8 ago 2013

En sus grandes ojos brilló secretamente el deseo de huir

           EL MURCIÉLAGO  (Johann R. Bach) 

Otra noche más

de insoportable calor en el comedor: las ventanas abiertas de par en par; las persianas bajadas, tu madre parecía furiosa, lo mismo que tu padre. Se había ido la luz y el viejo quinqué no daba para leer ni para coser.

 

Tu hermana hablaba

y hablaba como si hubiera comido quéseyo. El quinqué agrandaba las sombras y les iluminaba la lengua, parecía que intentaran engullir un sorbo de luz. No lo conseguían. Parecían atragantarse como si se asfixiaran unos a otros.

Tu hermano,

a pesar de lo avanzado de la hora, jugaba en la calle con otros grandullones1 como él. Tú los mirabas desde el balcón de vez en cuando. No distinguías las palabras de sus gritos como en el comedor.

 

En aquel momento

como pájaro de mal agüero entró por la ventana un murciélago. Pero él volaba como si hubiera querido traernos unas estrellas, un pellizco de noche aterciopelada como esa por la que los gorriones suspiran en sueños.

 

De pronto los adultos callaron.

Tu madre agarró una servilleta de la mesa y se puso a perseguir al murciélago; poco faltó para que el quinqué fuera a parar al suelo. Te encantó ver a tu madre en esa pose –aunque de nuevo surgiera en ella un punto de agresividad-, la servilleta blanca ondeando en una de sus manos como ave de sólo un ala que no podía volar.

 

En sus grandes ojos

brilló secretamente el deseo de huir en la noche, al fondo de la noche. Entonces tú cogiste otra servilleta y se la pusiste, como segunda ala, al alcance de su otra mano. Pero el murciélago ya se había ido.

 

La conversación comenzó

de nuevo en un tono más alto. Ya no te importaba. Estabas tranquila. Sólo los compadecías. Tú también pactaste con tus aliados secretos los murciélagos y la segunda ala en los ojos de tu madre. En la habitación oías a tu padre decir que quería y a tu madre, protestando, que ella no quería.

 

(1)     en catalán la palabra "ganapies" suena más suave.
 
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