Querida Margarida
Me sorprende verme
sobre la cubierta de este Ferry atravesando un apacible lago rumbo a Brienz.
Ahora viajo de vuelta
después de una preciosa excursión a la Jungfrau. Todo ha ido de maravilla: el tren cremallera, la visita a la ciudad de Interlaken, preciosa incluso con niebla.
Me he olvidado de tal forma del mundo
que el regreso me parece un viaje extraño. Un día, siendo casi una niña, dije que haría este recorrido. No me equivoqué al imaginarme este aire, fresco y húmedo.
Allá arriba en la Jungfrau
no reinaba el silencio de los valles. Junto a los silbidos del viento sonaba el ritmo de mis pies, un reloj sin números.
Junto a las paredes de la montaña
vi pájaros marrones cuyo nombre desconocía; sobre mi cabeza viajaban nubes de color de cinc y gris plomizo como si me acompañaran en el camino.
En un recodo del camino
el agua había arrastrado pequeñas ramas que brillaban rojas como oxidadas.
Ha habido un momento
en que parecía que iba a llover, pero pronto una fría ventisca se ha llevado las amenazadoras nubes a otro lado.
Tranquiliza saber
Que, en caso de mal tiempo, todo está preparado para pernoctar allá arriba, pues se cierra el tráfico del tren cremallera.
De todas formas
no me hubiera gustado que eso pasara. No sé decirlo de otra manera. Una habitación de hotel anónima no se convierte en mi habitación gracias a una contingencia.
Viajan conmigo dos libros en la mochila,
mi gorra de beisbol, las gafas oscuras, un fular de seda y las llaves del Wrangler que he dejado en el puerto.
A pesar de todo lo que ha sucedido,
nada parece haber sucedido. Este Thünersee es muy viejo y la piel de sus aguas agradecen su origen tectónico.
Me gustaría que pasara algo de importancia
para ser explicado, para escribirlo, para hacerte partícipe de una parte de mi vida.
Por encima de mi hombro izquierdo
veo a dos monjas sentadas como dos jugadores de ajedrez: sus caras asoman desde sus hábitos, como buenos bebés en sus cochecitos.
Sin discriminación el viento les empuja
los manguitos dejando al descubierto sus muñecas. Casi desnudas, veo lo que queda: la santa muñeca cubierta de vello masculino.
En mi imaginación,
he visto a esas dos monjas soltándose las botas y de sus sillas de madera ascendiendo sobre esta cubierta gris, sobre la baranda de hierro, inclinando a un lado sus cabezas rosas, con las bocas abiertas y redondas,
respirando juntas como peces:
¡Aleluya! ¡Aleluya!
Cantando sin sonido.
Vuelvo a casa sin haber visto milagros,
sin rabia o inusual esperanza, que se ha vuelto áspera y arrugada por la edad incurable.
Tengo sobre mis párpados superiores,
las mismas bolsas de agua. Siguen siendo mis ojos: las letras naranjas que dicen INTERLAKEN en el salvavidas colgado junto a mis rodillas;
El bote salvavidas
color siena envuelto en su sucia funda de lona; la borrosa señal en su depósito que dice STEP VERBOTEN.
Todo en orden,
me digo a mí misma: sobreviviré.
Johann R. Bach