6 abr 2013

AUREA HA ESCRITO UN POEMA (en la fiesta de cumpleaños de Simone) de la novela LAS PUERTAS DEL MONASTERIO

       AUREA  HA  ESCRITO  UN  POEMA

La música que escuchas

en este comedor sobre esta mesa de mezclas con nuestras voces de fondo y cuyos muebles hemos retirado para que nuestro eco no se pierda, no tiene lugar en un pentagrama, no es hija de altavoces ni de antiguos aguijones de luz.

 

Detrás de los acordes

y de esa voz tuya que serpentea no hay modestos fusibles ni circuitos sutiles inalámbricos, ningún cable palpita.

 

Tu disco lleno de confusiones

se detuvo hace ya tiempo, pero algo de sus residuos escuchas pese a todo, a solas con tu vida, con el rumor de fondo de tu respiración.

 

La música que flota hoy aquí,

se desprende  de este coro que se ha ido configurando bajo tus esfuerzos, suena porque la suenas, porque es tuya.

 

La toca el corazón

con lenta mano, tu sangre memoriosa hilando olvido, tu cuerpo como en un "solo" y su deseo indócil.

 

Como un amigo adormecido en tu lecho,

esta noche te acompaña, se deja acariciar, ofrece el contrapunto empapado de vino, al ritmo encandilado de tus ojos y de tus huesos.

 

No sabes nada

y nada has de temer estando entre amigos; ni siquiera el exceso de vino puede hacerte daño esta noche. La luz anaranjada de la calle saluda suavemente tu aniversario, tu perfil inquieto donde la sangre canta y baila sin vergüenza, casi sonámbula, con los ojos rojos que no engañan.

 

Es esta música

la que has deseado y construido; que no se detiene, fluye con el tiempo como si deseara prolongarlo, como si el canto mismo cancelara la certeza del fin, el cabo inevitable al que todas nos asimos.  

 

Esta noche no habrá dolor

ni soledad, sólo se permitirá alegría en lo que escuchas. Detrás de los acordes y las voces compañeras aquí presentes está tu sangre que persiste, tu sangre que no quiere marcharse con la música a otra parte.

 

                                                            Aurea G. Sentis
                                          Web: www.homeo-psycho.es

 

Introducción al poema EL MONÓLOGO DE PALMIRA

             MONÓLOGO  DE  PALMIRA

 

Bajo una dulce música de jazz,

estábamos todas estiradas en el suelo hablando unas con otras.

 

Eran tan sólo las tres de la mañana

y nadie hacía el mínimo gesto de marcharse a casa. Estábamos tan bien que queríamos detener el tiempo, evitar un final.

 

Fui al lavabo y me arreglé un poco;

al volver las encontré a todas haciendo un corro sentadas y escuchando lo que decía Palmira.

 

Ignoraba de qué iba el asunto,

pero ni loca iba a perderme aquello. Me senté tras la espalda de Anaïs y me dispuse a escuchar como las demás. Hablaban de poesía…

EL MONÓLOGO DE PALMIRA

             MONÓLOGO DE PALMIRA (Palmira Lafontaine)

"…Aunque desde el bachillerato

yo había leído la poesía con la certeza de que era una manera de escribir distinta a todas y que no podía usarse como la prosa de las novelas o la de los libros de estudio (aunque tenía una imprecisa afinidad con los rezos religiosos), creo que mi primera noción concreta de la poesía en tanto que actividad soberana y sin relación con la experiencia inmediata fue cuando tropecé con Rilke

 

Los poemas de Rilke me impresionaron,

pero más aún la convicción inmediata de que aquellos versos, aun siendo su origen a veces a partir de una traducción de los clásicos griegos, tenían una fuerza superior a cualquier poeta vivo de los que yo leía entonces.

 

Me preguntaba entonces

¿Cómo podía alguien emocionarse, o cavilar sobre nuestro destino, a partir de las palabras que hace milenios había concebido el extraño habitante de un lugar remoto poblado por gente que se alimentaba de queso de cabra, aceitunas negras e higos y cuya economía, por así llamarla, se sostenía con las incursiones pirata que emprendían durante el verano por el Egeo?

 

¿Cómo podía seguir siendo actual Sófocles?

 

En realidad la pregunta estaba mal planteada.

No era actual Sófocles sino atemporal, o mejor aún, ahistórico. La poesía es aquello que se escapa de la historia. Más allá de lo inmediato está lo profundo del poema, lo poético, es decir, la materia prima de la poesía, aquello de lo que trata.

 

Llegado a este punto me podríais preguntar entonces ¿de qué tratan los poemas?

 

Yo diría que la poesía

es siempre un homenaje y que si el poema no es un canto, entonces no es un poema. Todas sabéis lo que se siente cuando nuestras voces se elevan hacia el cielo como el vuelo de los pájaros. Pues al leer un poema se ha de sentir ese mismo canto.

 

Recuerdo que las monjas

de mi juventud me paseaban por las clases de las niñas mayores para exhibirme como una exótica futura poetisa cuando en realidad yo lo único que hacía era leer versos en voz alta, pero aquello me permitía pasear la mirada por entre aquellas aburridas colegialas.

 

Y de vez en cuando descubría entre ellas

unos ojos vivos que se clavaban en los míos produciéndome una extraña y agradable sensación en el vientre.

 

Emocionada,

desviaba mi mirada de la suya para evitar los ojos de una niña y alternando la vista entre los versos y la ventana veía un enorme castaño en flor.

 

Yo hubiera jurado

que esa imagen la vi realmente al mirar por la ventana, pero con el tiempo y a medida que iba leyendo poesía me surgió en un momento dado la idea de que aquello fue una imagen virtual de un significado evidente de que el castaño era un símbolo fálico (el sexo masculino deseado por mí en aquellos momentos con fuerza).

 

El árbol crece

y se lanza hacia el cielo impulsado por una potencia inextinguible, explota en el florecer y en el fructificar, danza a la luz del sol como un bailarín colosal.

 

Es como un verso final que completa el canto:

la música que baila el árbol es la potencia del "bios", la música de la vida terrestre. El castaño es la danza de la vida, nosotras somos música viviente.     

                                                          Palmira Lafontaine
                                            Web: www.homeo-psycho.es

60 ANIVERSARIO

                CUMPLEAÑOS

Parece increíble,

pero puedes mirar atrás y ver sesenta años. Y allí, al final de la mirada -a cada año un metro de distancia-, un ser humano ya completamente reconocible, las manos apretando los puños al dormir,

 

los ojos clavados en el futuro

 

con la mezcla de terror

y desesperanza de alguien que sabe de su próxima aniquilación.

 

Completamente familiar

aunque todavía, por supuesto, muy joven has vuelto a ir al cine y a oscuras has vivido cómo dos manos se buscan entre sí.

 

Mirando ciegamente hacia adelante,

con la expresión de alguien que clava los ojos en la más completa oscuridad recuerdas con cariño a aquella niña que no acababa de encajar:

 

la imperfecta

para quien el recreo era un suplicio.

 

En tu opinión, no cumples con la definición

de niña, una persona que puede esperarlo todo del futuro y, sin embargo, los otros te van mirando sorprendidos, constantemente amistosos, con la cámara, mientras dices "Lluiiiiiiis";

 

muchos de ellos sonríen

realmente con verdadera convicción, y acuden a tu memoria todos esos años plagados de inseguridades, de sueños bonitos, de disgusto por ti misma, y, también inundada

 

de desprecio hacia lo común y corriente;

 

eternamente relegada a la soledad,

dominada por lo trágico, donde la inmensa voluntad de vivir sólo era algo a rechazar, te ha sorprendido al aprender a los sesenta

 

con qué se llena una vida vacía.

 

                                                                                  Johann R. Bach
                                                                 Web: www.homeo-psycho.es

8. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Pablito)

8.  LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Pablito)

PABLITO

 

Pablito era paciente, muy paciente y amoroso

de carácter dulce y manos rosadas, de sus ojos simétricos parecidos a los de una egipcia Diosa del Amor se descolgaban fácilmente las lágrimas cuando una nube cubría el sol o simplemente cuando oía hablar de desgracias.

 

 

En su radiografía se observaban

fácilmente sombras de antigua soledad a pesar de que sólo tenía treinta años cuando alquiló la habitación de los invitados de mi vecina.

 

Mientras tomábamos el té

en una tarde lluviosa pareció entristecer de pronto y comenzó a explicar, entre lágrimas, algo de su vida y tragaba saliva como si necesitara engullir un bolo difícil de tragar.

 

A partir de aquel día

todas las vecinas del inmueble nos desvivíamos por atenderle y protegerlo. Él estaba encantado con nuestras atenciones y secretamente todas le amábamos.

 

Yo imaginaba la frialdad de las pinzas Kocher

envidia de unas manos que sin duda algún día fueron al encuentro de otras ardientes, aunque por alguna razón desconocida la llama debió apagarse.

 

Desde el cuello ligeramente largo de Pablito,

resbalaba una catarata de finos cabellos laberinto de brillante maleza, en el que se percibía una mancha escarlata -denominada popularmente deseo-

 

producida por el falaz incendio

de una boca que sin duda algún día fue, prematuramente, al encuentro de la suya. A la altura de su máximo perímetro dos suaves brazos de horas estelares se negaban a olvidar sus abriles.

 

En el resto de su pecho

se transparentaba el esqueleto doblado de una estrella fugaz y como en un ganglio calcinado se guardaba una fósil respiración del ardiente pecho de su madre que sin duda, durante muchos días descansó en el suyo.

 

Más abajo, en la zona del hipogastrio,

dos auténticas bolas de billar, en medio de un descomunal árbol de gruesa raíz envidia de centauros, se apreciaba un desprendimiento de sombras y reinos que nunca pudieron amanecer.

 

En sus carnosos labios

se acumulaba la tensión, el placer y el dolor a pesar de ser hipotenso. Siempre tuve la sensación de que aquel cuerpo de diosa egipcia sin duda algún día fue en busca del Centauro Quirón.

 

Era amanerado en exceso en el gesto,

su extraño priapismo sin eyaculación me encantaba –y no sólo a mí- porque para él todo era un juego interminable de amor muy parecido al mío.

                                                                                              Elisa R. Bach
                                                                            Web: www.homeo-psycho.de

 

 

5 abr 2013

LAS TARDES DE UN ALFÉREZ (Mallorca en el año 1.96...

          LAS TARDES DE UN ALFÉREZ

Viví, por primera vez, la insularidad

de Mallorca y en menor medida la de Menorca desde el primer momento en que supe que me habían destinado a la zona militar de las Islas.

 

Se abría ante mí un paréntesis

-el servicio militar- que no iba a hacer desaparecer de mi vida ese secreto que llevamos todos sobre nuestras espaldas y que lo vivimos tomándonos todo como una apariencia; y que las fuentes poco a poco se van perdiendo en el paisaje.

 

Mi frente acusaba con alguna sombra

el cansancio del final de carrera donde en el sprint final perdí la cola de mis cejas y parte de mi entusiasmo por la vida. Me sentía antiguo y un simple encefalograma hubiera demostrado que mi cerebro estaba arrugado e ilegible.

 

¡Qué pergamino sucio y viejo era mi piel!

El último campamento en Castillejos al que me sometí para conseguir la estrella de Alférez me había quemado la cara y los brazos y mis mucosas tomaron la senda de la deshidratación del paisaje.

 

Una pasión insana, insatisfecha,

de algún modo no colmada, como el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, me proyectaba e inquietaba a la busca de lo ignorado y del pezón que nos sustenta. Sentía en definitiva que la falta de libertad no desautorizaba el paisaje.

 

Iba a entrar en un mundo –horrible-

exclusivo de hombres cuando mis ojos deseaban ver, una por una, todas las hembras de todas las playas.

 

El deseo de estar junto a la alegría

de sus sonrisas jóvenes (o maduras jóvenes) era fortísimo; y estar cerca de su simpatía y encantos, con un cobalto maravilloso de fondo a ambos lados del horizonte, era casi una obsesión.

 

Poema del prólogo a la novela de Las Tardes de un Alférez

                                                                   Johann R. Bach

                                                      Web: www.homeo-psycho.es

LOS HOMBRES DE MI VIDA

7.      LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Fermín)

TODO EN ÉL ERA COMO UN BLUES  (Elisa R. Bach)

 

Todo en él era como un blues de medianoche,

flotando en el aire lleno de humo de cualquier bar de la Rue de Batignoles. Me gustaba que comenzase con una frase como "ámame otra vez amor,

 

no puedo respirar si no te tengo cerca".

 

Su olor a cerveza

hacía que me sintiera bien; y, también cuando me pedía que le dejara vivir junto a mí. Y, sin embargo, todo terminaba –como ya sabéis- con otra frase como "perdóname por todo el daño que te he hecho".

 

Por todo el dolor

que aún siento –me imploraba- ámame a solas si de verdad me quisiste.

 

Si de verdad me amaste –insistía-

déjame que te ame con el silencio de mis versos, como yo siento que he de hacerlo.

 

Hacerlo como un amor

al que se quisiera volver después de haber estado latente. Latente como un instrumento de catorce cuerdas que no se escuchaba desde hace tiempo; por ejemplo,

 

como una viola d'amore.

 

Ahora ya siento que ha pasado ese tiempo

que necesita una palabra para recobrar su significado, para que resuene en mis oídos con perlas nublándome los ojos a pesar de los errores cometidos hasta

 

el momento de hilvanar estas sílabas.

 

En Fermín, todo era como un blues de medianoche:

con la mirada ya humedecida me gustaba mirar su barba corta una y otra vez… durante un largo rato y luego, desviar la vista hacia sus arácnidas manos que tan diligentemente

 

lanzaban sus finos dedos hacia mi piel su presa.

 

Fermín no tenía mucha resistencia

en el envite del amor, pero sus escarceos amorosos eran interminables y me colmaba de pequeños detalles y gestos diarios que me hicieron muy feliz mientras estuvo conmigo.

 

Todo en él era como un blues de medianoche,

Recuerdo como si fuera hoy su gran empatía, su piel fina y sus largas pestañas sobre los ojos más limpios que he visto jamás.
                                                                              Elisa R. Bach
                                                           Web: www.homeo-psycho.es

4 abr 2013

6 LOS HOMBRES DE MI VIDA (Narciso)

6.    LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Narciso)

 

 

Cuando conocí a Narciso,

era un joven desprovisto de territorios de un mundo errático, imprevisible; sujetaba con su mano hasta sangrar el manillar de una potente motocicleta como si de un mulo se tratara y trabajaba sobre lo primigenio.

 

Con un pie peregrino pisoteaba

a cualquiera que se le pusiera por delante y a una tierra incierta al igual que lo hacía con las anémonas pulsatillas;

 

con un doble y rápido parpadeo cosía el cielo

al horizonte y con alocada fantasía inventaba el color celeste: era un hombre ambicioso, agresivo, bebedor y amigo de comilonas y platos refinados.

 

Ahogaba su grito

mezclándolo con el suspiro más auténtico en aquel instante cuando se desgarraba la piel de los codos en una zarzamora al tiempo que su dedo corazón excavaba en la grieta.

 

Después tumbado en la hierba

admiraba la forma del helecho y la cola del pavo real. Soñaba muchas veces con aquel instante en que su cabeza se volvía una estrella fija.

 

Sin embargo, nunca se hizo ilusiones:

nadie heredaría su manía por la acción ni su habilidad por cargarse de responsabilidades. Suyo el tacto, solamente el oído suyo podían recrear de nuevo aquel principio de infinitud y una ansiedad convertida en insomnio por la noche y somnolencia durante el día.

 

Eyaculaba precozmente

al intentar penetrarme y, en su loca egolatría, se corría al masturbarse mirándose en un espejo mientras me decía: ¿Dónde ibas a encontrar un cuerpo como este?

 

Y, sin embargo, trabajaba

con ahínco hasta conseguir lo más arduo para cruzar las distancias que se abren más allá de la uña y experimentar con la mano más audaz los ojos, orejas y labios de un mundo ajeno.

 

Después de veinte años

de dormir en camas separadas, de tener cada cual sus amantes, en una mañana aciaga, su cuerpo frío, pálido y rígido impregnó toda la habitación de un aroma extraño que me hizo recordar la muerte de mi abuelo.

 

De mi pecho surgió el mayor grito

que recuerdo; salí corriendo a la calle, llamé a mi hija mayor y esperé su llegada en aquella madrugada de junio. Aquel día, lejos de sentirme liberada, empezó mi depresión. No lo amaba, pero era el padre de mis hijas.

                                                                                      Silvia M. Folch
                                                                         Web: www.homeo-psycho.es

3 abr 2013

5. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Nicolás)

5.   LOS HOMBRES DE MI VIDA (Nicolás)        

          La noche de Nicolás

          (Leed el poema con música de Arvo Pärt: Spiegel im Spiegel)

 

Desde la ventana Nicolás ve el puerto

sin gentes y con el agua dormida. No sólo se siente solitario sino también abandonado como los muelles al amanecer.

 

Llora a escondidas porque

el sol ya no le despierta y sólo acepta de buen grado la compañía de Espurna -su perro- dormitando a sus pies (yo parezco simplemente su ama de llaves).

 

Por la mañana como en otros veranos;

Febus, al igual que él, tampoco se despierta de su sueño marítimo: la luz del este. La cálida noche de junio aún no se alarga sobre el cielo,

 

la ventana está abierta

y se derrama la oscuridad sobre nuestro ancho lecho. Su ánimo se ha adelgazado como su cuello y la sed le ha secado la boca y agrietado el labio inferior, haciendo su rostro, paradójicamente, aún más bello.

 

Aún no amanece en este S'Agaró,

cuando Nicolás siente que las sombras duermen en las plazas, en el puerto improvisado en la bahía, también en los mástiles, y perfilan los cuerpos mientras se adormecen en el fondo de cada corazón y mar adentro.

 

No sé si es que Nicolás ve la noche

mucho más inmensa de lo que su soledad cree y ya no quiere ser valiente ni fuerte como en los tiempos de Brezhnev;

 

o quizá es que en esta hora tan triste

donde todos los blancos veleros permanecen quietos, ya cansados, la vida va tomando tono de azur porque no se cree, que esté resentido. Siento que sigue apasionadamente enamorado de mí aunque no me lo diga.

 

Aristas precisas arracimadas de cristal,

telarañas de gotas solapadas a los bloques de piedra junto a la carretera que lleva a Sant Feliu de Guixols, pintura quebradiza de columnas y de ángulos que se truncan,

 

arquitectura que se empeña en penetrar

en el aire húmedo que viene desde los Países del Este, paredes violetas de habitaciones que quieren mirar siempre el mar.

 

Todo queda inmóvil

si su sonrisa intenta enfrentarse a la tramontana.

                                                                                                Silvia M. Folch
                                                                                    Web: www.homeo-psycho.es

2 abr 2013

4. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Manuel)

4.    LOS HOMBRES DE MI VIDA   (Manuel)

MANUEL 

 

Mientras esperaba que acudiera el ascensor,

entró en el vestíbulo, empapado, jadeante y sin aliento, como una bestia salvaje que se refugia de la lluvia bajo un árbol.

 

Era el becario que me habían asignado

en la oficina para ayudarme a ordenar toda la documentación acumulada durante mi estancia en Costa de Marfil. Mi apartamento estaba lleno de libros viejos cuyo olor al confundirse con el sudor empapado de Manuel hizo aparecer en mi bajo vientre un cosquilleo harto conocido.

 

Se desnudó en el lavabo

y se puso un albornoz que le presté. Comencé a preparar el café de rigor, pero antes de que la cafetera lanzara su aromático vapor ya rodábamos encima de la alfombra.

 

Su cuerpo era más bien fornido,

con fuertes brazos y vello abundante en sus genitales que alcanzaba los límites del ombligo. Su mal afeitada barba lastimaba la piel de mi rostro, pero no protesté hasta que su fiebre descendió a un nivel tolerable.

 

Recuperada ya nuestra compostura

comprobé con cierto disgusto que Manuel era un desastre con los números. Se agobiaba con una simple suma. Renuncié a seguir trabajando con su desorden y volvimos a revolcarnos junto a la pila de los tratados de papel antiguo.  

 

A partir de aquel día paseábamos,

casi cada noche después de hacer el amor, silenciosamente por las avenidas de Bruselas cogidos del brazo. Sólo los fines de semana se queda a dormir conmigo.

 

Secretamente hice que le trasladaran

de departamento. En la oficina necesitaba alguien que fuera eficaz con los números y por suerte su sustituta, una muchacha mallorquina de apenas veinte años, solucionaba a las mil maravillas mis problemas.

 

Aquel apasionado amor duró nueve meses.

Manuel necesitaba experimentar con otras mujeres y yo ya no le servía como experiencia. ¡Ah! ¡La culpa indecible que con el mismo sexo todos los días no disminuye!

 

Al terminar su "stage" en Bruselas

no lo volví a ver. No era mal chico. Aunque es comprensible que en su ambiciosa mentalidad no cupiera la posibilidad de que siendo él aún joven su libido se limitara a una mujer próxima a la tercera edad.

 

                                                                                                   (Silvia M. Folch)
                                                                                   Web: www.homeo-psycho.es

3. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Casimiro)

3.     LOS HOMBRES DE MI VIDA (Casimiro)

"Je m'appel Casimir"

solía, con esas palabras, comenzar sus actuaciones de guiñol ante el numeroso público infantil de los poblados de Costa de Marfil. Con ellas y su sonrisa transmitía diversión a los castigados niños de un país que la diosa Fortuna desconocía.

 

Mientras Casimir balanceaba

alegremente sus manos, transmitía entusiasmo y optimismo a todos los miembros de la ONG. También a mí me transmitía paz bajo aquellas tormentas de luz.

 

¡Ah! ¡Qué horas de éxtasis salvaje

a media tarde a la orilla de un rio esmeralda! El alma cantaba –os lo aseguro- levemente la canción de la caña amarilleada con ardiente devoción.

 

El ritmo trepidante

de rudimentarios instrumentos de percusión me excitaban hasta el delirio.

 

Luego al derrumbarse el sol

Casimir miraba largamente los ojos estelares de un sapo demasiado grande para este planeta, palpaba con manos estremecidas el frío de la piedra antigua y debatía con los compañeros la venerable leyenda de la fuente azul.

 

¡Ah! ¡Qué peces de plata

enseñoreándose en el río! ¡Qué frutos cayendo maduros de los árboles! ¡Qué sugerentes ojos los de muchachos ávidos de participar en la danza del mundo!

 

Los acordes de sus pasos

le llenaban de orgullo y de menosprecio por aquellos humanos que ignoraban -en el mejor de los casos- a aquellas pacíficas e ingenuas1 comunidades.

 

Al entrar en la tienda

se tumbaba junto a mí con la cabeza apoyada en una enorme almohada observando la porción de cielo estrellado observable a través de las ventanas mosquiteras y comentaba cómo iba prosperando nuestro proyecto.

 

Antes de rodearle el pecho

con mi brazo ya se había dormido. Todo su amor era para aquellas gentes. No podía entregarme su sexo sin beber vino. Su libido era inexistente a menos que se emborrachase.

 

Después de la campaña de vacunación

de aquel verano volví a Bruselas sin remordimientos de abandonarlo todo para volver a empezar.

                                                                                             Elisa R. Bach

1.        Etimológicamente ingenuo es una persona que es libre y no lo sabe.

1 abr 2013

2. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Carlos)

        LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Carlos)

CARLOS

 

Dorados se doblegaban los girasoles

sobre la valla del jardín, porque ya era el verano.

 

¡Qué maravilla

sentir el celo de las abejas confundido con el propio bajo el follaje verde de nogal, refugiados de los temporales de paso!

 

Plateada florecía también la amapola.

Con un sencillo asombro se llevaba en cápsula verde nuestros sueños nocturnos y estelares. ¡Ah, qué silenciosa era la casa, cuando él se adentró en la oscuridad.

 

Purpúreas maduraban las ciruelas

en los árboles y el jardinero movía sus duras manos quemadas de años. ¡Qué bellos signos hirsutos al sol radiante!

 

Pero el silencio entraba en la tarde,

la sombra de Carlos dentro del círculo dolorido de los suyos se espesaba como la última miel y cristalino resonaba a su paso sobre la hierba del jardín a la orilla del bosque.

 

Vaciada de niños –su principal preocupación-,

la casa parecía envejecer. Callados se reunían aquellos alrededor de la mesa de la casa vecina y partían con manos de cera el pan, con olor a sangre, pensando en rechazar el amor de la madrastra .

 

La noche anterior,

los ojos pétreos de la hermana –mi cuñada- se clavaban en los míos cuando durante la cena parecían culparme de su locura e intentaba inocular en la frente de su hermano la primacía de sus derechos sobre la casa; y,

 

entre las sufridas manos de su madre,

los alimentos parecían petrificarse. ¡Cómo los corruptos, con lengua de plata acallaron el infierno!¡Cómo comparados con los componentes de aquella familia, los ángeles caídos estaban poseídos por una infinita bondad y se ponían todos en corro alrededor de Carlos!

 

Después de aquella noche

en la que sonó la lluvia refrescando los campos, en la espinosa profundidad del bosque Hermes siguiendo los amarillos surcos en medio del trigo llegó puntual a la cita y con el silencio suave del verde ramaje trajo la paz a Carlos.

 

Yo sabía que oscilaban huesudos los pasos

de Carlos –acompañado por Hermes en su camino hacia el Inframundo-sobre serpientes adormecidas al margen del bosque y que el oído sigue siempre el grito delirante del buitre y,

 

antes del amanecer,

mi figura desapareció de aquel extraño paisaje familiar como resbalando sobre un espejo roto. Sólo un vago recuerdo del sexo oral fijado a mi piel, muestra en mis sueños, de vez en cuando, el rostro lunar de Carlos.   

                                                                                                Elisa R. Bach