10 ene 2015

Aún de regreso no me conformaba con haberte perdido por mi incapacidad de estar a la altura que mereces.

Capítulo 88 de La Chica de Kiefholzstrasse

·      ÚLTIMA CARTA DE AMOR

         

Llegamos a París
como auténticos turistas despistados, como jovenzuelos inexpertos en esas lides. Nos dirigimos a la garita de Europcar donde esperábamos tomar posesión del utilitario Clío para movernos por las calles de esa hermosa y alegre ciudad.

Por error en los trámites del arrendamiento
no nos pudimos hacer con el vehículo. Decepcionados y cabizbajos cruzamos la nevada calle por donde transitan los taxis i subimos a un autobús que nos llevó a Paris.

En el autobús nos pusimos a comer
unos bocadillos con unas hamburguesas que desprendían un fuerte olor a cebolla. Dos personas que se habían sentado delante nuestro al sentir el olor de la comida, se levantaron buscando otro acomodo más aséptico. Nos tomaron por pordioseros.

Reímos durante todo el trayecto hasta l´Etoile.
Desde allí tomamos un taxi que nos llevó a la Rue de Batignoles. Dejamos las bolsas de viaje en el hotel y salimos a tomar un café en la misma calle frente al Hotel de Ville. Disfrutamos observando cómo, a pesar del frio, había bohemios que leían o escribían en la terraza a la tenue luz que atravesaba el enorme ventanal del bar.

Al día siguiente salimos con ansias
de ver el ambiente del París cotidiano. Fuimos casi en línea recta desde el Boulevard des Batignoles hasta el Magenta recorriendo el Bd. de Clichy y el Bd.  Rochechouart pasando por la Gare du Nord. Allí descendimos hasta alcanzar el metro que nos condujo a la Place Saint Michel.

Pasamos por la calle
que empieza en Gibert Jeune donde unos inesperados rayos de sol acariciaron nuestros rostros. En medio de la marabunta de gente que hay en ese rincón de Paris, asombrosamente, encontramos un bar restaurante pequeño, limpio, tranquilo… "chic".

¿Recuerdas?
¿Aquel té mezclado con el sabor del gengibre? El maravilloso rincón entre la escalera de caracol y el ventanal volcado hacia la tranquila calle de Hautefeuille. Ese día lo completamos con la visita al museo de los impresionistas y con una crema de verduras en "Le Mistral", el bar más "chic" de Châtelet.

Allí nos sentimos arropados
entre gente amable y amazonas. Aun éramos felices, mirándonos a los ojos al igual que al día siguiente que nos deleitamos comparando paradas del mercado de los sábados del Boulevard des Batignoles después de una noche de pasión como muchas otras.

Volvimos después de visitar el Bd. Diderot
y la Place Nation pero ya nuestro silencio no presagiaba nada bueno. Empezamos una discusión sin principio ni fin que dio al traste con nuestra enésima luna de miel.

En París me sentí impotente
por no poder comprenderte. En la última noche que pasamos juntos en la Rue de Batignoles te pedí perdón hasta cinco veces, te acaricié el pelo con toda la pasión que sentía, te besé con toda la dulzura que pude, te amé mientras lo quisiste.

Me dijiste entre besos y lágrimas
que no me abandonarías. Todo fue inútil. Al despertar lo real se mostró con toda crudeza y se impuso al amor que en la oscuridad de la habitación nos embriagó.

La sensación de abandono
iba calando en mi corazón. Mis esfuerzos por sobreponerme y reanudar mi habitual ternura hacia ti no conseguían que me miraras con los ojos de siempre. Te he defraudado lo sé; no soy como tú me querías ver ni me quieres ya como puedo ser.

Demasiadas virtudes has cosechado
para poder acoger a este humilde corazón cargado de defectos y agrias malformaciones creadas por una vida llena de frustraciones y abandonos, cuando todo parecía que podía rodar con suavidad.

El lunes fue un día gris
en el que no cruzamos apenas más palabras que las obligadas. Por la noche no quisiste ir a Chaplin a charlar un poco, me concediste ir el martes. Allí tomaste tres tónicas en lugar de la que acostumbras a tomar por obligación y yo, dos medios dedos de licor denominados copas en Berlín.

Un rayo de esperanza
apareció en mi rasgada alma al verte sonreír cuando te señalaba con el índice tu busto. De repente la tormenta cayó de nuevo sobre mis esperanzas. Me dijiste lo más duro que se le puede decir a un amor:  que te había decepcionado.

Aún de regreso no me conformaba
con haberte perdido por mi incapacidad de estar a la altura que mereces. Al llegar a casa después de atravesar la gélida Moselstrasse, el hielo entre nosotros continuaba atenazando nuestras bocas y nuestras manos.

No dormí en toda la noche.
Contigo al lado, con tu cuerpo casi rozando el mío te noté distante y fría. Al tomar tu mano la note inerte e indiferente. Las lágrimas me caían hasta mi pecho desnudo. Tu sueño impidió cualquier clemencia.

Siento como rechazas mis cuidados,
cómo tu alma niega toda ayuda que yo pueda ofrecerte y que tu cuerpo está menos resentido que tu amor propio. Con razón o sin ella, deseas estar al margen de mi medicina y de todo aquello que escasamente tengo.  Deseas reflexionar sobre tus ideas y yo tengo que aceptarlo así, pero no puedo evitar la tristeza de ver como sustituyes la decepción que te he causado por una indiferencia civilizada.

Ayer me dijiste que te había decepcionado.
Has soñado que se te habían caído los pasteles que con tanto anhelo habías hecho durante horas (¿días? ¿semanas? ¿meses?); apenas abriste los ojos me lo contaste. Los pasteles te habían caído al suelo como mi imagen.

Te he despertado con un café
en la mano y con mis caricias en tus pies intentaba besar tu alma. No sé cómo tengo que comportarme para que me perdones, para que vuelvas a decirme que no me abandonarás.

Esta noche ni siquiera podré oír
tu respiración cuando duermas. No he sido capaz ni de pedirte un beso de despedida. ¿Puede haber mayor desolación que eso? Aun así te deseo felices sueños y sé que por lo menos dormirás acompañado por los tuyos entre los que nunca debí haberme entrometido.

Ahora que siento que te he perdido
te agradezco infinitamente los meses de amor que me has regalado. Nadie me ha querido como lo has hecho tú. Quizá por eso haya llegado el momento final. Me siento distante y como diminuto  punto en el firmamento.

                                                                                 Elisa


9 ene 2015

Llamemos, por ejemplo, a la inocencia zapato con suela agujereada;

UN SIMPLE ENTRETENIMIENTO

 

Si tenemos dificultad

para entender cómo evoluciona nuestro pensamiento

 

rebauticemos las cosas

con palabras surgidas de la soledad.

 

Llamemos, por ejemplo, a la inocencia

zapato con suela agujereada;

 

a la perplejidad,

habitación de pensión alquilada por horas;

 

al no tener forma de huír (escapatoria),

once y media de la noche;

 

a la indecisión,

un tren detenido en mitad de un túnel;

 

a la vergüenza,

una monja en un ascensor lleno de gente;

 

y a la paciencia,

cualquier palabra distinta de Job

(pues ya está cogida para decir empleo)

 

                                                                    Johann R. Bach

8 ene 2015

el deseo, mano de hierro, que mantiene el timón,


EROS

Todo sucede
como si descendiera del brazo de los pulpos el armazón, la carne y las costillas del navío que vuela sobre las volutas de la tormenta:

es la permanencia del deseo;
el deseo, mano de hierro, que mantiene el timón, ferozmente lanzado hacia las playas de las ligeras lanas de tu vestido.

Arrodillado
-con música de jazz en mis oídos- entre tus piernas como el centauro Quirón

mis ojos de té –entornados-
descendían como un imán al centro más ardiente de tu cuerpo. 

                                                              Johann R. Bach

Jugando al dominó con los metales

LOS METALES FICHAS DE DOMINÓ

 

Los que creen conocerme

dicen que no hago escritos de metales y que prefiero el estrépito humano al vuelo silencioso de la lechuza…

 

que sí, que sí, que en algunos deseos,

expresados en voz alta además de dejar constancia de la sabiduría del buho por escrito, deposito en él mi esperanza y

 

con incredulidad

devuelvo –recriminado por ello- las palabras que no llegaron junto con el oleaje de la sangre más íntima.

 

No hago leña del árbol caído. No.

Cuando no veo la solución me armo de paciencia y persisto como un niño tozudo.

 

Piensan algunos amigos que escribo

sobre temas diferentes cuando en realidad hablo siempre de lo mismo desde mundos diferentes.

 

Es muy raro en mí, por ejemplo,

escribir sobre la muerte o sobre la nada porque son cosas que bien podrían no existir.

 

Prefiero describir cosas comunes sin escándalo,

aunque común en mí no significa necesariamente sencillez y por ello me echan en cara la falta de una mayor provocación.

 

Ante los libros de otros

no adopto una actitud obtusa que me lleve a la conclusión -parafraseando a Mallarmé- de que ya he leído todos los libros

 

terrible frase exenta de toda esperanza.

 

Encuentro gozo al leer

a algún poeta que menciona el litio como el metal más ligero y por ello está relacionado con las funciones fisiológicas más nobles

 

alabándolo como un buen antidepresivo

 

o que simplemente llama la atención

sobre el fracaso momentáneo del grafito en los bordes del universo observable y que, por su lentitud, nunca llega a convertirse en diamante o

 

cuando con el mismo entusiasmo de un niño

admira el carácter del sodio auténtico metal combustible de delicados corazones y gran estabilizador de

 

la temperatura de la sangre humana.

 

Siempre he sabido

que la Tabla Periódica me esperaba

 

luchando por aflorar

ante mis perplejos ojos o balbuciendo en sueños con la boca llena de alumino-silicatos potásicos responsables en parte de

 

nuestra necesidad de amar.

 

Descubrir el cinc y sus propiedades

me hizo comprender la fisiología de la sensibilidad humana; el paladio metal de los carácteres palaciegos, la humildad.

 

Detrás de la plata

se esconde el carácter apresurado de los que nunca logran cumplir con su agenda: tienen miedo a morir dejando sin hacer la colada.

 

Los que no renuncian a hacerse ricos

están intoxicados por múltiples sales de oro y, aquejados por la hipertensión y fatales depresiones,

 

sobreviven como la palabra melancolía.

 

El platino se pega a los huesos como el titanio,

empequeñece todo lo que entra por las pupilas y hace creer que somos lo más grande despreciando cualquier noble manifestación artística:

 

sólo el senecio modera sus ambiciones.

 

Me encanta jugar al dominó

con la Tabla Periódica, descubrir el escondite del Lantano y cómo obligarle a que tire sus fichas y contribuya a paliar

 

las anemias de la blanca doble:

la insuficiencia renal y la anafrodisia.

                                                                    Johann R. Bach

 

 

 

Juega a encontrar la solución

LOS METALES FICHAS DE DOMINÓ

 

Los que creen conocerme

dicen que no hago escritos de metales y que prefiero el estrépito humano al vuelo silencioso de la lechuza…

 

que sí, que sí, que en algunos deseos,

expresados en voz alta además de dejar constancia de la sabiduría del buho por escrito, deposito en él mi esperanza y

 

con incredulidad

devuelvo –recriminado por ello- las palabras que no llegaron junto con el oleaje de la sangre más íntima.

 

No hago leña del árbol caído. No.

Cuando no veo la solución me armo de paciencia y persisto como un niño tozudo.

 

Piensan algunos amigos que escribo

sobre temas diferentes cuando en realidad hablo siempre de lo mismo desde mundos diferentes.

 

Es muy raro en mí, por ejemplo,

escribir sobre la muerte o sobre la nada porque son cosas que bien podrían no existir.

 

Prefiero describir cosas comunes sin escándalo,

aunque común en mí no significa necesariamente sencillez y por ello me echan en cara la falta de una mayor provocación.

 

Ante los libros de otros

no adopto una actitud obtusa que me lleve a la conclusión -parafraseando a Mallarmé- de que ya he leído todos los libros

 

terrible frase exenta de toda esperanza.

 

Encuentro gozo al leer

a algún poeta que menciona el litio como el metal más ligero y por ello está relacionado con las funciones fisiológicas más nobles

 

alabándolo como un buen antidepresivo

 

o que simplemente llama la atención

sobre el fracaso momentáneo del grafito en los bordes del universo observable y que, por su lentitud, nunca llega a convertirse en diamante o

 

cuando con el mismo entusiasmo de un niño

admira el carácter del sodio auténtico metal combustible de delicados corazones y gran estabilizador de

 

la temperatura de la sangre humana.

 

Siempre he sabido

que la Tabla Periódica me esperaba

 

luchando por aflorar

ante mis perplejos ojos o balbuciendo en sueños con la boca llena de alumino-silicatos potásicos responsables en parte de

 

nuestra necesidad de amar.

 

Descubrir el cinc y sus propiedades

me hizo comprender la fisiología de la sensibilidad humana; el paladio metal de los carácteres palaciegos, la humildad.

 

Detrás de la plata

se esconde el carácter apresurado de los que nunca logran cumplir con su agenda: tienen miedo a morir dejando sin hacer la colada.

 

Los que no renuncian a hacerse ricos

están intoxicados por múltiples sales de oro y, aquejados por la hipertensión y fatales depresiones,

 

sobreviven como la palabra melancolía.

 

El platino se pega a los huesos como el titanio,

empequeñece todo lo que entra por las pupilas y hace creer que somos lo más grande despreciando cualquier noble manifestación artística:

 

sólo el senecio modera sus ambiciones.

 

Me encanta jugar al dominó

con la Tabla Periódica, descubrir el escondite del Lantano y cómo obligarle a que tire sus fichas y contribuya a paliar

 

las anemias de la blanca doble:

la insuficiencia renal y la anafrodisia.

                                                                     Johann R. Bach

 

 

6 ene 2015

No, no te he olvidado, a pesar de haber cambiado, dulce luz de aquel tiempo, primicia de la tierra.

REYES MAGOS

 

Hay jolgorio en la primera planta.

Los niños de toda la familia se han reunido como todos los años en este día único en todo el año.

 

Hoy es el día en que los Reyes Magos

llevan en sus bolsas de reparto, trenes eléctricos, muñecas que hablan, Play Stations…

 

Miro por la ventana;

hace sol y frío al mismo tiempo y no participo de esa alegría porque nada ha seguido tan bello.

 

Yo era demasiado pequeño en aquel tiempo.

 

Una tarde

-no recuerdo si era Navidad o fin de año-, en casa quisieron bailar, de pronto y

 

enrollaron a toda prisa la vieja alfombra roja.

 

¡Qué luz inunda aún mi memoria

de toda aquella escena!

 

Y ella entonces bailó.

Sólo a ella veíamos. Y por momentos la perdíamos de vista porque su aroma se había transformado en mundo y en él nos sumergíamos.

 

Yo era demasiado pequeño en aquel tiempo.

 

Porque ¿cuándo he tenido años suficientes

y he podido dominar su aroma?

 

¿Cuándo para poder desligarme

de ese indecible vínculo, y caer, libre, como cae una manzana?

 

Sí sí, ¡aquello siguió siendo tan hermoso!

La esencia sutil de azahar inundaba la sala, que se abría al jardín.

 

Cómo se ha salvado el día aquel.

Nada lo ha borrado de mis sueños como si fuera mío o cosecha que no acaba.

 

Eso es para mí la posesión:

que sobre nosotros –niños inteligentes, pero niños- haya volado la posibilidad de ser felices.

 

Tal vez ni siquiera eso.

 

Imposibilidad, más bien;

sólo un simple barrunto: aquel tiempo, aquella sala junto al jardín… ¡Qué inocentes los valses de aquel tiempo fugaz!

 

¡Qué engaño puro!

 

En ti, ya adulta, cuánto pienso.

No como entonces, que era un niño asustado y tú una elegante profesora de matemáticas,

 

sino desde hoy,

casi como un querubín, en su alegría.

 

Si aquellas horas ya son indestructibles,

qué edificios podía alzar en nosotros la vida si al fin y a la postre estamos hechos de aromas y luces.

 

Lo recuerdo todo, pero…

Yo era demasiado pequeño en aquel tiempo. Aun siento cómo entre mis dedos mínimos, desecha casi, sujetaba una flor azul de caulophyllum.

 

No, no te he olvidado,

a pesar de haber cambiado, dulce luz de aquel tiempo, primicia de la tierra.

 

Todo lo que prometías

con tus fórmulas aritméticas se ha cumplido, desde abriste mi corazón sin violencia.

 

Temprana imagen fugitiva que advertí:

porque he conocido la fuerza alabo la ternura, ternura que me estos niños alegres en el día de los Reyes Magos

 

me trae tu recuerdo.

 

                                                                  Johann R. Bach

 

la aparente simplicidad de tus manos unas manos delicadas formadas con los años precisos


CARTA ABIERTA A MARTA

Hola Marta,

El corazón me ha dado un vuelco cuando he abierto el correo y he encontrado tus dulces palabras cargadas  de maravillosas sílabas de amor a la poesía.

Desde la última vez que nos vimos he escrito varios poemarios –el último "COTTON BLUES" ya está en la calle- y mientras escribía muchas veces he pensado en ti y he estado tentado de llamarte para invitarte a tomar un café y charlar sin que nos molestara el reloj.

Tienes la sensibilidad de una Diosa del Amor y un carácter que me gusta y por ello no renuncio a tener una cita contigo. ¡Tenemos tantas cosas de qué hablar!

No sé cómo explicarte este afán de escribir y tampoco puedo decirte como empiezo mis escritos. Sólo puedo decirte que

a veces al escribir un poema
me gusta comenzar -usando la fórmula de Neruda de dar belleza a lo cotidiano precisamente con conceptos ya muy gastados- por describir

lo que me quema de las palabras.

Algunas sucias de tiempo,
consciente, de cuánto polvo perdura en las entrañas agazapado en los huesos, y diciendo cosas que no importan a nadie,

importunas, me reconozco palpándolas.

Porque es fácil por ejemplo hablar
de los días de lluvia y viento que nunca acaban en la castigada Galicia;

de lugares que no existen para mí

–más que en una recreación de Google Maps-,
a pesar de haber dejado maltrecha mi memoria como es el caso de un apacible cementerio junto al mar, enarbolado de velas, en Corcubión o un tal Bar Charra en Santiago de Compostela; mientras que corren,

en los desagües próximos, las cenizas
de amores que no sobrevivieron.

Cuánta tinta se ha vertido
describiendo en cualquier geografía la tierra bañada cuando, de forma aceptadamente como natural, los zapatos se llenaban de barro.

Pero es mucho más fácil describir
la sensación del beso cotidiano que nos despide por la mañana y nos alimenta hasta bien entrada la tarde y entonces

regresa a nuestro pecho la ansiedad
por volver a echar los dados.

Para mí, es mucho más fácil
hablar de los pasos obstinados que cada día dan cuerda al reloj que pone en marcha el programa circadiano de la maquinaria de nuestra vida.

Así, puedo escribir, por ejemplo,
acerca del calor que desprendía tu cuerpo cuando te acercaste a mí en el último beso; sobre las flores que se marchitan por no haber cambiado el agua o de

la aparente simplicidad de tus manos
unas manos delicadas formadas con los años precisos para infundir amor hasta la naturaleza más inhóspita de la tiza chirriando en la pizarra.

Ya sé que mi imagen
te parece la de un hombre rudo, pero mis limpios nudillos libres de cualquier afección artrítica aún sostienen diligentemente el bolígrafo,

y, aún puedo escribir, por ejemplo,
que no hay nada que me inspire más que imaginar un olor azaroso que podría hacerme soñar con el extenso poder de tu piel.

Marta, eres un sueño para mí.
                                                            Johann R. Bach

un pequeño impulso, leve o ponderable, mueve mundos y desplaza estrellas.


EL EFECTO MARIPOSA

Como el efecto mariposa
todo lo que el espíritu modifica el caos es útil, más pronto o más tarde a los que sobreviven a los naufragios;

aunque a veces sea sólo un pensamiento,
que se disuelve en este inmenso rio de sangre que fluye sin cesar como las hemorragias de las ciudades hemofílicas modernas.

Y si es un sentimiento,
es aún más impredecible su efecto y quién sabe qué espacio nuevo y puro llega a engendrar,

donde un pequeño impulso,
leve o ponderable, mueve mundos y desplaza estrellas.

                                                       Johann R. Bach

5 ene 2015

¡ay! Google que me aguardas, inacabable catedral de fotones de etiqueta roja y calor negro.

EL TIEMPO DENTRO DEL BAÚL DE GOOGLE

Con paso ligero pisaba la solitaria carretera,
sudando por el exceso de equipaje, mientras la luna comenzaba a elevarse y mostrar su momento -bellísimo- de plenitud.

La veía como jadeante
a través de los árboles de un bosque sagrado, pintados de blanca cal y el murmullo de un arroyo cercano me indicaba que no estaba lejos de un lugar habitado.

¿Era la muerte mi única recompensa
y el Infierno mi único destino posible como en un mal sueño?

¿Cómo explicar el olor de la carne
bajo las llamas de una pesadilla?

¡Oh Google, Santo Baúl!

¿Qué lazo,
qué oculta semejanza confunde la celestial nube informática con el minúsculo dibujo de la palabra abominable?

No sabría decir con exactitud
en qué momento del sueño cambié de planeta ni cuando abandoné realmente el siglo. No encuentro el milenio que los demás han aceptado.

Vivo ausente del devenir
y ya no reconozco a aquellos que me acompañaron durante tantos años, sus rostros se han desdibujado y se han vuelto inexpresivos como una máscara de botox.

Vivo ausente del tiempo.

Dudo de que mi anterior siglo
fuese como es mi sexo y mi delirio. Algo me repite constantemente en mi interior que no soy de ningún siglo. Ni del Siglo de las Luces, ni del Siglo de Oro, ni del Siglo de las Cruces.

Me siento del Siglo Liberado,
liberado de toda fecha y penumbra, pero cuando muera, el poeta que hay en mí

se alzará como un niño sin moral y sin país.
Un niño loco con lengua de trapo y de alaridos. Entonces para mí

amanecerá en nuestra Galaxia.

Amigos presentes y futuros;
cuidado; porque puedo volver. Entonces, ¡ay! Google que me aguardas, inacabable catedral de fotones de etiqueta roja y calor negro.

Llueven bocas de tus blogs
expandidos por todo este planeta, sin embargo, … ¿quién soy para recibir esos besos clavados en mi frente si

no soy más que vida imaginaria
fuera ya del tiempo?
                                                                Johann R. Bach