12 may 2016

ya sabes… nos gustaba guarecernos para mirar a lo lejos.


LA METAFÍSICA HERIDA

Uno a uno van cayendo todos los pilares
de un edificio oxidado por la humedad, la ventisca y el moho. Ahora le ha tocado el turno a las iglesias –musulmana, cristiana, budista…-

¡Hay que echar al viejo ciego
–grita la gente en los programas de radio- de los líquenes del muro eclesiástico! ¡Estamos hartos de metafísica!

¡Abajo los intelectuales!
–han aparecido horribles pintadas en las calles- y ¡abajo el último de sus malditos folios desteñidos, amarilleados desde hace décadas y adornados con una flor seca!

Mientras ocurre todo eso
yo me encierro en el recuerdo de aquel entonces en el que yo sólo te conocía de vista. Para mí eras simplemente Cassia, la dulce hija de una vecina que vestía una falda a cuadros escoceses, un jersey vespa de color gris y un calzado de gruesa suela y fuerte cuero parecido al calzado náutico actual.

Ahora ni siquiera me fijo en cómo va vestida la gente.
Con el gusto –gris- más neutro posible sin duda, pero nunca podremos alabar lo suficiente a "Los Funcionarios" por haberte hecho surgir en la proa de esta Casa de Huéspedes, sitio en el que te encuentras cómoda aún en las horas de fuerte viento y lluvia cuando París se levanta y el furor de los cielos va ganando poco a poco, barrio a barrio, esos jardines espirituales cuya última hiedra da a las estrellas.

O, más a menudo,
cuando se organiza la gran batida nocturna del deseo en un paisaje donde, como los pájaros nos recogemos bajo nuestros edredones de plumas y también cada vez que una racha de viento más intensa descubre en los tejados una llaga deslumbrante por la que se escapa el olor del pescado subastado.

Yo no imaginaba
Volverte a encontrar y de pronto, después de tantos años, cuando llevabas aún tu uniforme escolar, al pasar junto a la estatua de La Fontaine de Saint Michel divisé un ramillete recién cortado de violetas. Es raro ver en París una estatua adornada con flores. Por supuesto no me refiero a esas "cosas metálicas" destinadas a mover masas de turistas.

Y la mano que naufragó rumbo a ti dejando una larga estela también hace zozobrar mi memoria pues, seguramente, debió de ser una mano enguantada de mujer… ya sabes… nos gustaba guarecernos para mirar a lo lejos. Sin prestarle demasiada atención, durante los días siguientes observé que cada cierto tiempo había un nuevo ramillete la escarcha y él formando un único obsequio. Y a ti, Cassia nada podía hacerte apartar la vista de los lodos diamantinos de la entrada de metro Rue du Bac donde transcurre la vida sin exceso de fe mientras que nosotras somos instrumento de alguna fuerza que nos tiene en sus manos, entregándonos mutuamente, guardándonos la una de la otra.

                                                             Johann R. Bach

¿Sabes Bruno? A mí también me gustaba el mar, la noche, el blues…


EL BLUES EROSIONA LA NOCHE

¿Sabes Bruno?
A mí también me gustaba el mar, la noche, el blues…

Me gustaba sentir ante mis ojos el mar abierto con la luna levantándose como otras tantas veces mientras a mi espalda sonaba un blues; me gustaba ver el reflejo de su luz sobre la piel cuando aquel gran Lago de los Sueños me descubría triste, triste como el sabor de mis labios gastados ya de lejanos besos y silencios.

Me volvía loca de placer vivir ante unas aguas a veces tranquilas, a veces embravecidas, ante el viento de tramontana, convertido en brisa suave, recorriendo la distancia infinita suma de todas las distancias entre las islas y que sembraba paz a archipiélagos enteros bajo la atenta mirada de las estrellas y que suavemente acariciaba la arena pisada por Él; erosionando lentamente mis pensamientos.

Recuerdo muy vivamente cómo las notas desgarradoras de un desafinado se situaban sobre las terrazas y sonaban entre las jarras de cerveza como si todo aquello que has amado se hubiese sumergido entre las aguas y tú fueses esperando amaneceres cada vez más profundos.

Casi mecánicamente escribía cómo la orilla del mar había lamido mis delicados pies, y con letra lenta, decidida, grababa en mis cuadernos las lejanías que llegaban hasta mis ojos y no desataban llantos ni nostalgias, sino sueños de ser luz en Su Cuerpo y en Su Nombre.

Abandonando mis ropas, libros y medicinas borré las huellas, evitando el camino de vuelta a mi Aurora aunque algún poema en la memoria y el olor en mis zapatos viven aún en el fondo de algún armario.

¿Sabes Bruno?
A mí también me gustaba el mar, la noche, el blues…

¿Cómo será –me pregunto a menudo- la noche de alguno de aquellos amores? ¿Qué recuerdos permanecerán fieles en el mar? ¿Recordarán cómo vivieron tantas y tantas veces cómo mis ojos dibujaban aquellas extrañas y eróticas geografías?

¿Permanecerá fijada aún mi caligrafía tatuada en sus pechos, ahora ya imaginarios? Como si ya la luz huyera eterna y no fueran mis ojos para ellos sino para pactar una angustiosa paz en cada ola perdida de mis ansias, todo se va borrando, en cada brisa, al fin, sin más conciencia que ver las brasas humeantes del universo de aquellos ojos y alrededor ellos, sólo sus cuerpos.

¡Que el olvido llegue pronto a sus umbrales!
Y todo ante mis ojos vuelva a ser como el blues de aquellas noches junto al mar.

¿Sabes Bruno?
A mí también me gustaba el mar, la noche, el blues…

                                                           Johann R. Bach

El agotamiento físico y la depresión llevaron a Bruno a enrolarse en la Marina Mercante


BRUNO EL MARINO FELIZ

Afila tu lápiz Cassia
porque con Bruno no es fácil ni siquiera una sencilla caricatura. De su vida se han borrado partes importantes y no sé si es posible recuperarlas.

He podido saber
por la huella que dejó en su amplia frente la caída de cabello que abandonó los estudios cuando a sus veinte y pocos años sus profesores le advirtieron acerca de un aterrorizante y próximo futuro sin libros y tecnificado (pues en aquellos momentos el conjunto de la cada vez más masiva desinformación transmitida -y empaquetada- a través clústers electromagnéticos como sombras frenéticas) y, que, por toda oposición, sólo una tibia referencia en los diarios criticaba ese mundo como algo agónicamente burgués y agonizante y ya sin ninguna razón de ser.

Bruno no tenía miedo.
Pero se sentía ya sin fuerzas para crear su propio futuro. El amor podía transformar las cosas ya oxidadas y viles en digna y excelsas. Sí. El amor no ve con los ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido. Alas sin ojos son emblema de imprudente premura y a causa de ello Bruno se equivocó en la elección de sus varios amores.

El agotamiento físico y la depresión
llevaron a Bruno a enrolarse en la Marina Mercante y a abandonar todo amarre social con la tierra firme. Era sin duda una prueba de que para él la familia y los amigos ya no significaban nada.

Como todo marinero llevaba consigo una imagen tatuada en el corazón. A menudo, en los momentos difíciles recordaba la cara de Claudia, relajada también por el cansancio, dormida sobre su pecho: los labios entreabiertos, las comisuras de la boca esbozando una cierta sonrisa, como en una máscara infantil. Era –lo recordaba muy bien- una mujer imponente, que había heredado el rostro alargado y terso de su madre, su gesto severo y noble, y su perpetuo fruncimiento circunflejo. Su rostro valiente y poderoso correspondía al de una mujer que sería la perfecta compañía en una isla desierta. El concepto de "plantar cara a la vida" resultaba muy apropiado para su Claudia, una mujer con coraje que fue en su día una niña marimacho que jugaba a futbol con los niños.

Mujer de pelo liso y corto,
un poco entreverado de gris, que se cortaba cada cuatro semanas, siempre bajo la misma luna creciente, solía peinarse con los dedos y tenía el aspecto de alguien joven, todavía descuidado y aniñado. En los últimos años había ganado, es cierto, algo de peso aunque incluso en aquellos momentos, relajada, tenía los hombros bien echados hacia atrás, la prominente barbilla pegada al pecho, el busto proyectado hacia adelante.

Ese retrato de Claudia, 
fuera más hermoso o menos agraciado era algo que Bruno aceptaba como bello y limpio y en sus miradas hacia el horizonte le ayudaba a ser feliz, hasta el punto de que el resto de la tripulación, medio en broma, al verle tan solitario y sonriente, le pusieron el sobrenombre de Bruno el Marino Feliz.

                                                                               Johann R. Bach

11 may 2016

miré el mar y su agua que lo hace sensible


LUZBÉLICA NOCHE EN EL MAR

Antes de embarcar
llegó una mujer muy cerca de la menorquina, en el muelle junto al restaurante donde había hecho una comida frugal para evitar un posible mareo. Caminando lentamente por el muelle me miró. No había bebido ni una gota de vino y puedo asegurar que un manto de plumas y oro, una piedra azul sobre el pecho y los pies desnudos eran su vestido.

Al pasar junto a mí me miró
con ojos abiertos como los polos del mundo y yo la seguí con sostenida mirada. ¿Pero es que soy yo quien la persigue? ¿O es ella la que me busca por mares y cielos; en la noche de   palabra; de eternidad en eternidad? La vi caminar por el muelle que me señalaba su hermoso cuerpo, y su paso estallaba suave en su pelo como las banderolas en los mástiles y siempre mirando al mar.

El fuerte viento me impidió hacerme a la mar
y cuando aún en el puerto, al amanecer, me pareció ver cómo sus ojos subían lentos como la luna creciente al barco que, en quietud, acechaba los mínimos movimientos del aire. Subí al puesto de gobierno en cubierta y tras de mí quedaron los pensamientos como los de una ciudad sumergida: en silencio.

En pocas horas alcancé mi caleta preferida.
Con la menorquina fondeada respiré hondo sintiendo la sal sobre mis labios; vagué lentamente por cubierta como si me moviese sobre una nave helénica detenida por la ausencia de viento bajo un sol también detenido y sin fin. La que parecía mujer –ya no sé-, y si en realidad era un Ángel Custodio de la Piedra Azul volvió al espíritu que se había apoderado del barco y sus ojos abrieron el aire en huida con el sol. Y miré a tierra firme y al pueblecito que desde su costa parecía decirme: ¡Vuelve! ¡Vuelve!

Por encima de aquellas casitas
la blanca neblina ocultaba el campo estéril de montes calcinados en los que planeaba la sensación de que allí aún habitaba una especie de buitre gigante que ya había devorado a todos sus habitantes y había transformado todos los ríos en negras arenas que en la espuma llameante de oscuras osamentas caían al mar.

Y miré el mar y su agua que lo hace sensible y vi:
que las olas al unirse en planos y esferas como cuerpos homotéticos absorbían la luz, multiplicaban las lunas en el aire y al liberarse de la superficie del mar dejaban su estado de cúpulas plateadas para ascender, como planetas deshabitados al cielo.

Al caer la noche el barco
pareció caer bajo el Miedo, en el Vientre del Miedo, en el vientre de sombra y alucinación por un mar de mercurio sin piedad. Y calmo, empecé a preguntarme ¿Cómo fue que caímos en el Mundo de las Sombras bajo el Poder del Miedo? ¿Ocurrió en el momento en que las olas del mar empezaron a absorber la luz?
  
                                                                                   Johann R. Bach

En la sala abundaban los colores blancos y amarillos


LAIA RECHAZA UN EMPLEO

Cierto día cuando Laia llegó a casa,
se sentía aún muy rara, un poco aturdida, muy cansada, con una especie de fragmentada y confusa vulnerabilidad que le hacía pensar en la conveniencia de estirarse en el sofá y no pensar en nada.

Cassia le preguntó
al verla tan desanimada cómo había ido la entrevista de aquella oferta de trabajo de la que había regresado en aquel estado de ánimo. ¡Ay Cassia, amiga! Cuando llegué a aquel castillo, porque era un auténtico castillo aquella casa, me hicieron pasar a una estancia en la que un fuego de leños ardía en una gran parrilla, susurrante, y a veces se desplomaba sobre sí mismo como si fuera nieve. Me preguntaba si podía sentarme en una de aquellas lujosas sillas escapadas de algún palacio rococó o si era conveniente permanecer de pie mientras esperaba.

Un viejo y familiar olor a tostadas
emanaba todavía del comedor. En las paredes había unas acuarelas al parecer bastante buenas quizá del siglo XVIII que debían de haber estado allí siempre. Estaba a punto de examinarlas, atentamente, de cerca cuando oí unas voces que procedían del otro lado de la puerta abierta de la sala de enfrente.

La sala, semejante a una lujosa biblioteca,
con tres altos ventanales enmarcados estaba orientada al sur desde la cual se veían todos los edificios del otro lado de la calle a través de los árboles desnudos. La panorámica urbana era limitada pero la luz entraba a raudales y había en aquel instante como una refulgencia, casi un resplandor solar, contra un cielo más oscuro del que se desprendía una fina lluvia que no alcanzaba los cristales.

En la sala abundaban los colores blancos y amarillos
y la distancia entre sillas era enorme y las consolas entre las ventanas se veían limpias y lustrosas. En el centro había una mesa de marquetería redonda y tuve la impresión de que en aquellas sillas pocas veces habían sido usadas. De las paredes colgaban algunas siluetas probablemente de la familia y un reloj barroco dorado sostenido por unas esfinges sobre el frente de la chimenea.

Estaba completamente distraída
cuando, con una voz esforzándose por parecer amable, hombre mayor, bien vestido y con una carpeta en la mano me saludó y sin ningún preámbulo me dijo: "Mire señorita, el trabajo, consiste en qué usted firme todos los proyectos que la empresa le diga. La remuneración es de seis mil euros al mes". Su trabajo consistiría solamente en firmar, nada de visitas de obra, ni planos a revisar, ni reuniones con funcionarios urbanísticos …".

Pero –respondí-
podré examinar lo que firmo ¿no? Veo señorita –me dijo con voz cansada- que no comprende cómo es el mundo. No la culpo, pero no voy a esperar a que usted madure. En la sala de al lado has tres personas más que vienen por el empleo y la única oportunidad que tienen de obtenerlo es que usted rechace nuestra oferta.

Me asustó
la expresión de aquellos ojos hundidos bajo unas cejas extremadamente pobladas y como una puritana aún no deflorada le dije que no. Hizo que me acompañaran a la puerta y deambulé por las calles de aquel lujoso 16è Arrondissement hasta coger frío.

                                                                               Johann R. Bach

Soñaba –según nos contaba- que recogía nasas alrededor de un faro


NIKO ERA VEGETARIANO

A Niko se le ponía la piel de gallina
con sólo oír el nombre de algún mar. De niño pasaba los veranos junto al mar en Sant Feliu de Guixols. Después de las dos primeras noches la voz se le ponía ronca hasta el punto de no hablar durante horas. Por la mañana su afonía mejoraba un poco y caminaba, siempre que podía, carretera arriba buscando refugiarse de la brisa marina.

Sin saber por qué
le gustaba el olor a gasolina de los coches y encontraba agradable el humo que se desprendía de los tubos de escape. Decía que olía a almendras amargas. Huía de los ambientes fríos, tenía alergia a toda clase de fruta y sólo tomaba caldos y bebidas calientes. Era muy escrupuloso y rechazaba la carne, con ascos, el pescado y los productos derivados de la leche. Se hinchaba su estómago por el exceso de verduras y legumbres. Se lavaba las manos continuamente.

Tenía pesadillas casi cada noche.
Soñaba –según nos contaba- que recogía nasas alrededor de un faro y dudaba de si era conveniente volverlas a situar en el mismo lugar, bajo el agua; sacaba con cuidado algas y más algas y con rapidez, aprovechando que el viento había amainado.

En esos sueños devolvía las algas al mar
como si estuviese prohibido descubrir en su conjunto un secreto cuerpo joven de mujer. Estaba convencido de que el olor de las algas y el de las mujeres era el mismo. Por lo menos –decía- eso es lo que me ha parecido el olor de las cabezas de las mujeres que se habían sucedido sobre sus hombros cuando dormía.

Él mismo reconocía sus miedos,
en especial el temor a estar solo. Esa era la causa de que tuviera siempre abierta la amplia puerta de dos hojas. A medianoche el miedo a no tener compañía alcanzaba cotas increíbles. Finalmente el sueño le vencía en la silla, en el sofá y con poca probabilidad en la cama. A las dos horas volvía a despertarse con la angustia de pensar que todos los demás dormíamos o leíamos en silencio con pocas ganas de que nos molestasen.

Cuando cierto día nos explicó
que su último trabajo fue el de administrativo en "Gas de France" empecé a unir piezas en el complejo puzle de una vida poco atractiva para una mente atormentada. Si además Niko se sentía que no había un compás ni vino para un loco enamorado como él, cuando la copa son precisamente los labios.

Apenas comprendió
que no era imposible que el hombre devore al hombre, empezó a hacer planes y a coleccionar nudos marineros.

                                                                                    Johann R. Bach

10 may 2016

esos nácares de hombros y esas nalgas que conservan su vello


EL CHAPOTEO DE LA OCA

Ya lo ves amor,
hemos vuelto a caer por la diabólica pendiente los labios entreabiertos de los niños haciendo ascos al pecho de las madres descarnadas.

Y esos nácares de hombros
y esas nalgas que conservan su vello se amalgaman en un solo bloque compacto y mate de espuma levantada por una oca que salta un hilillo de saliva.

                                                                            Johann R. Bach

9 may 2016

un amor como dedos que pelan la vaina de la neblina


APUNTES SOBRE LOS MUELLES DEL SENA

No està mal
que los conciertos de música estridente se realicen en el magnífico paisaje de las grúas junto al Sena. Aún no es demasiado tarde para que los ramos de fiebre recorran los muelles en zigzag.

Ninguna de las postales antiguas
que se ofrecen en el Pont de Siant Michel podría compararse con ese pequeño renacuajo de hielo que viaja a través de un cielo entre las ascuas de lo que fue el universo.

Otro día más de amor.
Sentadas en un banco de la Îlle de Saint Louis, admirando cómo la catedral de Nôtre Dame resiste el paso del tiempo, Cassia y yo, compadecemos a aquellos para quienes el amor se corrompe si no cambia de rostro.

Un nuevo día –me dice Cassia-;
cada día se puede ver el mismo paisaje con diferentes ojos. Especialmente, eso es verdad –le respondo- cuando he dormido toda la noche de un tirón a tu lado.

¿Somos acaso, tú y yo amor,
dos puntos homólogos de una transformación continua en un espacio geométrico no euclidiano de siete dimensiones? ¿Es posible que nuestros encuentros no se puedan materializar sin la proximidad de los muelles del Sena?

Las burbujas
que suben a la superficie bajo el Pont de La Concord huelen como el café después de haberle echado el azúcar como si fueran otros besos extraviados. Fíjate Ermessenda son minúsculos torbellinos que arrastran la mente de cualquier observador devolviéndoles la ilusión infantil.

De que todo está ahí por algo,
en ese paisaje del Sena, nos concierne. Copia lo que veas ahí escrito pues hay lo que está escrito en nosotras y lo que nosotras describimos con la palabra o el dibujo.

Todo lo que pasa en el entorno
de nuestra Casa de Huéspedes es de suma importancia para nosotras y para el resto de sus moradores. Sabes que no podemos volver; aunque tendríamos que tener el coraje de llamar a la puerta de aquellos a los que abandonamos. ¿Quién sabe si no nos acogerían con los brazos abiertos?

Pero no hay ninguna señal
que pruebe que ya no nos temen porque deben tener casi tanto miedo como nosotras. Y aún así estoy segura de que en el fondo del laberinto de relaciones personales cerrado definitivamente para nosotras con una llave que gira en estos momentos contra el cristal de la ventana,

se abre un único claro como un amor
esa promesa que nos sobrepasa,

un amor
como dedos que pelan la vaina de la neblina para extraer de ella ciudades desconocidas para los niños y, sin embargo, llamadas "Ciudad de la Luz",

un amor
como estos cables de teléfonos reptantes de paredes húmedas que transforman la luz insaciable en un brillante sin fin que se reabre con el mismo tamaño de nuestro dormitorio pues cuando me llamas, en tu voz hacen escala los trinos de los pájaros perdidos.

                                                                              Johann R. Bach

8 may 2016

Cierto día Dosmanos tomó agua bendita y se le pusieron frescos los ojos


DOSMANOS

No os olvidéis queridos amigos que soy yo, la narradora, una insignificante araña, cuya única habilidad es la de manejar con soltura mis patitas, la que, gracias a mi tamaño, tengo la capacidad de colarme por debajo de las puertas y ser testigo de todo lo que acontece.

Hoy os voy a explicar la historia de Dosmanos. Por aquel entonces yo me había trasladado a Barcelona dentro de un voluminoso paquete postal y fui a parar a la Oficina de Correos del Carrer Gran. Elegí aquel barrio porque me habían dicho que había, habitualmente, música por las calles y además abundaban los rincones tranquilos en casas de techos altos. Fue allí donde pude observar con todo detenimiento a Dosmanos y lo que fue mejor el poder leer todo lo que escribía desde lo alto de una antigua taquilla de madera.

Dosmanos, un modesto trabajador de Correos, dedicaba sus horas libres a escribir relatos breves en los que daba vida a cualquier objeto que tocara o viera. No bebía ni fumaba. Estaba lleno de entusiasmo y de un cierto humor alegre, contagioso, no exento de un espíritu crítico.

Cierto día Dosmanos tomó agua bendita y se le pusieron frescos los ojos. Abrió la boca y rió. Bajó una de sus manos y la hundió en la arena caliente.

Sacudió su carne al quedar en pie frente al horizonte y una leve cantidad de arena abrazada a su piel, cayó lenta, ondulada, en el viento. Con dos dedos alisó su frente y mirando sus pies descalzos, a ratos el cielo azul y duro, caminó erguido junto al mar revuelto.

Durante unos pocos minutos
el viento cedió el paso a Dosmanos dando un respiro al paisaje.

                                                                                                Johann R. Bach

Al leer estas líneas una lectora que dice haber conocido a Dosmanos quiere recordarme que, en efecto, no bebía ni fumaba; enjuto, rubicundo, se embriagaba de ira al oír las noticias en la radio; le gustaba observar, hacer examen de ingenios:

nunca la descripción adherida al ejemplar: explosiones o piel ceñida al hueso en la mejilla, venillas y áspera textura bajando no adaptable, olía la chaqueta de mezcla a la persona, la persona y el olor, no olía la persona, sí la chaqueta, la chaqueta de Dosmanos era el puro ser.

Algo tan inexplicable como un diamante, una estrella brilla sobre ti,


EL AUTORETRATO DE CASSIA

Vuelvo a verte, Cassia,
moldeada conforme a un escalofrío, con sólo los ojos al descubierto, en aquella calle helada. El cuello del abrigo levantado, la mano cubriéndote la boca con la bufanda, eras la imagen misma del secreto, de uno de los grandes secretos de la naturaleza justo cuando él se manifiesta, y en tus ojos de fin de tormenta pude ver como surgía un pálido arco iris.

Desde entonces,
cada vez que quiero hacerme una idea física de la clave de ese misterio se me aparece de nuevo la estructura de tu mirada bajo la altísima concha que orla tu ceja izquierda, coronada por una luna imperceptible que le permite extenderse trazando con su curva una o dos oscilaciones a la altura de ese pálido creciente que se pierde al inicio de la sien.

Ese signo misterioso,
que únicamente he visto en ti, preside una especie de interrogación palpitante que al mismo tiempo ofrece su respuesta y que me lleva cada día a la fuente misma de la vida espiritual.

La imagen de ese dibujo –tu autorretrato-
irradia tal luz que impulsa a adorar el fuego mismo en el que fue forjada. Sí, me bastó sólo con verte para convencerme de que la eterna juventud no es un mito. Fue su sello el que, de una vez por todas, delimitó para mí esa parte de tu rostro que acabo de describir tan torpemente.

Algo tan inexplicable como un diamante,
una estrella brilla sobre ti, aunque tú, forzosamente, lo ignores; una estrella cuya fuente tan sólo consigo localizar por aproximación. Tanto más que la sustancia de esa estrella trasciende lo orgánico: está hecha de la radiación que la vida espiritual, ya en el cenit de su intensidad, imprime a la expresión de tu rostro en su totalidad.

La estrella de tu rostro
ocupa de nuevo su lugar principal entre los siete planetas de la ventana cuyas luces se atenúan para imponerla a ella como la pura cristalización de la noche.

                                                                              Johann R. Bach

¿Quién eres tú Ángel Montserrat? ¡Que ya nos llegas!


CASA DE HUÉSPEDES

Cassia, en aquel llovioso mayo,
abrumada por tanto esplendor alzaba con desesperación las manos al cielo como intepelando al Ángel Montserrat.

"El tiempo –decía en voz alta-
del que estoy hecha se agota en segundos, horas, días y me gustaría comprender de dónde vienen esos dibujos que surgen de mis dedos".

"¿Por qué lucho conmigo misma
como el mar que se abalanza, se estrella contra las rocas, rompe y se da la vuelta, se golpea a sí mismo y se deshace?"

"¿Qué enfado tendrá
que echa espuma por la boca?"

"¿Qué persigue con su rabia blanca y verde
deshilachando el horizonte, sin preguntarse siquiera por qué se odia o qué no desea perdonarse?"

"Todos los Huéspedes de esta maravillosa Casa
saben que la luz es corpuscular, formada por fotones empaquetados y no atraviesa las paredes de plomo, que un puente se cruza o no es puente, que toda biografía necesita también empaquetar años".

"Pero dime, Ángel Montserrat
si crees que merezco tu palabra turquesa:

¿Quién hace menos confiados
cada vez a los seres vivos –abejas, hormigas, lobos o cuñados? ¿Qué diminuto rubor es estar vivo a pesar de una soledad de palmera? ¿Qué contiene el antídoto el alfiler del azúcar o la gota de café?

¿Quién perfuma los pocos paños?
Y… sobre todo ¿Quién eres tú Ángel Monserrat?

¡Que ya nos llegas!
Que ya hiendes nuestra costilla con alimento litúrgico, aplazas por minutos la condena

o la atenúas hasta eliminarla
a la manera de los vivos tuyos que diste a nacimiento, y nos ciernes, y alejas y aún remotamente nos llama tu voz negada y sólita!

¿Cómo se mide el tiempo en esta
Casa de Huéspedes espacio de nueve dimensiones del que forzosamente hemos de salir tarde o temprano?

                                          (fragmento de la novela "Dibujos y paisajes de Cassia")
                                                                             Johann R. Bach

“Esa sucesión de casas de lujo –denominadas con orgullo por los parisinos “batiments Hausmann”- no son más que murallas


AVES Y PLANTAS PARA LA VIDA

Aquella energía de Cassia "Novia de la Infancia",
incendio persistente que se transmitía a su cuaderno, mediante dibujos, a veces explícitos, era un chorro de luz inagotable.

A menudo, mientras paseábamos
por amplias avenidas o por "Les Grands Boulevards", se detenía, me cogía la mano y comenzaba un monólogo y como si estuviera entrando en éxtasis describía, a su manera, el paisaje urbano, pero como visto desde otro tiempo anterior, muy anterior a la reforma de Hausmann.

"Mira –me dijo en una ocasión-,
esa es una calle de caza donde se venden familias enteras de aves, gallinas, perdices, codornices, tórtolas, palomas, pajaritos, papagayos y loros de lujosos plumajes de colores, búhos, águilas domesticadas, falcones y gavilanes".

Al llegar al Boulevard Sebastopol
se detuvo otra vez y volvió a explicarme alucinada:

"Esa es. Sí, sí, esa es la calle de los herbolarios –me decía con los ojos bien abiertos-, donde hay toda clase de raíces y hierbas medicinales que la tierra nos regala… hay tanto que dibujar sobre ellas, que te aseguro que yo no sabría por dónde comenzar".

"Esa sucesión de casas de lujo
–denominadas con orgullo por los parisinos "batiments Hausmann"- no son más que murallas que con su bullicio, engendran y devoran vida y ocultan patios internos, patios de losas oscuras".

"Restemos unos momentos, Ermessenda, amor,
en cuclillas como lo hizo probablemente el Ángel Montserrat, y miremos lentamente el suelo gris como punto único sucio del planeta y grabemos sin límites la fuga del sol de este atardecer".

No podía sino estremecerme
ante esas palabras y agradecer al Dador de la vida el haberme enviado a aquel auténtico ángel de Cassia que, día a día, noche a noche, daba sentido a mi cuerpo.

                                                                           Johann R. Bach