feldesfalto y cuarzo, generalmente de color rojo oscuro, muy apreciada para la decoración de edificios.