1 jun 2017

“Una noche, cayó un rayo sobre el roble. Quintí y yo lo vimos, ...


EL PRIMO QUINTÍ Y EL ROBLE

 Nadie le había dicho
que aquel 25 de octubre el "insti" permanecería cerrado. Aún no eran las ocho de la mañana cuando de repente todas las obligaciones del día se habían esfumado.

Cassia L. Roure comenzó a deambular sin nada en que pensar, dirigía su mirada a la calle pareciéndole más desierta que de costumbre, sólo un tranvía rasgaba el paisaje. Caminaba, buscando a tientas las palabras que colgaban en su mente como una forma vacía que no podía llenar ni suprimir. Miró hacia atrás: un rectángulo gris plomizo se erguía sobre los edificios, proclamando su presagio inevitable de lluvia. No le importaba el paisaje de las calles sino el color del cielo.

Bajó por las Ramblas hasta La Boquería, dirigió su atención hacia un puesto de verduras. Vio una pila de brillantes zanahorias y frescas cebollas preguntándose por qué se sentía reconfortada, y luego, por qué experimentaba el repentino e inexplicable deseo de que todas aquellas cosas no permanecieran a la intemperie, sin protección frente al espacio vacío y frío por encima de ellas.

Luego subió hasta alcanzar la calle Pelayo, fijó su mirada en los cristales de las zapaterías con sus escaparates aún oscuros, y en la Plaza de Catalunya levantó la vista para ver la altura de los edificios bancarios. Sin saber por qué, recordó repentinamente el enorme roble que había significado tanto en su infancia. Sin motivo aparente, evocó el árbol y los veranos de su niñez en el pueblo. Había pasado durante varios veranos en la casa de Tía Maricarmen en la falda del Montseny.

Según lo transcrito del diario Ermessenda Cassia explicaba así sus recuerdos:

"El gran roble había crecido
en un recodo del camino de Sant Marçal al Turó de l'Home un paraje solitario en los días laborables. Mi primo Quintí nos llevaba a menudo allí a toda la pandilla de veraneantes para contemplarlo. Debe tener -nos decía- por lo menos cien años y a nosotros nos parecía que allí seguiría durante muchos más".

"A mí me encantaba contemplarlo.
Sus raíces debían haberse aferrado al sendero como un puño cuyos dedos se hundiesen en la tierra. Quintí nos decía cada verano que si un gigante lo tomara por la copa, no podría arrancarlo, sino que arrastraría consigo toda la montaña del Montseny y al resto del mundo, como un yo-yo colgando de un hilo. Se sentía seguro en presencia de aquel roble y me contagiaba a mí también aquella seguridad. Fue tras aquel árbol donde vi la enorme verga de mi primo por primera vez mientras orinaba frente a mí".

"Una mezcla de placer y de natural tranquilidad me invadió de tal manera aquella escena que estuve soñando durante todo el verano cosas nuevas para mí: algunas noches, durante el sueño, me paseaba, placenteramente, desnuda por toda la casa mientras que en otras ocasiones soñaba que bajaba a la calle a pasear y en mitad de la calle me daba cuenta de que me había olvidado vestirme y con gran vergüenza regresaba corriendo a casa ante los atónitos ojos de los transeúntes".

"En el verano siguiente fuimos de vacaciones a Mallorca por lo que no pisamos el pueblo ni un solo día, así que cuando volví a ver a mi primo Quintí ya no era mi primo: era el hombre. En su rostro ya crecía una barba y sus ojos ligeramente enrojecidos me miraban asombrados por el rápido crecimiento de mis pechos. Ya no me besaba el primo, me besaba el deseo hecho hombre, sus labios buscaban los míos que se aflojaban cada vez que los suyos me rozaban".

"Fuimos a ver nuestro roble.
Allí seguía majestuosamente como si nada pudiera transformar ni amenazar su presencia. Allí fuimos felices casi todas las mañanas del verano. El roble seguía siendo el mayor símbolo de fuerza de Quintí y yo entre sus brazos también me sentía segura de haber encontrado el primer amor, el más fuerte de todos".

"Una noche, cayó un rayo sobre el roble.
Quintí y yo lo vimos, a la mañana siguiente, partido por la mitad y descubrimos entonces que el tronco era sólo un túnel negro, una cáscara vacía. Aquella aurora debió destilar un llanto de dolor ignoto; en el viento flotar una canción con la tristeza de un alma selecta; y, oírse el sollozar sonoro del bosque en la espesura".

"Fue entonces cuando comprendí que las Puertas de la Naturaleza están cerradas a cuantos, indiferentes, ríen con crueldad, a cuantos, extraños, ríen en un País de Infortunio y Paraíso al mismo tiempo donde a pesar de todo aún el amor crece como la rosa: entre espinas".

                                                                              Johann R. Bach