18 feb 2012

LA LUZ DEL GRANADO (Capítulo 16 de "Barcelona nació con los granados")

Capítulo 16    La luz del granado

 

·         Arterosclerosis por envejecimiento

ARSENICUM IODATUM 15 CH

BARYTA CARBONICA 5 CH

·         Dificultad al andar en personas mayores

·         Vértigo en personas de edad

CONIUM MACULATUM 15 CH

 

Silbando en cámaras abovedadas,

atraviesa la tramontana

con su terquedad y murmullo

un auténtico laberinto de flores fucsias,

la luz salta en él esparciendo sus sonrisas

de frutos granados de vida.

 

El legendario arbusto ríe a carcajadas

con hojas recién nacidas en el alba

abriendo los colores desde arriba,

estremeciéndose de triunfo.

 

Cuando se despiertan los campos

y tú siegas con tus rubias manos

los tréboles de tus sueños,

es el granado que pone inesperadamente

en tu verde cesta las luces.

 

¿Ha sido siempre el granado

el que ha disipado la niebla del mundo?

Nunca triste, nunca gruñón

grita la nueva esperanza que nace,

saluda en la lejanía sacudiendo un pañuelo

 

de hojas de llama fresca,

a dos mil barcos que rasuran el horizonte

que con olas que dos mil veces van y vienen

civilizando playas y acantilados salvajes.

Es el granado el que hace rechinar

 

las altas velas y veletas que se refriegan

en el aire transparente y en las alturas

con el racimo cobalto, insolente,

lleno de peligro.

Quiebra el granado

 

-como el fulgor de tus ojos mi amor-

con la luz en medio del mundo

los nefastos tiempos llenos de huracanes

y, de parte a parte, extiende

su pequeña yema del día.

 

No importa que las tormentas destruyan

y arrasen ciudades y campos

el granado siempre volverá a llenar

el Mediterráneo

de Granadas y Barcelonas.                      Elisa R. Bach

 

Llegamos a Roses, pueblo rodeado de humedales y lilas, después de conducir, alternadamente Yvette y yo, durante toda la noche. Llevábamos dos mantas, dos sacos de dormir, dos cajas de sidra de Normandía, una botella de Calvados, ocho latas de Paté Campagne y un par de quesos de Camembert. Nos hospedamos en el Hotel Terrassa porque fue el primero que encontramos en la entrada del pueblo. Bajamos a la piscina después de dejar nuestras cosas en la habitación. Desde allí podíamos oler el mar.

 

Roses es un buen punto para empezar el estudio del abecedario de la Costa Brava. Sus calles huelen a aceites vegetales perfumados. El puerto lleno de mástiles indica que el turismo marítimo es tan importante como el que llega en autobús o en coches particulares cuyas matrículas se reparten a partes iguales de Alemania o de Francia. Pero curiosamente en los quioscos abundan los textos de Tolstoi o Dostoieski.

 

Drenando los humedales se han construido unos canales que permiten a muchos amantes del mar alcanzar el jardín de su casa, amarrando la barca sobre improvisados muelles. El color blanco resbala por toda la villa marinera salpicada de ventanas azules y verjas de hierro forjado.

 

Aquella noche acabó cuando, después de cenar, nos tomamos un buen vaso de vino de Garnatxe Negre y nos tumbamos sobre un césped de gramma gruesa situado bajo ocho pinos que a modo de oasis interpuesto entre la piscina del hotel y el mar daba cobijo durante el día y mullido colchón por la noche cálida de ese continente líquido que llamamos Mediterráneo. Mi mano posada sobre el hombro de Yvette sentía los latidos de un corazón heredero de Santa Marcela1 y parafraseándola, en mis adentros yo repetía: mi ergodioktes (mi capataz).

 

Me place observar de vez en cuando a mi heroína y recordar sus palabras que –parafraseando también a Santa Paula2- resuenan continuamente en mi mente dándome ánimos: "De sus virtudes, de su ingenio, de su santidad, de la pureza que descubrí en ella, me da apuro hablar, por miedo a exceder los límites de lo creíble y por no aumentar su dolor con el recuerdo del bien que perdió (sus hijas).

 

Si algún día alguien me pregunta por Yvette, únicamente diré que todo lo que yo había cosechado, todo lo que yo había convertido como en una segunda naturaleza tras prolongados esfuerzos, ella lo absorbió con avidez, lo aprendió y lo hizo suyo de tal forma que, después de aquel fatal accidente el mundo se oscureció, en mis ojos, en los lugares que ella había pisado.

 

Después de nuestra corta estancia en Roses comenzamos a recorrer todos los rincones que pudimos de esa península dentro de una península que es el Cap de Creus. En aquellos momentos aún no había sido declarada como Parc Natural de Cap de Creus, pero es una península que se adentra en el Mare Nostrum al norte de la Costa Brava y que reposa sobre rocas formadas desde más de 450 millones de años.

 

 Yvette se sintió extasiada al ver aquel litoral extremadamente abrupto, de aguas profundas, con abundancia de islotes, altísimos acantilados similares a los de Cabourg en Normandía pero bañados con más luz. Tiraba carretes enteros de fotos sobre escollos de rocas descarnadas por la erosión del mar y los vientos.

 

Se tumbaba en los prados y en los bosques del interior recordando el viaje a Armenia y se zambullía, llena de alegría, completamente desnuda, en las escondidas calas de aguas transparentes, a menudo accesibles sólo por mar, como si quisiera lavarse las cicatrices del grave accidente. La vi aferrarse a la vida como al amor cuando al contemplar aquellas aves migratorias alzaba las manos al cielo y me comía a besos como señal de agradecimiento por haberla colocado frente al Lago de mis Sueños.

 

Admiraba continuamente la singularidad de las rocas, que con el paso del tiempo llegaron a ser míticas y las asociaba a formas de animales y cerraba los ojos llenos de emoción al oír los mitos de l'Aliga de Tudela y el Lleó del Cap Gros3 o el de la roca de l'Illa Culleró, situada frente a la cala del mismo nombre y que inspiró a muchos pintores.

 

Visitamos El Port de la Selva, pueblo segregado de La Selva de Mar. De todas las poblaciones del Cap de Creus, el Port de la Selva es el más firme candidato a ganar el título de "pequeño pueblo de pescadores". Las casas blancas están tan cerca una de otra que parecen buscar juntas el abrigo de la Tramontana. Muchos de sus habitantes se ganan la vida gracias al turismo, pero la pesca todavía representaba entonces un sector importante de la economía local. Su puerto pesquero es de los más importantes de la costa ampurdanesa.  

 

A finales del siglo XIX la filoxera destruyó la mayoría de las viñas, pero parece que con el auge del turismo se vuelven a apreciar sus fuertes vinos y los olivos crecen alegres protegiendo el Monasterio de Sant Pere de Rodes. Situado a mitad de camino entre el Port de la Selva y Llançà, está  considerado como uno de los edificios más importantes del románico catalán.

 

Durante toda la estancia en la Costa Brava –a excepción de la noche que pasamos en Roses- estuvimos alojadas en una pequeña casa alquilada al Hostal Vehí de Cadaqués. Desde allí íbamos visitando todos los perfiles que podíamos de la sólida península ampurdanesa. Salíamos temprano después de tomar un café (noir) en el Hostal. En una de aquellas mañanas, el sol tenía dificultades para iluminar las calles, entramos a tomar el café y casi no nos apercibimos que en el fondo de la barra una figura estilizada apoyaba sus dos manos sobre un bastón.

 

De repente un escalofrío recorrió mi pecho. Me acerqué temblando a aquella delgada silueta. ¿Salvador? ¿Ets en Salvador? Mi idioma se puso en marcha automáticamente. Me abrazó y me dio dos besos. Yvette le dio tres porque los franceses dan tres besos. Salvador me preguntó por mi padre y por mis hermanos. Se acordaba perfectamente de todos.

 

Yvette estuvo eufórica durante toda la conversación. Mezclaba el español con el francés, pero se hacía entender perfectamente. Yvette preguntó a aquel viejo pintor, a modo de pregunta de periodista inteligente si era cierto que la roca de l'Illa Culleró le había inspirado. Él la miró fijamente, asombrado, y le dijo lacónicamente que ella misma se podía poner frente a esa roca mágica y comprobarlo. Salvador tenía casi la misma edad que Yvette, pero sus movimientos eran ya muy lentos al igual que su lenguaje y al despedirse de nosotras arrastrando literalmente los pies y apoyándose ligeramente sobre su bastón, sentimos una especie de pena diluida en admiración.

 

Aquella mañana empezó a llover. El viento estaba en calma, pero las gotitas de agua iban calando sobre nuestros hombros. Fuimos paseando por el Carrer de la Roca bordeando la Cala Montjoi con un mar totalmente en calma chicha, sin sol, con un color gris oscuro que parecía amenazar tormenta aunque los barcos con su lento pasear parecían estar seguros que el día no empeoraría. Las velas blancas, casi quietas, como manchas por debajo de la raya azul del horizonte nos invitaban a seguir la excursión.

 

Por la tarde un tímido sol apareció invitándonos a que trepáramos por sus finos hilos dorados; Yvette estaba como tantas veces juguetona, me tumbó sobre una roca; yo jugué a rendirme y ella me condenó a permitir que su cálido aliento traspasara mis ropas hasta encenderme. Ella también se saciaba con mi aliento. Volvíamos a necesitar un sexo masculino, pero el Cap de Creus no era París y aquella noche nos revolcamos sobre unas húmedas sábanas como si fuera la primera vez y aún con fuego en los labios nos dormimos al amanecer.

 

El casco histórico de Cadaqués atrajo especialmente la atención de Ivette. Se detenía en todos los rincones del casco histórico y observaba cualquier pequeño detalle como buscando pistas de la singularidad que pudiera haber llevado a los antiguos pobladores a establecerse precisamente en ese minúsculo rincón. Extasiada parecía oír voces antiguas y en momentos en que descendía al mundo de los simples mortales, me miraba con dulzura y me decía que aquellas calles tenían el mismo olor que el mío: olían a sal gema –decía.

 

Caminábamos muy despacio, decíamos pocas cosas. De vez en cuando, al detenernos volvíamos a mirar el camino que habíamos recorrido. Era muy bello. El sol cae en Cadaqués sobre el mar como si estuviera cansado, y el mar se hace muy ancho y muy azul, tan ancho que parece capaz de engullir un centenar de soles. Toca la arena de la playa con su esbelta luz de oro que separa el azul del verdor del musgo pegado a las rocas que desciende suavemente hasta él. Está además el puerto silueteado contra todo, como en miniatura. Recuerdo que mi abuelo me solía decir, cada vez que se le presentaba la oportunidad, que las gaviotas siempre vuelan hacia el interior cuando atardece.

 

Al fondo de la bahía de Cadaqués se eleva el angosto entramado de callejuelas empedradas y casas blancas que configura su casco histórico. Sobre el perfil de la villa destaca la imagen de la iglesia de Santa María, templo de blanca fachada –pintada en mil cuadros- y cuidadosamente restaurado que alberga un magnífico retablo de estilo barroco. Por su parte, la arquitectura modernista ha dejado su peculiar impronta en algunos de los edificios más notables de la ciudad, como la Casa Serinyena.

 

Durante las primeras décadas del siglo XX, la localidad se convirtió en un importante foco cultural europeo. Numerosos artistas vanguardistas, entre ellos Picasso, Chagall o Klein, encontraron en este hermoso rincón mediterráneo su particular fuente de inspiración.

Sin embargo, fue Salvador Dalí quien dio a Cadaqués fama internacional, ya que en esta localidad pasó largas temporadas el genial pintor durante su infancia, además de establecer en ella su residencia. Su casa-museo, ubicada frente a la bahía de Port Lligat, al norte de la población, permite conocer parte de la prolija obra del maestro del Surrealismo.

 

Si alguien quiere oír música cultural en Cadaqués que sepa que además de conciertos destaca también la gran oferta cultural con la que en Cadaqués pasa por sus numerosos museos y galerías de arte, como el Museo Municipal de Arte, que expone obras de artistas que mantuvieron un estrecho vínculo con Cadaqués, o el Museo Perrot-Moore, que reúne obras de arte gráfico europeo, sin olvidar el ya tradicional Festival Internacional de Música, que se celebra anualmente en la iglesia de Santa María.

 

Caminábamos y caminábamos por el pueblo y al final de cualquier pendiente llegábamos hasta la playa, donde los pescadores, ayudados por sus mujeres remendaban las redes, reparaban los aparejos y acumulaban en las bodegas de las barcas latas de combustible; allí reposábamos un rato observando aquellos marineros que probablemente serían los últimos pues todos los hijos de ellos se iban a estudiar a Barcelona o trabajar a Sant Feliu de Guixols, a la fábrica de corcho de Palamós o a las industrias textiles de Blanes.

 

Yvette fotografió desde todos los ángulos la casa donde nací. Con el frente principal mirando al mar, tenía el techo de la parte baja algo escaso porque en realidad estaba destinado a guardar la barca. La puerta azul destacaba sobre el blanco oficial de todo el pueblo. En días de tormenta entrábamos por la puerta trasera que estaba elevada y la rasante de las olas no llegaba hasta allí.

 

Era una casa esquinera apuntando su agudo chaflán hacia el sur y a partir del mediodía tomábamos el sol a refugio del viento húmedo del mar. Con la pleamar el agua quedaba a tan sólo dos metros de la casa y la arena llegaba prácticamente hasta la puerta. Se podría decir que nací con mis pies bañándose en el mar.

 

De regreso a Paris Yvette no paraba de decirme galanterías. De sus ojos salían estrellas brillantes y parecía que se hubiera rejuvenecido aún más. Y la verdad es que su fluidez verbal parecía no tener límites y su gesticulación era rápida y precisa, no precipitada. El viaje de regreso se me hizo corto y a ella no le pareció descabellada la idea de volver algún día a Cadaqués. 

 

(1)      Santa Marcela (325-410) al enviudar se dedicó a las letras siguiendo las indicaciones de Santa Paula y de San Jerónimo que preconizaban, dada la inteligencia femenina, la no dedicación a las tareas domésticas para no perder tiempo. Fue torturada por los visigodos durante la toma de Roma para hacerle confesar donde guardaba el dinero. Murió a causa de esas torturas a los 85 años de edad, en plena efervescencia intelectual. Es uno de los precedentes, junto a Santa Paula, más claros del feminismo. Sus ideas fueron recogidas más tarde por Sor Juana Inés de la Cruz.

(2)      Santa Paula (347-404) fue una patricia romana docta en las lenguas, hebrea, griega y latina y con gran capacidad para las letras fundó tres conventos para mujeres en Belén, bajo la dirección de San Jerónimo (347-420). Bresila, hija de Paula, murió en circunstancias un tanto extrañas. Santa Paula protegió a San Jerónimo con toda clase medios, salvándolo de sus perseguidores. Vid. "Epistolario", edición bilingüe de Juan Bautista Valero. Biblioteca de Autores Cristianos.

(3)      León de gran cabeza. Cap en catalán significa cabo y también cabeza.

Cadaqués en el recuerdo

 

Era domingo.

 

Un domingo en el que la luz del sol

compensa la melancolía continuada

del aire marino del otoño de Cadaqués;

la tranquilidad flotaba en el aire

como aire en el viento y el sol

 

calentaba como una caricia mi pecho.

 

En la playa había mucho trabajo,

la brea impermeabilizaba la barca

y mis ojos seguían como por encanto

el contorno de las velas y el compás

de la olas murmuraba en mis oídos.

 

Las mujeres enredaban sus fuertes manos

 

en finas cuerdas excepto mi madre

que cantaba una canción.

Mi hermana la tarareaba para aprenderla.

Y yo, como todo me parecía bien

callaba, miraba al cielo

 

y lo sentía todo como un sueño.

 

Mi hermano corría por la playa

con un remo entre las piernas

a modo de caballo que imaginariamente

lo transportaba al galope junto al mar.

Como siempre necesitaba movimiento.

 

El sol estaba bastante alto

 

cuando una sombra familiar se inclinó

para besarme,

yo extendí mi diminuta mano,

la arena se quedó muda y por un momento

el rumor de las olas desapareció

 

como un verano tras una tormenta.

 

Mi padre tomaba mi mano

con la misma suavidad que el maletín

que llevaba en la otra

del que no se separaba nunca

como si en él llevara un tesoro.

 

Dentro del galeno maletín

 

llevaba un termómetro,

un fonendo, un estuche de cuero

que contenía unos misteriosos tubitos

de cristal con tapones de corcho

y dos cuadernos de papel

 

cuadriculado y envejecido por el uso.

 

Lo recuerdo como si fuera hoy;

batido como acantilado

por el oleaje del duro trabajo

al que se entregaba a todas horas

y con palabras que podrían asombrar

 

a las propias palabras nos conducía

 

a mundos esperanzadores.

Nos enseñaba a sumar y restar,

a dar los buenos días con un beso,

a nadar bajo el agua

y a mirar las velas

 

y los mástiles en el horizonte.

                                                           Elisa R. Bach 

17 feb 2012

EL ZUECO DE VENUS

CYPRIPEDIUM O EL ZUECO DE VENUS

 

En Cadaqués nunca hubo pobreza.

Corrían tiempos austeros, eso sí,

y como en otros pueblos de pescadores

el trueque no era una mala práctica;

gracias a él en tu casa no faltaba nada:

 

Al médico se le pagaba con huevos y vino.

 

Casi todo era quietud.

Sólo la tramontana venía a corroborar

nuestras sospechas de un mundo cambiante;

tu hermana –oíste a tu madre decir-

iba a ir a la escuela aquel año

 

cuando la hojas del bosque cambiaran de color,

 

cuando las noches cayeran más temprano.

Tú no entendías nada, pero vigilabas

el color del bosque: buscabas la vida real,

el mundo prometedor de los adultos

como el de tus hermanos.

 

Nadie quería quedarse en casa;

 

el mar, los olivos y las viñas eran el mundo

y tú no querías dormir intuyendo

una buena parte de ese cosmos oculto

en la penumbra del papamoscas

y en  las sábanas lavadas y secadas en la arena.

 

Aún no era otoño, pero hacía bastante frío;

 

tú yacías en la cama escuchando la respiración

profunda y tranquila de tu hermana.

Veías su pelo rubio a la luz de la luna;

bajo la blancura de la sábana,

su pequeño cuerpo de duende.

 

Y sobre la máquina de coser, el cuaderno rojo

 

pautado donde dibujabas sencillas letras,

contemplabas el rostro de tu hermana,

con una mejilla hundida en la almohada.

La estabas guardando en tu cabeza,

como un recuerdo,

 

como los hechos que figuran en una novela.

 

No querías dormir por temor a que alguien

cambiara el color de las hojas de los árboles

como si quisieras impedir que la noche

cayera más temprano. Pero nadie despertaba.

Te sentabas en la cama con ganas de jugar;

 

te sentías como dentro del Zueco de Venus.

                                              Elisa R. Bach

16 feb 2012

LA MERKEL TAMBIEN RECORTA... SUS VESTIDOS Y SE PONE SEXY



 

 
 
 
 
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15 feb 2012

CADAQUÉS EN EL RECUERDO

Cadaqués en el recuerdo

 

Era domingo.

 

Un domingo en el que la luz del sol

compensa la melancolía continuada

del aire marino del otoño de Cadaqués;

la tranquilidad flotaba en el aire

como aire en el viento y el sol

 

calentaba como una caricia mi pecho.

 

En la playa había mucho trabajo,

la brea impermeabilizaba la barca

y mis ojos seguían como por encanto

el contorno de las velas y el compás

de la olas murmuraba en mis oídos.

 

Las mujeres enredaban sus fuertes manos

 

en finas cuerdas excepto mi madre

que cantaba una canción.

Mi hermana la tarareaba para aprenderla.

Y yo, como todo me parecía bien

callaba, miraba al cielo

 

y lo sentía todo como un sueño.

 

Mi hermano corría por la playa

con un remo entre las piernas

a modo de caballo que imaginariamente

lo transportaba al galope junto al mar.

Como siempre necesitaba movimiento.

 

El sol estaba bastante alto

 

cuando una sombra familiar se inclinó

para besarme,

yo extendí mi diminuta mano,

la arena se quedó muda y por un momento

el rumor de las olas desapareció

 

como un verano tras una tormenta.

 

Mi padre tomaba mi mano

con la misma suavidad que el maletín

que llevaba en la otra

del que no se separaba nunca

como si en él llevara un tesoro.

 

Dentro del galeno maletín

 

llevaba un termómetro,

un fonendo, un estuche de cuero

que contenía unos misteriosos tubitos

de cristal con tapones de corcho

y dos cuadernos de papel

 

cuadriculado y envejecido por el uso.

 

Lo recuerdo como si fuera hoy;

batido como acantilado

por el oleaje del duro trabajo

al que se entregaba a todas horas

y con palabras que podrían asombrar

 

a las propias palabras nos conducía

 

a mundos esperanzadores.

Nos enseñaba a sumar y restar,

a dar los buenos días con un beso,

a nadar bajo el agua

y a mirar las velas

 

y los mástiles en el horizonte.

                                        Elisa R. Bach   

14 feb 2012

DIFICULTAD AL ANDAR EN PERSONAS MAYORES Y VIAJE A CADAQUÉS (Cap. 16 de "Barcelona nació con los granados")

Capítulo 16    La luz del granado

 

·         Arterosclerosis por envejecimiento

ARSENICUM IODATUM 15 CH

BARYTA CARBONICA 5 CH

·         Dificultad al andar en personas mayores

·         Vértigo en personas de edad

CONIUM MACULATUM 15 CH

 

Silbando en cámaras abovedadas,

atraviesa la tramontana

con su terquedad y murmullo

un auténtico laberinto de flores fucsias,

la luz salta en él esparciendo sus sonrisas

de frutos granados de vida.

 

El legendario arbusto ríe a carcajadas

con hojas recién nacidas en el alba

abriendo los colores desde arriba,

estremeciéndose de triunfo.

 

Cuando se despiertan los campos

y tú siegas con tus rubias manos

los tréboles de tus sueños,

es el granado que pone inesperadamente

en tu verde cesta las luces.

 

¿Ha sido siempre el granado

el que ha disipado la niebla del mundo?

Nunca triste, nunca gruñón

grita la nueva esperanza que nace,

saluda en la lejanía sacudiendo un pañuelo

 

de hojas de llama fresca,

a dos mil barcos que rasuran el horizonte

que con olas que dos mil veces van y vienen

civilizando playas y acantilados salvajes.

Es el granado el que hace rechinar

 

las altas velas y veletas que se refriegan

en el aire transparente y en las alturas

con el racimo cobalto, insolente,

lleno de peligro.

Quiebra el granado

 

-como el fulgor de tus ojos mi amor-

con la luz en medio del mundo

los nefastos tiempos llenos de huracanes

y, de parte a parte, extiende

su pequeña yema del día.

 

No importa que las tormentas destruyan

y arrasen ciudades y campos

el granado siempre volverá a llenar

el Mediterráneo

de Granadas y Barcelonas.                      Elisa R. Bach

 

Llegamos a Rosas, pueblo rodeado de humedales y lilas, después de conducir, alternadamente Yvette y yo, durante toda la noche. Llevábamos dos mantas, dos sacos de dormir, dos cajas de sidra de Normandía, una botella de Calvados, ocho latas de Paté Campagne y un par de quesos de Camembert. Nos hospedamos en el Hotel Terrassa porque fue el primero que encontramos en la entrada de Rosas. Bajamos a la piscina después de dejar nuestras cosas en la habitación. Desde allí podíamos oler el mar.

Rosas es un buen punto para empezar el estudio del abecedario de la Costa Brava. Sus calles huelen a aceites vegetales perfumados. El puerto lleno de mástiles indica que el turismo marítimo es tan importante como el que llega en autobús o en coches particulares cuyas matrículas se reparten a partes iguales de Alemania o de Francia. Pero curiosamente en los quioscos abundan los textos de Tolstoi o Dostoieski. Drenando los humedales se han construido unos canales que permiten a muchos amantes del mar alcanzar el jardín de su casa, amarrando la barca sobre improvisados muelles. El color blanco resbala por toda la villa marinera salpicada de ventanas azules y verjas de hierro forjado.

 

Aquella noche acabó cuando, después de cenar, nos tomamos un buen vaso de vino de Garnacha Negra y nos tumbamos sobre un césped de gramma gruesa situado bajo ocho pinos que a modo de oasis interpuesto entre la piscina del hotel y el mar daba cobijo durante el día y mullido colchón por la noche cálida de ese continente líquido que llamamos Mediterráneo. Mi mano posada sobre el hombro de Yvette sentía los latidos de un corazón heredero de Santa Marcela1 y parafraseándola, en mis adentros yo repetía: mi ergodioktes (mi capataz).

 

Me place observar de vez en cuando a mi heroína y recordar sus palabras que –parafraseando también a Santa Paula2- resuenan continuamente en mi mente dándome ánimos: "De sus virtudes, de su ingenio, de su santidad, de la pureza que descubrí en ella, me da apuro hablar, por miedo a exceder los límites de lo creíble y por no aumentar su dolor con el recuerdo del bien que perdió (sus hijas). Si algún día alguien me pregunta por Yvette, únicamente diré que todo lo que yo había cosechado, todo lo que yo había convertido como en una segunda naturaleza tras prolongados esfuerzos, ella lo absorbió con avidez, lo aprendió y lo hizo suyo de tal forma que, después de aquel fatal accidente el mundo se oscureció, en mis ojos, en los lugares que ella había pisado.

 

Después de nuestra corta estancia en Rosas comenzamos a recorrer todos los rincones que pudimos de esa península dentro de una península que es el Cap de Creus. En aquellos momentos aún no había sido declarada como Parque Natural Cap de Creus, pero es una península que se adentra en el Mare Nostrum al norte de la Costa Brava y que reposa sobre rocas formadas desde más de 450 millones de años.

 

 Yvette se sintió extasiada al ver aquel litoral extremadamente abrupto, de aguas profundas, con abundancia de islotes, altísimos acantilados similares a los de Cabourg en Normandía pero bañados con más luz. Tiraba carretes enteros de fotos sobre escollos de rocas descarnadas por la erosión del mar y los vientos.

 

Se tumbaba en los prados y en los bosques del interior recordando el viaje a Armenia y se zambullía, llena de alegría, completamente desnuda, en las escondidas calas de aguas transparentes, a menudo accesibles sólo por mar, como si quisiera lavarse las cicatrices del grave accidente. La vi aferrarse a la vida como al amor cuando al contemplar aquellas aves migratorias alzaba las manos al cielo y me comía a besos como señal de agradecimiento por haberla colocado frente al Lago de mis Sueños.

 

Admiraba continuamente la singularidad de las rocas, que con el paso del tiempo llegaron a ser míticas y las asociaba a formas de animales y cerraba los ojos llenos de emoción al oír los mitos del Aguila de Tudela y el León del Cap Gros3 o el de la roca de la isla Culleró, situada frente a la cala del mismo nombre y que inspiró a muchos pintores.

 

Visitamos El Port de la Selva, pueblo segregado de La Selva de Mar. De todas las poblaciones del Cap de Creus, el Port de la Selva es el más firme candidato a ganar el título de "pequeño pueblo de pescadores". Las casas blancas están tan cerca una de otra que parecen buscar juntas el abrigo de la Tramontana. Muchos de sus habitantes se ganan la vida gracias al turismo, pero la pesca todavía representaba entonces un sector importante de la economía local. Su puerto pesquero es de los más importantes de la provincia.  

 

A finales del siglo XIX la filoxera destruyó la mayoría de las viñas, pero parece que con el auge del turismo se vuelven a apreciar sus fuertes vinos y los olivos crecen alegres protegiendo el Monasterio de Sant Pere de Rodes. Situado a mitad de camino entre el Port de la Selva y Llançà, está  considerado como uno de los edificios más importantes del románico catalán.

 

Durante toda la estancia en la Costa Brava –a excepción de la noche que pasamos en Rosas- estuvimos alojadas en una pequeña casa alquilada al Hostal Vehí de Cadaqués. Desde allí íbamos visitando todos los perfiles que podíamos de la sólida península ampurdanesa. Salíamos temprano después de tomar un café (noir) en el Hostal. En una de aquellas mañanas, el sol tenía dificultades para iluminar las calles, entramos a tomar el café y casi no nos apercibimos que en el fondo de la barra una figura estilizada apoyaba sus dos manos sobre un bastón.

 

De repente un escalofrío recorrió mi pecho. Me acerqué temblando a aquella delgada silueta. ¿Salvador? ¿Ets en Salvador? Mi idioma se puso en marcha automáticamente. Me abrazó y me dio dos besos. Yvette le dio tres porque los franceses dan tres besos. Salvador me preguntó por mi padre y por mis hermanos. Se acordaba perfectamente de todos.

 

Yvette estuvo eufórica durante toda la conversación. Mezclaba el español con el francés, pero se hacía entender perfectamente. Yvette le preguntó a aquel viejo pintor, a modo de pregunta de periodista inteligente si era cierto que la roca de la isla Culleró le había inspirado. Él la miró fijamente, asombrado, y le dijo lacónicamente que ella misma se podía poner frente a esa roca mágica y comprobarlo. Salvador tenía casi la misma edad que Yvette, pero sus movimientos eran ya muy lentos al igual que su lenguaje y al despedirse de nosotras arrastrando literalmente los pies y apoyándose ligeramente sobre su bastón, sentimos una especie de pena diluida en admiración.

 

Aquella mañana empezó a llover. El viento estaba en calma, pero las gotitas de agua iban calando sobre nuestros hombros. Fuimos paseando por el Carrer de la Roca bordeando la Cala Montjoi con un mar totalmente en calma chicha, sin sol, con un color gris oscuro que parecía amenazar tormenta aunque los barcos con su lento pasear parecían estar seguros que el día no empeoraría. Las velas blancas, casi quietas, como manchas por debajo de la raya azul del horizonte nos invitaban a seguir la excursión.

 

Por la tarde un tímido sol apareció invitándonos a que trepáramos por sus finos hilos dorados; Yvette estaba como tantas veces juguetona, me tumbó sobre una roca; yo jugué a rendirme y ella me condenó a permitir que su cálido aliento traspasara mis ropas hasta encenderme. Ella también se saciaba con mi aliento. Volvíamos a necesitar un sexo masculino, pero el Cap de Creus no era París y aquella noche nos revolcamos sobre unas húmedas sábanas como si fuera la primera vez y aún con fuego en los labios nos dormimos al amanecer.

 

El casco histórico de Cadaqués

 

Yvette se detenía en todos los rincones del casco histórico y observaba cualquier pequeño detalle como buscando pistas de la singularidad que pudiera haber llevado a los antiguos pobladores a establecerse precisamente en ese minúsculo rincón. Extasiada parecía oír voces antiguas y en momentos en que descendía al mundo de los simples mortales, me miraba con dulzura y me decía que aquellas calles tenían el mismo olor que el mío: olían a sal gema –decía.

 

Caminábamos muy despacio, decíamos pocas cosas. De vez en cuando, al detenernos volvíamos a mirar el camino que habíamos recorrido. Era muy bello. El sol cae en Cadaqués sobre el mar como si estuviera cansado, y el mar se hace muy ancho y muy azul, tan ancho que parece capaz de engullir un centenar de soles. Toca la arena de la playa con su esbelta luz de oro que separa el azul del verdor del musgo pegado a las rocas que desciende suavemente hasta él. Está además el puerto silueteado contra todo, como en miniatura. Recuerdo que mi abuelo me solía decir, cada vez que se le presentaba la oportunidad, que las gaviotas siempre vuelan hacia el interior cuando atardece.

 

Al fondo de la bahía de Cadaqués se eleva el angosto entramado de callejuelas empedradas y casas blancas que configura su casco histórico. Sobre el perfil de la villa destaca la imagen de la iglesia de Santa María, templo de blanca fachada –pintada en mil cuadros- y cuidadosamente restaurado que alberga un magnífico retablo de estilo barroco. Por su parte, la arquitectura modernista ha dejado su peculiar impronta en algunos de los edificios más notables de la ciudad, como la Casa Serinyena.

 

Durante las primeras décadas del siglo XX, la localidad se convirtió en un importante foco cultural europeo. Numerosos artistas vanguardistas, entre ellos Picasso, Chagall o Klein, encontraron en este hermoso rincón mediterráneo su particular fuente de inspiración.

 

Sin embargo, fue Salvador Dalí quien dio a Cadaqués fama internacional, ya que en esta localidad pasó largas temporadas el genial pintor durante su infancia, además de establecer en ella su residencia. Su casa-museo, ubicada frente a la bahía de Port Lligat, al norte de la población, permite conocer parte de la prolija obra del maestro del Surrealismo.

 

Si alguien quiere oír música cultural en Cadaqués que sepa que además de conciertos destaca también la gran oferta cultural con la que en Cadaqués pasa por sus numerosos museos y galerías de arte, como el Museo Municipal de Arte, que expone obras de artistas que mantuvieron un estrecho vínculo con Cadaqués, o el Museo Perrot-Moore, que reúne obras de arte gráfico europeo, sin olvidar el ya tradicional Festival Internacional de Música, que se celebra anualmente en la iglesia de Santa María.

 

Caminábamos y caminábamos por el pueblo y al final de cualquier pendiente llegábamos hasta la playa, donde los pescadores, ayudados por sus mujeres remendaban las redes, reparaban los aparejos y acumulaban en las bodegas de las barcas latas de combustible; allí reposábamos un rato observando aquellos marineros que probablemente serían los últimos pues todos los hijos de ellos se iban a estudiar a Barcelona o trabajar a Sant Feliu de Guixols, a la fábrica de corcho de Palamós o a las industrias textiles de Blanes.

 

Yvette fotografió desde todos los ángulos la casa donde nací. Con el frente principal mirando al mar, tenía el techo de la parte baja algo escaso porque en realidad estaba destinado a guardar la barca. La puerta azul destacaba sobre el blanco oficial de todo el pueblo. En días de tormenta entrábamos por la puerta trasera que estaba elevada y la rasante de las olas no llegaba hasta allí.

 

Era una casa esquinera apuntando su agudo chaflán hacia el sur y a partir del mediodía tomábamos el sol a refugio del viento húmedo del mar. Con la pleamar el agua quedaba a tan sólo dos metros de la casa y la arena llegaba prácticamente hasta la puerta. Se podría decir que nací con mis pies bañándose en el mar.

 

De regreso a Paris Yvette no paraba de decirme galanterías. De sus ojos salían estrellas brillantes y parecía que se hubiera rejuvenecido aún más. Y la verdad es que su fluidez verbal parecía no tener límites y su gesticulación era rápida y precisa, no precipitada. El viaje de regreso se me hizo corto y a ella no le pareció descabellada la idea de volver algún día a Cadaqués. 

 

(1)      Santa Marcela (325-410) al enviudar se dedicó a las letras siguiendo las indicaciones de Santa Paula y de San Jerónimo que preconizaban, dada la inteligencia femenina, la no dedicación a las tareas domésticas para no perder tiempo. Fue torturada por los visigodos durante la toma de Roma para hacerle confesar donde guardaba el dinero. Murió a causa de esas torturas a los 85 años de edad, en plena efervescencia intelectual. Es uno de los precedentes, junto a Santa Paula, más claros del feminismo. Sus ideas fueron recogidas más tarde por Sor Juana Inés de la Cruz.

(2)      Santa Paula (347-404) fue una patricia romana docta en las lenguas, hebrea, griega y latina y con gran capacidad para las letras fundó tres conventos para mujeres en Belén, bajo la dirección de San Jerónimo (347-420). Bresila, hija de Paula, murió en circunstancias un tanto extrañas. Santa Paula protegió a San Jerónimo con toda clase medios, salvándolo de sus perseguidores. Vid. "Epistolario", edición bilingüe de Juan Bautista Valero. Biblioteca de Autores Cristianos.

(3)      León de gran cabeza. Cap en catalán significa cabo y también cabeza.

 

12 feb 2012

NOSTÁLGICA LISBOA EN GRACIA

Nostálgica Lisboa en Gracia

 

Hay fiesta en la Plaza de La Virreina.

Te detienes a curiosear

y de puntillas pasas

por encima de la mecha

que ha de prender la traca que

 

 dé la salida a los monstruos de cartón,

 

Correfocs llenos de pólvora

ávidos de exhalar el fuego de los pulmones.

Sorpresivos estallidos y golpes de bastones

se mezclan en una aparente simbiosis

de bailes populares con raperos y okupas.

 

Sin embargo, sospechas que esta noche

 

pertenece a otra música más tranquila

y sigues paseando lentamente

por el Carrer de l'Or.

Ante una suave y nostálgica voz femenina

detienes de nuevo tus pasos:

 

es el atractivo ambiente del Raconet de Lisboa.

 

En ese restaurante

la luz parece arrastrarse por su piel:

no vuela, no planea y cae de pronto;

sin colores sobre el mar de sus paredes,

no alcanza a vendar su desnudez

 

el ungüento del arte de la foto en blanco-negro

 

de los cuadros y mezclada con los fados

flotando en el aire –diferente del helado-

de los antiguos techos elevados

la convierte lentamente

en un pez blanquísimo

 

cansado de pelear contra la red y la locura.

 

Esta noche, ya con el fado en tus venas

acompañado con vino tinto,

puedes sentir como el tiempo pasa

acariciándote las mejillas y trayendo

a tu mente cómo se fueron los navíos

 

uno a uno, con nostalgia, de la bella Lisboa.

                                                           Elisa R. Bach