26 sept 2013

Sentí de repente un soplo en mi rostro

La rabia la mantenía viva

 

Cuando vi a Yvette

en aquella sala de luz pálida, entubada, recibiendo oxígeno artificialmente de un balón marrón y una botella de suero inyectándole intravenosamente el agua y la sal,

 

sentí de repente un soplo en mi rostro,

como viento alrededor de mis oídos, lo sentí también en mis manos y noté como se me abrían desmesuradamente los ojos. La ventana de aquella habitación estaba bien cerrada.

 

Reconocí literalmente

todos aquellos pequeños segundos, igualmente tibios, uno igual al otro, pero rápidos, rápidos. Estuve a punto de desvanecerme. Mi corazón parecía negarse a inyectar presión a mis arterias.

 

Me senté en la cama y le tomé la mano.

De sus ojos salieron dos lágrimas como si supiera que yo estaba allí. Me acerqué a su oído y besándola suavemente le susurré: "Je suis là. Je t'aime".

 

Me levanté

para acercarme a la cama un pequeño sillón y me dispuse a pasar junto a ella aquella noche, pero las sorpresas no habían terminado.

 

Bajo mis pies había también algo

que parecía en movimiento, no un movimiento, varios movimientos que oscilaban de modo singular de uno al otro: mis pies estaban helados de terror.

 

Yvette, aun estando inconsciente debido la anestesia,

era capaz de prever todas las neuralgias que le aguardaban cuando los efectos de los opiáceos desaparecieran. Estaba –lo supe- fuera de sí de rabia. Pero eso la mantenía viva.

                                                                    Johann R. Bach

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