4 ene 2012

BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS (Cap. 10)

Capítulo 10

 

·         Mejoría al viajar (personas vengativas)

 NITRICUM ACIDUM 200 CH

·         Locura (con gesticulación extraña)

 CANNABIS INDICA 200 CH

 

Tres palabras extrañas

 

Locura, melancolía, nostalgia,

¿tres palabras, tres enfermedades?

¿Tres estados pasajeros?

¿Tres válvulas de escape?

 

Tu locura

disfrazada como todas

se introduce en tu alma

como una palabra extraña,

irreconocible de forma explícita.

Acéptala como un error

de tu ADN. Porque hasta aquí

nos han llevado los anteriores.

 

Tu melancolía

sólo tiene un color

como una paleta

de tinta de sepia derramada.

Espera a que la aurora

te llene de luz la retina

y la música del nuevo día

invada tus oídos.

 

La nostalgia

te suena como una nota

en el teclado de tu alma,

como un mi bemol de Chopin.

Visita la Costa de A Morte,

come lacón con grelos

y pulpo a la gallega;

el pimiento rojo te espera.

 

Locura, melancolía y nostalgia,

si mucho te molestan, cámbialas

como si fueran cromos;

escoge por ejemplo

cielo, rocas y mar

o manos, ojos y labios.                             Elisa R. Bach

 

Antes de entrar en la Facultad de Ciencias, las alumnas del curso Preuniversitario (los institutos en esa época aún estaban divididos en masculinos y femeninos) organizamos un viaje a Suiza. Fue un viaje audaz para la época, pues era la primera vez que muchas de nosotras salíamos más allá de nuestra frontera pirenaica (la otra, la portuguesa ni siquiera se mencionaba).

Las que fuimos a ese viaje (organizado privadamente por la profesora de historia) fuimos durante algún tiempo algo más que compañeras de curso, y, ya desde el inicio del viaje hubo algo que nos familiarizó: mirábamos los mapas juntas y emocionadas discutíamos toda clase de detalles.

 

Viajamos durante toda la noche, sin pegar un ojo, nerviosas, removiéndonos en unos asientos reclinables pero incomodísimos. El tren se detuvo en Ginebra y la policía suiza registró nuestras bolsas eliminando los bocadillos que llevaran embutidos o jamón, los de tortilla de patatas restantes nos los repartimos como buenas hermanas. A las ocho de la mañana el tren nos dejó en Lausanne. En un autobús casi vacío nos trasladamos a un albergue.

 

Anna María fue la primera en coger un mapa y salir, sin esperar a nadie, a visitar lo visitable marcado en una lista escrita a mano de un cuaderno  cuadriculado. Las demás preferimos ir juntas a patear aquella mítica ciudad. Fuimos bordeando el Lago Leman hasta que decidimos subir por unas calles con pendientes muy fuertes hasta alcanzar el centro que nosotras establecimos en la Place Pépinet.

 

En Lausanne nos entendimos bastante bien con nuestros conocimientos de francés. Al día siguiente tomamos otro tren que nos llevó a Berna. Allí la cosa cambió porque a excepción de Leocadia nadie de nosotras sabía un palabra de alemán. Con su ayuda visitamos los famosos osos y admiramos las figuras animadas del reputado reloj de la ciudad.

 

Desde Berna visitamos varias poblaciones e hicimos algunas excursiones atravesando dos lagos, desde Brienz a Thun pasando por Interlaken donde teníamos que subir al Monte Pilatus con un tren cremallera pero la niebla nos fastidió la excursión. Luego viajamos a Luzerne (que significa alfalfa) y cruzamos el lago por el puente de madera medieval. Luego estuvimos en Zürich, pero llovía a cántaros y pasamos la tarde metidas en un bar tomando cafés con leche.

 

Cuando le conté a Yvette que ése era el único viaje que yo había hecho fuera de España, en mitad de su asombro me dijo que me preparara porque íbamos a ir a un lugar lejano apartado de anclas y de tridentes. Íbamos a pasar las vacaciones (les grandes vacances) de verano a Armenia. Era la primera vez que oía ese nombre y por supuesto ignoraba donde se hallaba ese país (Yvette hablaba de Armenia como si fuera un país verdadero).

 

Dos semanas antes del inicio del viaje a Armenia tramitamos diversos visados en varias embajadas. En aquellos años España no tenía relaciones diplomáticas con los países llamados del Telón de Acero y era necesario obtener salvaconductos especiales sin sellar el pasaporte. Armenia era una república soviética dominada por la ideología comunista oficial rusa. Soñaba día y noche con visitar esa tierra exótica, con palpar con los dedos sus ciudades y sus tumbas, con rodearme de los sonidos de su idioma y respirar su aire histórico, tan difícil y tan noble como me lo pintaba Yvette –incorregible amante de los sonidos y ecos de una historia milenaria-. Contemplamos la posibilidad de viajar en el Orient Express, pero la duración del viaje en tren París – Budapest – Bucarest – Estambul ya consumía seis días de nuestras vacaciones por lo que la decisión final fue la de ir en avión vía Moscú. Con ese itinerario se simplificaba todo con un simple visado ruso, pues en aquellos años ir a Armenia era lo mismo que ir a Rusiauna República soviética.

 

Antes de iniciar el viaje pasamos un día Yvette, sus hijas y yo en Deauville paseando por la playa llena de rocalla recibiendo a ratos la fina lluvia atlántica y a ratos los finos rayos de un sol que se asomaba tímido entre las densas nubes oscuras. La pleamar había dejado toda clase de "fruits de mer" varados en la finísima arena que bajo nuestros pies tintaba el agua de un color rojizo. Era un día de viento frío a pesar de estar a mediados del Thermidor (finales de julio, cuando el sol atraviesa aparentemente la constelación de Leo), pero enfundadas en nuestros impermeables amarillos y con las capuchas cubriéndonos la orejas y el pelo nos sentíamos felices.

 

Fuimos a un restaurante a comer mejillones a la crema y a mitad de una conversación bastante animada Yvette les dijo que estaba enamorada de mí. Las niñas me miraron asombradas, pero no dijeron nada. Luego aparte me confesó que lo había hecho porque sabía que se lo contarían a su padre y eso podría sentarle como una "patada en los cojones" y por otro lado podrían dormir en casa sin que se extrañaran de mi presencia en la casa. Aparentemente aquello podría haber incomodado, pero lo que realmente sentí es que me subía mi autoestima porque Yvette me consideraba su pareja y no como una vulgar amante o compañera de cama.

 

Al atardecer llevamos a las niñas a Trouville con su padre y emprendimos el regreso a París. A mitad de trayecto paramos en un Aire de repos. Yo aún estaba excitada por la declaración de amor de Yvette ante las niñas. Bajamos del auto a lavarnos las manos, la noche ya estaba resbalando entre las altas copas de las hayas, la humedad mojaba nuestros rostros y allí bajo las tejas de los lavabos le pedí a Yvette que me mordiera hasta hacerme volar.

 

Al llegar a Paris fuimos directamente a casa a cambiarnos y salimos a cenar a un Restaurant de Châtelet. Justo al sentarnos a la mesa empezó a llover. Pedimos unas sopas de verduras y nuestra conversación giró en torno al viaje que habíamos proyectado a Armenia. De la fábrica cada vez hablábamos menos como si aquello fuera un mundo aparte que hay que olvidar mientras se está fuera de las naves en las que no había otra consideración que no fuera la producción y su calidad.

 

Al volver a casa Yvette estaba parlanchina como otras noches, pero con un punto especial de brillo en sus ojos y como si aquella noche quisiera confesar algo empezó a hablar cerca de mi oído con voz grave.

 

Cuando bruscamente quedé huérfana y sin un céntimo –comenzó su relato- con el resto de mi familia en la ruina por allá en los años treinta, fui a suplicar la caridad de la madre superiora del convento en que fui educada, creyendo que, como yo había sido favorita de aquella dama cuando era rica, indudablemente me habría de ayudar cuando me quedé en la miseria. Fui rudamente rechazada y, en el primer momento, no logré entender por qué.

 

"Ay me dije: ¿Por qué mi desdicha ha convertido a la amable madre superiora en un ser tan cruel? ¡Ah, no comprendía que la pobreza es una carga para los ricos, y tampoco sabía en aquel entonces cuán temida era por ellos!... No sabía hasta qué punto los ricos huyen de la pobreza, y que el temor de verse obligados a aliviarla provoca hacia ella una enorme antipatía.

 

La madre superiora era influyente entre muchas personas importantes del París acechado por el ambiente de una posible guerra. Entonces yo tenía una edad –proseguía ya con lágrimas en los ojos- como la tuya ahora y me sentí despreciada, y aunque joven, huérfana y sin un céntimo. Muy bien,   -me dije- "mi único fin será procurar ser a mi vez rica, y entonces seré tan desvergonzada como la madre superiora, disfrutaré de los mismos derechos y de los mismos placeres.

 

Me casé con Albert porque tenía dinero, su porte, su simpatía y su elegancia no es más que un disfraz que usa cruelmente ante personas inferiores. Con él tuve dos hijas para sellar definitivamente mi fortuna y hacer que ésta fuera irreversible. Desde el primer mes de matrimonio él continuó visitando a sus amigas demostrando que no era más que un ególatra del culo y que su cerebro sólo sirve para atarle las orejas. Después de tantos años aguantando sus humillaciones he decidido poner fin a esta situación y por eso estamos ahora en trámite de divorcio. Él no está de acuerdo en cederme todo lo que mi abogado le exige, pero por ley no tiene más remedio que hacerlo.

 

He actuado, con frialdad, y he ido, durante todos estos años, acumulando documentos fotografías y toda clase de pistas en cuentas bancarias, estancias en hoteles simulando que estaba en viajes de negocios y pagando las facturas de sus amigas en peleterías de lujo. Yo me hacía pasar por sus acompañantes y pedía duplicados de las facturas y cada vez que obtenía alguna me corría de placer. Era como una niña que colecciona cromos y obtiene los más difíciles. Cada historia que Albert anotaba en su activo yo la ponía en los asientos de pasivo. Y así mi alma se iba endureciendo y cultivando amistades y aliados en todos los frentes, preparándome para la batalla final.

 

Sólo una cosa inesperada ha variado dentro de mi alma y es tu aparición en escena. Cuando vi tus ojos fue como mirarme en un espejo. Llevabas la huella de la humillación grabada en tus apretados labios y la misma venganza que yo sentí a tu edad, en tus pupilas. Te vi despiadada y calculadora, pero también inteligente, paciente, tenaz y diabólicamente sexual. No me causaste miedo, sino una excitación sin límites y osé llegar hasta ti porque sabía que yo te podía ser útil en tus planes y que tú no despreciarías la oportunidad que se te presentaba.

 

Desde el primer momento he buscado hacerte ver lo depravada que eres. En ti me veo como soy y no sólo no me importa sino que me gusta. Por primera vez en mi vida he encontrado mi media naranja: tan depravada como yo y posiblemente más inteligente, más guapa y mucho más joven que yo. Por eso no me importa ponerme a tus pies, llorar sobre tu hombro y compartir contigo todo, incluso dispuesta a que me robes, me flageles y me humilles porque todo eso no hará sino acrecentar mi placer de estar a tu lado. ¿Qué nombre ponerle a eso que siento contigo?

 

Sabes que comparto contigo vida, amigos y orgías que muestran como somos. Aún tardarás tiempo en llegar a comprender que tu generosidad y tu amabilidad no son más que tácticas para conseguir lo mismo que yo me propuse, pero esperaré pacientemente y te ayudaré como lo he hecho hasta ahora. Esperaré a que saques de dentro de tu alma toda la depravación que ahora ocultas y que por fin seas libre, libre hasta más allá de los límites que nos imponen hombres y leyes.

 

Llegando a este punto calló, yo la abracé aún más fuerte que nunca y nos dormimos con los labios pegados en un beso como una flor de cuatro pétalos y los corazones más unidos que nunca.