22 oct 2013

Ni trance, ni éxtasis, ni grito, ni rezo, ni ritual...

EL OTOÑO LLEGARÁ TAMBIÉN A WOLIN

 

Acostumbrado,

como otros viejos lobos de mar, a orientarme por las estrellas y por los vientos de gregal o tramontana, no supe salir de aquella tela de arañas de los caminos de los bosques cercanos a Wolin (Polonia) sin la ayuda del GPS.

 

Me metí sin darme cuenta

en un paraje en el que sólo había un estrecho camino de tierra color tierra, de esas sendas que a menudo se pierden en la maleza, bajo los abetos.

 

Había,

 

a cada lado del camino,

arbolillos más bien raquíticos, unas veces ásperos y otras cubiertos de un musgo viejísimo como una capa de ceniza, en perfecta armonía con las piedras entre las que habían brotado no sin esfuerzo;

 

árboles cuyas hojas

entre verde oscuro y gris pálido que apenas se estremecían.

 

Y luego, esparcidas por todas partes,

osamentas de madera muerta que me hicieron pensar en los bosques de Ceret cuando aún no han florecido los cerezos.

 

Y ya casi ninguna flor,

ni siquiera pequeña; sólo esas manchas pequeñas rojizas de los sedum en las piedras como los restos de un fuego a ras de tierra.

 

En aquel momento, ni un solo pájaro.

Algunos insectos cuyo ruido era un poco parecido al de lamadera que cruje al arder.

 

Pero lo admirable,

lo que había precipitado aquella impresión de plenitud tan intensa y profunda como enigmática, era el calor que subía de aquellos caminos como lo hubiera hecho, en otra estación, la bruma,

 

calor color tierra también,

porque en cierto modo todo era de tierra en aquellos instantes;

 

menos como una caricia

que como una bondad silenciosa, sin nombre; sin rostro e, incluso, sin corazón.

 

No creí entonces –o más bien, no imaginé, después-

que ni mis difuntos padres, ni ninguno de mis amigos muertos, moraran en algún lugar en el aire a mi alrededor

 

(por suerte, los vivos no estaban muy lejos).

 

Todo aquello fue como una apariencia

de "revelación", si se quiere (en todo caso), concedida, otorgada al viejo ignorante que uno es.

 

Y para que aquello se produjera,

nada de drogas; ni de ascesis, ni de transgresiones, ni excesos de ningún tipo (sin violencia, pero ¿no era demasiado fácil salir de allí con un GPS?); nada de ir a otro sitio, de buscar lejos en las playas del Báltico, de trepar algo escarpado, peligroso, sublime.

 

Ni trance, ni éxtasis,

ni grito, ni rezo, ni ritual; ni siquiera un segundo de meditación. Ni renuncia, ni sacrificio.

 

Releo todo lo que hasta aquí he escrito

y veo que quizás no sea otra cosa que confesar lo poco serio de todo esto.

 

                                                              Johann R. Bach

 

 

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