LAS HUELLAS DE LA VOZ
Desde la velocidad de la luz
hasta el miedo, tu mirada sobre el mar expresa sentimientos como poemas de Goethe; tu intuición te repite una y otra vez que el mundo es básicamente diferente de cualquier cosa que podamos experimentar con los sentidos.
Sin embargo, no puedes dejar de creer
en las voces que te hablan, ni negar la tristeza que te transmiten aquellas cartas de amor que recibías, puntualmente, cada cinco días durante tu estancia en Lausanne.
Aquellas cartas provenían
de alguien que, como tú, deseaba ante todo un cambio radical del mundo, un vuelco del corazón humano.
A pesar del proyecto de alguna ley universal
que aún tardará en hacerse cumplir en algunos países, la vida de las mujeres ha cambiado muy poco… la vida concreta cotidiana.
A menudo te quejas de esta vida que confina,
y niega cualquier aspiración más allá del espacio en el que los hombres, en general, intentan encerrarte.
Tus propios impulsos de libertad
te hacen dudar de ti misma y caes, a veces, en el abismo de sentirte perteneciente a una generación de desencantadas cuando en realidad aún no has llegado ni al ecuador de tus años.
De la sombra que ahoga el reír de las muchachas,
de los líquenes que oxidan y devoran sus corazones quizá surja un fotón que, saltándose los muros invisibles, ilumine el fondo de las retinas y desencadene la alegría.
En algún momento las risas crecerán
de tamaño e intensidad, invadirán el mundo y concluirán poemas como el brotar de las piñas en las copas de los pinos piñoneros.
¡Decídete a hablar (o a escribir)!
No hay comentarios:
Publicar un comentario