4 ago 2013

En los hoteles me prometían trabajo para los meses de verano

SIMONE ¿UN EJEMPLO A SEGUIR?

 

Después de algunos días de relajamiento total, empecé a buscar trabajo. No tuve suerte. En todos los establecimientos comerciales donde fui me atendieron con gran cortesía, pero en ninguno me daban empleo; ni siquiera parcial. Mi escaso conocimiento de los lenguajes especializados no me ayudaba a abrir puertas y mi perfecto conocimiento del alemán chocaba con la temporada baja del turismo.

 

En los hoteles me prometían trabajo para los meses de verano, pero eso hizo que el alegre invierno de París se me hiciera muy largo. No quería depender de mi hermana y por otra parte sentía la oscura sombra de mi cuñado pisándome los talones.  Adelgacé unos cinco kilos en pocas semanas, pero eso me fue bien pues mi barriga se allanó dándome un aire aún más juvenil.

 

A excepción de la ausencia de una ocupación todo iba bien. Mi hermana estaba feliz de tenerme en casa y le entusiasmaba que por las noches les diera a los chicos algunas puntadas de alemán. Yo me sentía como la crisálida que, después de una larga etapa de acumulación de proteínas, se ha sacado definitivamente la corteza de los hombros, ha levantado sus alas y vive su segunda primavera.

 

A veces al despertarme no reconocía las paredes que habían cobijado mi sueño, pero esa sensación duraba sólo unos segundos. Miraba el reloj y saludaba con alegría la hora larga que aún faltaba para que se levantase mi cuñado. Él no soportaba que yo ocupara el único baño de la casa cuando él lo necesitaba. Era cuestión de evitar coincidir con él cuando precisamente su mal humor se mostraba con toda crueldad. Era una persona que llegaba fácilmente al insulto, así que cuando él iba a asearse yo ya estaba en la cafetería de enfrente tomando mi café y esperando a que él saliera de casa para volver a entrar.

 

A esas horas de la mañana sentía las miradas de todos los hombres que entraban en la cafetería y a pesar de no mirarles de frente reconocía su ansiedad y su inquietud, pero ni loca se me ocurriría dejarles entablar conversación conmigo. Me molestaban sus miradas destinadas a buscar en mi rostro algún signo de disponibilidad.

 

Distinto de todos ellos se colocaba todos los días en la punta de la barra, junto a la puerta, como si quisiera estar cerca de la salida, un hombre joven, casi un muchacho, ataviado con un mono azul de mecánico. Tomaba un café con el tiempo justo y se marchaba sin reparar siquiera en el resto de los clientes.

 

Su aire despreocupado me agradaba. Era diferente. Era alto y llevaba el pelo corto, demasiado corto comparado con los demás. Algo en él se parecía a mí, pero no sabría decir qué era. Me armé de valor y decidí preguntarle a la primera ocasión si trabajaba cerca. Me dijo que era mecánico y su taller se hallaba a tan sólo dos manzanas de allí. Así mismo me preguntó si yo también trabajaba cerca. Balbuceando no sabía que contestar, pero acabé por decirle que ayudaba a mi hermana en las tareas domésticas, aunque lo mío era cantar y claro encontrar trabajo no me era fácil. Se lo conté a mi hermana y se puso más contenta que yo de que por fin encontrara con quien hablar.

 

En los días siguientes tomar el café junto a Pierre se convirtió en algo sumamente placentero. Era una persona sencilla y seria; no regalaba fácilmente la sonrisa, pero era correcto y amable en el hablar. Era quince años más joven que yo y quizá por ello el trato me parecía franco y exento de cualquier intencionalidad distinta de la de charlar con alguien mientras se toma el café cotidiano. Quizá él sentía lo mismo que yo.

 

A los pocos días se presentó en la cafetería con una amiga, Simone, que cantaba en un coro y quería conocerme y oír como cantaba yo. Desde el primer momento simpaticé con ella. Sentía unas ganas locas de explicar toda mi historia o lo corto de mi historia en el mundo, pero me limité a explicarle que había cantado en un coro en un pueblecito de Alemania cerca de la frontera con Austria. Simone me dijo que mi voz de mezzo-soprano quizá me ayudara a abrirme camino en mi nueva vida.

 

Me pareció una amabilidad por su parte. Como si quisiera animarme. La verdad es que si a través de mi voz conseguía amigos como Simone y Pierre, era como para considerar que en mi garganta había un gran tesoro. Aunque algo dentro de mí me decía que en el barrio donde vives es conveniente no ser muy explícita en cuanto a tus cosas y en esas lides me sentía como una experta. Así que de momento no le conté nada acerca de mi estancia en el Monasterio, aunque Pierre sí lo sabía.

 

Simone, a bocajarro, me dijo que era feminista. Yo asentí con un movimiento positivo de cabeza, pero en realidad en aquellos momentos no estaba segura de entender el significado de aquella tarjeta de presentación, aunque me tranquilizaba saber que Pierre y ella eran amigos. Yo siempre había temido la brutalidad de los hombres, pero la convivencia en el Monasterio había liquidado toda sublimación del sexo femenino.

 

En Simone se aprecia rápidamente su locuacidad divagante; saltando de un tema a otro, luego tristeza, o repite la misma cosa. Se siente perseguida, odiada y despreciada. En sueñosve que está muerta y que están preparando su funeral. Según cuenta ella misma tieneideas eróticas persistentes. Es celosa y suspicaz. Se encuentratriste por las mañanas, sin deseos de mezclarse con el mundo. Sólo una pequeña conversación con Pierre la arranca de la deriva de esos pensamientos.

 

De soltera sentía aversión al matrimonio, repite obsesivamente de vez cuando. Cuando la mandíbula inferior se le cae y tiene hinchazón enorme de labios o se le hincha la lengua y le tiembla al sacarla su única solución es hablar con Pierre. A menudo nota en la garganta un bulto que sube y es tragado de nuevo. El dolor de garganta se extiende a los oídos y se le hace imposible cantar. Esas situaciones las resuelve Pierre de una forma tan natural que a veces cree que depende demasiado de él.

 

Otro de los misterios de Pierre es el haberle arrancado los deseos de alcohol. Desde que conoce a Pierre no bebe más que en casos excepcionales –y en no pocas veces con su permiso- Pierre ha conseguido que su abstinencia sea placentera. Critica a Georgina por su gran apetito pero es tan hambrienta como ella y además no puede esperar a los demás para comer.

 

En su corazón de oro siente inquietud, temblores, ansiedad y debilidad. De vez en cuando se toma el pulso porque cree que lo tiene débil. En momentos de crisis necesita sesiones de sexo duro y si no lo obtiene se siente mal al despertar; sufre calor, sudor, escalofrío, confusión. Por lo menos una vez mensual necesita salirse de toda norma sexual.

 

A pesar mío, las ideas sobre el mundo y la sociedad continuaban siendo las fijadas en mi ADN durante veinticinco años y quizá me fuera necesario un nuevo replanteamiento de las asimetrías humanas. Fue precisamente la consideración individual de cada persona la que me llevó al abandono de las ideas comunitarias. Quizá sea Simone un ejemplo a seguir.

                                                                                 Johann R. Bach

 

 

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