Tienen los ojos blancos,
sin pelo y sin pestañas; sus brazos son delgados como cañas.
¡Oh noche!
Déjalos a ellos aparte.
En tres ocasiones he oído las voces de los niños al amanecer felices como abejas, como mariposas de múltiples colores.
¡Oh noche!
Déjalos a ellos aparte,
sus voces ni siquiera se separaron de sus labios: se quedaron pegadas a sus dientes de leche, amarillos, aflojados, a punto de ser remplazados.
Tuyo era y es el mar y el viento
con el bellísimo astro Venus acompañando a la luna en su recorrido por tus dominios en el firmamento.
¡Oh noche!
Ellos no sabían que éramos frágiles,
tan sólo lo que podíamos ser curándonos las heridas con hierbas que crecen en los márgenes de los caminos –el hipérico-, en la alta montaña –el árnica- o en los campos –staphisagria, bellis perennis-;
ellos no sabían que respirábamos
como podíamos con una humilde plegaria cada noche que llegaba hasta la playa, delante mismo de nuestra casa cruzando los resquicios de la memoria…
¡Oh noche!
Déjalos a ellos aparte.
Sométenos a tu voluntad de alguna otra manera.
Johann R. Bach
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