23 oct 2013

Aquí en las orillas del Lago de los Sueños no existen ritos que trunquen el esbozo

      EL ENCANTO DEL ESBOZO DE VIDA

 

Aquí, en las orillas del Lago de los Sueños,

no existen ritos de pasaje como los practicados por las comunidades de Nueva Guinea dónde a los niños que van a ser iniciados, varones y niñas, son primero amenazados por adultos que se agazapan tras los arbustos.

 

Los intrusos, que se supone son espíritus,

persiguen a los niños gritando: "eres mío, mío, mío", empujándolos a una plataforma como la que se usa para matar cerdos.

 

Los niños aterrorizados

son cubiertos con una capucha que los deja ciegos; son llevados a una cabaña aislada en el bosque, donde se convierten en testigos de secretas vejaciones y tormentos.

 

Cuando vuelven a la tribu

con sus máscaras ya no se comportan como presas sino como predadores, gritando la misma fórmula que habían aprendido de sus "enemigos".

 

Aquí, en las orillas del Lago de los Sueños,

no existen ritos que trunquen el esbozo de la infancia. Y no porque, en muchos casos, pueda ser segada en "la flor de la edad", como se suele decir sino porque el mar con su oleaje lo impide.

 

La intensidad y el ritmo vertiginoso

con que se agota aquí la existencia de la infancia parecen desafiar la misma limitación de un tiempo tan breve comparado con la maduración alcanzada en las orillas de este lago sagrado.

 

Aquí los niños siempre han tenido un cielo azul

y un futuro gris como una aurora incierta y eso les marca hasta el momento en que ven quemar, sobre el ámbar de las rocas, el otoño de ojos enrojecidos.

 

Llevarán en su frente

el misterio dulce de las abejas; recordarán la niebla ligera que humea, los olivos, almendros y vides bellos como la mar, la flor de la escasa nieve anual, la flor de la espuma, las noches y el invierno.

 

Sin desdeñar el vino,

la miel y la carne de membrillo, vivirán saboreando el gusto de los besos pues nada hay más dulce que el amor aprendido, como otro esbozo entrelazado entre los buenos modos de los pueblos volcados al mar.

 

                                                                        Johann R. Bach

 

 

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