EL CIELO DE PARIS
Paris te pareció
como un concierto denso una invasión doliente, como un campo de brazos sosteniendo en cada uno de ellos una vela.
Las aguas del Sena
a su paso por Maisons Alfort nunca chocan contra los muros de la Rive Droite, prefieren desbordarse hacia Choisy-le-Roi en dirección a Vitry-sur-Seine y el Marne gusta de descarrilar aguas abajo como si tuviera algún tipo de enemistad con los sufridos periecos de Charenton-le-Pont.
Todo sucedía
como si las aguas quisieran penetrar en ese rincón del Val de Marne y unos ríos meditabundos por su inquietud egoísta, por su curvo e incontable desplazamiento, estrangularan lentamente las centellas.
Los frondosos árboles
se mojaban en lo abierto; de las brasas de las chimeneas de la Mairie ascendían sus inciensos vigilantes que no podían hablar de lo que podían arder.
En su interior los altares
yacían. Vivir no sólo es necesario sino también posible, pero las cunas son las letras y los números y el escrito es una enfermedad iluminada por su mismo temblor.
Aquella primera tarde
todo en París estaba en paz, todavía aquel centro de Maisons Alfort era como una ciudadela con doble monumento: La Mairie y La Gare y el número 12 de la Avenue de la Republique te pareció, en medio de una floristería y una tienda de animales, el más sagrado de los números.
Como una reina
mirando desde un palacio de espuma parecías segura de vivir entre nuevos jardines y rosarios de besos bajo un friso de púrpura y donceles con sombreros de vidrio. El cielo desprotegido, pero contento, te miraba mirar.
Johann R. Bach
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