4 ene 2014

Se respira en el aire el movimiento, ... el gradiente del silbido de los trenes, ...

LA VIDA.  ESENCIA DE LA NATURALEZA

 

                                                            Quien quiera la riqueza y/o la sabiduría

                                                            se ha de espabilar. Sólo en la limitación

                                                            se revela el maestro …

                                                                                                    Marta Guillamon

 

El que creyere…

que la naturaleza y el arte se repelerán en un futuro se equivocará antes de que (él) crea que el momento final está a punto de llegar…

 

No es un trabalenguas

ni un mandamiento divino ni un artículo del Código Penal (único código futurible). Es un concepto básico para pensar.

 

Sin embargo, algunos pintores

-y/o escultores- ven en la naturaleza un montón de cosas ordenadas como si todo estuviera en su sitio, en calma: un todo luminoso en el que

 

hay sabiduría desempolvada

por el hombre, pan y libros.

 

No, ni siquiera los mocos secos

de la manga de un escolar que no has de limpiar. Y sabes bien que en la cava sólo se almacenan vinos;

 

los elementos están aquí:

viento, estrellas, tormenta… y con todo estás pensando en nombres de marcas de automóviles dispuestos a evadirse…

 

Antes de que puedas inventarnos

en tus sueños y tal vez aún antes, huirás ciertamente, como aquel monje que abandonó el Olimpo sólo porque allí no encontró a ninguna diosa…

 

La Naturaleza no es

un bodegón de objetos muertos

disponibles para ser pintados.

 

La lagartija recorre el muro

y, embarazada, carraspea en la zarza de frambuesas, los escarabajos trabajan en las boñigas, a lo lejos ladra un perro,

 

llamado a la valla del guardabosques,

se encuentra allí convocado el tonto del lugar…

 

Se respira en el aire el movimiento,

el cambio de temperatura, la baja presión que traerá la lluvia, el gradiente del silbido de los trenes,…

 

el aroma de la vida

 

                                     Johann R. Bach

3 ene 2014

Era de noche y había luna. Un canto venía de lejos, de aquella misteriosa biblioteca.

LA BIBLIOTECA DE ALT TREPTOW

 

Fue en un lugar cercano al Treptower Park

frente a la terraza de un restaurant atendido sólo por Olof un hombrecito triste. Su tristeza se debía a que nadie del barrio entraba en el local.

 

El barrio modernista Alt Treptow

estaba habitado casi exclusivamente por atemorizados ciudadanos de la desaparecida RDA.

 

acostumbrados a no salir de casa

a cambio de un plato en la mesa y cerveza suficiente para adormecerse junto a un televisor escupiendo anuncios disfrazados de noticias.

 

Según se vaya a su encuentro,

-al encuentro de Olof sentado en la terraza de la entrada lujosamente amueblada, se puede conseguir su esmerada atención. Y esta era su peregrina particularidad.

 

Yo conseguí -con paciencia y asiduidad-

ganarme su aprecio. Entre café y café se quejaba más que conversaba. Nadie –decía- viene a este local ni a comprar tabaco.

 

Era un hombre aficionado a la lectura

-sobre todo a los acontecimientos de una "historia universal" explicada como una verdad absoluta por los profesores rusos.

 

Llegué a conseguir

que cocinara para mí un Halbe Ente1 y que brindara conmigo con un Côtes du Rhône.

 

Con el cuerpo ya entonado

Olof me introdujo en una estancia a través de una puerta simulada por un mueble y un cuadro. Desde allí descendiendo por una estrecha escalera de madera accedimos a un recinto abarrotado de libros como una biblioteca.

 

Muchas veces me he preguntado

si realmente estuve en ella o fue sólo un espejismo -producido por el vino- de un nuevo y desconocido desierto.

 

Recuerdo que era una estancia

con cuatro pasillos llenos de libros hasta el techo y una salita con un escritorio de unos cuarenta metros cuadrados. Eran unos pasillos que se perdían en la sombra poblados de murmullos sepulcrales y, al parecer,

 

Olof era el bibliotecario,

único ser viviente en todo aquel subterráneo.

 

Ojeé algunos libros,

todos raros y que nunca había visto antes, con títulos que aludían curiosamente, a hechos sobrenaturales.

 

Aquél que no pude olvidar

se titulaba "La Creación Mística bajo el Vigesimoctavo Mundo". Estaba encuadernado al modo veneciano.

 

Oscuro y en oro,

con láminas que me parecieron pintadas a mano. Me sobresalté bastante cuando quise releer un capítulo y ya no era el mismo que había leído la primera vez.

 

¿Qué sucedía con el texto del endemoniado libro?

 

Decía en una parte especialmente llamativa:

"El Vigesimoctavo Mundo no fue descubierto por nadie. Nosotros, pueblos antiguos y primeros de estas tierras lanzamos un llamamiento, fue escuchado".

 

"Vinieron seres de corazón helado.

Nos suicidamos. Fue la entrega de nuestras hijas en manos del Sol de Oro".

 

Pregunté a Olof y nada.

No supo responderme.

 

Miré, estaba solo, la única luz era mía.

Quise leer nuevamente pero ya había cambiado el trozo alucinado. Me levanté de aquella silla recubierta de resina seca de pino, salí.

 

Era de noche y había luna.

Un canto venía de lejos, de aquella misteriosa biblioteca. En días sucesivos volví al Restaurant de Olof.

 

Desde aquel día

se mostró especialmente amable conmigo su único cliente. Y detrás del mueble y el cuadro de la sala de billar no había ninguna puerta oculta.

 

                                                                        Johann R. Bach

 

1.        (Halbe Ente =  Medio pato) Plato típico alemán.

Mi corazón se colgó en la percha de tus hombros, sigue latiendo

MI PRIMERA SOLEDAD

 

Me dolió mucho aquella soledad –la primera-

que no me abandonaba ni de noche ni de día. Durante años deseé que llegara un día en que volviéramos a vernos cara a cara.

 

En un espacio grande entre Él y yo.

 

Recuerdo cuán fácil era

decir te quiero y abrazarle en el sofá espeso y volver a nuestros asientos sin decirnos nada,

 

y adivinar

qué había detrás de las palabras

que no nos decíamos.

 

Mi deseo se hizo realidad

aunque más tarde de lo soñado, pues la desconsiderada entropía ya había borrado de sus ojos el brillo azabache.

 

Ya no hablaba con palabras dulces.

Sin embargo, el tenaz lenguaje del resentimiento de aquellos días no había desaparecido de su vida.

 

No vi rastro de amor en sus ojos,

de aquel deseo como el borbotón de sangre que empuja en la garganta y ahoga el respirar el recuerdo del ayer.

 

No se borró nunca de mi memoria

el trazo fuerte, inconfundible, con el que cada noche escribía su nombre.

 

¡Qué terrible ver

cómo se puede desvanecer un amor

incluso de las almendras del que fue todo para mí y al que todo entregué!

 

¡Qué terrible ver

cómo Él, que un día me dijo "eres Ella",

no puede reconocerme.

 

Mi corazón se colgó

en la percha de tus hombros, sigue latiendo y como en las rocas de El Garraf frente al mar, como en la playa solitaria de Empuries donde el viento doblaba pinos y retamas que dibujaban un

 

delicado círculo de paisajes único testigo,

así es en mí tu recuerdo.

 

                                          Johann R. Bach

 

 

1 ene 2014

Admirar ..., me hacía sentir cosquilleo en las manos y me facilitaba la respiración



ENTUSIASMO CONTENIDO



Como si se hubiera abierto

en el interior de mi cuerpo una válvula de escape, comencé a sentir la necesidad de sexo. Aquella premura que me torturaba a todas horas mi bajo vientre me asustó.

Caía sobre mí

como una pesada losa la angustia. Para sentirme más segura quise demasiado amor.

Como los amos de los castillos del Medievo

que agobiaban a sus exhaustos súbditos con abusivos impuestos, reclamé inhumanos tributos amorosos a mis favoritos:



los puse literalmente de rodillas.



Lo consintieron de buen grado,

pero nunca tenía bastante con sus ofrendas. La única amiga capaz de saciarme, Olga, había muerto en un desgraciado accidente. Entonces giré la mirada hacia



el Cielo, el más sublime de los amores.



Me colgué del cuello de las estrellas:

cada noche les pedía que me amaran, que me permitieran tener un pequeño hueco en sus habitaciones llenas de lucecitas.

Pasé muchas noches sintiendo

como caía la oscura bóveda celeste sobre mis sienes como si se estuviera produciendo en mí un cambio. De la corteza de mis hombros surgían alas que me exigían otros movimientos.

De pronto, en una discusión

con el que pretendía ser mi amante en exclusiva, sonó en mis oídos un estruendo insoportable:



"Si quieres que te ame más, sedúceme"



Por suerte contaba con Juliette.

Con ella el exceso era absoluto, incondicional. Era admirable. Escribía poemas preñados de adjetivos incomprensibles… aunque con un cierto ritmo excitante.

Siempre ponía flores en sus largos cabellos.

Se maquillaba los ojos y la cartilla de notas. No podía vivir sola como le pasa a los caballos. De hecho tenía las piernas como ellos: tobillo delgado y muslo ancho.

Sabía cantar.

Hacía saltar y rodar creps y tortillas de patatas por los aires. Era impertinente con todo aquel que no se acercara a mí de manera dócil.



Intentaba impresionarme continuamente.



Mis padres la elogiaban

porque leía novelas de Julio Verne y discutía sobre los aspectos científicos que de aquellas rezumaban.

De aquellas conversaciones aprendí a seducir

sin prisas pero sin pausas. Decidí que leería libros avanzados para según qué niveles culturales y aprendí a escuchar y

reflexionar sobre conceptos modernos

con los que poder construir una línea coherente entre el amor, la admiración y el poder.

Leer "Los Miserables" me encantó

y las descripciones humanas de Dostoievski me fascinaron y con Ana Karenina supe lo que eran las mariposas en el bajo vientre.

Leía y descubría que admiraba.

Ya no leía para que me admirasen. Admirar era una actividad exquisita, me hacía sentir cosquilleo en las manos y me facilitaba la respiración.

La lectura era como ponerse en el lugar privilegiado

para la admiración. Comencé a leer mucho para poder admirar a diario. Así fue cómo me crecieron las alas hasta el punto de osar escribir mis propios cuentos.



                                                             Johann R. Bach

30 dic 2013

Era un momento en que la escuela era el centro del mundo

             Relato para un día de lluvia

                                                      Amanecer en Titán una de las lunas de Saturno

 

Un día que llovía a cántaros

tuvimos que renunciar al recreo. Recuerdo aquel día por la peculiar historia que nos contó Marta.

 

Estábamos en el centro del mundo,

casi en el centro de una tenebrosa oscuridad, bajo un cielo espeso y húmedo desplegado sobre todo el pueblo, inmóvil entre el caldo tibio y espeso del aire.

 

Marta Guillamon –la alumna mayor-

era la encargada de distraernos con sus historias durante los días en que el mal tiempo nos impedía salir al recreo un espacio frente al mar.

 

"¿Veis esa multitud de gotas –comenzaba su relato-

que caen del cielo? Pertenecen a una pequeña familia de negros nubarrones que de vez en cuando se enfadan o se sienten desdichados y lloran;

 

vierten sus lágrimas sobre el pueblo".

 

Por las rendijas de las ventanas

mal ajustadas no entraba, como otras veces, el áspero olor de los pinos, sino el resplandor de los relámpagos blancos y silenciosos.

 

Yo me quedé sin nombre y sin mí,

con mi miedo vergonzante. Era un momento en el que la escuela era el centro del mundo.

 

No es mala gente esa familia –continuaba diciendo Marta,

aunque a veces pagamos caro sus enfados. Sí sí, es una familia como otras. Cuando seáis mayores os hablarán de sus miembros: los cúmulos, los estratos, los estrato-cúmulos, los cirros… todos ellos muy interesantes…

 

Mucho más interesantes son otras familias

que están por encima de las nubes. Puedo aseguraros que mucho más arriba moran por ejemplo numerosas familias de estrellas

 

con nombres aún más exóticos,

como por ejemplo ANTARES –"La Más Bella del Cielo"- una estrella gigante de color rojo que contrasta con RIGEL otra estrella gigante pero de color azul.

 

y cada una de esas estrellas

tiene su propia familia con numerosos hijos que se llaman planetas lugares donde no se odia al mar ni a las hormigas y donde los niños pase lo que pase siempre sonríen cuando sale su sol.

 

Sí sí, su sol, un sol como nuestro sol,

ése que vemos cada día, tiene una mujer dulce y romántica de cara redonda que sale a pasear todas las noches y que vosotros conocéis con el nombre de Luna.

 

El Sol es una estrella

que fuma puros tan grandes que nos calienta a todo el pueblo cuando la familia de nubes se va de viaje.

 

Sus hijos son esos planetas

que hemos bautizado con nombres extraños que oiréis a lo largo de vuestra vida como MERCURIO, VENUS, MARTE, JÚPITER… todos ellos nombres de dioses…

 

Y cada uno de esos planetas

tiene un misterio. Por ejemplo Mercurio está tan cerca del sol que te puedes achicharrar si no te pones en su parte oscura donde, al contrario, te pelas de frío si dejas de moverte.

 

Saturno está lleno de anillos de colores

y sus numerosas hijas las lunas bailan en días y noches llenando su cielo de alegría,

 

viajando alrededor de ése planeta,

dando vueltas y más vueltas, cayendo de arriba abajo, dibujando volutas y volutas como un vis sin fin…

 

Mirad –dijo Marta levantándose-,

ha parado de llover… y sale ya el sol. Aún nos quedan diez minutos de recreo…

 

¡Venid!¡Vamos a la playa!

 

                                                        Johann R. Bach

 

Estábamos en el centro del mundo... bajo un cielo denso y húmedo...

             Relato para un día de lluvia

                                                      Amanecer en Titán una de las lunas de Saturno

 

Un día que llovía a cántaros

tuvimos que renunciar al recreo. Recuerdo aquel día por la peculiar historia que nos contó Marta.

 

Estábamos en el centro del mundo,

casi en el centro de una tenebrosa oscuridad, bajo un cielo denso y húmedo desplegado sobre todo el pueblo, inmóvil entre el caldo tibio y espeso del aire.

 

Marta Guillamon –la alumna mayor-

era la encargada de distraernos con sus historias durante los días en que el mal tiempo nos impedía salir al recreo un espacio frente al mar.

 

"¿Veis esa multitud de gotas –comenzaba su relato-

que caen del cielo? Pertenecen a una pequeña familia de negros nubarrones que de vez en cuando se enfadan o se sienten desdichados y lloran;

 

vierten sus lágrimas sobre el pueblo".

 

Por las rendijas de las ventanas

mal ajustadas no entraba, como otras veces, el áspero olor de los pinos, sino el resplandor de los relámpagos blancos y silenciosos.

 

Yo me quedé sin nombre y sin mí,

con mi miedo vergonzante. Era un momento en el que la escuela era el centro del mundo.

 

No es mala gente esa familia –continuaba diciendo Marta,

aunque a veces pagamos caro sus enfados. Sí sí, es una familia como otras. Cuando seáis mayores os hablarán de sus miembros: los cúmulos, los estratos, los estrato-cúmulos, los cirros… todos ellos muy interesantes…

 

Mucho más interesantes son otras familias

que están por encima de las nubes. Puedo aseguraros que mucho más arriba moran por ejemplo numerosas familias de estrellas

 

con nombres aún más exóticos,

como por ejemplo ANTARES –"La Más Bella del Cielo"- una estrella gigante de color rojo que contrasta con RIGEL otra estrella gigante pero de color azul.

 

y cada una de esas estrellas

tiene su propia familia con numerosos hijos que se llaman planetas lugares donde no se odia al mar ni a las hormigas y donde los niños pase lo que pase siempre sonríen cuando sale su sol.

 

Sí sí, su sol, un sol como nuestro sol,

ése que vemos cada día, tiene una mujer dulce y romántica de cara redonda que sale a pasear todas las noches y que vosotros conocéis con el nombre de Luna.

 

El Sol es una estrella

que fuma puros tan grandes que nos calienta a todo el pueblo cuando la familia de nubes se va de viaje.

 

Sus hijos son esos planetas

que hemos bautizado con nombres extraños que oiréis a lo largo de vuestra vida como MERCURIO, VENUS, MARTE, JÚPITER… todos ellos nombres de dioses…

 

Y cada uno de esos planetas

tiene un misterio. Por ejemplo Mercurio está tan cerca del sol que te puedes achicharrar si no te pones en su parte oscura donde, al contrario, te pelas de frío si dejas de moverte.

 

Saturno está lleno de anillos de colores

y sus numerosas hijas las lunas bailan en días y noches llenando su cielo de alegría,

 

viajando alrededor de ése planeta,

dando vueltas y más vueltas, cayendo de arriba abajo, dibujando volutas y volutas como un vis sin fin…

 

Mirad –dijo Marta levantándose-,

ha parado de llover… y sale ya el sol. Aún nos quedan diez minutos de recreo…

 

¡Venid!¡Vamos a la playa!

 

                                                                   Johann R. Bach

 

... chillabas en sueños como si estuvieras despierto y llorabas.

UN ALMA LLENA DE VIDA

                                                                                      Naturaleza muerta

 

Bajo esa bóveda celestial

sobre nosotros, en suspenso y su maravillosa luz trémula -que ya no es que viene de un pasado sin límites y se está ahí colgada-, palpitante y helada,

 

chillabas en sueños

como si estuvieras despierto y llorabas.

 

Yo te susurraba al oído,

suavemente, dulces palabras, para no removerte más las sombras de tu sueño hecho de amor.

 

Al mismo tiempo rezaba a mi dios,

a cualquier dios para que no te murieras como si eso fuera posible en un hijo que, a pesar de la fiebre, tiene el alma llena de vida.

 

Aún nos quedaban a ti y a mí

muchos años para caminar contra el viento. Aún me río cuando pienso en todo aquello.

 

                                                               Johann R. Bach

29 dic 2013

Sus bellas almendras se fijaron en mis ojos. Peregrina, intocable, ...

ANTE UN MAR DE MERCURIO

 

Hace tan sólo una semana

estuve en Honfleur. Aprovechando la pleamar, vi a los barcos entrar y salir de su puerto bajo la vigilancia de la flecha de Sainte Catherine.

 

Y miré la mar y su agua

que la hace sensible y vi: que las olas al unirse en planos y esferas absorbían la luz,

 

multiplicando su poder de lunas

y al liberarse de la superficie de aquel mar dejaban su estado de cúpulas para ascender, como muertos planetas al cielo.

 

Tuve la impresión, ensimismado,

de que si tomaba un poco de aquella misma agua en mis manos no me mojaría. Que era pesada, suave y manual.

 

Que su manifiesta analogía con el mercurio

sólo lograba hacer más radiante el Universo Vivo del extraño mar (mar radiante porque su luz repite, en unidad, el fuego del cielo) que

 

atravieso en la noche naciente.

 

Porque había vagado

por horas y un par de días, tal vez más, y ya casi era de noche para todos los turistas que bebíamos cerveza mirando desde lo alto, por la pequeña ventana, La Lieutenance con miedo al vacío,

 

en el Vientre del Miedo,

en el vientre de sombra y alucinación por un mar de mercurio sin piedad.

 

Sentí como si estuviera en el Purgatorio

que allá en la tierra que dejé:

 

huesos quemados

por un cielo de hiel mientras los buitres gritaban: "no haya paz y así, para siempre, nos equivocaremos".

 

Mi corazón escorado

como un velero se quejaba de que Ella, la Ungida en el País Lunar, entraba en la tasca y se sentó en una mesa frente a mí.

 

Sus bellas almendras

se fijaron en mis ojos. Peregrina, intocable, parecía reprocharme lo inconfesable la inocencia y la cobardía.

 

Una angustia indecible

se apoderó de mí como si me hubiera despertado en un barco extraviado y vi la noche;

 

vi el mercurio quebrarse y hervir,

y soltar Soles Negros que en vuelo devoraban la luz. Sentí como si ya fuera imposible salir de la noche, de una noche siempre oscura y silenciosa.

 

Comprendí antes de volver a ver

sus almendrados ojos que sólo aquellos que viajan en las cámaras ocultas del enorme barco sin límites llegarán a lo que fue la luz: su dominio.

 

Ya de regreso a mi mar,

a mi viento de tramontana me dispongo, como todos, a entrar en el año nuevo para dar otra vuelta más alrededor de mi Sol.

 

Nos hemos de preparar

para describir la eterna escena de los hombres, mujeres y niños que esperan la vuelta de sus familiares a puerto y a que salga la luna y en vuelo suban en sus sueños a comérsela.

 

                                                         Johann R. Bach