25 may 2013

¡Díselo Marta! ¡Díselo! ¡Lagarto, lagarto! Rezágate ...

 EL LAGARTO EN EL JARDÍN

 

Mira Marta

cómo regresa la primavera al jardín.

 

¿Cómo pedirle al jilguero

que no desgrane al joven girasol porque apenaría a los cipreses? ¿Cómo pedirle que reanude el vuelo y regrese a su nido de plumas?

 

¿Cómo decirle a la serpiente

que no reconozca al pájaro en la rama del cerezo y al saltamontes que no gruña cuando el mirlo se lanza sobre él?

 

¿Cómo decirle al topo,

que no ve nada que haga de testigo y a la mariposa que se ponga del lado de los débiles si su misión se limita a añadir belleza al jardín?

 

Ya es mediodía y el sol calienta.

¡Díselo Marta!, ¡díselo!

¡Lagarto, lagarto! ¡Rezágate!, anda, sin peligro: ¡Hemos vuelto toda la familia!

 

¡Observa! Pues eres buen profeta:

Ves todo desde tu murete, hasta el titubeo de la lechuza.

 

                                                                                     Johann R. Bach

En los almendros chorrea vejez y juventud

LA METÁFORA SURREALISTA

 

La tierra quemada vuelve a ser fértil

por más que la sal siga escociendo en las heridas que le hace el hierro.

 

De la misma manera

que el caballo de estrecha cabeza y ojos tapados ha condenado a su enemigo,

 

el poeta de ociosos talones

ha dominado a vientos más severos que los que corren por su voz.

 

En los almendros

por primavera chorrea vejez y juventud.

 

Y en las ascuas de la cosecha

el poeta extrae la antorcha y la locura, como la de Don Quijote, de ver belleza a su alrededor.

 

                                                                                  Johann R. Bach

Dispuesto a ocupar el escaño que me corresponde

       AL ABUELO HERMES

 

                                                                         Hermes atándose la sandalia

 

Enterrado en el sueño de la infancia

yacía como la plata líquida en las venas y el cinc en la mina. ¡Gracias abuelo Hermes!, del niño hiciste una criatura madura dispuesta a asumir sus responsabilidades.

 

Dispuesto a ocupar el escaño

que me corresponde mientras irrumpan poderosos y grandes hechos, como los rayos de la flecha del Tiempo, de las nubes de mi juventud.

 

Como el canguro lleva a sus crías

en su bolsa marsupial, a través de los campos, en cuanto prende una chispa en sus ojos de ese fuego caído del cielo, tú me levantas de la mesa materna obligándome a abandonar la fuente llena de frutas para ir en socorro de los débiles.

 

¿Creíste que el aleteo

de tus pies resonaría en vano en mis oídos? Cada trabajo que hiciste exaltó mi alma. Cierto que pagué cara mi inexperiencia; dolorosamente quemaron tus rayos mi pecho, oh luz orgullosa, pero no lo consumieron.

 

¿Qué llamó al Jefe de los Sueños y Guardián de Las Puertas

a convertir a mis padres, como a Filemón y Baucis en árboles (roble y tilo) después de su muerte?

 

No hubo amistosa mano de jardinero

interesada en mi joven vida, pero gracias al propio afán, copia fiel de tu perfil, miré y crecí hacia el cielo.

 

Hijo de Zeus y la pléyade Maya,

a tu lado comparezco en esta hora triste y con sonrojo reconozco tu arte aromatizando el Olimpo como una conquista tuya. ¡No te olvides nunca de mí y compártela conmigo!

Cierto es que nací mortal,

pero inmortalidad se ha jurado mi alma y cumplirá lo mandado. Recuerda cuando jugaba en torno a tu caduceo, pendía de ti como una flor, de tu corazón sentía cada latido abarcar el mío, tierno y trémulo.

 

Ven a cenar a la mesa de mis sueños,

de vez en cuando, porque para tu recuerdo siempre habrá un lugar para las lágrimas y un mundo para mi amor.

 

                                                                             Johann R. Bach

SUIT DEL MAQUÍS

PAUL LAFITTE  (SUITE DEL MAQUÍS)

 

El sueño de un maquís prisionero: LA FUGA.

Siete poemas con un hilo conductor entre ellos para dar relieve al relato en tercera persona del maquís Paul Lafitte, de origen empordanés, que luchó con las armas en la mano durante veinte años, y veinte más denunciando con su pluma las injusticias en el ámbito europeo. 

 

                                                                                                Johann R. Bach
 

LA CANDELARIA DE PAUL LAFITTE (I)

 

Toda la nieve del valle era insuficiente

para enfriar sus sesos. Tenía el infierno en la cabeza.

 

Con la primavera en la punta de los dedos

en el mismo instante en que La Candelaria reía, las verdosas andanadas de hierbas exuberantes cubrían las escasas parcelas de tierra enamorada. 

 

Como a todo lo demás,

animales de granja, escarabajos y muebles, le había temblado también el espíritu.

 

Con gran dolor se comió,

al mismo tiempo que su orgullo, las fotografías que aún conservaba en la cartera.

 

Eran auténticos documentos gráficos

de una actividad –la guerrillera- que comprometía su alma, incluso si aquélla hubiera estado dormida.

 

¿Cómo le pudo llegar a él la escritura? 

 

¿En qué podía pensar si no,

mientras el plumón de la niebla se estrellaba contra aquella ventana que no podía protegerle ni siquiera del frío del invierno?

 

Se levantaba de su lecho de paja,

iba y venía dando saltos de un lugar a otro, combatiendo con el ejercicio su entumecimiento.

 

Llegó a desear

que sus enemigos lo trasladaran lo antes posible a otro lugar soñando con el ligero calor del interior de un vagón de tren.

 

Siempre se había sentido orgulloso

de no haber nacido en una metrópoli. Creía que eso era una suerte porque le permitía ver a su país "desde fuera".

 

Comprendió que aquella guerra iba a prolongarse

 

"más allá de los armisticios platónicos",

pues los excrementos del nazismo se habían hundido en el fértil inconsciente de los hombres y la única forma de resistir era convertirse en un refractario.

 

Su propio aliento

era el único calor que llegaba a sus manos…

 

Dos soldados le registraron en el cobertizo.

al encontrar en su cartera un tríptico que le identificaba como Paul Lafitte, nacido en Aix-en-Provence,

 

le pusieron un brazalete azul en el brazo

y lo subieron a un vagón abarrotado de prisioneros.

 

El calor de aquel amasijo de desdichados,

con un mismo momentáneo destino, le devolvió la esperanza.

 

Vivió aquella noche

coloreada de herrumbre como la de un reo que ve cómo alguien misterioso le abre las rejas de todos los jardines.

 

Sobrevivió

porque para la mirada de la noche viva, el sueño no es a veces sino un liquen espectral dispuesto a hacerse realidad.

 

                                                                                         Johann R. Bach

                                                                                 

 

LA SUITE DEL MAQUÍS

Fotograma de "La Gran Evasión"

7. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Fermín)

7.      LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Fermín)

 

TODO EN ÉL ERA COMO UN BLUES 

 

Todo en él era como un blues de medianoche,

flotando en el aire lleno de humo de cualquier bar de la Rue de Batignoles. Me gustaba que comenzase con una frase como "ámame otra vez amor,

 

no puedo respirar si no te tengo cerca".

 

Su olor a cerveza

hacía que me sintiera bien; y, también cuando me pedía que le dejara vivir junto a mí. Y, sin embargo, todo terminaba –como ya sabéis- con otra frase como "perdóname por todo el daño que te he hecho".

 

Por todo el dolor

que aún siento –me imploraba- ámame a solas si de verdad me quisiste.

 

Si de verdad me amaste –insistía-

déjame que te ame con el silencio de mis versos, como yo siento que he de hacerlo.

 

Hacerlo como un amor

al que se quisiera volver después de haber estado latente. Latente como un instrumento de catorce cuerdas que no se escuchaba desde hace tiempo; por ejemplo,

 

como una viola d'amore.

 

Ahora ya siento que ha pasado ese tiempo

que necesita una palabra para recobrar su significado, para que resuene en mis oídos con perlas nublándome los ojos a pesar de los errores cometidos hasta

 

el momento de hilvanar estas sílabas.

 

En Fermín, todo era como un blues de medianoche:

con la mirada ya humedecida me gustaba mirar su barba corta una y otra vez… durante un largo rato y luego, desviar la vista hacia sus arácnidas manos que tan diligentemente

 

lanzaban sus finos dedos hacia mi piel su presa.

 

Fermín no tenía mucha resistencia

en el envite del amor, pero sus escarceos amorosos eran interminables y me colmaba de pequeños detalles y gestos diarios que me hicieron muy feliz mientras estuvo conmigo.

 

Todo en él era como un blues de medianoche,

Recuerdo como si fuera hoy su gran empatía, su piel fina y sus largas pestañas sobre los ojos más limpios que he visto jamás.

 

                                                                                                  

Johann R. Bach

8. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Pablito)

8. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Pablito)

En su radiografía se observaban fácilmente sombras de antigua soledad

8.  LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Pablito)

 

PABLITO

 

Pablito era paciente, muy paciente y amoroso

de carácter dulce y manos rosadas, de sus ojos simétricos parecidos a los de una egipcia Diosa del Amor se descolgaban fácilmente las lágrimas cuando una nube cubría el sol o simplemente cuando oía hablar de desgracias.

 

En su radiografía se observaban

fácilmente sombras de antigua soledad a pesar de que sólo tenía treinta años cuando alquiló la habitación de los invitados de mi vecina.

 

Mientras tomábamos el té

en una tarde lluviosa pareció entristecer de pronto y comenzó a explicar, entre lágrimas, algo de su vida y tragaba saliva como si necesitara engullir un bolo difícil de tragar.

 

A partir de aquel día

todas las vecinas del inmueble nos desvivíamos por atenderle y protegerlo. Él estaba encantado con nuestras atenciones y secretamente todas le amábamos.

 

Yo imaginaba la frialdad de las pinzas Kocher

envidia de unas manos que sin duda algún día fueron al encuentro de otras ardientes, aunque por alguna razón desconocida la llama debió apagarse.

 

Desde el cuello ligeramente largo de Pablito,

resbalaba una catarata de finos cabellos laberinto de brillante maleza, en el que se percibía una mancha escarlata -denominada popularmente deseo-

 

producida por el falaz incendio

de una boca que sin duda algún día fue, prematuramente, al encuentro de la suya. A la altura de su máximo perímetro dos suaves brazos de horas estelares se negaban a olvidar sus abriles.

 

En el resto de su pecho

se transparentaba el esqueleto doblado de una estrella fugaz y como en un ganglio calcinado se guardaba una fósil respiración del ardiente pecho de su madre que sin duda, durante muchos días descansó en el suyo.

 

Más abajo, en la zona del hipogastrio,

dos auténticas bolas de billar, en medio de un descomunal árbol de gruesa raíz envidia de centauros, se apreciaba un desprendimiento de sombras y reinos que nunca pudieron amanecer.

 

En sus carnosos labios

se acumulaba la tensión, el placer y el dolor a pesar de ser hipotenso. Siempre tuve la sensación de que aquel cuerpo de diosa egipcia sin duda algún día fue en busca del Centauro Quirón.

 

Era amanerado en exceso en el gesto,

su extraño priapismo sin eyaculación me encantaba –y no sólo a mí- porque para él todo era un juego interminable de amor muy parecido al mío.

                                         Johann R. Bach                                                    

 

                              

Tuve que leer El Quijote

YO, MARTA GUILLAMON Y  LOS HOMBRES DE MI VIDA

 

 

Para conocer a los hombres

no tuve que acostarme con todos ellos. Como no me bastó con mirar a mi alrededor, observar a los compañeros de mis amigas y escuchar lo que de ellos decían ellas,

 

tuve que leer El Quijote,

el Código civil y el Código Penal. Y aun así tuve que grabar en mi ADN la mayoría de las guarradas de los dioses de El Olimpo.

24 may 2013

Ese altruismo femenino ...

LA JOCOSA APOLOGÍA DE SIMONE

 

No sé si las feministas pueden,

como tal grupo, luchar por destruir toda virtud y todo ideal, todo sueño, toda infancia pero basta que una feminista como Simone encienda una chispa de vida, para que su feminismo sea para mí un tesoro.

 

A fin de cuentas,

esa forma de pensar, ese altruismo femenino, es el que me ha permitido entrar en un coro de voces que me han arropado y me ha dado la oportunidad de una vida espiritual que me colma de satisfacciones.

 

No me importa cuántas mujeres

dentro de un grupo feminista puedan ser de un modo u otro; lo que realmente me interesa es la calidad de Simone, que en definitiva se trata de una persona entregada, cuyo humanismo está fuera de cualquier duda razonable o no, y, su fidelidad frente a sus voces amigas es la mayor garantía de la bondad de su corazón.

 

No me gustaría rechazar sus ideas,

y volverme de espaldas ante ellas a pesar de que a veces se pone pesada, salta de un tema a otro y se emborracha con sus mismas palabras. No ayudaré a sus adversarias ni con el más ínfimo de los argumentos en contra.

 

Me duele ver

como algunos grupos de feministas utilizan conceptos puramente masculinos y juegan con ellos destruyendo cualquier atisbo de reconciliación;

 

cómo tantas y tantas mujeres

no reniegan de la violencia que durante miles de años la condición femenina ha rechazado. Para mí es inconcebible que una muchacha se haga soldado, precisamente en unos momentos en que parecía que los hombres se negaban a guerrear.

 

Me niego a callar

en todos aquellos lugares donde crecen el desorden, la dureza, la falsedad y la ausencia de sensibilidad. Por ese motivo comprendo que muchas mujeres prefieran refugiarse en la pura bondad humana, de grupo alguno; en los libros y en los sueños, en la música, lejos de toda colectividad.

 

Y quizás algunos espíritus excéntricos,

aislados del mundo, me comprendan como Simone y entonces habré encontrado otro tesoro.

 

Ya sé, Simone,

que en un principio, de niña, cuando sentías más con la intuición en carne viva que con los libros y con las razones bonitas, las religiosas que conociste te parecieron superficiales, tiesas e insensibles, sin poesía, sin fluidez, sin espontaneidad, sin sinceridad, sin vida.

 

Todas las presentes sabemos,

por lo que tú misma nos has demostrado con tu cariño hacia nosotras, que aquellas monjas, que carecían de esa delicada vitalidad que caracteriza a las personas altruistas, sin ese viento insurrecto que traspasa hasta los pulmones, sin esa disposición para sentir hasta el fondo del alma en medio de la vida y sin aferrarse a nada, sin esa capacidad de desnudarse frente a uno mismo, completamente entregado al interior, sin ese sentir sutil, discreto, frágil, no pudieron adormecer tu alma

 

Quisiste ver en el extremo contrario

a un conjunto de revolucionarias comprometidas con sus ideales hasta las tetas, soñadoras que ansiaban transformar el mundo y hacerlo simplemente habitable, seres ingenuos y sensibles, valerosas de corazón.

 

Y, encantada ante tal idea,

participaste y te opusiste a las religiosas, a quienes considerabas tiesas estatuas cuadradas incapaces de sentir de lleno, de soñar más allá de un conjunto de reglas matemáticas y estatistas, de lanzarse a los abismos en busca de la música humana, de fluir libres y entregarse de ojos cerrados a los sentimientos espirituales.

 

 Sin embargo, terminaste

decepcionada de ellas, odiándolas, muy triste.

 

Nadie

de aquellas "revolucionarias" comprendía tu forma de amar ni tus sueños, se burlaban de ellos, de todo lo bello, de todo lo noble, de todo lo virtuoso, de todo lo mágico de tus fantasías.

 

Todo en ellas era destructivo,

tan duro, tan chabacano, tan vulgar, tan gris, tan anti-cuentos de hadas.

 

Te asustaba su mundo,

te daba pánico ese mundo caótico, turbulento, grosero, de personas zarrapastrosas, mal vestidas, para quienes las drogas eran algo normal y el sexo por el sexo lo más "cool", y también los chistes sin contenido, así como una música desaliñada y estruendosa que en nada te llenaba el corazón.

 

Advertiste violencia

en las imágenes que les atraían y de las que se rodeaban, imágenes que a otros parecían comunes y corrientes porque es lo que acostumbra la gente de nuestra sociedad –es una de las razones por las cuales no ves tv-.

 

Leíste varios libros

sobre religión, te sumergiste momentáneamente en ese mundo, pero ello no te llevó más que a un acercamiento más estrecho con el alcohol...

 

Creíste que el final

del recorrido, la solución a todas tus inquietudes se hallaba en unos pocos libros sobre mitología, llenos de poéticas palabras y de sentido. Te obsesionaste.

 

Quisiste ser monja de claustro.

Y yo me siento orgullosa de haber influido sobre ti –con la ayuda de todas vosotras- lo suficiente para quitarte esa idea de la cabeza.

 

Todas las que estamos aquí

nos sentimos orgullosas de tu amor, de tu feminismo y de tener tu voz en el Coro.

 

Todas hemos colaborado

en la redacción de este pequeño discurso que sólo pretende demostrarte nuestro amor y que opinamos que no vale la pena perder el tiempo hablando de Dios y de la Biblia, que lo que importa son los gestos de ternura cotidianos.

 

Sin nada más que decirte te deseamos un feliz cumpleaños.

 

                                                                                           EL CORO

 

 

Johann R. Bach

Los libros vigilaban tus manos, el piano permanecía mudo ...

          RECUERDOS  DEL  FARO

¿Recuerdas?

Éramos antiguas soledades, restos de vida, aún jóvenes como el aire junto al faro y nos entrelazábamos buscando calor cuando la noche entró en la sala adormecida arrastrando el silencio a pasos lentos,

 

los libros vigilaban tus manos,

el piano permanecía mudo en espera de tus caricias y tus besos eran tan quedos que una herida sangrar se oiría.

 

Rodaba en esos momentos una palabra insólita,

caída como una hoja de tu Otoño; pensamientos suaves tocaban tu frente despejada de arrugas tal manos frescas ¿Por qué caricias misteriosas como las primeras te hacían palidecer dulcemente?

 

Tus ojos parecían dos semillas

de luz entre las sombras blancas de una luna tras la ventana; había en mi alma un gran florecimiento cuando en mí los fijabas rompiendo la quietud del sofá con tus suspiros y tus manos asidas a la juventud.

 

¿Un ensueño entrañable?...

¿Un recuerdo profundo?...

¡Fue un momento supremo! ¡A las puertas del Mundo!

 

                                               Johann R. Bach

 

Pulverizaré sobre mi cara agua fresca...

LA  MEDIANOCHE  DE  LA  ASTRONAUTA

 

                                                                            Valentina Tereshkovavalentina‑tereshkova.jpg

 

Sudando, me despertaré a medianoche,

con la boca seca, pastosa, angustiada por algún sueño horrible; me sentaré en el borde de la cama, miraré el reloj;

 

las suaves campanadas de un reloj digital

marcarán la señal del meridiano terrestre. Beberé un trago de agua salinizada levemente que me hará recordar los antiguos polvos del Dr. Lithinés,

 

iré al lavabo

con grandes ganas de orinar y pocas de defecar por lo que tendré que apretar mi frio vientre con mis propias manos, doblando el cuerpo hacia adelante, dejando sueltos los músculos de la cara y con los labios colgando notaré el fluir de mi saliva que no impediré por una extraña y agradable sensación.

 

Algo más calmada,

me miraré en el espejo, me costará verme (lo sé, estoy segura) cómo soy; reconocerme se me presentará duro pero, a pesar de todo, analizaré esa mueca de disgusto, escudriñaré con mis propios ojos el fondo de mis dilatadas pupilas.

 

Pulverizaré sobre mi cara agua fresca

como forma de lavarme. Me untaré el cuello cabelludo con un aceite elaborado a base de Rosa mosqueta y Citrus sinensis,

 

aspiraré, por medio de otro espray,

aceite esencial de Citrus aurantium para combatir mi ansiedad, haré las muecas aconsejadas por el Manual de la Soledad para recuperar la tonicidad de mis músculos faciales.

 

De vuelta otra vez a la cama

con mis cuatro gránulos de Lilium tigrinum 15 CH que me harán soportable la angustia, intentaré concentrarme en la lectura de “Las Estructuras del Cerebro”, me esforzaré por no enviarlo todo a freír espárragos

 

y al leer no leeré,

pensaré en momentos pasados, gozosos en el recuerdo y al tiempo que una mano cede por el peso del libro la otra jugará a los dados. Me relajaré lentamente y caeré en los brazos de Morfeo como otras tantas noches artificiales.

                                                                                         Johann R. Bach

23 may 2013

Qué cerca de tu oido estaba ese dormir de las olas...

   AÚN SIN CONTAMINAR

 

Ese llegar a casa,

dejar la cartera llena de libros en los bajos del perchero, ese entrar en la cocina, buscando la mezcla de aromas del café, los membrillos y el clavo…, no es cualquier cosa.

 

Qué satisfacción llegar a tiempo,

para escuchar la radio, sentarse en la penumbra de la cocina, esperando la rebanada de pan con aceite y azúcar mientras el sol bate aún con furia, calentando la fachada de la casa antes de derrumbarse, donde ya nada puede incitar a la desmesura…

 

Qué cerca de tu oído estaba

ese dormir de la olas, justo en el momento que salías de la escuela y el mar aprovechaba para dormir su siesta y dar una tregua a los pececillos que se acercaban a la arena buscando las migajas de la merienda de los niños...

 

No era poco ese sentirse esperada,

en casa con lo imprescindible a punto para las sonrisas, con los ojos cotidianos listos para leer en el polvo de tus rodillas las correrías del recreo; y, la toalla húmeda preparada para limpiarte los churretes de la cara…

 

Tan lejos queda, y al mismo tiempo

aún tan cercano, el recuerdo de ese sentirse besada, en tus mofletes, con suavidad para evitar que se desprendiera el parche que te ha de corregir el estrabismo, abrazada con fuerza, conteniendo un poco la respiración y oyendo palabras cariñosas…, las mismas de cada día…

 

Todo humilde,

pero aún sin conservantes ni contaminaciones…, en su estado puro. 

 

                                                                                    Johann R. Bach

 

 

Llegué a París con la pretensión de estudiar los ojos humanos y enseñar a leer sobre la piel el poema de la vida

       YO, LEO P. HERMES

 

Yo, Leo P. Hermes

un simple escritor hijo de un modesto médico rural y nieto del abuelo Hermes conocido en toda la cuenca minera del Llobregat por ayudar a los accidentados mineros a atravesar Las Puertas del Inframundo.

 

Llegué a París

con la pretensión de estudiar los ojos humanos y enseñar a leer sobre la piel el poema de la vida.

 

Sí, sí. Esa pretensión

de convertirme en un poeta famoso me acompañó siempre en mis noches desde 1.96…, aunque sólo a partir de 1970 conseguí algún resultado.

 

Era la época en que soñaba

intensamente. Veía con facilidad en mis sueños los cuerpos celestes en la noche y en el interior de los cuerpos humanos el misterio del calor y el frío y la inclinación al alcohol, el chocolate y el tabaco.

 

Luego esos sueños se expandirían cada vez más.

 

Yo, Leo P. Hermes un oscuro biólogo

que sólo llevaba a mis veinticinco años en una bolsa de deporte cargada de ilusiones,

 

un saco de dormir,

una novela de Edgar A. Poe, un peine, un pasaporte obtenido gracias a las influencias de un funcionario judicial (tío mío) y dos bocadillos de tortilla,

 

atravesé la frontera con Francia por Irún.

 

Una doctora seca como la rabia,

cargada de años me manoseó los testículos en busca de una posible hernia como a un sencillo campesino de aquellos que iban a trabajar en la vendimia francesa. Certificó que estaba muy sano… 

 

Yo, Leo P. Hermes

no inventé la naranja como Santiago Huguet, pero organicé el ejército defensor de los granados y los membrillos y desarrollé un sistema de distinción entre símbolos y signos. Lo extendí  por todo el Mediterráneo.

 

Sí, sí. No pongáis esa cara.

Antes de 1968 año en que Portman escribiese su libro Symbole und Sinnbilder yo ya conocía varios cientos de signos matemáticos desde los más sencillos (más, menos, por, es, raíz, pi, etc)

 

hasta los más complejos

(integrales, sumatorios, googles, limites, matrices, laplacianas, …) que nunca confundí con los símbolos como el rojo anaranjado que simboliza el fuego, que a su vez simboliza la pasión, eso que no ha decaído en mí a pesar de los años.

 

Yo, Leo P. Hermes

inventé la "memoria subliminal magenta" colocada entre las palabras, libre de nieblas contaminadas con metales pesados y, generosamente, la repartí entre la honrada gente de gruesas cejas.

 

No he creado quimeras

ni mitologías nuevas. Me he limitado a interpretar el mundo clásico y tomar de él aquellos aspectos que me facultaron para crear poemas medicinales para acotar el dolor humano al terreno de lo soportable. ¡Ay! ¡Como si eso no fuera una labor de titanes!

 

No me quejé nunca de la vida en París.

Fue la única etapa de mi vida en la que me sobraba el dinero; me enriquecía en lo espiritual y aprendía más sobre el sexo de lo que me enseñaban las enfermeras en el hospital.

 

Tuve a mi alcance miles

de personas con las que experimenté (en ayuntamientos, colegios y cárceles, conventos, y otros colectivos deportivos) fórmulas provistas de sustancias ponderables, medicamentos simples y sutiles, plantas medicinales y poemas liberadores de la psique.

 

Yo, que me horroricé

al vivir de cerca el sufrimiento humano no pude o no supe soportar el cinismo y la mentira y me lancé como en un triple salto mortal sin red, al mundo de la Universidad Gratuita de la Miseria,

 

os pido perdón

por esta forma primitiva de escribir en primera persona cuando en realidad siempre he odiado a los que tras su disfraz de santurrones (de bata blanca o de colores) empleaban con su inmensa egolatría una única fórmula: "el yo, me, mí, conmigo"; y,

 

ACEPTO

 

humildemente el cargo

que me ofrecéis en la construcción de esa tela de Penélope de la web www.homeo-psycho.es que, con sus aciertos y sus errores nos regala algunas líneas de humano aliento.

 

               Ante la Asamblea General de www.homeo-psycho.es

                                                  a 1 de noviembre –creo- de 2012                 

        Firmado y rúbricado con la huella digital de mi índice derecho                                                              

                                                                 Leo P. Hermes