15 jun 2013

SIENTO QUE SOY UN BOSQUE (de "Niños a la Deriva")

              Antes del parto

 

·         Miedo antes del parto

                                   GELSEMIUM

·         Deseo de escapar de una situación difícil

                                   SEPIA

·         Para tomar fuerzas y aminorar la hemorragia

                                   ARNICA

                                   CAULOPHYLLUM

·         Para combatir la atonía uterina

                                   SECALE CORNUTUM

No siempre estuve sola. Hubo un tiempo en que mi marido me colmaba de atenciones; las obligaciones naturales de nuestra casa llenaban mucho espacio y tiempo en mi vida.

Mi hermana no se cansaba de repetir que no debía dedicar tanto tiempo a la limpieza, pero si quieres tener un chalet con piscina y jardín para hacer cenas al aire libre, conversar con "amigos" hasta el amanecer no queda más remedio que trabajar duro. En una cosa tenía razón mi hermana: ¿Para qué todo eso? ¿Para que tu marido pueda ostentar?

Poco a poco mi marido se fue distanciando de mí. Al principio lo atribuí a que no teníamos hijos, pero más tarde me enteré por casualidad que tenía una amiga que debía exigirle más y más espacio para ella y menos para mí. Pero eso no me molestó mucho.

Llegaron por correo unos análisis clínicos cuyo contenido y su causa yo no entendí. Le llevé los papeles a mi prima Mónica. Resultaron ser la prueba de la incapacidad de mi marido para tener hijos. Si en aquel momento me pinchan no hubiera salido ni una gota de sangre.

A partir de aquel día noté que el olor del sudor de mi marido me daba náuseas y por suerte no me molestaba más que de vez en cuando. Incluso después de abandonar a su amiga por ser demasiado exigente logré que durmiéramos en camas separadas con la excusa que era mejor para descansar.

El día que cumplí cincuenta años invité a mi hermana y su marido, a Mónica y su compañero de turno porque los hombres le duraban muy poco. También estaba mi madre, cuatro amigas de la infancia con sus respectivos maridos e hijos y por parte de mi marido acudieron unos veinte "amigotes" porque por lo visto era una fiesta como las anteriores: un velada más para su ostentación. Me sentí como una ama de llaves que no cobra. De repente a mitad de la cena decidí irme de casa.

Al día siguiente, con toda tranquilidad hice una maleta con lo imprescindible, le pedí prestado dinero a Mónica. Desaparecí de aquel mundo. Viajé con el primero que encontraba en mi camino. Sólo miraba que tuviera algo de dinero y que estuviera dispuesto a viajar.

Tuve momentos que hasta me divertía. No obstante las emociones se fueran amontonando en mi cerebro, había ya intuido que mi despedida de los hombres no sería tal y como soñé: algo me lo impedía: una conciencia exacerbada me alejaba por momentos de lo inalcanzable para un ser humano… Los hombres acabaron rehuyendo mis proposiciones. Busqué amigas que resultaron ser peor que los hombres.

¡Fue en esos momentos…! Hasta mí llegaron las notas de una música que volaba desnuda en una brisa no definitiva: ¡Esa era la voz…..! ¡La oía realmente! ¡La que tantas veces lograra descifrar a las noches de invierno, confiadas en su oscuridad!. Era la voz de un mundo que ya no existía más que en mi memoria.

Imperceptiblemente mi humor cambiaba, iba ganando notas cada vez más desafinadas. La presión de los cielos en días grises era aprisionante y el resplandor conocido del amanecer estaba cegando la miope mirada que únicamente podía esbozar. Mis ojos estaban irritados enormemente como mi conciencia vigilante: el cerebro se resistiría a aceptar el choque inevitable con el azul deseado. ¡Tenía que disolverse pronto en el viento escondido tras las casas de cualquier paisaje!

Por momentos , todo fueron certezas de mi hundimiento irremediable en la dimensión de la que intentara huir durante los últimos diez años. ¡Mi destino estaba suspendido en las horas, el atavismo de mi herencia me impelía a hundir sus amputadas raíces en suelos ya hollados de los que nunca podría brotar ya verde, por lo que necesité de mucho valor para sustraerme a la ayuda de los últimos familiares y conocidos y aprovechando el choque dedos estratos todavía semidormidos, impactó con fuerza en mi popa, quedando desgajado de su existencia corporal…

Releo lo escrito. No entiendo nada. ¿Me estoy volviendo loca? He bebido demasiado. Estoy borracha y a punto de parir

Todo es silencio al mediodía. Eso suena a poema. Voy a ver qué tal bailan las letras hoy.

 

                                EL MIEDO, SIEMPRE EL MIEDO

 

Todo es silencio al mediodía.

Mi sangre acarrea letras  como nunca dentro de mi cuerpo, bailan y están contentas.

 

Me invade una sensación extraña en la cabeza,

una sensación de olas reventando, de presa contenida, en cada crecida, tal como se describe en el Manual de la Soledad, como en un túnel de viento fresco.

 

No me siento más sola

que aquellas que tienen marido, pero mi  miedo es el de todas. Pienso, para escapar de las trampas que me tiende el hipocampo para protegerme, que a mi lado hay un árbol que me esconde del sol,

y el campo es amarillo de trigo con pigmentos alegres de amapolas rojas.

 

Subida en el potro

he de imaginarme la lluvia, sin oírla, sin olerla, a través de varias miradas con los ojos cerrados; estoy preparada: todo es más bello si hay esperanza.

 

Después de una semana

en esta casi perfecta clínica me han prometido el resto de la cuarentena en la playa. Por las noches podré pasear por el pueblo, donde podré ver fachadas y calles no virtuales, podré ver de cerca sonrisas y caras preocupadas y aun así llenas de bellas promesas.

 

Hasta los contenedores de basura

solitarios como yo al amanecer me parecerán objetos bellos formando parte del paisaje.

 

Siento que soy un bosque

–siguiendo la regla 17 del Manual- que hay ríos dentro de mí, montañas, aire fresco, brisa de vientos contralisios acariciando los campos de romero y margaritas,  y que, si abro la boca, provocaré un huracán con todo el viento que tengo contenido en los pulmones.

 

Me va persiguiendo un imaginario

bienestar como el presentimiento del poema próximo a nacer, naciendo como ahora, brotando de una tardía primavera al apretar el vientre con mis manos.

                                                                        Johann R. Bach

Desde mi ventana veo el puerto sin gentes

LA NOCHE  DE  NATRIUM  MUR

 

       (Leed el poema con música de Arvo Pärt: Spiegel im Spiegel)

 

Desde mi ventana veo el puerto

sin gentes y con el agua dormida. No sólo me siento solitaria sino también abandonada como los muelles al amanecer.

 

El sol ya no me despierta

 

por la mañana como en otros veranos;

Febus tampoco no se despierta de su sueño marítimo: la luz del este. La cálida noche de junio aún no se alarga sobre el cielo, la ventana está abierta y se derrama la oscuridad sobre mi demasiado ancho lecho.

 

Aún no se hace de día en este Arenys.

Las sombras duermen en las plazas, en el puerto, también en los mástiles, y perfilan los cuerpos mientras se adormecen en el fondo

de cada corazón y mar adentro.

 

No sé si es que veo la noche

mucho más inmensa de lo que mi soledad cree y ya no quiero ser valiente ni fuerte; o quizá es que en esta hora tan triste donde todos los blancos veleros permanecen quietos, ya cansados, la vida va tomando tono de amatista porque no se cree, mi amor, que te hayas ido.

 

Aristas precisas arracimadas de cristal,

telarañas de gotas solapadas a los bloques de piedra junto a la carretera, pintura quebradiza de columnas y de ángulos que se truncan,

 

arquitectura que se empeña

en penetrar en el aire húmedo que viene desde el horizonte, paredes violetas de habitaciones que quieren mirar siempre el mar.

 

Todo ha quedado inmóvil sin ti.
                                                                        Johann R. Bach

 

Ahora las miradas las dibuja el silencio ...

                       LA NOCHE SE SUMA

 AL SILENCIO DE LAS ESTATUAS Y LOS MITOS

                                             Estatuas en el Treptower Park de Berlín

 

                               COMIENZA LA NOCHE

 

Comienza la noche

y hay que hacerle frente con el Manual de la Soledad, aún por elaborar, en la mano.

 

Tu recuerdo inmerso

en una noche constelada se desvanece como la luz gris y esta sombra desgarrada se refugia en el sueño.

 

He perdido las miradas:

el entusiasmo inicial que despertaba en mí el transparente Spree como un deseo impaciente que me empujó hacia tus labios; ha cedido como niebla de mediodía.

 

Cobra vida

una angustia infinita que no sé cómo mitigar.

 

Ahora las miradas

las dibuja el silencio con unos trazos que me hieren incurablemente en el atardecer donde se detiene la espera, sereno, sobre un cielo de cristal.

 

Limpio mis ojos

entristecidos y cabizbajos de lágrimas azules.

 

De la misma forma

que hubo una noche en la que nací existió otra noche donde tu cuerpo me amó. En suma valió la pena haberlo escrito mientras que el olvido va secando su rastro.

 

Todo es desnudo

fuera del tiempo cuando surgen los astros.

 

                                                                                           Johann R. Bach

 

Cogidos de la cuerda alcanzaron la orilla

    EL BESO DE CADA DÍA

 

  • Agresividad y crueldad en la Cuarta Edad

HYOSCIAMUS 

  • Excitación sexual en la tercera edad

AMBRA GRISEA

  • Descenso de los testículos en casos de retraso en la pubertad

DAMIANA

 

En tan sólo diez años he pasado de una injusta, aunque corta, estancia en la cárcel a colaborar como perito judicial en asuntos de menores y si alguien fuera capaz de leer mis pensamientos podría creer que soy una especie de rehabilitada social.

Realmente creo que he llegado siempre a todas partes y que la rehabilitación no es más que un cambio en la estrategia del comportamiento de un individuo: a veces es posible la adaptación a un escenario distinto del habitual y a veces se llega tarde, como en mi caso, a todo cambio. Aunque a menudo no sea demasiado tarde.

Me han encargado la tutela temporal de un muchacho de 11 años mientras el juzgado decide qué hace con su padre de 83 años que en un ataque de locura le propinó una paliza a su hijo por haber ayudado a salir del rio a una familia que había caído por accidente en sus aguas, poco profundas pero sobre unos rápidos peligrosos.

En efecto el muchacho iba a paso rápido hacia la escuela cuando oyó unos gritos de socorro de tres personas atrapadas en mitad del rio. Sin pensarlo dos veces Diego ató a un árbol una cuerda que se hallaba en el interior de una chalupa, se lanzó en su auxilio atravesando el rio que en algunos momentos el agua le llegaba al cubrir el pecho. Llegó hasta el automóvil donde se hallaban un matrimonio de edad avanzada y un chica de unos 12 años. Cogidos de la cuerda alcanzaron la orilla.

Cuando Diego llegó mojado a su casa el padre la emprendió a golpes con él. El muchacho logró escapar a su ira y acudió a un puesto de socorro de la Cruz Roja que había en la carretera no lejos de la casa en que vivían él y su padre. No era la primera vez que el muchacho salía a pedir socorro con señales de maltrato físico (y psicológico).

Pero esta vez el Juez de Guardia se tomó muy en serio el asunto: Se había propuesto tomar a Diego bajo su tutela e inhabilitar a su padre para ejercer la patria potestad y/o según se instruyera el expediente, enviarlo a una institución siquiátrica. 

Mi primera idea era suponer que el padre de Diego podría haber actuado bajo los efectos del alcohol lo cual complicaba las cosas porque el estar ebrio es uno de los atenuantes de la eximente incompleta. Luego fui pensando que no era el caso: algo en el cerebro de ese hombre le inducía a querer ser un héroe de novela o a competir con el héroe de la misma (su hijo) aunque no tuviera buena imagen:

en el fondo de su memoria sentía nostalgia por los tiempos (los de su juventud) en que los tipos duros de las novelas podían beber, ir sin afeitar durante varios días y tratar mal a mujeres y niños con la intención de "educarlos". Pero eso ahora ya no es posible en las sociedades avanzadas.

Entro en el hospital infantil, encuentro a Diego jugando al ajedrez con un muchacho bastante mayor que él, le pongo la mano en el hombro y le invito a seguir jugando mientras voy a la cantina a desayunar.  Y para dar la sensación de que no hay prisa, de que todo forma parte de una rutina "natural" en la que todo es susceptible de replanteo, que no hay nada que sea irremediable. Después de cumplir sesenta años la vida me cambió radicalmente Un niño hizo el milagro…

Leo en la habitación destinada a la acogida de Diego mientras espero que lo trasladen a este nuevo hogar preparado para una vida distinta de la que hasta ahora ha sufrido Diego. Oigo voces que penetran por la ventana de los futuros cuidadores. Son voces algo nerviosas que esperan alegremente la llegada de un  personaje importante.

Realmente Diego ya se ha ganado por si solo esa calificación. Se trata de un matrimonio (de 45 años él y 42 años ella) que ha sido seleccionado para ser la familia de acogida de Diego, en principio provisionalmente, pero quizá con el paso del tiempo pueda convertirse en su familia definitiva.

La habitación es amplia con unos muebles demasiado clásicos para mi gusto pero el color de la mesa de roble aparece como la pieza fundamental con un ordenador ya preparado, con tres libros descuidadamente abandonados junto a una jarra de cerveza que contiene varios lápices; un par de sillas y un antiguo foco flexo casi esconden la cama medio oculta por un biombo. Junto a la ventana crecen dos plantas cuyo verde compite con el del jardín. Se observa en cortinas y plantas la mano femenina.

El niño se retrasa. Leo un poema recogido en el Manual de la Soledad que me ayuda a esperar.

 

 

En esa cesta hay uvas esenciales,

cerezas infantiles, húmedas fresas que prometen bosques, ese sabor a verde ciruela del verano que sigilosamente se cuela en la garganta de una mujer, frente a un niño, inmasticable…        

                       

                                                            "El beso de cada día"   Johann R. Bach

 

Me despido de Diego y sus nuevos cuidadores anotando en mi memoria el resultado de la exploración: Diego es un muchacho de apariencia normal aunque algo más maduro de lo que correspondería para su edad.

 

En la exploración he detectado una inflamación de los pezones lógica por su incipiente producción hormonal, pero al explorar el aparato genital se observa que los testículos han bajado completamente por lo que podemos calificar a Diego como un niño precoz al margen de su fuerte erección en el momento del tacto del escroto. Asombrosamente me ha excitado al notar como su miembro viril crecía al roce de mi mano. ¡A mis setenta años! 

                                                                             Johann R. Bach

 

Escuchaste el vuelo de las gaviotas

           UNA  CIEGA  EN  PORTOFINO

 

                                                Portofino. Al fondo las cumbres nevadas casi tocando el mar

 

                                   UNA CIEGA EN PORTOFINO

 

En Portofino

respiraste y escuchaste su aliento como un placer solitario que todos hemos experimentado; sentiste ante las olas inquietas del mar como el sol se posaba sobre sus párpados.

 

Escuchaste el vuelo de las gaviotas

por encima del horizonte, cómo flotaban con su silbido en el viento y colgada de su dulce brazo creciste como joven alondra en el amor.

 

Las horas de un tiempo inacabado

cuando todo parecía perdido empezaron a transcurrir plácidamente ante ese andar desnudo de sus ojos invadiéndote la alegría repentina, humedecidos todos tus poros, ante el Mar de los Sueños, con la arena acariciando tus pies.

 

Sentiste más fuerte  que nunca

salir de tu pecho, ese grito que pide besar a los que tenemos cerca; la música de aquella Costa Liguria parecía suave como un engaño puro.

 

Aquellas horas ya son indestructibles.

 

Amaste todo aquello:

las pecas sobre su piel el brazalete que cerraba la manga, aquella dulzura sin sombra que, entre unos mínimos dedos, como una evidencia de amor erizaba el musgo sonrojado.

 

Nos cogió de la mano

en aquel bellísimo rincón de Portofino y como en un ritual, aspiró profundamente aquella brisa marina y mojándose los labios con su propia lengua como saboreando la sal adherida susurró como si hablase al viento:

 

"Hay dolores aquí de todos los tamaños

y una pequeña semilla de felicidad en alguna barca entre ésas que veis. Tormenta a tormenta,  batalla a batalla se moldearon esas rocas. El clima suave y el calor del sol atrajeron a especies de plantas coníferas en las que se refugiaron miles de aves hasta convertirse en un rincón vivo  lleno de luz y mar".

 

Más tarde, con la luna ya alzada,

en Santa Margarita, decidiste no renunciar a voz alguna; abandonar tu antigua soledad; adoptar un nuevo mar; vivir en el más maravilloso de los mundos

 

y aceptar que tus ojos eran ya los suyos

 

                                                                                              Johann R. Bach

 

Ámame a solas si de verdad me quisiste

                     COMO  UN  BLUES

 

COMO UN BLUES

 

Como en un blues de medianoche,

flotando en el aire lleno de humo en el Bar Chaplin de la Moselstrasse, me hubiera gustado comenzar con una frase como "ámame otra vez amor"

 

como en aquella ocasión única

 

cuando te pedí que me dejaras vivir cerca de ti y, sin embargo, todo terminó –como ya sabes- con otra como "perdóname por todo el daño que te he hecho".

 

Por todo el dolor

que aún siento ámame a solas si de verdad me quisiste.

 

Si de verdad me quisiste

déjame que te ame con el silencio de mis versos, como yo siento que he de hacerlo.

 

Hacerlo como un amor

al que se quisiera volver después de haber estado latente. Latente como un instrumento de catorce cuerdas que no se escuchaba desde hace tiempo; por ejemplo,

 

como una viola d'amore.

 

Pasado ya ese tiempo que necesita una palabra

para recobrar su significado, para que resuene en tus oídos con perlas nublándote los ojos y pese a los errores cometidos hasta

 

el momento de hilvanar estas sílabas.

 

Como en un blues de medianoche

con la mirada ya humedecida quisiera mirarte otra vez durante un largo rato y luego desaparecer tan diligentemente

 

como me tomaste un dieciocho de mayo.

 

                                                                                                Johann R. Bach

14 jun 2013

Los ojos clavados en el futuro...

                CUMPLEAÑOS

 

                                                                                                Árbol limonero

Parece increíble,

pero puedes mirar atrás y ver sesenta años. Y allí, al final de la mirada -a cada año un metro de distancia-, un ser humano ya completamente reconocible, las manos apretando los puños al dormir,

 

los ojos clavados en el futuro

 

con la mezcla de terror

y desesperanza de alguien que sabe de su próxima aniquilación.

 

Completamente familiar

aunque todavía, por supuesto, muy joven has vuelto a ir al cine y a oscuras has vivido cómo dos manos se buscan entre sí.

 

Mirando ciegamente hacia adelante,

con la expresión de alguien que clava los ojos en la más completa oscuridad recuerdas con cariño a aquella niña que no acababa de encajar:

 

la imperfecta

para quien el recreo era un suplicio.

 

En tu opinión, no cumples con la definición

de niña, una persona que puede esperarlo todo del futuro y, sin embargo, los otros te van mirando sorprendidos, constantemente amistosos, con la cámara, mientras dices "Lluiiiiiiis";

 

muchos de ellos sonríen

realmente con verdadera convicción, y acuden a tu memoria todos esos años plagados de inseguridades, de sueños bonitos, de disgusto por ti misma, y, también inundada

 

de desprecio hacia lo común y corriente;

 

eternamente relegada a la soledad,

dominada por lo trágico, donde la inmensa voluntad de vivir sólo era algo a rechazar, te ha sorprendido al aprender a los sesenta

 

con qué se llena una vida vacía.

 

                                                                                  Johann R. Bach

 

Calienta Febus a los cuerpos desnudos

EL SOL NOS MIRA DE REOJO

 

Desde el mismo centro

de nuestro sistema planetario, como un verdadero dios el sol mira de reojo cómo se besan seres extraviados y como se buscan entre montañas y valles como una libertad sin alas.

 

Calienta Febus

a los cuerpos desnudos tendidos sobre la arena de las playas y con su fuego como un rumor ronco y lejano flotando en el viento extiende sus llamas sobre bosques de coníferas provocando el estallido de las vainas de los frutos de carballos atlánticos.

 

Evita con su sonrisa

el raquitismo de los niños que construyen plácidamente sus castillos de arena en las playas, dorando su piel como la de los dioses.

 

Evapora las aguas de los mares

y levanta los vientos de la naturaleza porque a ella no le importan ni el odio ni el amor mientras que las montañas siguen sin llorar ni dar gritos y la flor de árnica sigue naciendo, contra fríos y nieves  más allá de lo humano.

 

Viaja hacia el Ápex

a la endemoniada velocidad de 14 kilómetros por segundo y nosotros le seguimos en su locura sin otra razón que la querer seguir amando.

 

                                                                                           Johann R. Bach

El insulto cuanto más grosero, más masculino es

              En la cárcel

 

  • Mal humor con necesidad de insultar y blasfemar

CHAMOMILLA

 

  • Avidez de ácidos y tendencia a llevar la contraria        

HEPAR SULFUR

 

 

UNA ASIGNATURA PENDIENTE

 

A veces tardamos años

en percibir que enfrentarnos a la soledad es como el comienzo de un libro por el final, como leer los periódicos, con ansiedad, pasando las páginas al revés.

 

Tardamos años en saber

que la soledad (frecuentemente sólo el deseo), es otro libro de la bibliografía de las noches, un Manual, susceptible de examen, con las páginas pálidas de la piel bajo alfabetos en tinta de latidos y de calles, con las notas al pie de la memoria

 

y condiciones -necesarias y/o suficientes-

con lemas y teoremas reservados a almas que del Teorema del Coseno se han preocupado, viendo en el artificio la belleza del verso matemático para llegar al Teorema de Pitágoras introduciéndose en un índice oculto.

 

Sólo una asignatura,

al fin y al cabo recogida en el Manual de la Soledad.          

                                                                                                  Johann R. Bach

 

He pedido un cuaderno para poder escribir y distraerme mientras espero. Realmente no sé qué espero. Siento mareos y náuseas que yo atribuyo al alcohol que he ingerido estos días; aunque no es imposible que la resaca me dure una semana como en otras ocasiones, esta me está durando ya demasiado.

Hubo un tiempo en que el alcohol me sentaba fatal, no podía beber ni un dedo de cerveza. Ahora cuando bebo vomito menos que cuando me mantengo abstemia. Mi carcelera me ha traído una libreta y dos bolígrafos, uno rojo y otro de tinta azul. Tengo un humor de perros, pero me muerdo la boca para no insultar a las celadoras. En mi interior algo me dice que tenga calma. Algo anormal está pasando. ¿Qué estarán tramando estos hijos de puta?

No recuerdo casi nada de lo sucedido: Claudia, Miret y yo entramos en un bar de una travesía de Las Ramblas, quizá en la Calle Hospital. No sé. Dos hombres se dirigieron a Miret, la querían coger por la cintura. Ella no se dejaba. Las tres íbamos borrachas como cubas, con dificultad incluso para mantenernos en pié. El local estaba lleno de hijos de puta que ven con pasividad cómo unos aprovechones se meten con tres borrachas. Total, son extranjeras, decía un amariconado tomando un coñac en la barra. ¿Cómo podía un individuo calificarme de extranjera sin que yo hubiera abierto la boca? ¿Será que en este país sólo se emborrachan las extranjeras?

La policía entró a montón dentro del bar y haciendo un pasillo de uniformes nos hicieron entrar uno a uno en el furgón. El olor a gasoil y a acidez de borracho me daba náuseas. Miret me cogía de la mano como si fuera su madre. Me mareé, vomité y se me nubló la vista. Cuando desperté estaba en una camilla en la cárcel. Aquí sigo, metida en un hueco donde el tiempo se detiene y el espacio se reduce a proporciones inhumanas.

Cuando salí al patio y me encontré con Miret y Claudia todo me pareció muy normal. Mi estado de depravación era tal que hasta despertarme en la cárcel me parecía un hecho natural. Era lunes, habíamos pasado todo el fin de semana encerradas y según las celadoras al mediodía nos devolverían nuestras pertenencias y saldríamos a la calle. Eso fue verdad para Claudia y Miret, pero no en mi caso.

Mis preguntas a las funcionarias se estrellaban sin rebotar: nadie se explicaba cómo yo seguía allí. ¿Había golpeado rompiéndole los cojones a algún cabrón de policía en la reyerta? Finalmente sólo se me ocurrió escribir para "matar el tiempo". Y curiosamente las palabras y las comas surgían de mi mente como si hubiera escrito durante toda mi vida y hasta conceptos como perífrasis, hipérbaton, fragmento, sintaxis o yuxtaposición ya no me parecían insultos como hasta entonces los había considerado.

Miret es de madre francesa, pero ha vivido toda su vida en Badalona. Estudió derecho pero nunca trabajó de abogado, ni en ninguna otra cosa. Era la rica de las tres. Siempre pensé que salía de juerga con nosotras porque no encontraba a nadie en su entorno para ir de juerga. Sus borracheras, a veces, alcanzaban un punto en el que su humor se desbordaba y sus carcajadas podían llenar locales y barrios en noches de verano.

En invierno se recluía como una monja de clausura y no quería saber nada de ningún hombre aunque sólo tiene 65 años, cuatro más que yo. Después de aquel lunes no volví a verla nunca más. No lo lamenté; era una engreída del culo.

Cuando se trataba de ligar a algún hombre yo era la encargada de iniciar la conversación a pesar de que por mi boca salían continuamente serpientes y tacos insoportables para los hombres. Me gustaba por ejemplo llamar a un recién conocido "chupapollas de tu jefe" como una nueva categoría o cargo en su empresa o "lameculos de político" a inútiles que frecuentan locales nocturnos y que por la mañana no tienen que trabajar o "impotente de mierda" como un cariñoso piropo y "escroto duro" como equivalente de acojonado.

El insulto cuanto más grosero, más masculino es, como el fumar o beber bebidas alcohólicas. Yo siempre invito a muchas mujeres a utilizar esos tratamientos. Imagínense a una dama repugnante como yo diciéndole cariñosamente a un medio borracho que se nos ha unido en la barra de un oscuro local de luces de neón: Oye impotente de mierda ¿te vienes con nosotras al bar de al lado? porque este ya huele demasiado a colonia de la Miret.

Sólo conozco una mujer más mal hablada que yo: es una vecina que no orina; sus meados se los tiene que sacar una máquina. Me parece que a eso le llaman diálisis. A los hombres les divierte encontrar mujeres como nosotras, pero nos temen.

Claudia era una funcionaria que había estado más años de baja que trabajando. Su marido la abandonó porque decía que no era lo suficientemente intelectual. En realidad la dejó porque nunca se corría y él se sentía herido como macho incapaz de hacer disfrutar a su pareja. Ella decía no comprender cómo había aguantado tantos años con aquel cernícalo.

Yo lo vi en cierta ocasión de cerca y realmente se tiene que tener un estómago más duro que el mío para soportar a "aquello", a aquel "fenutrio" de quién hasta una foca huiría:

la grasa de la cara le llegaba hasta las orejas, las sienes exentas de cabello y los dientes berzos; la barriga, sobresalida de su amplia chaqueta americana, colgaba por encima del cinturón que mordía con dificultad sus pantalones; sus tobillos, prisioneros de los bajos de su arrugado pantalón, amenazaban romper los calcetines. Ella no fue nunca feliz con él, aunque ahora, después de separada, tampoco lo era. Era vaga hasta para follar.

Todo me daba vueltas aquel domingo por la mañana cuando nos obligaron a desayunar y luego nos sacaron casi a la fuerza al patio; y aún ahora, me cuesta recordar qué coño pasó: creo recordar vagamente a Claudia riendo a carcajadas acompañando las de Miret; golpeaba sin fuerzas a aquellos dos individuos. Ellos también reían, por lo que la cosa no pasaba de un bromear de mal gusto.

Pero la cosa se debió complicar cuando el resto de la clientela del bar se puso a aplaudir todo aquello que estaba pasando. Era como una mala película americana de última (de) generación. Yo oía la música más alta de lo que mis oídos podían soportar. Mi blusa pareció recoger alegremente la saliva putrefacta que  se escapaba de mi boca.

Luego, ya en la cárcel, mi angustia iba en aumento al no tener la mínima esperanza de que mi situación pudiera cambiar; me sentía encerrada, atrapada en un destino donde todas, presas y funcionarias, me decían que aquello era provisional, pero mis dos amigas me habían abandonado aquí, dejándome sola sin motivo ni explicación para ellas ni para mí. Pero no me extrañó que no se preocuparon por mi suerte: al fin y al cabo son dos alcohólicas del copón que habrían puesto mucha tierra por medio en cuanto las soltaran.

Por la noche tenía que dormir boca arriba con las piernas abiertas porque los gases de mi vientre me producían un dolor insoportable. Mis bufidos de ballena mareada despertaban a las compañeras de celda. Ellas me amenazaban con ahogarme si no me callaba.

Mi situación cambió un poco cuando me hicieron una protocolaria revisión médica a fondo. Entre prueba y prueba yo tenía un dolor de cabeza insoportable en la parte occipital. Una presa que trabajaba en la enfermería se apiadó de mí y me consiguió una infusión de manzanilla. Sólo olerla volví a vomitar. Me sentaba mal hasta el café, mi droga preferida. En vista de mi estado de salud me trasladaron a una celda aparte de las demás.

                                                                                             Johann R. Bach

 

 

Duro trabajo el de una embarazada

UN ENCUENTRO INEVITABLE COMO CALYPSO CON ULISES

 

LYCOPODIUM

El ayudante serio y formal

con falta de confianza en sí mismo

 

SEPIA

Embarazo difícil

 

Regio es el ayudante que me habían asignado para realizar mi labor en el hospital. Es un hombre de unos 55 años con el pelo encanecido prematuramente, porque la consistencia de sus músculos parecía estar en pleno apogeo. Su cara estaba llena de arrugas ¿producto de sus preocupaciones y/o miedos? Es una persona seria y de gran inteligencia por lo que no comprendí, en aquel momento, como lo habían puesto a mis órdenes.

 

Regio se desvivía por enseñarme todo lo referente al trabajo y solícito respondía a todas mis preguntas. Corregía mis errores de la forma más natural del mundo. Yo sospechaba que tenía instrucciones para comportarse de aquella manera. ¿Era debido a que le habían advertido de mi explosivo malhumor?¿Dependía del éxito de su comportamiento para trepar en una carrera implacable, ávida de resultados?

 

Parecía muy preocupado por la eficacia de sus enseñanzas o informaciones. Su inseguridad era tan llamativa que llegué a preguntarme si no estaba algo mochales. Pero su coherencia no daba lugar a dudas era un gran profesional.

 

El ambiente en el hospital era algo diferente de lo que yo me había imaginado. En general todos parecían estar moderadamente satisfechos de su trabajo aunque las sonrisas eran escasas, de forma que una carcajada era motivo de asombro. El humor era casi protocolario y las frustraciones parecían estar encerradas en el interior de los pechos.

 

La amabilidad era algo forzada pero tolerable; yo misma me obligaba a comerme los tacos y mi mal hablar, cosa loable en mí, que a la primera de cambio llamo hijo de puta al mismísimo ministro si me lo plantan delante. Lo que sí me llamaba la atención era la mezcla de razas del personal y aún más sus edades: abundaban los estudiantes veinteañeros y doctores ancianos.

 

A los dos días de trabajar en el hospital, una compañera se encargó de darme una nota cerrada en un sobre de color naranja. "La Dirección" le había encargado darme la noticia. La comunicación me cayó como una bomba: Me felicitaban porque estaba embarazada. ¿Cómo era posible si hacía ya varios años que no menstruaba?

 

Ya sentada, me quedé aún más inmóvil. Los labios se me aflojaron. La compañera me quiso felicitar (o consolar): Me dijo que a mi hijo no le faltaría de nada, que en el hospital habían otros casos parecidos. Mi cabeza empezó a trabajar a una endemoniada velocidad. Las piezas del puzle se iban situando en su lugar. ¡Pasados los sesenta años de edad estaba embarazada!
 
                                                                                                                    Johann R. Bach