LOS COMPAÑEROS DE PAUL LAFITTE (V)
LOS COMPAÑEROS DE PAUL LAFITTE
Los compañeros de Paul Lafitte
establecidos y organizados en Hof enviaron un mensaje indicándole que la guerra había dado un giro importante y que estuviera preparado para un posible golpe de mano en la zona.
Acostumbrado a las mentiras
de los partes de guerra y a las batallas de mensajes falsos cuya finalidad era la de dar moral a los combatientes, sonrió y se dispuso a escribir las sensaciones sobre las que nadar aunque no se vislumbrara la orilla.
Agnes le traía papel
que robaba en el instituto de Gera pues ya comenzaba a escasear. Su caminar erguido se distinguía desde lejos por sus anchos hombros como un libro abierto. De grandes ojos y tez blanca parecía hermana de Sofía y no su hija.
Verla al lado del camino
con su pelo de oro haciendo juego con el campo de alfalfa y caminando deprisa como si quisiera deshacerse lo antes posible del objeto robado era como un cuadro de Monet.
En efecto, los alemanes tienen tendencia
a considerar todo pequeño hurto como un crimen y toda liberalidad se convierte en una colaboración con el enemigo. Si era descubierta por satisfacer las ansias de escribir de un prisionero se exponía a graves consecuencias.
De repente aquel idílico cuadro
de una muchacha atravesando un campo de alfalfa se vio inmerso en un auténtico infierno: las bombas caían aquí y allá abrasando los campos.
Paul corrió al encuentro de Agnes
y la arrastró literalmente hasta una pequeña hondonada, allí la cubrió con su propio cuerpo. El aire flotaba un negro fragor como negra era la inmovilidad. La brisa caliente olía a azufre y leña quemada y el terror se extendía cegando la tarde.
Cuando el bombardeo acabó
todo permanecía quieto como si fuera posible la repetición de aquellas oleadas de fuego. En medio del sonido de sirenas de alarma antiaérea Agnes conoció sus primeros besos y el sudor de una piel masculina: el cálido grito de la anémona quería sustituir el verdor de los campos.
Aquel bombardeo convenció a Paul
de que, en efecto, la guerra había dado un giro importante. Al amanecer vio a través del pequeño ventanuco del cobertizo cómo Dieter y su cuñado Hans se despedían con efusivos abrazos de Thomas –el abuelo- Monique y Sofía –sus esposas- y de su hija Agnés.
Paul era sólo un prisionero
del que ni remotamente pensaron que fuera un humano merecedor de una despedida. No importaba el tiempo que había estado arañando la tierra para arrancar algunos alimentos destinados a la familia. Se sintió dolido.
Poco después Thomas, cabizbajo
y sin mediar palabra, abrió la puerta del cobertizo y le dio una pala para reanudar el trabajo.
Durante más de diez días
no tuvo contacto más que con Thomas. En el ambiente se palpaba un endurecimiento en el trato de los prisioneros. Sus movimientos se redujeron al trabajo junto a Thomas y el resto del tiempo era encerrado en el cobertizo.
Por suerte tenía algunas octavillas
de papel en las que escribir. Con su diminuta letra Paul administraba el espacio del papel como los alimentos que le procuraban.
Johann R. Bach