Rehacer la vida
Ocho días estuviste debatiéndote
entre la vida y la muerte. Decidiste vivir.
Durante dos meses
todos creyeron que no volverías a andar: tus vértebras, sin embargo, se soldaron y otros fragmentos de tu cuerpo se reconocieron y cicatrizaron.
Todo eso estaba sobre ti
y era el mundo incluidas tus angustia y gracia.
El recuerdo de ese viaje al Mont St Michel
con el que habías soñado tantas veces como hojas tiene el calendario no se borrará jamás de tu memoria:
Perdiste esposo y dos hijas
y, momentáneamente, tu movilidad dándote la sensación de que has perdido el mundo.
Ahora paseas por el parque,
bajo la vigilancia de tu enfermera; con paso lento avanzas entre árboles y brisa fresca que arranca perlas de tus ardientes ojos y el fondo del paisaje pierde nitidez.
En tu imaginación ves una figura masculina
cuyos andares te son familiares. Tan fuerte es tu deseo de apoyarte en un hombro amigo que crees que es sólo una ilusión.
No obstante, un hombre sigue avanzando
hacia ti apoyándose en un bastón fruto de su propio accidente. Es Él. El único que sabes que puede venir.
Ya lo real se confunde con la imaginación
la que quiere traicionarte; sonríes y las lágrimas alcanzan tu rostro
tu corazón palpita tan fuerte que se puede oír a distancia.
No viene a devolverte nada
ni a echarte discursos ni a recordarte viejos tiempos. Sabes que no habrá tampoco reproches y te bastarán sus tiernas miradas, su cálida mano estrechando la tuya y, besando los tuyos, sus labios.
Johann R. Bach
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