9 ago 2013

Me he deshecho como una colegiala

CARTA DE AMOR A UN SUBDIÁCONO

 

Hola mi amor

 

He recibido tu carta sellada en Zurich

y me imagino, te veo, como cruzas esa pequeña porción de bosques y lagos que hay entre el Seminario de Luzern y Zurich. Te veo depositando un sobre sellado con tu propia saliva que a solas la lameré para tragarme todo el amor que en ella has puesto.

 

La he leído por primera vez

con la velocidad del rayo y con el corazón a 180 pulsaciones, la segunda más despacio, racionalmente, pensando en esta maravillosa locura de amar, por último en la cama besando el papel que sé que tú has tocado. Me he deshecho como una colegiala.  

 

Ya sabes que desde aquel día que estuvimos en la playa

–aún siento el aroma de la madera recién pintada de la caseta de los Baños de San Sebastián como algo cosido a mi espalda-, duermo en una habitación aparte. A mi marido no le importa porque a fin de cuentas cuando te conocí yo ya era una soledad lila de veinte años de antigüedad.

 

Pero últimamente noto que revuelve cosas

en mi habitación y no sé si ha leído alguna de tus cartas, pero lo noto algo raro. Ya sabes: a la vejez viruela. Una de las veces que lo sorprendí en mi habitación tenía en las manos una carta tuya. Cuando salió la leí para ver si podía haber localizado algún dato tuyo.

 

¡Qué placer releer tus cartas?

Era aquella en la que respondías a mis quejas por haber cumplido sesenta y tres años cuando tú apenas estabas llegando a los diecinueve. Sí, sí en aquella donde me decías que estabas loquito por mis huesos, por mis labios y por mis tetas de mandarina. Por suerte en ninguna de tus cartas pones la ubicación de Lucerna ni que ahí estás en un seminario a punto de obtener la categoría de subdiácono.

 

Mientras la releía se me aflojaron,

como ya sabes que me ocurre de vez en cuando, las mejillas y la saliva empezó a fluir involuntariamente, pero esta vez el ataque fue mucho más débil y no llegué ni siquiera a temer otro desmayo. La causa fue volverme a meter en el espíritu de ese maravilloso poema que me enviaste "La Noche era puro azur".

 

Me tomé los gránulos de Aconitum,

ya sabes, esos amigos que siempre llevo en el bolso sacados a partir de las azules flores de Los Alpes con vocación de resistir a los secos vientos que atacan a mujeres como yo y paralizan nuestros rostros para robarnos la sonrisa nuestra mejor arma.

 

Leocadia no está enamorada de ti,

pero te recuerda y me lo cuenta todo y ya sabes que no soy celosa, que comprendo muy bien que el celibato de un sacerdote está destinado a dejar libertad a todos los que renunciáis a "casi todo" para ayudar a los desposeídos de la tierra.

 

Mi sobrina Olga está hecha una señorita

y ha comenzado el bachillerato de letras porque, como tú muy bien sabes, es una anegada total para las matemáticas. Se ha hecho muy amiga del hermano de aquella chica a la que también le diste clases. Ella lo niega pero todo apunta a que está enamorada y dudo de que acabe el bachillerato sin haberse casado, pues el chico ha cumplido los veinte años se gana bien la vida de mecánico. Sólo le queda cumplir el Servicio Miitar, que tengo entendido que por tu condición de subdiácono estarás exento de esa obligación cuando te llegue ese momento en que llaman a filas a todos los chicos.

 

En la foto estás con la cabeza un poco baja

–símbolo de la humildad- y no se te ve muy bien, pero es suficiente para impregnarme del aire y el color que tu respiras. Y con esos vestidos ¿quién sospecha tu liturgia? Sabes que mi libido es muy débil y que sólo se dispara bebiendo vino -de lo que me abstengo bastante durante la semana- o leyendo tus cartas llenas de erotismo y poesía. Me gusta que hagas referencia a mis atributos femeninos, pero sobre todo lo que me vuelve loca son tus poemas.

 

He leído decenas de veces

y ya me lo sé de memoria el último poema que me has enviado "La noche era puro azur". En él veo que derramas tu alma y saber que lo has escrito para mí me llena de orgullo. Valió la pena esperar tantos años para sentirme amada como nunca lo fui.

 

En otro orden de cosas,

He ido a una ginecóloga loca que dice que tengo sequedad vaginal. Claro que no se me hubiera ocurrido leer una de tus cartas durante la exploración. Sólo de saber que tengo una carta tuya ya me convierto en fuente. También me llena de satisfacción saber que has acabado el segundo curso de medicina. Cuando vengas este verano espero que seas tú quien me explore hasta el alma.

 

He ido a los Baños de San Sebastián

y he recordado milímetro a milímetros los lugares que pisamos. Todo parece estar en su sitio, pero de El Tarzán no queda ni rastro y nadie en el bar lo recuerda y el olor de la pintura de la madera ya no es el mismo. Necesito que vengas a impregnar todo el lugar de ese espíritu y de ese sexo que me hicieron descubrir un mundo tan maravilloso: pensando en ti todo se vuelve alegre. Ansío tus besos y tu saliva sobre mi cuerpo como nunca. Sí ya sé sólo faltan tres semanas, pero tres semanas después de esperar siete meses se hacen larguísimas.

 

Te quiero y te envío mil besos

en este sobre que lo sello con mi propia lengua ara que te lleguen todos.

 

                                                             Barcelona a 18 de mayo de 1.96…
                                                              Marta G.

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