ORACIÓN NOCTURNA JUNTO A UN RIO
¡Oh noche!
¡Qué sagrado corazón el tuyo!
Omnipaciente como las calladas constelaciones del Cangrejo y del Centauro desconocidas por todos, aunque algunos vigilantes de los cielos obtienen de tu profundidad lo mejor que tienen.
Ahí están como Laplace, Copernico, Kant…
Cosechan los pensamientos y el espíritu tuyos, les gusta vendimiar la uva, no se burlan de la viña arrastrada y vagan balanceándose y sin poda por el suelo.
¡Oh noche!
De cielo elevado y genio severo,
en cada crepúsculo me recuerdas que existimos gracias al Amor, que somos tuyos y que a veces lloramos de rabia, porque reconocemos que renegamos necia y constantemente de nuestra propia alma.
Pero en tu generosidad
algunas bellezas no nos puedes ocultar: el verde adorable, los vastos jardines desde lo alto de tus aires en la clara montaña en el preciso momento en que el sol se derrumba.
¡Oh noche!
Permítenos seguir recorriendo los sonidos
de un simple río en su nacimiento cuando su rumor ya no lo vemos con los ojos y agudiza el violín de los tímidos grillos que se crecen en la oscuridad.
Agradezco que de vez en cuando
apartes los gruesos nubarrones y disipes las neblinas de forma que podamos seguir cielos y caminos como la Via Láctea y la estrella polar;
que insistas en preservar
el espíritu amable de las estatuas divinas y que, cada día, la clara paz favorable de tus estrellas aplaque la perversa confusión.
¡Oh noche!
¿Dónde podemos hoy
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